Falsedades acerca de la Iglesia católica – La Iglesia católica no admite cambiar sus doctrinas.
-Vamos a ver si encontramos algo de luz.
-Eso, eso, veamos…
Es bien cierto que a la Iglesia católica y, por extensión, a los católicos, se le tiene, se nos tiene, por parte de muchos, una manía ciertamente enfermiza.
Si creen que exagero les pongo lo que suele decirse de la religión católica, de la fe católica y, en fin, de la Iglesia católica. Aquí traigo esto para que vean hasta qué punto puede llegar la preocupación por un tema que es, ciertamente, falso.
Se suele decir que:
La fe católica está manipulada por la jerarquía.
La fe católica no va con los tiempos.
La fe católica ve poco sus propios defectos.
La fe católica pretende adoctrinar al mundo.
La fe católica está alejada de la realidad.
La fe católica defiende siempre a los poderosos.
La fe católica quiere imponer sus principios.
La fe católica no sabe cómo van los tiempos.
La fe católica está anquilosada.
La Iglesia católica acumula riquezas inmensas.
La Iglesia católica busca el poder aunque sea de forma escondida.
La Iglesia católica no acepta cambios en sus doctrinas.
La Iglesia católica es gobernada por una jerarquía carca.
La Iglesia católica no comprende la política actual.
La Iglesia católica esconde sus propios defectos.
La Iglesia católica no actúa contra determinados delitos que ocurren en su seno.
La Iglesia católica tiene muchos privilegios (sociales, económicos, educativos…)
Y a esto, se podían añadir muchas cosas, muchas acusaciones que están en mente de cualquiera.
¿Qué les parece a ustedes?
La Iglesia católica no admite cambiar sus doctrinas
Si a un católico se le dice que tiene que cumplir tal o cual precepto seguramente te dirá que no está obligado porque la Ley de Dios no se impone su cumplimiento. Y esto, con ser cierto, no está totalmente de acuerdo con la naturaleza de la fe que tiene y de la que tenía que tener formación adecuada.
Por eso, exactamente por eso, tener un conocimiento siquiera elemental de la fe que se dice tener no deja de ser obligación grave de todo católico. Así, si hablamos de los Mandamientos de la Ley de Dios y, pasando por las bienaventuranzas, seguimos con El Credo como expresión de una fe adulta, concluiremos que no es poco lo que se hace necesario aprender (pues se trata, también, de ser enseñado) y que es abundante el campo que se debe labrar para obtener un buen fruto de tal labranza. Todo esto es buena doctrina que, evidentemente, no puede ser cambiada porque sería lo mismo que tergiversar nuestra fe católica.
“Escucha, Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica” (Deut. 5, 1).
Con estas palabras, recogidas en el Deuteronomio, Dios implica al pueblo elegido para que, además de conocer en profundidad el sentido de las divinas normas, los lleve a su día a día. Cambiar, entonces, a capricho de los tiempos, tal doctrina, estaría muy en contra de la voluntad de Dios que expresa, en tal texto, una claridad meridiana y simple de entender.
Insiste, por eso, Dios, al respecto de la importancia real de hacer lo que se debe. Lo recoge el Libro de los Proverbios, en 3, 1-2:
Hijo mío, no olvides mi lección,
en tu corazón guarda mis mandatos,
pues largos días y años de vida
y bienestar te añadirán.
Seguramente todo lo que comprende cada uno de los Mandamientos de la Ley de Dios o las bienaventuranzas no es materia de fácil aprendizaje porque son muchos los campos que, en apariencia alejados de los tales preceptos divinos, conforman las palabras que dieron forma, en su día, a lo que el Creador quiso que tuviéramos en cuenta para nuestra existencia.
Si lo dicho hasta ahora puede ser considerado como la teoría de la fe católica (al menos una parte elemental pero esencial) existe una que es práctica porque no todo puede ser formarse si tal formación no se tiene en cuenta en nuestra vida ordinaria.
Así, por ejemplo, la vida sacramental, la oración o la puesta en práctica de la virtud forman parte de lo que podemos entender como aquello que se hace efectivo en nuestro diario vivir. Por eso, de conocer muy bien el sentido completo de cada uno de los Mandamientos pero, en realidad, no hacer con ellos lo que se supone se debe hacer, es mantenerse alejado de la voluntad de Dios que ha de querer que sus hijos no sólo sepan sino que, además, sean sus hijos en las relaciones que mantienen con sus hermanos en la fe e, incluso, con los que no lo son pero no por eso dejan de ser hijos de Dios.
Esperemos, con una forma de llevar a la práctica la teoría de la fe, llegar a lo que San Pablo escribió en su Epístola a Timoteo, la Segunda (4, 7-8), cuando le dijo al destinatario de la carta que había competido “en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de justicia que aquel Día me entregará el Señor”. Y es de suponer que en tal competición tuvieron mucha importancia realidades espirituales como los Mandamientos de la Ley de Dios o las bienaventuranzas. El Credo, claro, llegaría después, aunque en una manera más que cierta, fue cumplido por Saulo cuando cambio su nombre por el de Pablo y quiso ser, desde aquel mismo momento, hijo de Dios con todas sus consecuencias.
Algunos, sin embargo, estarían muy de acuerdo en “adaptar” a la realidad actual de ahora, antes la de antes y mañana la que sea, aquello que debe defender y transmitir la Esposa de Cristo. Creen, así, que el mundo va a aceptar la Ley de Dios y su santa doctrina y que va a aceptar, de paso, la existencia de los discípulos del Hijo de Dios.
El cambio, así, de la doctrina católica, sería una clara traición a lo que Dios quiere, como bueno y mejor, para sus hijos, descendencia suya e imagen y semejanza suyas también.
Sin embargo, aquellos que seguimos al Hijo de Dios porque lo amamos y estamos de acuerdo con Él sabemos que no se deben hacer ciertas cosas pues hacerlas supone actuar, de hecho, contra Quien todo lo creó y mantiene. Y no estamos dispuestos a tragar con ciertas ruedas de molino que sí servirían, por otra parte, para colgárselas a los que, con sus actuaciones, escandalizan a los pequeños en la fe.
Y por eso, exactamente por eso, no se deben cambiar ciertas cosas.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Lo que está dicho, dicho está.
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