Camino a Nochebuena y Navidad – Cuarto paso: Dios quiere que...
Cuarto paso: Dios quiere que…
Casi a punto de terminar la primera semana de este gozoso y nuevo Adviento; antes, justo, de que María, aquella joven de Nazaret que diría sí al Ángel enviado por Dios, nos recuerde que nació Inmaculada porque su Padre del Cielo sólo podía querer eso para su Madre; justo antes de que lo misterioso se adueñe de nuestro corazón y nos haga decir “Amén”, así sea y, en fin, justo antes de que el Hijo de Dios nos prevenga, en el primer domingo de Adviento, de qué será lo que pasará cuando vuelva el Hijo del hombre… es, decimos, justamente ahora, cuando nos preguntamos qué es lo que puede querer Dios de sus hijos.
En primer lugar: quiere lo mejor para nosotros. De eso no puede caber duda alguna porque, a lo largo de los siglos lo ha ido demostrando desde que Abrahán comenzara su camino por el desierto y desde que Moisés guiara a su pueblo elegido. En fin que, no ha habido momento alguno de la historia de la salvación que no se pueda demostrar que Dios ha estado ahí.
Ahora, sin embargo, es un tiempo especial. Litúrgicamente se destaca por la espera del Hijo de Dios. Pero es que, por eso mismo, nuestro Creador, Padre Nuestro como decimos tantas veces en la oración que nos enseñó el Maestro, ha de querer algo de nosotros. Vamos, que ahora también exige ciertos qués y ciertos cómos (si se puede decir así)
En segundo lugar, quiere de nosotros la esperanza.
La esperanza, en cuanto a que puede sostener una existencia humana, se renueva cuando sabe que, de nuevo, el Cristo ha de venir al mundo y, por tanto, nuestros quehaceres ordinarios pueden volver a tener el sentido que tiene que ver con la misión que debemos cumplir en nuestra vida y que ha de tener relación directa con nuestra fe y, por tanto, nuestra confianza puesta en Quien todo lo ha creado y mantiene y, claro está, en el Hijo que engendró y no creó.
La esperanza, pues, es una virtud que nos viene la mar de bien para no caer en la fosa de la que tanto habla el salmista. Y es que con la misma no nos dejamos dominar por la pesadumbre (como Dios es nuestro Señor ¿qué, a quién, podemos temer?) sino, al contrario, es un destino claro, bien definido (nuestra salvación y, en suma, la vida eterna) que nos auxilia y nos da la mano para acompañarnos por este, tan especial, camino que nos lleva hasta uno santo destino.
También podemos decir que Dios ansía de sus hijos que, mientras esperan no se queden quietos sino que, al contrario, caminen. Que no se trate de una espera vacía de contenido sino que se nutra de la fe que supone amarlo y tener a su Hijo como hermano y, claro, como Dios mismo.
Dios ha de querer de nosotros, fieles que formamos parte de la Esposa de Cristo, llamada desde muy pronto Iglesia católica que mostremos que la Luz va a venir y que no hagamos como tantas veces hacemos al esconderla debajo del celemín de lo políticamente correcto y del respeto humano. No. Nosotros sabemos a Quien esperamos y lo hacemos patente con una vida alegre, sencilla y humilde pero repleta de un corazón de carne, que perdona, que sabe que el de su hermano Cristo será pequeño cuando nazca pero será el de Dios.
No podemos negar que el Todopoderoso ha de querer que nos sometamos, dulcemente, a su santísima Voluntad. Y la misma, en este tiempo de Adviento, no ha de ser otra que la de mantenernos alejados de las tentaciones del Maligno que, sí, quiere estropear este gozoso momento de espera introduciendo en nuestra vida distorsiones que hagan daño a nuestro corazón y, si es posible, hacernos pensar que, al fin y al cabo, es “otra Nochebuena y otra Navidad” más cuando bien sabemos (debemos saber) que no es así sino que cada una de tales noches suponen un empezar de nuevo y una posibilidad más que cierta de poder ser buenos hijos que tienen un tal Padre.
Dios quiere de nosotros, podemos decir, aquello que nuestro bien requiere para nuestro corazón. Y eso sólo puede pasar por creer, confiar y, en fin, mirar al Cielo sabiéndolo nuestro destino. Y que todo eso empezó, y empieza, en una noche que, por ser eterna, es Buena y un día en el que la Natividad se hace Niño.
Eleuterio Fernández Guzmán
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