Meditaciones de Adviento – Martes III de Adviento. Valores de Adviento: confianza
Hoy es el aniversario del
primer milagro aprobado a Lolo
19.12.2009
¡Lolo, gracias por tu vida de Santidad!
Los hijos de Dios conscientes de serlo, sabemos que debemos confiar. Es más, que la confianza es el sustrato sobre el que crece nuestra fe. Confiar, pues, es tener fe.
En el tiempo de Adviento la confianza cobra una importancia, aún, mayor que la que, de ordinario, tiene. Y tal es así porque Quien viene nos la inspira. Sabemos, por eso mismo, que no debemos desesperar.
Sobre la confianza se dice en el Salmo 71 (5) lo siguiente:
“Pues tú eres mi esperanza, Señor, Yahveh, mi confianza desde mi juventud”.
Confía, pues, quien sabe que su Dios, que Dios, nunca lo va a abandonar y que, en los peores momentos por los que pueda, siempre ha de contar con la mano tendida y el corazón abierto de Quien lo ha creado.
Sin embargo, ahora hablamos de confiar en la llegada de Alguien y no de meras intenciones personales. Confiamos, pues, en el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar a un Mesías.
El caso es que todo esto tiene relación directa con qué es lo que queremos cada uno de nosotros, los que confiamos. Es decir, nosotros queremos que se nos de esperanza en la llegada del Hijo de Dios. Por eso oramos con intensidad, con perseverancia, a Dios Padre para que haga posible que la Luz sea entre nosotros y nosotros, a diferencia de muchos de su tiempo, seamos capaces de acogerla en nuestro corazón y, desde ahí, irradia su calor y muestre el Camino a la vez que aceptemos la Verdad y queramos la Vida.
La esperanza deja de ser una mera ilusión que tenemos los discípulos de Cristo (lo somos aunque aún no haya nacido… ¡gran misterio!) en lo bueno que encierra que nazca el Emmanuel para convertirse el algo sobre lo que construir una existencia, la nuestra. Por eso esperamos con la firmeza propia de quien sabe, de quien conoce la voluntad de su Padre del Cielo, que entre pajas y pañales un Niño va a nacer y nosotros, que queremos que nazca para que lo mejor vuelva a estar entre nosotros, no vemos el momento exacto en que María, aquella joven que se había presentado como la esclava del Señor, traiga al mundo a un hijo que es el Hijo. Sin embargo, como estamos seguros de que eso va a ser así (lo conocemos muy bien) confiamos en que el recuerdo de un tan gran momento en la historia de la salvación (culminación de la misma) haga presente la mayor de las confianzas: Dios ha escuchado el corazón de los atribulados y ha cumplido la cláusula de aquel su contrato para con el hombre y hace efectivo el último mensaje: “Envío a mi Hijo para que os salve”. Y nosotros, que sabemos que el Creador ni miente ni puede mentirnos, alabamos una tan buena decisión que, en suma, consiste en hacerse hombre y presentarse al mundo en una noche de estrellas limpias de desazones y de esperanzas hechas carne.
Nosotros sabemos que podemos confiar en Dios. Y eso se sustenta en la experiencia habida hasta el nacimiento del que sería llamado Jesús según lo dicho por el Ángel Gabriel. Es decir, hasta tal momento concreto de la historia de la humanidad, el Todopoderoso había dado muestras más que suficientes al pueblo que había escogido como propio, para sí, de que nunca lo iba a abandonar. Y no siendo pocas las traiciones de los hombres, no por eso Dios iba a dejar de cumplir lo prometido. Y lo cumplió hasta que llevó a aquellos hijos suyos a la tierra prometida que manaba leche y miel.
Por eso mismo, decimos que en cuanto a la confianza tenemos pruebas más que suficientes, esperamos con seguridad en que, cuando llegue el día previsto en el tiempo, un Niño nacerá para bien de quien crea que es el Mesías. Y es que sí, habrá (como bien sabemos) quien no tenga a Jesús por el Enviado de Dios que ha venido a salvar al pueblo del Todopoderoso; es más, aún hay quien espera la llegada del Mesías prometido sin haberse dado cuenta de que todo apunta hacia aquel Niño que alguien quiso matar. Sin embargo, aquellos que somos hijos de la luz (es Cristo la misma Luz que nace) mostramos una confianza ilimitada en Dios. Por eso sabemos que no podía hacer cosa que la que consistió en enviar a su Ángel al mundo para comunicar a María, una joven Virgen e Inmaculada, que iba a nacer su Hijo y que ella, si quería, podía ser su Madre. Y ella confió de tal forma en aquel mensaje que, aún ignorando cómo eso iba a pasar (mayor confianza no puede haber) supuso, para su corazón, la certeza firme de que Dios había escuchado sus oraciones en las que, sin duda alguna, había pedido que enviara, el Creador, al Mesías.
Es Dios, por tanto, un Creador en quien se puede confiar. Es más, siendo el único Creador y el único Dios, no podemos hacer otra cosa que no sea poner todo nuestro corazón y toda nuestra alma (que es lo que admitimos como verdad en el Primer Mandamiento de su Ley para amarlo) en un momento bien determinado que tiene relación con lo que somos y lo que queremos ser.
Nacerá Cristo, sí, pero lo hará porque nosotros queremos recordar que eso sea así aunque, bien sabemos que las cosas son como Dios han querido que sean y si nosotros no admitimos tal nacimiento se verificará de igual manera. Lo único que pasará, entonces, es que habremos perdido una gran oportunidad de manifestar nuestra confianza y nuestra seguridad en su venida y llegada al mundo.
Confiamos, por decirlo así, porque asentimos a que la santa Voluntad de Dios se haga carne y habite entre nosotros. Y lo hacemos porque no podemos hacer otra cosa pero, sobre todo, porque no queremos hacer otra cosa. Y es que nuestra confianza se asienta en el ánimo que tenemos de ser salvados, en el aliento que sabemos nos dará, como ánimo perfecto y consumado, el nacimiento del Hijo de Dios y, sobre todo, porque nuestro vigor para obrar según quiere el Creador, va a construirse desde el mismo momento en el que el llanto del recién nacido muestre al mundo que Dios hace lo que dice que va a hacer, que es cierto y verdad que iba a enviar al Mesías.
La confianza, por otra parte, es un pilar más que firme sobre el que apoyar la estructura espiritual de nuestro ser. Y queremos decir con eso que sin ella caería todo como un castillo de naipes que se hubiera construido en el aire y sin fundamento. Es, digamos, como la roca firme que hace posible que, cuando viene la tormenta y la desazón, la tiniebla y las asechanzas del Maligno, no nos hundamos y, en cierta manera, seamos capaces de andar sobre las aguas o, mejor, de no hundirnos en el mar de la intranquilidad y la herrumbre que tiene el pecado y el Mal.
Confiamos, sí. Y lo hacemos porque bien sabemos que es la única forma de llevar la barca en la que navegamos, al puerto definitivo que es el que lo es Reino de Dios. Otra cosa ni queremos ni nos conviene.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Esperamos que nazca el Hijo de Dios y esperamos porque creemos que ha de nacer en bien de quien crea en Él.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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