Libros de Lolo: “El árbol desnudo”
Presentación de la serie:
Manuel Lozano Garrido, más conocido como “Lolo”, beato de la Iglesia católica, es más que conocido en este blog de InfoCatólica porque el que esto escribe lleva unos meses prestándole la atención, no toda, la que se merece.
Lolo escribió, a lo largo de su vida, una serie de libros que, en el número de 9, traen a la actualidad misma de ahora mismo, una realidad espiritual profunda, llena de luz y de gozo en Dios y, sobre todo, son expresión de un ser cristiano como tiene que serlo un hijo de Creador y que es siendo consciente que se es y gozando con ello.
Pues bien, esta serie va a estar dedicada, si Dios quiere y Dios mediante, a traer aquí cada uno de los libros escritos por aquel joven de Linares (Jaén, España) que supo, a lo largo de una trabajosa vida física cultivar un corazón sano y lleno de todo aquello que tantas veces nos falta a los que no nos podemos mirar en su espejo físico pero sí, y mucho, en el espiritual.
Por otra parte, voy a seguir, para la publicación de las recensiones, el mismo orden que siguió Lolo para publicarlos.
8- El árbol desnudo (Manuel Lozano Garrido, “Lolo”)
Título: El árbol desnudo
Autor: Manuel Lozano Garrido, “Lolo”
Editorial: Edibesa
Páginas: 264
Precio aprox.: 5,75 €
ISBN: 978-84-8407-132-7
Año edición: 2000
Lo puedes adquirir en Editorial Edibesa o dirigirte a la Asociación Amigos de Lolo
8.- El árbol desnudo (Manuel Lozano Garrido, “Lolo”)
Se dice, porque es verdad, que este libro, que hace ocho, en el orden de los publicados por Manuel Lozano Garrido, es una novela en la que hace constar su vida.
Ciertamente no aparece Lolo con tal nombre (lo cual le daría una virtual definición de autobiografía) pero sí aparece con algo que va más allá del nombre: la circunstancia de vida del protagonista del libro.
Realmente hacer una reseña de esta novela no es exactamente igual que hacerla de cualquier otro libro de Lolo. No lo es porque el recorrido, digamos, temático, de la misma no abarca todos los temas que puede abarcar alguno de los demás. Sine embargo, en general, podemos decir que en estas páginas está la vida de quien tanto vivió y tanto sufrió.
Hemos dicho arriba que Lolo no aparece con su nombre pero sí podemos encontrarlo en el personaje de Andrés (y de Juan como bien hace ver Juan Rubio Fernández en su libro “Lolo, una vida a ras de suelo”, publicado por la BAC -Biografías- en 2011) .
No es exagerado decir que este personaje pasa por lo mismo que pasó Manuel Lozano a lo largo de su vida. Incluso viaja a Lourdes lo mismo que hizo el Beato de Linares. Y eso, claro está, no puede ser casualidad sino la voluntad expresa de narrar lo que había sido, hasta entonces, su vida.
Y Emilia es, evidentemente, Lucy, la hermana que entregó su juventud al cuidado de Lolo y que hace bien poco fue a reunirse con él donde sólo pueden estar los buenos hijos de Dios. Es más, en la novela deja marchar al amor de su vida, Enrique, porque sabe que tiene una obligación, ella lo cree así, contraída con las circunstancias de quien tanto está sufriendo.
Así, en un momento determinado le dice (p. 261)
“Si ahora te esfuerzas en comprender ya verás cómo la felicidad viene a tu encuentro. No dejes que el recuerdo mío te convierta en una estatua de sal. Que te dé fuerzas el prodigio de fortaleza que esta noche has hecho conmigo y ya, después, olvida. Yo no soy más que una leve mujer reclamada con urgencia; y pienso que en el amor todos los telegramas son azules”.
Incluso, en un momento determinado, Emilia (Lucy) le dice a Andrés (Lolo) p. 183:
“¿Verdad que hemos de estar así de juntos siempre, como, de pequeños, aquella vez que nos perdimos y nos encontraron juntos, caminando de la mano por una vereda del campo?”
Pero es que Andrés hace otro tanto con la chica que quería, ella quería, ser, en efecto, su esposa. Se llamaba Ana y Lolo le hace ver que a su lado nada de lo que hubiera querido ser o alcanzar lo será o alcanzará.
Los dos, pues, Andrés y Emilia, Lolo y Lucy, son el uno para el otro y así quieren vivir.
En este libro que, como decimos y está al cabo de la calle, es el que pone sobre la mesa la vida de Lolo, todo aquello que le aconteció lo hace ver y valer: el servicio militar, sus males físicos que le llevan a una silla de ruedas, las ilusiones perdidas (pero otras encontradas), las visitas a los médicos, el empezar a escribir con una pasión que descubre (alentada, precisamente, por Emilia-Lucy) realizaba con mucho esfuerzo físico dada sus circunstancias personales pues qué es sino esto (p. 135):
“Empecé sujetando la pluma entre los dedos índice y corazón. Cuando la creía ya segura la deslicé sobre el papel, atenazándola con toda la fuerza que me era posible. El brazo me temblaba y cada letra era como un tortuoso sendero de hormigas. Llevaba tres, cuatro, tal vez cinco palabras y, de pronto, la pluma se me escurrió entre los dedos, para ir a estrellarse en el pavimento”.
O esto otro puesto en boca de Andrés-Lolo (p. 132):
“Y con todo, la vida continúa. Miro a mis pies, que ya nunca pisarán la tierra; me fijo en mis manos, que se cierran, como aprehendiendo con rabia el último cabo que le tiende la vida y no tengo por menos que preguntarme el sentido que encierra una estatua de mármol.”
Todo, pues, sabe a Lolo, a lo que fue su vida y existencia terrenas.
Y a Lourdes viaja, como hemos dicho arriba, Andrés. Un viaje de esperanza que no deja nunca. Es curioso o, mejor, no es nada casualidad sino la expresión de lo que fue.
Sobre eso, puede ser bien cierto que el autor de este libro se sirviera del viaje que hiciera a la localidad francesa y que reflejara en un reportaje en un número de Cruzada de mayo de 1958 y que puede leerse en la página web de la Diócesis de Jaén (recomiendo vivamente leerlo para ver cómo se puede apreciar un viaje y qué se puede sentir en él y, además, es una verdadera delicia espiritual, un dulce, un caramelo que se puede saborear con el sabor propio del momento) Incluso aspectos propios de tal viaje se reflejan en la novela…
Ciertamente esta novela de Lolo, requerida por muchos de sus amigos como él mismo refleja en alguno de sus libros (en el sentido de que le insistían en que la terminara) tiene un sabor a entrega que deja el corazón abierto a la posibilidad de lo que puede parecer imposible a primera vista. Quien no puede nada, lo consigue todo y quien lo consigue todo lo ha conseguido partiendo de la nada en la que ha quedado por mor de su situación física. Y eso sí es un milagro verdadero y una prueba fehaciente de la existencia de Dios y del poder que tiene que todo lo tiene y puede y transmite algo de su Espíritu a alguno de sus hijos que se hace invencible ante lo vencible e irreprochable ante cualquier reproche de los indoctos en materia de fe, de sufrimiento y de sobrenaturalización del dolor.
“El árbol desnudo” él mismo dice a qué se refiere. Lo hace en página 218 cuando escribe esto:
“Los árboles. ¿Por qué aquella semejanza de la misión de un hombre con las raíces y la corteza?
Uno, brotaba en la vida como un esqueje que tira hacia lo alto. Luego, los años iban configurando un hueco que se atornilla hacia la tierra y sueña con las estrellas. Y da frutos que se llaman triunfos e hijos.
¿No es el fruto la razón y la gloria del árbol? Él también había sentido un secreto empuje de yemas que quieren reventar.
¿La poda también para el corazón…? ¿Las criaturas a su vez y las nobles aspiraciones?
Aún renunciando al fruto, nunca era un ábrol un alarde superfluo. Del tronco aserrado nacía la madera y esa bella utilidad que es el mueble y la herramienta. Y aún, en última instancia, quedaba la posibilidad de entreverar dos pedazos en forma de cruz para el muro de un hogar.”
Un “árbol desnudo”. Quizá podría él mismo considerarse así por la falta de frutos a los que se llama hijos. Sin embargo, también es más que cierto que la riqueza espiritual que emana de un árbol desnudo como Lolo no deja de impresionar a lo largo de las páginas de este libro que nos trae la pura vivencia de un hombre que, a fuerza de ser árbol, dio del mejor fruto posible y que tanto tiene que ver con la superación y el más difícil todavía.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay frutos de muchas clases y especies. El del amor es, sin duda, el mejor.
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1 comentario
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EFG
Totalmente de acuerdo con usted. No darse cuenta de Quién hace posible las capacidades humanas es negar que eso sea así y, de paso, pensar que la cosa es asunto de cada cual...
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