¿Inmaculada Concepción?
Si hay algo que nos identifica a los católicos es que tenemos por verdad lo que consideramos dogma o, quizá sea mejor decir que tenemos por dogma lo que es verdad.
Por mucho que quiera hablar o escribir en contra de los dogmas católicos, lo cierto y verdad es que, entre nosotros, nadie ha inventado nada. Es decir, cuando se declara determinado dogma lo único que se hace es hacer constar lo que era creencia antigua del fiel católico. Nada, pues, de crear de donde no había sino, al contrario, decir que es verdad lo que es verdad para que se respete la misma y se tenga en cuenta.
Eso pasa, precisamente y no por casualidad, con el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Ciertamente, y decimos sin querer sembrar duda alguna en el corazón de los fieles católicos, el texto de las Sagradas Escrituras que no es dado para hoy, 8 de diciembre, no habla de la concepción de una joven a la que sus padres, Joaquín y Ana, pondrían por nombre María. No. Se nos habla de la Anunciación en la que el Ángel Gabriel le anuncia a María que, de dar su consentimiento (eso no lo dice pero se supone así la cosa), de ella nacerá el Hijo de Dios.
Es cierto, pues que no se nos habla de la forma profunda, en origen, de la concepción de María. Menos aún de que la misma fuera inmaculada.
Sin embargo, una cosa lleva a la otra y lleva de forma absolutamente necesaria. Y nos explicamos. Así se verá (quien no quiera estar ciego de espíritu y estarlo voluntariamente) que no hace falta que se nos diga cómo fue la concepción de María, ni que se fije en papel cuándo ni nada por el estilo. Y es que, aún sin que eso pase, sólo podía ser así.
Veamos.
Cualquiera imagina que en Dios no hay pecado alguno porque es el Todopoderoso y ni puede ser pecador ni fuente de pecado.
Cuando Dios decide que ha de venir al mundo su Hijo, único engendrado y no creado, sabe que ha de tener una madre.
Nuestro Creador no ignoraba el pecado original. Por tanto, sabía a la perfección que todo ser humano nacía con tal mancha. Y sí, podría borrarse pero el pecado venía con el hombre al nacer.
Eso, lógicamente, no podía pasar cuando su Hijo naciera. Y no podía pasar, primero, porque sería Dios que se haría hombre y tal hombre no podía nacer con el pecado de Adán y Eva procuraron a la humanidad toda.
Pero, claro, su Hijo iba a nacer de una mujer. Y la mujer, como no podía ser de otra forma, habría nacido con el pecado original que transmitiría, por generación, a quien, según el Ángel, iba a llamarse Jesús, Emmanuel, Dios entre nosotros.
Eso, como es de creer, no podía ser pues hubiera dado al traste, nada más y nada menos, que con la propia naturaleza de Dios…
Y lo hizo. Y es que cuando decimos que Dios es Todopoderoso queremos decir que tienen todo el poder y que, por decirlo pronto, puede hacer lo que quiera. Sencillamente eso: lo que quiera, cuando quiera y con las consecuencias que quiera.
Entonces… la secuencia es, además de inevitable, fácil:
Dios no podía nacer de mujer que tuviera pecado pues es puro y sin pecado – Dios escogió una mujer piadosa para que fuera su Madre; ella aceptó serlo – Dios, al habitar la eternidad, procuró, para aquella joven (antes de todos los tiempos) una concepción en la que no cabía el pecado original – Dios nace una mujer que, en su concepción, fue Inmaculada y no recayó, sobre ella, el primer pecado – Dios nace limpio de pecado, puro entre los puros.
Eso, así dicho, con tal secuencia, lo entiende cualquiera. Y es que no podría ser de otra manera, no pudo de ser de otra manera y no fue de otra manera.
¿A que es claro el dogma? Es más, ¿a que merece serlo? Es más, ¿a qué tantas dudas?
Eleuterio Fernández Guzmán
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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Esperamos que nazca el Hijo de Dios y esperamos porque creemos que ha de nacer en bien de quien crea en Él.
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EFG
Amén.
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