“Una fe práctica”- "¿Sirve para algo orar?"- ¿Dios escucha?
Una vez concluido con el texto del libro “Lo que pasa cuando te confiesas” pasamos a otro, ahora de título “¿Sirve para algo orar?
“En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.”
1 Jn 5, 14-15
Cuando nos reconocemos hijos de Dios, y nos damos cuenta de que eso ha de suponer algo en nuestra vida, acude a nuestro corazón algo sin lo cual no podemos vivir bien nuestra fe: la oración.
Orar es, se suele decir, no siempre fácil porque abunda en nuestra vida mucho que nos distrae de tan sana práctica espiritual. Es decir, repetir oraciones que hemos aprendido cuando, de niños, se nos enseñaron o, ya de mayores si se trata de una conversión posterior, no encierra problema alguno. Otra cosa es lo que eso pueda significar para nosotros. Pero, en verdad, si bien es fácil decir muchas veces oraciones como el Padre nuestro, el Ave María o el Gloria (la básica trilogía espiritual del Creyente católico) no es tanto profundizar en la oración, ir más allá, llegar más lejos con y en ella.
Sin embargo, sabemos más que bien que la oración es muy necesaria. Es más, una vida sin oración viene a ser como un querer y no poder o, mejor, un saber y no querer ejercer de lo que somos.
Hay grandes maestros que han escrito sobre la oración. En ellos podemos inspirarnos para llevar una vida de fe profunda y adecuada a nuestro corazón que ama a Dios, Quien lo creó y mantiene.
Por ejemplo, San Francisco de Sales, en su importante obra de título “Introducción a la vida devota” nos dice, en la Segunda parte de la Introducción (Capítulo I) esto que sigue:
“La oración al llevar nuestro entendimiento hacia las claridades de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias, y nuestra voluntad de sus depravados afectos; es el agua de bendición que, con su riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros buenos deseos, lava nuestras almas de sus imperfecciones y apaga en nuestros corazones la sed de las pasiones.”
También podemos traer aquí lo dicho, a tal respecto, por Santa Teresa de Jesús. Es bien cierto que los escritos de la Doctora de la Iglesia (El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció este título), nacida en Ávila hacen especial hincapié en el espíritu de oración, en cómo practicarlo y, sobre todo, en los frutos que produce una buena práctica orante. Es más, teniendo en cuenta el tiempo que le tocó vivir y la labor que desempeñó en lo tocante a la fundación de conventos, tal espíritu de oración (que reflejan sus obras escritas) muestra el propio vigor de la santa y, más que nada, su capacidad de recogimiento.
Pues bien, en las “Moradas del castillo interior” (Moradas Primeras, capítulo 1, 7) dice esto:
“Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras.”
La oración, para un creyente católico, ha de ser un instrumento espiritual sobre el que construir su vida. Sin oración, en verdad, no hay vida cristiana porque la misma supone ponernos en comunicación directa con nuestro Creador como muy bien nos dice los tres autores traídos aquí.
Pero también podemos acogernos a las Sagradas Escrituras donde la oración es puesta, muchas veces, en práctica por aquellos que, inspirados por Dios, han sabido dejar escrito lo que tanto bien nos hace.
Así, con el Salmo 139 también pedimos algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:
“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”
Porque el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios. Y con la oración lo recorremos en la seguridad de no ser nunca abandonados por nuestro Creador.
En realidad, la oración, orar, para nosotros los hijos de Dios, debe ser como el alimento que hace crecer nuestro corazón y nuestro espíritu. Es decir, que a menor oración, menor será el crecimiento de los mismos y, por tanto, la falta de desarrollo de la relación que debemos mantener con nuestro Creador. Y al contrario: a más oración, más profunda y cercana será la que mantengamos con el Todopoderoso.
Arriba hemos dicho que desde que somos niños llegan a nuestro corazón unas palabras que, nos dicen, nos ponen en contacto con Dios. Eso, así dicho y al principio, no solemos comprenderlo. Sin embargo, nos sirve para ir creyendo que nuestra fe tiene su base en una práctica que debemos tener como gozosa y no como actuación aburrida o, en exceso, repetitiva.
Luego, cuando crecemos físicamente también debemos hacerlo espiritualmente. Eso supone que aquellas oraciones aprendidas en la infancia han de haber sido practicadas muchas veces. Pero eso no es suficiente. Y es que ha de aparecer en nuestra vida una oración, digamos, extensiva. Es decir, no debemos olvidar que el contenido de la oración puede ser, es, muy diverso: la oración de alabanza o adoración, la que es de petición (o de súplica) y de intercesión (si pedimos para otros), la de acción de gracias y la oración de alabanza.
Así, por ejemplo, alabamos a Dios cuando le manifestamos que agradecemos su especial miramiento por su descendencia y que tenemos por muy de tener en cuenta lo que ha hecho por cada uno de nosotros. Así adoramos, así alabamos a Quien todo lo ha hecho y mantiene.
Y pedimos, suplicamos. Es, seguramente, la forma con la que más nos dirigimos a Dios. Y es que tenemos mucho por lo que hablar con el Creador en este sentido. A este respecto podemos pedir, digamos, cosas materiales (a cualquiera se le ocurren algunas) o cosas espirituales (vencer un defecto, acercarnos más al Padre, a rezar mejor…)
Siempre es importante no olvidarse nunca del prójimo. Es decir, debemos tener por bueno y verdad que Dios ha de recibir con alegría que un ser humano no pida para sí mismo siempre sino que tenga en cuenta a quien pueda necesitar ayuda. Y es que así se muestra una escasez de egoísmo que, en orden a acumular para la vida eterna, nos viene la mar de bien.
Y podemos pedir perdón. Sí, en la oración podemos decirle a Dios que hemos pecado. Es cierto que ya lo sabe pero no por eso vamos a dejar de cumplir una obligación básica como es reconocer lo que somos: nada y pecadores. Eso, de todas formas, no quita ni disminuye la necesidad de acudir al Sacramento de la Reconciliación o, por decirlo de otra forma, no nos hace innecesaria la confesión.
Hay, sin embargo, una forma de orar, un sentido de darle a la oración, que tiene que ver, lo que más tiene que ver, con nuestra propia realidad. Nos referimos a la oración de acción de gracias.
Tenemos por verdad el dicho que refiere que es “de bien nacidos ser agradecidos”. Y nosotros, que hemos nacido por voluntad de nuestro Creador, ¿no vamos a agradecer, al menos, eso?
Sin embargo, hay mucho más que agradecer. A cualquiera se le ocurrirían, ahora mismo, decenas de realidades y circunstancias por las que dar gracias a Dios.
En primer lugar, porque nos ama. Dios nos ama y eso lo sabemos tan sólo con mirarnos a nosotros mismos: nos ha hecho así, como somos y, como diría san Juan, ¡lo somos!
Pero también podemos darle gracias por aquello que tenemos. Y es que solemos creer que nuestras cosas materiales son nuestras por nuestra actividad laboral. Es cierto que eso es así pero todo viene, como diría Jesús a Pilatos refiriéndose a su poder, de “arriba”. Y arriba ya sabemos Quién está.
Pero también podemos dar gracias por aquello que, no teniendo carácter positivo, nos acaece. ¡Sí!, también debemos dar gracias a Dios por la enfermedad o por los malos momentos por los que estemos pasando. Y no se trata de manifestar actitud masoquista alguna ante nuestra realidad sino de saber ser capaces de sobrenaturalizar tales sufrimientos y llevarlos al corazón de Dios manifestando fidelidad a nuestro Creador.
Y, por supuesto, y muy relacionado con lo que hemos dicho arriba, podemos dar gracias a Dios por perdonarnos siempre. Y, aunque eso no suponga para nosotros una especie de patente de corso para hacer lo que nos plazca, no podemos negar que tener tal esperanza hecha realidad es algo más que bueno.
Y ofrecernos. También, en la oración, podemos ofrecer a Dios, por ejemplo, algo que nos cuesta hacer. Se lo regalamos en la oración, lo entregamos a su corazón para que lo acaricie y lo transforme en dones para sus hijos; también le podemos ofrecer que no volveremos a pecar (a modo de voto particular o privado) o que vamos a hacer determinado sacrificio que sabemos, por nuestra forma de ser, que nos cuesta mucho llevar a cabo.
Eso en cuanto al contenido de la oración. Pero tampoco podemos olvidar que una tal práctica espiritual tiene una forma de hacerse. Es decir, nosotros podemos orar de una forma o de otra.
Dice, a tal respecto, el Catecismo de la Iglesia católica (2699) que “La tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.”
Vemos, pues, que la oración puede ser de tres tipos: vocal, meditada o contemplativa.
Si nos referimos a la primera de ellas es la que se expresa mediante palabras articuladas o pronunciadas. Sin embargo, se tiene por este tipo de oración aquella que hace uso de fórmulas preestablecidas y conocidas por todos los creyentes (el Padrenuestro o el Avemaría) porque están tomadas de la Biblia o las que vienen de la tradición espiritual como, por ejemplo, el Beni Sancte Spiritus, la Salve, el Señor mío Jesucristo, etc. o, por último, aquellas que, como la jaculatoria, expresan de forma breve un pensamiento espiritual y de fe.
En cuanto a la oración a la que se aplica el término de “meditación” supone la orientación del pensamiento hacia Dios y, desde el Creador, mirar hacia el propio existir para valorarlo y acomodarlo a la propia vida y a la comunión que la une con el Todopoderoso. También se la llama “mental”.
Es bien cierto que la meditación supone la realización de un esfuerzo interior que va más allá del que se realiza para orar vocalmente. Por eso el Catecismo (2705) dice de ella que es “sobre todo, una búsqueda” y toda búsqueda supone, siempre, un esfuerzo a llevar a cabo.
Y, por último, la llamada “oración contemplativa” es una forma de llevar a cabo la experiencia cristiana de relacionarse con Dios a la que también se denomina “oración interior” u “oración del corazón”. Lo que se pretende con este tipo de oración es buscar silencio para estar con Dios pues, como dijo san Pablo “somos templo del Espíritu Santo” (cf. 1 Cor 3, 16).
Es bien cierto que este tipo de oración, para poder llevarlo a cabo, se necesita un esfuerzo mayor que para las otras dos formas. Sin embargo, no se trata de una que sólo esté destinada a ser llevada a cabo por personas religiosas en sus claustros y comunidades contemplativas. No. Ciertamente, no es fácil contemplar, en el sentido interior a que nos referimos. Sin embargo, este tipo de oración es, al contrario de lo que gusta al Enemigo suscitar en nuestro corazón, para todo aquel creyente que anhele buscarla pues, como dice Santa Teresa de Jesús la oración contemplativa es la “Fuente de Agua Viva” de la que Jesús habla a la samaritana junto al pozo de Jacob. Y ya sabemos, a tal respecto, lo que le dijo Cristo: “todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed” (Jn 4, 13).
De todas formas, el fruto que debemos querer obtener de la oración es triple:
1. Descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida.
2. Hacernos dóciles a la voluntad de Dios.
3. Que se la voluntad de Dios la que rija nuestra existencia.
Ya vamos viendo que orar, lo que se dice orar, se puede hacer de muchas formas o, mejor, hay muchos tipos o clases de oración. No podemos decir, por tanto, que el campo sea poco amplio y que no sepamos a qué atenernos.
Acabemos, ya, esta introducción con algo dicho por San Agustín que tiene todo que ver con la oración y con lo que con ella pretendemos. Nos nuestra el converso africano algo muy importante como es que una cosa es lo que queremos y otra, muy distinta, lo que nos conviene:
“A veces no tenemos lo que pedimos en la oración porque: oramos mal, o sea sin atención o sin fe. U oramos siendo malos, o sea sin querer mejorar nuestra conducta. O pedimos cosas que nos hacen mal, por ejemplo bienes materiales que podrían hacer más mal que bien a nuestra eterna salvación. Pero toda oración es escuchada, y si Dios no nos da lo que pedimos, nos dará algo que será mucho mejor.”
Confianza, pues, en Dios, es lo que nos corresponde tener cuando oramos al Padre Todopoderoso. Él siempre sabe lo que nos corresponde tener o alcanzar.
2- ¿Dios escucha?
Es bien cierto que los creyentes católicos, al menos si nos atenemos a lo que creemos, queremos hablar con Dios a través de la oración. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en las que nos asalta la terrible pregunta: ¿Dios me escucha?
Esta pregunta no es, por sí misma, una manifestación de duda en la fe que tenemos; ni siquiera puede llegar a ser un no saber qué pasa con lo que decimos en la oración. Lo que nos preguntamos es cómo, el Creador, tiene en cuenta lo que le decimos.
A este respecto, el Salmo 143 aporta una lección muy importante. Y es que dice esto:
“Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.
El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.
Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
Escúchame enseguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.
Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.
Por tu gracia, destruye a mis enemigos,
aniquila a todos los que me acosan,
que siervo tuyo soy.”
Aquí vemos como el salmista (y cada uno de nosotros si así lo queremos) se dirige a Dios con unas peticiones lógicas: escucha, Padre, lo que te digo; me encuentro en una mala situación y necesito tu sustento y tu auxilio. Hay aquí, pues, confianza en ser escuchado por parte de Dios a quien se le invoca por su clemencia y por su gracia, por su santa Voluntad y por ser refugio de los necesitados.
La confianza en que Dios nos escucha cuando oramos no ha de ser algo anecdótico sino que ha de reflejar una fe y, en general, ser expresión de fidelidad y muestra de que la filiación divina es una realidad que nos creemos.
Sin embargo, y antes de seguir con esto, traemos aquí una serie de casos en los que el Creador no puede hacer caso o, mejor, hace caso omiso, cuando oramos de una muy determinada manera en la cual, a lo mejor, caemos más de una ocasión:
1. Si pedimos mal o con exceso de motivos personales y egoístas: “Si piden algo, no lo consiguen porque piden mal; y no lo consiguen porque lo derrocharían para divertirse”. (Santiago 4,3) Muchos pedimos cosas malas: la amante o el amante “la muerte del esposo(a), el violador encontrar una víctima, el delincuente que no sea descubierto” Dios no puede responder positivamente a tal petición. Y no puede porque siempre da lo mejor que tiene: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, “cuánto más el Padre del Cielo dará espíritu santo a los que se lo pidan” (Lucas 11, 13).
2. Porque no es el tiempo oportuno de pedir. Por ejemplo, Abraham tuvo que esperar 40 años para recibir la promesa que Dios le había hecho. Génesis 18; 14; “Pues hay para cada cosa un tiempo y un criterio” (Ecle 8,6).
3. Cuando nos dirigimos a Dios, en oración, sin la necesaria fe. “Pero hay que pedir con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar que están a merced del viento. Esa gente no puede esperar nada del Señor, son personas divididas y toda su existencia será inestable.” (Santiago 1, 6-8).
4. Si al pedir oramos sin quitar, borrar o hacer desaparecer, la maldad de nuestros corazones: “Si hubiere visto maldad en mi corazón, el Señor no me habría escuchado”. (Salmo 66, 18).
5. Cuando oramos negando la Ley de Dios sin obedecerla: “El que se niega a escuchar la Ley, hasta su oración indispone a Dios” (Pro 28,9); “Pero ellos no quisieron que les hablara, me volvieron la espalda y se tapaban los oídos para no escucharme;” endurecieron el corazón como el diamante. Rechazaron la Ley y los mensajes que Yahvé de los Ejércitos les mandaba por medio de los antiguos profetas, a los cuales inspiraba. Yahvé se enojó mucho con esto, y se les dijo: Si ustedes no le hacen caso cuando él los llama, también ustedes gritarán sin que Él los atienda” (Zacarías 7, 11-13).
6. Si, cuando oramos, manifestamos un servicio indigno a Dios: “Miren, ustedes presentan sobre mi altar alimentos impuros. Ustedes seguramente replicarán: ‘¿En qué te hemos profanado?’ ‘Lo han hecho cuando han pensado que la mesa de Yahvé no merece respeto. Cuando ustedes traen para sacrificarla una bestia ciega, o cuando presentan una coja o enferma, ¿creen que actúan bien? Llévasela al gobernador a ver si queda contento o si te recibe bien, dice Yahvé de los ejércitos. Así es como ustedes piden a Dios sus favores. Pero, ¿creen ustedes que los atenderá?’” (Malaquías 1, 7-9).
7. Si oramos habiéndonos apartado del Creador: “Esto dice Yahvé respecto de este pueblo: ¡Cómo les gusta correr de acá para allá, si no paran un momento! Yahvé no los quiere, pues se acuerda ahora de sus crímenes y del castigo que merecen. Y añadió Yahvé: No ruegues por la felicidad de este pueblo. Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque me presenten holocaustos y ofrendas, no los aceptaré. Al contrario, me preparo para acabar con ellos por la espada, el hambre y la peste” (Jeremías 14, 10-12) Abundando en esto nos dice el Señor en el Libro de los Proverbios: “¿Se van a rehusar cuando los llamo, no van a poner atención cuando les tiendo la mano?, ¿No quieren hacer caso de mis consejos y rechazan mis advertencias? Yo también me reiré de su miseria, me burlaré cuando el miedo los domine, cuando les llegue el huracán del terror y se los lleve el torbellino de las desdichas, cuando queden bajo el peso de la miseria y de la angustia. Entonces me llamarán pero no responderé, me buscarán pero no me hallarán” (Proverbios 1,24-25.28).
8. Cuando oramos sin tener en cuenta las necesidades de los más necesitados: “El que pone oídos sordos al grito del afligido, cuando llame no le responderán” (Proverbios 21, 13).
9. Cuando oramos con hipocresía: “Entre tanto se habían reunido miles y miles de personas, hasta el punto de que se aplastaban unos a otros. Entonces Jesús se puso a decir, especialmente para sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lucas 12,1).
10 Cuando oramos con soberbia y orgullo en nuestro corazón: “Dios resiste a los orgullosos, pero hace favores a los humildes” (Santiago 4,6).
11. Cuando oramos sin haber perdonado: “Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas” (Marcos 11, 25-26).
12. Cuando oramos sin la necesaria humildad: “También ustedes, los más jóvenes, sean sumisos a la autoridad de los Presbíteros. Traten de rivalizar en sencillez y humildad unos con otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes”. (1 Pedro 5, 5).
13. Cuando oramos habiendo maldecido a nuestros padres: “¿Ha maldecido a su padre y a su madre? Su lámpara se apagará en el lugar más oscuro” (Proverbios 20,20) y “El que deja sin nada a su padre y echa a su madre es un hijo infame y desnaturalizado” (Proverbios 19, 26). A este respecto no nos conviene, para nada, olvidar lo que se dice en Mc 7,10: “Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’ y: ‘el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’”. Y entendemos que se refiere a la eterna.
14. Los que oran justificándose a sí mismos: “El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano, Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas’. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador’. Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado y el que se humilla será enaltecido.” (Lucas 18, 11-14).
Es bien cierto que Dios, que es bueno y misericordioso, sabemos que también es justo y, por eso mismo, no podemos esperar que nos escuche (en el sentido aquí dicho) si caemos en uno de los casos citados arriba. Más aún, si concurren varios de ellos.
Entonces ¿es imposible que Dios nos escuche?
No, es más probable que nos escuche pues, aunque seamos pecadores, siempre podemos estar en la seguridad de que el Padre espera nuestra oración y, sobre todo, porque tiene con nosotros una paciencia infinita.
Si nos escucha, como nos escucha, ¿en qué ocasiones, cuándo?
Pues, por ejemplo:
1. Cuando no hay egoísmo en nuestra oración.
2. Cuando oramos en el momento espiritual en el que nos corresponde orar.
3. Cuando oramos con verdadera fe, sin fingimiento de la misma.
4. Cuando oramos sin maldad en nuestro corazón.
5. Cuando oramos obedeciendo a la Ley de Dios.
6. Cuando, al orar, lo hacemos sin indignidad.
7. Cuando oramos sin habernos apartado de Dios.
8. Cuando oramos teniendo en cuenta las necesidades de los más necesitados.
9. Cuando oramos sin hipocresía.
10. Cuando oramos sin soberbia u orgullo.
11. Cuando oramos después de haber perdonado y sin tener el corazón limpio.
12. Cuando oramos humildemente.
13. Cuando oramos sin haber maldecido.
14. Cuando oramos sin justificarnos.
15. Cuando oramos sometiéndonos a la santa Providencia de Dios.
De todas formas, a pesar de tener unos criterios básicos de entendimiento de cuándo Dios escucha nuestra oración, no podemos negar que muchas personas católicas, cuando oran, creen que la oración no es más que una consolación de la que hacemos uso para poder vivir una vida menos angustiosa o angustiada. A lo mejor hasta anida en su corazón una terrible duda: ¿Dios, realmente, existe?
Ya podemos imaginar que este tipo de oración tendrá, así planteada, escaso éxito.
Otros, sin embargo, creen verdaderamente en la existencia de Dios pero pueden estar preguntándose si es que Dios, que ha de estar muy ocupado, se va molestar en escuchar lo que le están diciendo. Es como si el Todopoderoso no tuviera interés en escuchar nuestras peticiones (cuando de eso se trate, claro está) que, muchas veces, hasta nosotros mismos consideramos ridículas por la nadería que, a su lado, suponen.
Tanto una actitud como la otra (más la primera de ellas) supone establecer una clara barrera entre Dios y nosotros. Eso quita fuerzas a la oración porque se asienta sobre una duda que, al fin y al cabo, hace minusvalorar tal práctica espiritual.
Debemos, por tanto, afirmar que, en efecto, ¡Dios nos escucha!
No se trata de una especie de acto voluntarioso como quien dijera que defiende eso porque es la mejor manera de poder seguir orando. ¡No! Sabemos, por fe, que es así. Pero, además, fue el mismo Hijo de Dios quien dijo “Pedid y se os dará, buscar y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque el que pide, recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abrirá” (Mt 7, 7-8).
No es poco lo que dice Jesucristo en este texto de quien fuera recaudador de impuestos: hay que pedir (orar), hay que llamar a la puerta del corazón de Dios, hay que buscar en el corazón del Padre pues quien eso no hace no resultará fácil que encuentre nada y, menos aún, respuesta.
Dios escucha, pues, a quien le habla y le habla sin duda alguna sobre la posición que ocupamos cada uno de nosotros frente al Creador. Porque Cristo no dijo “Pedid y a lo mejor se os dará” o “buscad y hasta es posible que encontréis” o, por fin, “llamad y a lo mejor se os abre”. No. Lo dijo de forma positiva: “se os”, “se os”. Eso es lo que dice Quien puede decirlo al ser Dios hecho hombre.
Al respecto del orar no podemos olvidar que toda fórmula de oración, toda petición, debería culminar con el sometimiento a la Voluntad de Dios. Es decir, cuando oramos dirigiéndonos al Padre sólo podemos terminar diciendo “si esta es tu voluntad” porque, de otra forma, estaremos pidiendo de forma poco adecuada. Y es que el creyente católico que quiere que Dios le escuche ha de saber que, en efecto, le escuchará pero que se debe atener a lo que Dios cree, porque lo sabe, que es más conveniente para quien pide o a favor de quien se pida.
No podemos negar que, en muchas ocasiones, nuestro corazón alberga dudas. Es decir nosotros hacemos emerger del mismo (recordemos que es Cristo mismo quien dice que de ahí sale todo) alguna que otra duda que corroe nuestra vida espiritual. Si las mismas tienen como objeto la oración no es difícil darse cuenta del resultado, de cuál será: alejamiento de Dios.
Dios, que siempre quiere vernos cerca de sí no puede dejar de atender nuestras solicitudes de atención. Por eso nuestra oración ha de abocarse al Amor misericordioso del Todopoderoso y esperar su respuesta. En realidad ¿cómo es posible que no nos escuche Quien vive en nosotros en nuestro corazón que es templo de su Espíritu? También podemos preguntarnos cómo es posible que no nos escuche quien siempre nos espera y sólo necesita un gesto por nuestra parte (una oración sencilla, para empezar, por ejemplo) para estar con nosotros con efectividad espiritual.
Sólo cuando nos sentimos escuchados por el Creador nos podemos sentir, a su vez, hijos suyos pues sólo quien sabe que su Padre le escucha puede dejar de tener dudas acerca de ser escuchado por Quien le ha dado la vida. Y es que así muestra que nos ama, que goza con nuestra llamada y que, en fin, sabe ser solícito según sean nuestras necesidades.
Eleuterio Fernández Guzmán
…………………………..
Por la libertad de Asia Bibi.
……………………..
Por el respeto a la libertad religiosa.
……………………..
Enlace a Libros y otros textos.
……………………..
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Orar no es sólo, importante sino muy conveniente.
…………………………….
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
…………………………….
InfoCatólica necesita vuestra ayuda.
Escucha a tu corazón de hijo de Dios y piedra viva de la Santa Madre Iglesia y pincha aquí abajo:
Y da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.
2 comentarios
---
EFG
Gracias por la corrección. Un abrazo.
Dejar un comentario