Triduo Pascual: Jueves Santo
“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo.’
Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios’
Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.”
El texto de san Marcos (14, 22-16) que hemos traído aquí refiere, en concreto, a un momento determinado de la Última Cena que Jesús celebró con sus discípulos.
Sin duda esta no fue la primera Pascua que Jesús celebró con sus discípulos ya que en tres años de predicación, por fuerza tuvo que celebrar otras. Fue, al contrario, la última en la que llevó a cabo el ritual judío. Pero con algunos sustanciales cambios.
Sin embargo, y por eso, esa Pascua tiene algo de especial, no por ser la última sino por lo que pasó en ella, por lo que significó.
Jesús, en la primera parte de estos textos (Mc 14, 13-17) envía a algunos de sus discípulos a buscar sala donde celebrar la noche pascual:
“Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: ‘Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.’ Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y al atardecer, llega él con los Doce”.
Ellos siguen las instrucciones que les da (y que son proféticas como puede verse), encontrando el lugar que les había dicho.
Esto, sin embargo, no es lo más importante, pues Marcos, o más bien, lo que dice Jesús, nos revela, ya, que algo va a cambiar. Y esto lo digo por lo que sigue: Jesús les dice que encontrarán una sala preparada y dispuesta, son sus palabras exactas. Pero también dice otra cosa: haced allí preparativos para nosotros. En este “para nosotros” radica el inicio del gran cambio que va a producirse tras los hechos que acaecerán en esa última cena terrestre. Si la sala, ese lugar donde iban a cenar ya estaba preparada, ¿qué sentido tiene que Jesús les diga que hagan esos otros preparativos? Yo creo que se refiere a que el Mesías conocía lo que iba a hacer y, por eso, en ese conocimiento, el cambio en el sentido de la cena le impelió a dar instrucciones en ese sentido. Lo hecho hasta ese entonces tiene que ser cambiado, por eso han de preparar “para nosotros” (para ellos) la sala.
Una vez reunidos en torno a la mesa de la cena, seguidos los rituales al uso y comunes en las celebraciones de la Pascua judía, Jesús lleva a cabo lo que se ha considerado la primera Eucaristía. En ese momento les indica la forma de recordar su presencia entre ellos, con la manifestación, ya milenaria, del significado del pan y del vino que todos conocemos, la transubstanciación (pues no dice esto es “como” mi cuerpo o “como” mi sangre sino “es” mi cuerpo y “es” mi sangre) que transformaría realmente esas especies en su cuerpo y su sangre, mediante las cuales su existencia entre todos aquellos nosotros, estos nosotros mismos de ahora y los nosotros futuros que vendrán, se hace presente.
Este hecho, la comprensión misma que Jesús trata de hacer ver a sus discípulos, es lo más importante que debe haber sucedido en la historia del hombre desde que éste pudo convivir con el Hijo del Hombre, con el Enviado que Dios nos dio para que, mediando su persona y su sacrificio, pudiésemos optar a una salvación eterna que nos es, así, regalada, donada, entregada.
Pan y vino, cuerpo y sangre, la misma realidad que nos informa del carácter universal del perdón de Dios, de la misericordia infinita que dignifica nuestro existir, eso es lo que nos hace ser hijos de Dios, ese entendimiento de ese misterio de tan difícil comprensión pero que lo es todo para nosotros.
Y después, la cruz, olivos, huerto, el fin hacia lo eterno.
Pedro, Santiago y Juan, los mismos que en la transfiguración admiraron la luz eterna del Padre, son los “invitados” por Jesús a acompañarle, a la contemplación de su calvario.
Y se quedaron dormidos. ¿Y nosotros?
Eleuterio Fernández Guzmán
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