Falsedades acerca de la Iglesia católica – ¡Qué cerrilidad con el divorcio!
-Vamos a ver si encontramos algo de luz.
-Eso, eso, veamos…
Es bien cierto que a la Iglesia católica y, por extensión, a los católicos, se le tiene, se nos tiene, por parte de muchos, una manía ciertamente enfermiza.
Si creen que exagero les pongo lo que suele decirse de la religión católica, de la fe católica y, en fin, de la Iglesia católica. Aquí traigo esto para que vean hasta qué punto puede llegar la preocupación por un tema que es, ciertamente, falso.
Se suele decir que:
La fe católica está manipulada por la jerarquía.
La fe católica no va con los tiempos.
La fe católica ve poco sus propios defectos.
La fe católica pretende adoctrinar al mundo.
La fe católica está alejada de la realidad.
La fe católica defiende siempre a los poderosos.
La fe católica quiere imponer sus principios.
La fe católica no sabe cómo van los tiempos.
La fe católica está anquilosada.
La Iglesia católica acumula riquezas inmensas.
La Iglesia católica busca el poder aunque sea de forma escondida.
La Iglesia católica no acepta cambios en sus doctrinas.
La Iglesia católica es gobernada por una jerarquía carca.
La Iglesia católica no comprende la política actual.
La Iglesia católica esconde sus propios defectos.
La Iglesia católica no actúa contra determinados delitos que ocurren en su seno.
La Iglesia católica tiene muchos privilegios (sociales, económicos, educativos…)
Y a esto, se podían añadir muchas cosas, muchas acusaciones que están en mente de cualquiera.
¿Qué les parece a ustedes?
¡Qué cerrilidad con el divorcio!
Antes de empezar, les digo que espero sepan perdonar el palabro “cerrilidad” pues con el mismo queremos expresar cierta actitud cerril que se le atribuye a la Iglesia católica al respecto de su oposición al divorcio.
Y es que, en realidad, todo eso viene, como diría la Sagrada Escritura, del mismo Principio de la humanidad.
Un tiene aprendido que en todo matrimonio existe un testigo, llamado, privilegiado, que es el sacerdote. Hace las veces de Dios en el sentido entendible según el cual el Creador cuando dijo esto (Génesis 1, 26-28):
“Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.”
quiso decir lo que dijo. Y luego, cuando Cristo dijo esto (Mc 10, 6.12):
“Pero desde el comienzo de la creación, = El los hizo varón y hembra. =7= Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, = 8= y los dos se harán una sola carne. = De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.1 10 Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: ‘Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio’”.
quiso decir lo que dijo porque no podía decir otra cosa. No había venido a derogar la Ley de Dios sino a hacerla cumplir.
El caso es que la cosa es diáfana, es más clara que el agua y no hay duda alguna acerca de qué es y de qué debemos creer. Y es que lo debemos creer por obligación grave: no es admisible el divorcio para un católico. En todo caso, nos vale la nulidad matrimonial que no es, como podría sostenerse, un divorcio católico porque declararla supone que nunca hubo matrimonio válido desde el punto de vista católico. Luego no se trata de un divorcio entre los fieles discípulos de Cristo que formamos la llamada Iglesia universal sino de otra cosa muy, pero que muy distinta. Y el divorcio es algo que queda muy alejado de nuestra fe y, ¡sobre todo!, de la voluntad de Dios. ¿No valen, acaso, los textos aquí traídos?
La Esposa de Cristo, por tanto, ni puede ni debe hacer otra cosa que lo que hace al respecto del divorcio.
Por otra parte, san Pablo dejó escrito esto en 1 Cor 7, 10.11:
“A los casados, en cambio, les ordeno –y esto no es mandamiento mío, sino del Señor– que la esposa no se separe de su marido. Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y que tampoco el marido abandone a su mujer”.
¿Lo ven, ustedes?: no es mandato del convertido a Cristo que antes perseguía a sus discípulos sino del propio Maestro. Y es que donde hay patrón no puede mandar marinero…
Y es que, ser cerril, significa, al referirse a una persona:”Que se obstina en una actitud o parecer, sin admitir trato ni razonamiento”.
¿Puede, la Iglesia católica, razonar al respecto del divorcio? ¿Puede admitir trato al respecto del divorcio? Es más: ¿debe obstinarse la Iglesia católica en no admitir el divorcio ni sus consecuencias eclesiales?
Contestamos rápidamente: ni puede razonar al respecto del divorcio como si se tratase de un tema que no sea dogmático (lo estableció Dios mismo y lo confirmó Jesucristo) ni puede tratar, siquiera, la posibilidad de admitir el divorcio (por lo mismo de antes) Y en cuanto si debe obstinarse en no admitir el divorcio sólo cabe una respuesta: ha de obstinarse hasta las últimas consecuencias.
Seguramente alguno dirá que actuar así no es hacer un bien a la Iglesia católica. Es más, también se podrá decir que así el mundo no va a admitirla y que no va a ninguna parte.
El caso es que el bien se lo hace la Esposa de Cristo si respeta su Ley y si el mundo no la admite por cumplir con su Ley… miel sobre hojuelas es la cosa o, por decirlo mejor, lo más dulce que se pueda imaginar es defender lo dicho por Dios y por Jesucristo y ser zaherida por el mundo. ¡Ser mártir por decir sí al Creador!
¿Y ahora mismo… qué se dice? Pues esto dice la Exhortación apostólica “Familiaris consortio” (84), de san Juan Pablo II (22 de noviembre de 1981):
“e) Divorciados casados de nuevo
84. La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente. La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes —unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental— han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación.
Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.
En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos».
Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y como consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.
Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo.
La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad”.
Y, ya por terminar y por aterrizar en lo que tenemos como doctrina buena y para que nadie se lleve a engaño o quiera pretextar ignorancia, dice el Catecismo de la Iglesia católica esto al respecto del divorcio (entendiendo que es más que probable que se repitan citas aquí traídas):
2382 El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio indisoluble (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-11), y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19, 7-9).
Entre bautizados, “el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte” (CIC can. 1141).
2383 La separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico (cf CIC can. 1151-1155).
Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser tolerado sin constituir una falta moral.
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente:
«No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (San Basilio Magno,Moralia, regula 73).
2385 El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado en conformidad con la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido (cf FC 84).
No cabe duda alguna, no debería caber y no debe caber, al respecto de qué es lo que hay que tener por bueno y verdad de cara al divorcio y, también, al respecto de los creyentes divorciados vueltos a casar porque, al parecer, a más de uno (o unos y muchos) creen que tiene poca importancia lo dicho por Dios y por Jesucristo y quieren hacer de su capa un sayo.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
La Esposa de Cristo es, precisamente, Esposa y, luego, de Cristo.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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