Un amigo de Lolo – Dios mismo lo dice con toda claridad
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.
Dios mismo lo dice con toda claridad
“¿Para qué os voy a engañar? Mi camino tiene más espinas que rosas, aunque en el triunfo de la primavera esté siempre la flor. Quien tiene sed de Mí, desde ahora mismo le prometo que he de saciarle, pero no le quito que beba hiel, se mire las manos y vea los agujeros o toque su costado y sienta las yemas mojadas por la sangre que la va manando del atropello que sufren los demás.”(Reportajes desde la cumbre, pp. 154-155)
Este texto es claro en muchas cosas. Desde el primer momento no se duda acerca de la verdad de la realidad que nos toca vivir a los creyentes en Dios Todopoderoso y en su Hijo Jesucristo. Y eso, se diga lo que se diga, nos viene la mar de bien.
Quien quiera seguir a Cristo sabe, porque lo hemos visto a lo largo de la historia y el Hijo de Dios mismo lo dijo, que se tendrá que enfrentar a muchas situaciones, digamos, no agradables desde el punto de vista humano. Eso no es ningún secreto aunque a veces lo pueda parecer para según qué tipo de comportamientos.
Ya desde el principio, el discipulado del Maestro tuvo problemas. Muchos, que no querían ni ver a Jesús hicieron todo lo posible para que los que le seguían siguieran su mismo camino. No iban a poder, claro está, con la Iglesia que había fundado el Hijo de Dios pero, a fe, que intentaron hacerlo.
Lo mismo pasa hoy mismo. Y es que las palabras aquí traídas no tienen, digamos, un tiempo para ser aplicadas: mientras haya Iglesia de Cristo, Iglesia Católica, esto que aquí se dice ha de pasar. Y como sabemos que nadie podrá contra ella… lo bien cierto es que no hay un tiempo en el que, digamos, esto se vaya a acabar: el camino que lleva al definitivo Reino de Dios no ha sido fácil, no es fácil ni nunca será fácil. Y empezando por nosotros mismos.
Sin embargo, lo mismo que pasa con la semilla que muere a sí misma para, luego, dar fruto, ha de pasar con nosotros: debemos morir a nosotros mismos, cambiar el corazón y, cogiendo nuestra propia cruz (o cruces) ir tras Cristo y la suya. Sólo así podremos alcanzar la vida eterna que, como se supone, es el anhelo de todo hijo de Dios y discípulo del Suyo.
Pero, para eso, es necesario querer. Es decir, ya dejó dicho Cristo que quien crea y se convierta se salvará pero que quien no crea y no se convierta… no se salvará. Y eso quiere decir mucho más de lo que parece: primero, que es necesario creer, luego que es necesario convertirse. Y no hay otra forma de caminar que nos sea provechosa.
Avisa, sin embargo, Dios mismo, Cristo mismo. Y es que es muy bueno y gozoso seguir al Emmanuel. Eso nos promete tanto que todo lo demás queda en nada y se pierde en la fosa del olvido. Y es que no vale la pena otra cosa que no sea, precisamente, seguir a Quien nos lleva a donde queremos llegar. Sin embargo, eso no quiere decir que la otra cara de la moneda de tal seguimiento no sea agria o no tenga acidez espiritual.
Cristo sabe, porque le pasó a Él mismo, que beber el cáliz que quita la sed de eternidad puede suponer sufrimiento. Y aceptó y lo bebió. Y sufrió.
Pero hay, incluso tras esto, algo más. Y tiene que ver con la entrega por los demás y con lo que supone ser hermano de todos los hijos de Dios.
Queremos decir que aunque se sufra, y se sufre; que, aunque se sangre, y se sangra, hay otro, un prójimo a quien debemos amar. Es la sangre del que sufre, el otro ser hijo de Dios, la que debe, también, importarnos. En tal realidad está encerrado el Amor de Dios y la misericordia que quiere para cada uno de sus hijos.
Y es que no podemos negar que Dios no diga las cosas con toda claridad.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
¡Qué bien que el Hijo de Dios nos diga las cosas con tanta claridad!
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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