Reseña: Libro “Las seis llagas del Hijo de Dios”

 

Las seis llagas del Hijo de Dios                   Las seis llagas del Hijo de Dios

Título: Las seis llagas del Hijo de Dios

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 68

Precio aprox.: 3.50 € en papel – 1€ formato electrónico.

ISBN: 5800121396236, papel; 978-1-326-97011-6, electrónico.

Año edición: 2017

 

Los puedes adquirir en Lulu.

 

“Las seis llagas del Hijo de Dios” - de  Eleuterio Fernández Guzmán.

 

Continuamos con la publicación de textos dentro de la Colección Fe sencilla. Este libro pertenece al apartado de título Jesucristo.

Vayamos, pues, con la reseña.

 

Sangre del Cordero que en Pascua

fue inmolado; llagas, seis fueron,

para ganarnos lo eterno.

 

En tiempos pasados se llegó a decir que la cruz, es decir, que morir de la forma en la que murió el Hijo de Dios, era una locura o era una necedad. Se quería defender, con tales palabras, que aquel Maestro entregado a las manos de los paganos bien no estaba en sus cabales o todo lo había hecho por nada y como cosa propia de un necio. 

Pero aquellos que, a pesar de las circunstancias por las que pasó Jesucristo, tuvieron a bien aceptar su mensaje, pasar por su muerte y gozar con su resurrección, sabían que cuando el hijo de María y de José estaba colgado de aquellos dos maderos, no sólo estaba dando su vida por una buena causa sino que les estaba haciendo un favor más que destacable e importante: el que les permitiría alcanzar cotas muy elevadas de espiritualidad. 

Nosotros, a tantos siglos de distancia, miramos, precisamente, a los dos trozos de madera que fueron utilizados para martirizar al testigo por excelencia del Amor de Dios, y vemos algo más que dos partes de un árbol que, debidamente talladas, dieron lugar al espacio estrecho donde dio su vida Aquel que había venido, precisamente, para darla por su prójimo. Y es que lo que vemos es un instrumento de salvación sobre el que pendió el cuerpo santo del más Santo de los santos. 

Debemos, de todas formas, mirar su Cuerpo, contemplar su Sangre. Y debemos hacerlo porque en el primero y en la segunda se encuentran las calladas palabras de un mensaje dado por Dios a la humanidad: “Os quiero”, casi podemos escuchar al igual que en el bautismo de su Hijo y en la Transfiguración del mismo ante Pedro, Santiago y Juan se oyó su voz diciendo que Aquel era su hijo, su amado hijo y que debíamos escucharlo. 

Pues bien, también podemos escuchar a su Cuerpo y a su Sangre porque son dos formas de mostrarnos que Dios quiere tanto a su creatura humana que fue capaz de entregarle a su Hijo un cáliz para que bebiese de él, para que apurase hasta la última gota de la traición y del abandono. Y Él, como ya había dicho en Gethsemaní, la aceptó con el agrado de quien hace lo que debe ante la expresión de voluntad de un tal Padre. 

Este libro pretende ser gozoso. Es decir, por mucho que trata de un tema tan terrible como es el de las heridas, digamos que emblemáticas, que soportó Jesucristo en la Cruz, no por eso vamos a actuar cual plañideras profesionales que se rompen las vestiduras y se mesan los cabellos ante el cuerpo del difunto. No. Nosotros queremos ser agradecidos ante Quien ha sido capaz de verse así colgado, así de herido y, además, pedir a Dios que perdone a sus verdugos que, en verdad, no sabían lo que hacían. Y los amaba, como hermanos suyos que eran por mucho que ellos hubiesen actuado con una saña propia de los hijos de Satanás que, viendo al Hijo desguarnecido y sin defensa, se ceban con la víctima aprovechando tan única ocasión. Eso sí, ignorando que aquella muerte llevaba, bien aneja, la victoria sobre la misma y que todo aquello iba pronto a pasar para dar a luz a una nueva humanidad y a un nuevo sol que iba a iluminar, desde entonces, todos los siglos por venir. 

Decimos y mantenemos, por tanto, que lo que pudiera parecer escabroso por las circunstancias propias de las llagas de Cristo que no eran, precisamente, cosa de ser dulcificadas en cuanto tales, ha de ser un punto de partida hacia un nuevo mundo que es el que, sosteniéndose sobre la Cruz y mirando bien de cerca cada una de las mismas, nos ganó el Hijo de Dios con su muerte y resurrección. Y es que cuando ascendió al Cielo para sentarse a la derecha del Padre no se olvidó de abrir sus puertas para que pudiesen pasar todos los justos que se hubiesen lavado en la Sangre del Cordero. 

Vemos, por tanto, que de aquello que pudiera parecer duro (lo fue, sin duda) y terrible a más no poder, quien quiso pudo obtener algo tan loable como saberse hermano de Alguien que, por él y por sus semejantes, había sido capaz de dejarse marcar para toda la eternidad, en aquellas seis partes de su Santo Cuerpo. 

Cada una de ellas, por decirlo pronto, tienen un origen y un destino que tiene todo que ver con el origen y el destino de la humanidad toda y entera. Y nosotros, desde estas sencillas páginas, vamos a mostrar el primero y el segundo o, lo que es lo mismo, vamos a tratar de mirar aquellos exactos puntos de dolor y sufrimiento de los que acabó surgiendo la voz clara de Dios que apuntaba a nuestro corazón con la sana y espiritual intención de hacernos ver que no se estaba escapando la vida a través de las seis  llagas sino que, al contrario, se nos era dada una que iba a durar para siempre y a la que no debíamos renunciar sin grave perjuicio para nuestra vida futura. Al fin y al cabo, lo que Dios pretendió, y consiguió, con aquel sacrificio no era que sintiéramos lástima de Jesucristo (aunque, humanamente, otra cosa no podemos dejar de hacer) sino que comprendiésemos que Cristo podía hacer nuevas todas las cosas y que si, para eso, debía dejarse señalar en aquellas partes de su Cuerpo, no habría nada ni nadie que impidiese que eso acaeciese.

Por otra parte, les ponemos aquí el Índice de este libro: 

Presentación                  

1. Las manos                     

2. La cabeza               

3. El costado               

4. El hombro               

5. Las rodillas              

6. Los pies                        

Epílogo                    

   

Este libro pretende, pues, fijar la mirada en aquellas llagas que tanto bien han hecho a la humanidad que cree en el Hijo de Dios.

 

 Eleuterio Fernández Guzmán

 

Nazareno

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