La Madre que nace
(Natividad de Bamberg, Alemania)
Independiente del día que se fijó como el del nacimiento de la Virgen María, el lugar de nacimiento o, en fin, el momento en el que la Iglesia católica decidió celebrar su natividad, el caso es que, en un momento determinado nació una niña de Joaquín y Ana. Aquella niña iba a ser muy especial para la historia de la salvación que, no podemos negarlo eso, era esperada por el pueblo judío desde hacía muchos siglos. Es más, seguramente, desde el mismo momento en el que Abrahám aceptó el mandato de Dios, desde entonces, aquel grupo de seres humanos supo que la salvación empezada a caminar con ellos.
Pues bien, cuando nace aquella niña nadie, salvo Dios, sabía qué era lo que iba a pasar. No es que el Creador supiera que, en un determinado momento, iba a forzar a María a aceptar lo que le dijera su Ángel. No. De lo que estaba seguro el Todopoderoso era que aquella recién nacida iba a ser fiel a su Padre del Cielo porque era lo que su Padre del Cielo quería de ella. Era, por así decirlo, una convicción mutua, una forma de saber que lo que debía pasar… iba a pasar.
El caso es que en un lugar que no sabemos y en una fecha que desconocemos (ni nos importa ni uno ni otro) vino al mundo María.
Digamos que, cuando celebramos el nacimiento de una persona, cuando está recién nacida la misma, el común de los mortales ignora lo que va a ser de ella. Se espera, eso sí, lo mejor de una vida por empezar y un camino por recorrer. Y aquello era lo que pasaba con la niña a la que iban a poner por nombre Miriam, muy común entre el pueblo hebreo.
Es bien cierto que nosotros, hoy día, sabemos mucho de aquello que luego pasó. Por eso jugamos con tal ventaja que nos permite hablar o escribir acerca de lo que estamos seguros no pudo pasar de otra forma.
Sin embargo, ahora mismo (en aquel instante en el que Ana sostenía a María en sus brazos) todo estaba por llegar, por venir el futuro y todo, por decirlo de tal forma, era nuevo aunque dadas las circunstancias de la concepción de aquella niña (Ana era una mujer ya mayor como pasaría, por ejemplo, con tantas otras mujeres tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento en el que se muestra el poder ilimitado de Dios a tal respecto) era de pensar que iba a ser muy especial. Por eso nada imaginamos en exceso si decimos que fue ofrecida a Dios como un regalo que Él mismo había entregado a sus padres. Ofrecimiento que, por supuesto, fue aceptado por Aquel que la había creado donándole una concepción a la que no se había pegado el misterio de iniquidad del pecado original y convirtiéndola, por tanto, en Inmaculada y donación por la cual, en su momento, no tendría un final en su vida como el común de los pecadores.
Aquella niña, de la cual celebramos hoy su nacimiento (¡Felicidades Madre!) sabría estar a la altura de las circunstancias porque, desde la eternidad, Dios había concebido en su corazón un ser así de tierno ser y fidelidad a prueba de pruebas.
De todas formas, en los instantes primeros de la vida de María, que no debieron ser fáciles para Ana, su madre, todo un mundo se abría ante sí. Y ella, que apenas podía querer respirar y sentirse en un mundo al que había llegado, casi podemos imaginarla sonriendo porque en eso, en gracia, nadie ha podido igualar (salvo su hijo Jesús) a quien Dios quiso tener por Madre y, dado el ser de Uno de otra, tuvo.
Gracias, Dios, por este regalo; gracias, María, por aceptarlo todo y guardarlo en tu corazón.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
¿Es de bien nacidos ser agradecidos?: Gracias, Dios, por tu Madre.
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3 comentarios
ANUNCIACIÓN
¡Gabriel, Gabriel!
qué alegría cuando te dijeron
vete a la Casa del Señor
vete a la Miel Pura de Sión
vete a mi Perla Escogida de Israel
Y con el corazón en la boca
Ángel poderoso del Cielo
te dijiste en el camino
valió la pena ser ángel
ser de Dios
y ser Gabriel
A la doncellita encontraste
en su rubor amoroso e ígneo
que te recordó como en un atisbo
los más profundos Tesoros de Dios
"Ave María, gratia plena", dijiste
en un arrullo de mil corrientes
que ansiosamente buscaban
las Aguas de Redención
"Hágase en mí según tu palabra"
Y cuando esto oíste
mirando al Cielo exclamaste
"No escuché nunca
más bella canción"
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