“Una fe práctica”- "¿Por qué ir a Misa?" – ¿Pero qué es y qué significa la Santa Misa?
“La santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos”.
Santo Cura de Ars
Sermón sobre la Santa Misa
Seguramente la pregunta que da título a este libro tiene mucho de intríngulis espiritual. No se trata de que se digan, sobre todo, las razones para asistir a la Santa Misa (que también) sino, más bien, de constatar que las hay y hacer hincapié en el hecho de que las haya.
Es bien cierto que, como uno de los siete Sacramentos que instituyó Jesucristo en su primera venida al mundo, la Eucaristía tiene mucho que decir a quien se siente fiel perteneciente a la Iglesia que fundó el Hijo de Dios y a la que, con el tiempo, se dio en llamar católica.
“Vayan y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15) es el verdadero origen del sentido universal que quería imprimir Jesucristo a la Iglesia que había fundado. Pero fue San Ignacio de Antioquía (30 al 35 AD, muere C 107) quien, sobre el año 107, en su Carta a los Esmirniotas (8,2) dejó dicho que “Donde esté el Obispo, esté la muchedumbre así como donde está Jesucristo está la iglesia católica". El caso es que si hay discusión acerca de si “católico” quiere decir, en exclusiva, “Universal” o, también, “Verdadera/auténtica” referida a la fe. Sin embargo, existe una creencia mayoritaria que favorece la primera concepción. A tal respecto, San Policarpo, que fue martirizado 50 años después de San Ignacio de Antioquía, hace uso de los dos sentidos y define a San Ignacio como “Obispo de la Iglesia Católica de Esmirna”.
Por otra parte, San Pacián de Barcelona (375) dejó dicho, su Carta a Sympronian, que “Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado… Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético”; San Cirilo de Jerusalén (315-386), en su Catequesis (18, 23) enseñó que “La Iglesia es católica porque está esparcida por todo el mundo; enseña en plenitud toda la doctrina que los hombres deben conocer; trae a todos los hombres a la obediencia religiosa; es la cura universal para el pecado y posee todas las virtudes”. Pero Sería, de todas formas, Santo Tomás de Aquino, quien desarrollaría los elementos de la teología de la catolicidad. Para el Aquinate la Iglesia es universal en tres sentidos:
1. Se encuentra en todos los lugares (Cf. Rom 1,8), teniendo tres partes: en la tierra, en el cielo y en el purgatorio.
2. Incluye personas de todos los estados de vida. (Cf. Gal 3,28).
3. No tiene límite de tiempo desde Abel hasta la consumación de los siglos.
Pero es ya en los Hechos de los Apóstoles (continuación, en realidad, del Evangelio de San Lucas) donde se recoge, bien pronto, esto (2,42):
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.
El caso es que, desde que Jesús, en aquella Última Cena tan merecidamente recordada, dijera que se le debía recordar según algunos gestos que hizo (partiendo el pan y repartiendo el vino, por ejemplo) no se ha hecho otra cosa por parte de quienes, allí mismo también, quedaron constituidos como sacerdotes de Dios y servidores de los hombres.
Cuando Jesucristo dijo aquello de “Haced esto en recuerdo mío” (1 Cor 11, 24) estaba, en realidad, estableciendo un claro mandato pues, siendo su presencia real en las especies del pan y del vino aquello, como era e iba a ser, sería algo más que un simple traer al hoy de cada celebración aquello; sería como un hacer real, cierta y presente, la presencia del Mesías.
En realidad, toda trifulca acerca de la presencia real de Cristo en las especies pan y vino debería haber sido descartada antes de haber empezado. Y es que Jesús, en aquella Cena, no dice, por ejemplo, “esto es como mi cuerpo” y “esto es como mi sangre”. Lo que dice es, exactamente,
“Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros’”. (Lc 22, 19-20).
“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: ‘Tomad, comed, éste es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados’”. (Mt 26, 26-28).
“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’”. (Mc 14, 22-24).
De esto hablaremos más tarde pero vale la pena recordar lo que, siendo obvio, ha traído tanta cola a nivel teológico. Y no nos referimos a lo que pudieran ser, digamos, pensamientos católicos o de otro tipo de confesiones sino de la consideración errónea de una verdad tan evidente por parte de creyentes, exclusivamente, católicos.
Podemos, de todas formas, abundar en el hecho mismo según el cual la Santa Misa es Sacramento crucial (que viene de cruz) para un católico. El caso es que podíamos traer aquí ejemplos muchos de aquellos santos o beatos que han dicho y escrito sobre la importancia de la Santa Misa. Lo deberíamos hacer, y lo vamos a hacer, para que no se pueda decir que en este libro se defiende una tesis (la importancia y necesidad de la Eucaristía para un católico) como algo muy personal.
San Agustín:
“Cristo se sostuvo a sí mismo en Sus manos cuando dio Su Cuerpo a Sus discípulos diciendo: “Este es mi Cuerpo". Nadie participa de esta Carne sin antes adorarla”
“Reconoce en este pan lo que colgó en la cruz, y en este cáliz lo que fluyó de Su costado… todo lo que en muchas y variadas maneras anunciado antemano en los sacrificios del Antiguo Testamento pertenece a este singular sacrificio que se revela en el Nuevo Testamento".
San Efrén:
Oh Señor, no podemos ir a la piscina de Siloé a la que enviaste el ciego. Pero tenemos el cáliz de tu Preciosa Sangre, llena de vida y luz. Cuanto más puros somos, mas recibimos.
San Francisco de Sales:
“Cuando la abeja ha recogido el roció del cielo y el néctar de las flores más dulce de la tierra, se apresura a su colmena. De la misma forma, el sacerdote, habiendo del altar al Hijo de Dios (que es como el rocío del cielo y verdadero hijo de María, flor de nuestra humanidad), te lo da como manjar delicioso"
San Juan Bosco:
“El objetivo principal es promover veneración al Santísimo Sacramento y devoción a María Auxilio de los Cristianos. Este título parece agradarle mucho a la augusta Reina del Cielo".
San Juan Eudes:
“Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias".
San Alfonso María de Ligorio:
“Tened por cierto el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día".
San Cirilo de Jerusalén:
“Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno, de igual modo el que comulga, de tal suerte está unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él".
San Ignacio de Loyola:
Preparando el altar, y después de revestirme, y durante la Misa, movimientos internos muy intensos y muchas e intensas lágrimas y llanto, con frecuente pérdida del habla, y también al final de la Misa, y por largos períodos durante la misa, en la preparación y después, la clara visión de nuestra Señora, muy propicia ante el Padre, hasta tal grado, que las oraciones al Padre y al Hijo y en la consagración, no podía sino sentir y verla, como si fuera parte o la puerta, para toda la gracia que sentía en mi corazón. En la consagración de la Misa, ella me enseñó que su carne estaba en la de su Hijo, con tanta luz que no puedo escribir sobre ello. No tuve duda de la primera oblación ya hecha"
El santo cura de Ars, San Juan María Vianney:
“Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”.
“Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella".
"Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa".
“La Misa es la devoción de los Santos".
San Anselmo:
“Una sola misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte”.
Santo Tomás de Aquino:
"La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz".
San Francisco de Asís:
“El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".
Santa Teresa de Jesús:
“Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".
San Alfonso de Ligorio:
“El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa".
Padre Pío de Pieltrecina:
“Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa misa"
La Misa es infinita como Jesús… pregúntenle a un Angel lo que es la misa, y El les contestará, en verdad yo entiendo lo que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene. Un Angel, mil Ángeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así".
San Felipe Neri:
“Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda".
San Pedro Julián Eymard:
“Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado. No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible".
San Buenaventura:
“La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido".
San Andrés Avellino:
“No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús".
Vemos, pues, que en la creencia de muchos de los mejores de entre los nuestros, la Santa Misa (llamada también Eucaristía) estamos ante un Sacramento básico. Lo es por lo que supone para un discípulo de Cristo que milita en la Iglesia que fundó, la católica; lo es por lo que tiene de luz para quien se sabe hijo de Dios y ha de recibir el alimento celestial que se recibe en la Santa Comunión; lo es por lo que contiene de signo y de realidad; lo es por lo que supone de realimentar nuestra memoria con el recuerdo traído al hoy del sacrificio de Cristo por cada uno de nosotros; lo es por lo que implica para los creyentes católicos saber que entre nosotros se encuentra el mismo Hijo de Dios y que, en el Sagrario, nos está esperando para mantener con nosotros un rato de conversación; y lo es, por fin, porque muestra un camino que seguir, una senda recta que lleva al definitivo Reino de Dios. Digamos, por hacer un símil, que la Santa Misa es como el banderín de enganche diario para que renovemos una realidad tan impresionante, espiritualmente hablando, como la de ser milites Christi. Y eso no es nada fantasioso ni exagerado porque, como dice San Josemaría en “Es Cristo que pasa” (74),
“Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones”.
Santa Misa, pues, sí; Santa Misa, también, porque sí, porque fundamenta la razón de nuestra fe de la que debemos hablar a tiempo y a destiempo dando razón de nuestra esperanza (Cf 1 Pe 3, 15) y porque merece que así hagamos y actuemos.
1. Pero ¿qué es y qué significa la Santa Misa?
Jesucristo podía haber hecho las cosas de otra manera pero las hizo como las hizo. E igual que no se puede discutir (sin ser absurdo) que Dios creara como creó y no de otra manera, lo mismo podemos decir al respecto de la Santa Misa: es lo que es y significa lo que significa porque así es necesario para la historia de la salvación.
No estamos, con esto, poniendo el carro delante de los bueyes porque la realidad propia de la Eucaristía sólo pudo ser así porque es así. Y eso debería significar mucho para nosotros, herederos de una forma de hacer las cosas que, no lo neguemos, nos ha beneficiado mucho.
Pues bien, la Santa Misa es mucho y significa mucho para un católico. Digamos, por ejemplo, algunos significados de la misma:
1. Es un sacrificio de propiciación
Sabemos que somos pecadores. Por eso, la Santa Misa supone, es, un instrumento espiritual a través del cual presentamos al Creador una acción que le agrada. Lo hacemos, además, para que su misericordia y su piedad contemple lo que somos y no tenga en cuenta, precisamente, nuestros pecados. Y que nos perdone.
A tal respecto, dice Santo Tomás de Aquino que
“La Eucaristía en cuanto es sacrificio, tiene su efecto en aquellos por quienes se ofrece, en los cuales no requiere la vida espiritual actual, si no sólo en principio; y así, sí los encuentra dispuestos, les obtiene la gracia en virtud de aquel verdadero sacrificio del cual desciende a nosotros toda ella; y por consiguiente borra en ellos los pecados mortales, no como causa próxima sino en cuanto implora para ellos la gracia de la contrición “.
Pero, además de los pecados para los que pedimos el perdón de Dios, las penas que llevan aparejadas tales pecados también son objeto de consideración en la Santa Misa. Y es que las mismas, referidas a los pecados veniales (las que derivan de pecados mortales no son contempladas aquí) son perdonadas por Dios porque acepta la compensación que supone y ofrece el sacrificio que se lleva a cabo en la Eucaristía. Y es que el mismo se ofrece “En remisión de los pecados”. De ahí que San Cirilo la llame (a la sangre que salva) “Hostia de propiciación” cuando dice que
“Sobre esa hostia de propiciación, rogamos a Dios por la paz común de la Iglesia… por los que sufren enfermedad, por los angustiados en la tribulación y universalmente por todos aquellos que tienen necesidad, rogamos todos nosotros y ofrecemos esta víctima. Luego nos acordamos también de aquellos que murieron: primero de los patriarcas, profetas, apóstoles y mártires, para que Dios por sus ruegos e intercesiones reciba nuestra oración; después por los difuntos santos padres y obispos y en general todos aquellos que vivieron entre nosotros, creyendo que ha de ser-les éste el mayor auxilio para aquellas almas, por quienes se ora, mientras yace aquí [en el altar] la santa y tremenda víctima". (Catechesis Mystagogica)
El caso es que la propiciación puede ser tanto por los vivos como por los difuntos como bien dice San Cirilo en el texto aquí traído: por los vivos en cuanto pedimos, como hemos dicho arriba, la “remisión de los pecados”; por los difuntos siguiendo una práctica que recoge, en el Antiguo Testamento, el II Libro de los Macabeos cuando dice que
“Entonces encontraron bajo las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Yamnia, que la Ley prohíbe a los judíos. Fue entonces evidente para todos por qué motivo habían sucumbido aquellos hombres. Bendijeron, pues, todos las obras del Señor, juez justo, que manifiesta las cosas ocultas, y pasaron a la súplica, rogando que quedara completamente borrado el pecado cometido. El valeroso Judas recomendó a la multitud que se mantuvieran limpios de pecado, a la vista de lo sucedido por el pecado de los que habían sucumbido. Después de haber reunido entre sus hombres cerca de 2.000 dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy hermosa y noblemente, pensando en la resurrección. Pues de no esperar que los soldados caídos resucitaran, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; más si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso (12, 40-45)”.
Pues bien, si así se dice se hizo en aquella ocasión, con más razón el sacrificio que se lleva a cabo en la Santa Misa (propio de la Ley Nueva) ha de ser propiciatorio para aquellos creyentes que han muerto en Cristo y por los que se ofrece cada vez que se celebra la Eucaristía.
Y en eso abunda Tertuliano cuando dice (en “De Corona-III”) que
“Hacemos, dice Tertuliano, oblaciones por los difuntos cada año".
Pero es que San Juan Crisóstomo (En la Epístola a los Filipenses, III, 4) dice que
“No en vano ha sido esto establecido por los Apóstoles, que en los venerandos y grandes misterios se haga memoria de los que murieron. Conocían que de esto podían reportar mucha utilidad, mucha ganancia. En aquel tiempo en que todo el pueblo está con los brazos extendidos y está presente la multitud de sacerdotes y se está celebrando aquel tremendo sacrificio ¿cómo no aplacaremos a Dios rogando por esto? Mas esto en favor de los que muriendo profesaban la fe".
2. Es un memorial
Hemos visto que en la Santa Misa se lleva a cabo un sacrificio de propiciación. Y tal fue tanto la primera vez cuando Cristo la instituyó como es cada vez que se celebra una Eucaristía. Y es que en la Santa Misa conmemoramos algo tan importante como es la muerte del Hijo de Dios. No lo hacemos, sin embargo, como una especie de recuerdo psicológico sino como una realidad que va más allá del mismo. No es, digamos, un “recordamos lo que hizo entonces” sino un “recordamos y hacemos presente lo que hizo entonces” Aquel que se entregó por cada uno de sus hermanos los hombres. En todo caso es una verdadera re-presentación, un volver a presentar una serie de hechos y circunstancias que dan forma, constituyen y enriquecen nuestra fe católica. Y es, como suele decirse, una celebración incruenta de una que lo fue cruenta.
Dice, a tal respecto, el P. José Antonio Sayés (en “El misterio eucarístico, pg. 321-323) esto que sigue:
“El sacrificio de Cristo se consuma en el santuario celeste; perdura en el momento de la consumación, porque la eternidad es una característica de la esfera celeste… (es decir, el Misterio Pascual de Cristo, por la resurrección entra en la eternidad, que es como un ‘eterno presente’). Y si el sacrificio de Cristo perdura en el cielo, puede hacerse presente entre nosotros en la medida en que esa misma víctima y esa misma acción sacerdotal se hagan presentes en la Eucaristía… En realidad, el sacerdote no pone otra acción, sino que participa de la eterna acción sacerdotal de Cristo en el cielo… Nada se repite, nada se multiplica; sólo se participa repetidamente bajo forma sacramental del único sacrificio de Cristo en la cruz, que perdura eternamente en el cielo. No se repite el sacrificio de Cristo, sino las múltiples participaciones de él”.
Por eso decimos que la Santa Misa es un memorial.
Es en las Plegarias Eucarísticas donde encontramos esto:
“Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo” (Plegaria III).
Y es así porque Cristo dijo, en aquel momento clave de la historia de la salvación “Haced esto en memoria mía”. Y fue, como mandato, una obligación a llevar a cabo por aquellos que tienen legitimidad para poder llevarlo a cabo. Y, como tal mandato, puede ser cumplido por sus discípulos aunque hayan pasado muchos siglos desde entonces, por dos razones:
1. Porque el sacerdocio de Cristo es eterno:
“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos - Jesús, el Hijo de Dios - mantengamos firmes la fe que profesamos” (Hb 4, 14).
2. Porque el sacerdocio de Cristo es celestial:
“Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se ‘sentó a la diestra’ del trono de la Majestad en los cielos” (Hb 8, 1).
Por eso recoge la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Concilio Vaticano II) Lumen Gentium que
“La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual ’Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado’ (1 Co 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (Cf. 1 Co 10,17). Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos”.
Produce, esto, un efecto vivificante en el mismo seno de la Esposa de Cristo porque la Santa Misa, por el memorial que se lleva a cabo, queda en la Santa Iglesia como un corazón que siempre está vivo que, al latir, hace llegar al Cuerpo místico la mismísima gracia que da vida y que no es otra que la sangre del Hijo de Dios, a la sazón eterno sacerdote.
Y también, en cada uno de los fieles católicos que celebran la Santa Misa, sacrificio de propiciación y memorial, vive un encuentro con aquello que es la obra de salvación del Hijo de Dios. Para ello, Jesucristo se ofrece, personalmente, a cada hermano en la fe, a cada fiel católico que celebra con dignidad espiritual la Eucaristía y se deja salvar por el Emmanuel porque ha aceptado la comunión con su vida que, entregándose en la Cruz, le ha ofrecido. Amor, así, a Cristo, que recibe en cada Eucaristía en la que participa.
Memoria, pues, que hace presente lo que fue para que siga siempre siendo. En memoria Suya, como dijo entonces.
3. Es un banquete sagrado
“En la misa el sacrificio y el banquete sagrado pertenecen a un mismo misterio, de tal manera que están íntimamente unidos. Pues el Señor se inmola en el mismo sacrificio de la misa cuando ‘comienza a estar sacramentalmente presente como alimento espiritual de los rieles bajo las especies de pan y vino’. Y Cristo entregó a la Iglesia, este sacrificio para que los fieles participen de él tanto espiritualmente por la fe y la caridad, como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la Cena del Señor es siempre comunión con Cristo, que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros”
En este apartado, el b), del punto 3 de la Instrucción “Eucharisticum Mysterium”, aprobada por Pablo VI el 13 de abril de 1967, vemos el sentido principal que, como banquete, tiene la Santa Misa. Y es que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestra alma ha necesidad de aquel alimento que la edifica, construye y hacer crecer. De otra forma quedaría diminuta, venida a menos que es, exactamente, lo mismo que le pasa a nuestro cuerpo si carece del alimento necesario para su sustento. Y es que el alma no puede quedar anquilosada en un tiempo pretérito cuando, a lo mejor, se la alimentó con alimentos de niño. No, debe nutrirse. Nada mejor, pues, que la Santa Misa para ello. Por eso poco antes, en el apartado a) del mismo documento, se dice que la Santa Misa es, también:
“Banquete sagrado, en el que por la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor el pueblo de Dios participa en los bienes: del sacrificio, pascual, renueva la nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor ‘hasta que vuelva’”.
Y es que no debemos olvidar que el banquete eucarístico tiene mucho que ver con el que será el propio del definitivo Reino de Dios y llamado, por eso, escatológico.
Pero bien, es el Cordero de Dios en el que se nos ofrece en la Eucaristía que, como acción de gracias, nos permite sembrar en nuestro corazón la buena semilla que lleva a la salvación eterna. Y tal salvación, por tanto, se nutre de un Cuerpo y de una Sangre que son los mismos (en cuanto, tras la transustanciación, son los de Cristo) que, en su momento, se entregaron al Padre en satisfacción de todos los pecados que el mundo había cometido. Por eso, a tal banquete se invita a todos los que creen en Dios Todopoderoso, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, sanador del corazón de los hijos del Creador y dador de la Vida que nos llena y nos permite vencer al Mal que anida en nosotros como semilla pútrida.
Somos, así, invitados a un banquete llamado Pascual por lo que supone de recordatorio de aquella muy especial Pascua de nuestro hermano Cristo que, como Pascua de sangre y de luz que ilumina nuestro paso, encamina nuestras pisadas y marca el destino, meta final gozosa, que no es otro que el Cielo, destino de las almas limpias de pecado. Y por eso los manjares que se nos sirven (pan y vino, Cuerpo y Sangre de Cristo) son algo más que simples especies porque son la razón primera de nuestra fe: establecidos por Dios a través del Hijo con el amor del Espíritu Santo.
En realidad, aquel “Tomad y comed… bebed” (Mt 26, 26-27) son mucho más que unas palabras santas. Y lo son porque tienen un significado profundo que remite a lo que supone, desde entonces, la comunión eucarística y, también, a la muy especial amistad que nace a partir de las especies pan y vino y su conversión en Cuerpo y Sangre de Cristo en quien las recibe. Al fin al cabo, como bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n.1382):
“Es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor".
Por tanto, en el banquete eucarístico, en la Santa Misa como tal, lo que se recibe es un signo de alegría. Tal es así porque se manifiesta la comunión (como antes hemos dicho) entre aquellos que participan en el mismo. Y es que la Santa Misa lleva a cabo el banquete que anunciara el profeta Isaías y que correspondería todos los pueblos (25,6-9):
“Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirán este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha hablado. Se dirá aquel día: ‘Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es Yahveh en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación’".
Al fin y al cabo, aquello que se quiere decir con todo esto es que el banquete que celebramos en la Santa Misa es un entrar en comunión con Cristo por parte de todos los católicos que participamos en el mismo formando, además, un solo cuerpo con el Hijo de Dios (1 Co 10, 16-17):
“La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”.
4. Es la forma en la que Dios acepta el sacrificio de Su Hijo
Hay un momento de la celebración Eucarística, la Presentación de las ofrendas, en el que se dice esto:
“Al ofrecer el pan, el sacerdote dice:
Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida.
Si el sacerdote lo ha dicho en voz alta, el pueblo aclamará:
- Bendito seas, por siempre, Señor.
El diácono o el sacerdote dice en voz baja mientras pone vino y un poco de agua en el cáliz:
El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
Al ofrecer el vino, el sacerdote dice:
Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros bebida de salvación.
Si el sacerdote lo ha dicho en voz alta, el pueblo aclamará:
- Bendito seas, por siempre, Señor.
El sacerdote, inclinado, dice en secreto:
Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.
Mientras el sacerdote se lava las manos, dice en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
El celebrante se va al centro del altar y, de cara al pueblo, dice:
Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El pueblo responde:
- El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”.
Vemos, pues, que el sacerdote ofrece el pan y el vino que, tras la transustanciación (que acaece en la Consagración de las especies), vienen a ser El Cuerpo y la Sangre de Cristo. Son, por eso mismo, el recuerdo exactamente presente del sacrificio que hizo el Hijo de Dios (entregó su Cuerpo y entregó, con él, su Sangre) que queremos sea aceptado por su Padre, Dios Todopoderoso. Y lo hacemos porque queremos que sea para nuestro bien, como piedras vivas que formamos parte de la Iglesia católica y, como es de esperar, para el bien de la propia Esposa de Cristo.
En realidad, en cada Eucaristía ofrecemos a Dios un sacrificio que queremos sea agradable (como se dice en la Presentación de las ofrendas) a su corazón y que, a partir de haber aceptado el mismo perdone nuestros pecados y limpie nuestra alma. Es, digamos, como la plasmación de un arrepentimiento que no ha dejado de ser manifestado desde el mismo momento en que sus discípulos más allegados se reunieron tras la Resurrección del Maestro para partir el pan. Desde entonces, podríamos decir, estamos ofreciéndolo al Creador en cada Santa Misa. Y queremos, por eso mismo, que el Padre vea nuestro corazón y quiera perdonar nuestra miseria. Por eso se lleva a cabo este sacrificio incruento, presente de uno que lo fue, y mucho, cruento.
Pero ¿por qué hacemos esto?
Podemos decir que lo que hacemos es aplicar aquello que, de meritorio, hizo Cristo, entregándose de pies y manos (en cruz, en la Cruz colgado) al corazón de Dios. Queremos confirmar, así, nuestro agradecimiento a Jesucristo por su entrega y afirmar que seremos escuchados por un Padre que entregó a su Hijo engendrado, no creado, para que el mundo fuese salvo, salvación que, por cierto, se verifica en cada celebración eucarística al permanecer actual el sacrificio que Cristo hizo, para siempre, en la Cruz.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Enlace a Libros y otros textos.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Santa Misa; Cristo presente. ¿Se puede pedir más?
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2 comentarios
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EFG
Amén.
Amar a Jesucristo debe significar para nosotros, poner toda la atención en la Santa Misa, sin hacer caso a las imaginaciones que el demonio va arrojándonos para que descuidemos los frutos espirituales maravillosos de la Santa Misa.
Quiero aprovechar desde aquí, que podemos tomar nota para participar una fecha especial, misa que todos los sacerdotes pueden hacer ese día 28 de junio por el 65 aniversario Sacerdotal de Benedicto XVI, podemos pedir a nuestro párroco que lo anote en la agenda. Y recemos el Santo Rosario por Benedicto XVI, pero cada día.
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