Cuando nace María nace la Madre de Dios y de Cristo y pasa mucho más de lo que parece
Quizá esto que vamos a decir ahora pueda causar extrañeza. Y puede causarlo porque tenemos la costumbre (que no es que sea mala pero no es del todo adecuada) de celebrar ciertos días del año espiritual y hacer como si el resto de días no tuvieran nada que ver con tales días.
Así, por ejemplo, el 25 de diciembre celebramos el nacimiento del Hijo de Dios. Es decir, tenemos tal fecha como la de su nacimiento. Sin embargo da la impresión de que el resto del año (364 días o 365 si es año bisiesto) toda la ternura que tal día nos trae, todo lo que supone para nuestro corazón que nazca Quien, en definitiva, nos va a salvar, no importe para nada o, como mucho, fuera algo que queda tan lejano como días falten para otra Navidad.
Queremos decir, con esta pequeña introducción, que la fe no tiene días concretos para celebrarla sino que siempre es Navidad (que es el ejemplo que hemos puesto arriba) y, por tanto, los buenos efectos espirituales que pueden apreciarse en tal día (y en los anteriores y posteriores) deberían durar, exactamente, todos los días que queden del año hasta otra Nochebuena.
Todo eso era para decir que hoy también celebramos el día de la Inmaculada Concepción de María.
-No, usted está equivocado. Hoy celebramos el día de la Natividad de María. De su nacimiento, vamos.
-Claro, pero ¿qué pasó antes de que naciera?
-¿Cómo dice usted?
-Es que, de verdad, tiene usted una fe demasiado cuadriculada. Pero se lo explico.
Lo que queremos decir es que, para que María naciera antes debía ser concebida. Y por fe, y por maravillosa intervención de Dios, aquella mujer que sería, al fin y al cabo, su madre, iba a ser concebida sin la mancha del pecado original. Por eso, en tal sentido, también debemos celebrar, hoy sobre todo, la misteriosa verdad que dice que María, de la que celebramos hoy su nacimiento, fue concebida sin el primer misterium iniquitatis.
-Perdone, pero eso del latín…
-Pues sencillamente, así se le llama al pecado: misterio de iniquidad. Y es que no me negará usted que no es un misterio el hecho de que, sabiendo que no debemos pecar… caigamos siempre en la misma o distinta piedra.
-Bueno, visto así.
Exactamente. Así debemos ver las cosas espirituales que tienen que ver con nuestra fe.
Volvamos, tras estas pequeñas y sencillas aclaraciones, a lo de hoy.
Dios todo lo tenía previsto. Es decir, su santa Providencia (que no el azar, la suerte o algo por el estilo) estableció que el hombre debía salvarse. Pero para eso debía corregirse la gran desviación que se había ido produciendo a lo largo de la historia desde que escogió a un pueblo para que fuera el suyo y, el mismo, le salió rana (se torció, mudó su forma de ser… se echó a perder)
Podemos imaginarnos a Dios escogiendo a una mujer. Recordemos que el Creador lo ve todo y que conoce todo. Por tanto, no debió esperar a que naciera aquella mujer sino que sabía qué se iba a producir. Debía, de todas formas, contar con la voluntad de la que iba a ser su madre al serlo de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
Y escogió a un matrimonio (Joaquín y Ana) y les brindó la posibilidad de tener una hija que iba a ser entregada a sí mismo, a Dios Todopoderoso. Y decimos lo de la posibilidad porque, al parecer, Ana era una mujer de cierta edad y, como a Isabel (la esposa de Zacarías) y madre de Juan que sería el Bautista, parecía que no iba a tener descendencia. Tampoco nos extrañaría nada que la llamara estéril, como a Isabel.
Pero, como para Dios no hay nada imposible (no hay más que mirar alrededor para darnos cuenta de esto) hizo que de aquella mujer naciera una niña. Hizo, además, que naciera sin la mancha del pecado primero, el que cometieran Adán y Eva pecando, además, de soberbia y excesivo orgullo humano.
Aquella niña iba a nacer para cumplir una misión grande. Por eso, seguramente (por haber nacido cuando nadie lo esperaba) decidieron Joaquín y Ana dedicarla al Señor. Y por eso, también seguramente, María, ya sabiendo lo que hacía, se consagró a Dios y no quiso mantener relaciones sexuales con varón alguno (de ahí su extrañeza ante lo que le diría, años después, el Ángel Gabriel: no conocía varón y no era su intención conocerlo, en tal sentido)
El caso es que hoy celebramos el nacimiento de María, la Virgen, la Theotokos llamada por ser Madre de Dios. Y aunque para nosotros, simples mortales más dados a no contemplar más de lo que pasa hoy mismo, eso sea un misterio que sólo en el Cielo seremos capaces de comprender y entender, nos basta con saber y creer que María, Madre de Dios, de Cristo, y Madre nuestra, nació un tal día como hoy. Al menos, tal es nuestra fe.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Nace María y el mundo se prepara para una nueva creación.
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