Lo siento, pero esto no lo puedo tragar
Tengo que reconocer que en muchas ocasiones o, vamos, en casi todas, que escuchó una homilía, me vienen a la cabeza posibles temas para escribir. La Palabra de Dios nunca deja de sorprendernos y lo que dicen los sacerdotes al respecto de la misma, menos aún. Y eso, para quien tiene que ponerse todos los días ante el teclado para decir algo, es una buena fuente de información y de formación.
Y eso me pasó el pasado domingo, 20 de octubre, a la sazón 29 del Tiempo Ordinario de este Año de la Fe que va camino de su final.
Pues bien, la cosa dio como para dos días. Es decir que mañana jueves también escribiré, Dios mediante, sobre algo que el sacerdote tuvo a bien decir en la homilía.
Tengo que decir, antes de empezar, que espero que nadie me interprete mal porque no vaya a ser que quien lea esto entienda cosa distinta a lo que se quiere dar a entender y saber.
No es la primera vez que escucho esto en boca de la misma persona. Sin embargo como estoy más que seguro que no será la única que lo piense y lo diga, pues tampoco quiero ser el único (eso espero) que diga lo que piensa al respecto.
El Papa Francisco (a quien Dios guarde muchos años) hace lo que puede. Es bien cierto que le ha tocado lidiar con un toro bastante difícil porque, por una parte, tiene vitola de ser persona que dice lo que piensa y eso, a lo mejor, no siempre viene bien; por otra parte, según lo hecho hasta ahora (política de gestos que son, seguramente, más que verdaderos y no impuestos por ninguna circunstancias de disimulo) más de uno ha dado en pensar que ya era hora de que un Santo Padre fuera como tiene que ser.
Al que esto escribe le molesta, seguramente más de la cuenta por mi falta de benevolencia y de paciencia, que haya personas que crean que ha llegado una gran luz a la Iglesia católica. Pero no me molesta porque eso no sea verdad sino porque va en detrimento de quien antes del que fuera Arzobispo de Buenos Aires ocupaba la silla de San Pedro.
Es bien cierto que la Iglesia católica necesita cambiar muchas cosas. Sin embargo, no lo es que los cambios deban ir en determinado sentido según lo que hacen ver, día y noche, semana a semana y mes tras mes, aquellos que lo que quieren es pescar en río revuelto y hacer lo posible para que lo que cambie cumpla con sus torcidas voluntades. Así, en temas de “apertura” al mundo (divorcio, gaymonio, mujeres en el sacerdocio, etc.)
Es cierto que estos temas son más que recurrentes pero, ciertamente, lo son porque siempre son los mismos que se plantean y que, al parecer, pueden quedar solucionados con el Papa Francisco.
El caso es que esto se propone, tales cambios quiero decir, como contraponiendo lo hecho por Papas anteriores (véase todos los que han ido siendo elegidos desde que se estaba desarrollando el Concilio Vaticano II hasta hoy mismo) como si lo hecho antes nada valiera y sólo, a partir de ahora, todo estuviera más que bien y debiera ser aceptado como bueno y benéfico para la Esposa de Cristo y sus fieles.
No me negarán ustedes que decir que lo que tanto Pablo VI (recordemos, por ejemplo, Humanae vitae; sobre todo eso), Juan Pablo II (pues a Juan Pablo I apenas le dio tiempo a nada) y Benedicto XVI es como aquella paja de la que habló Santo Tomás de Aquino cuando, casi al final de su vida, se dio cuenta (eso dijo él mismo a Reginaldo de Piperno, su secretario y confidente) de que todo lo que había escrito, tras una visión que tuvo, era, precisamente, eso o, lo que es lo mismo, algo que muy fácilmente se pierde con el fuego y de lo que sólo queda un rastro de humo que engulle el espacio. Nada o, en todo caso (atendiendo al texto que hemos puesto Infra) cosas de poca entidad.
Supongo yo que es posible estar de acuerdo con lo hecho, hasta ahora, por el Papa Francisco pero no, necesariamente, denigrar a algunos de sus antecesores. A lo mejor resulta imposible para algunas personas pero es del todo lamentable que se quiera encumbrar a alguien pisoteando lo que se pueda pisotear de quienes le antecedieron. Y es lamentable, más que nada, porque es falso y es de toda falsedad falso la píldora que quieren hacernos tragar al respecto de que ahora sí, ahora sí y antes no, antes no.
¿Y saben ustedes por qué? Pues porque el listón está muy alto. Pero que muy alto.
NOTA
(1) Dice, sin embargo, a tal respecto, Gregorio Celada Luengo, en “Recuerdo de Santo Tomás al hijo de los relatos de su vida” publicado en la Escuela de Teología en Internet Santo Tomás de Aquino (Dominicos) que “En cambio Tocco, que vivió con Tomás en el último período napolitano, relata algo parecido. La escena se sitúa cuando se encuentra enfermo en casa de su hermana, en el castillo de San Severino. Todos estaban sorprendidos por su actitud taciturna, de modo que Reginaldo de Piperno se atrevió a zarandearlo. El maestro salió de su somnolencia y le dijo: “Reginaldo, hijo, te revelaré el secreto, pero prohibiéndote que lo digas a nadie en mi vida. He dejado de escribir, porque se me han revelado tales cosas, que las que he escrito y enseñado, me parecen de poca entidad (modica mihi videntur), y por esto espero en Dios que, como mi doctrina, también mi vida pronto llegará a su fin”. Este juicio se atiene mejor al desarrollo de la vida del teólogo, pues el testimonio de la canonización es tardío y de segunda mano”.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
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Cristo escogió, de entre sus apóstoles, al primer Papa. No escupamos sobre la faz de ninguno de ellos.
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8 comentarios
"Es bien cierto que la Iglesia católica necesita cambiar muchas cosas."
La verdad, yo no creo que la Iglesia "necesite" cambiar y tampoco que sean, si lo fueran, "muchas" cosas.
La Iglesia es y será eterna, fundada por el Señor y por lo tanto inmutable. Lo que ES, seguirá siendo, así y le moleste al 99% del electorado. La Iglesia hoy podría ser exactamente igual a como fue aquélla noche en Emaús -de hecho, lo es, excepto algunas pequeñísimas variaciones cosméticas- y no pasa nada. Incluso sería mejor, si eso fuera posible.
Partiendo de la base que la Iglesia no "necesita" cambiar, el Papa tampoco, excepto por las razones que la naturaleza impone: la muerte, inevitable; y el envejecimiento. Todas las discusiones en torno a los "cambios" esperados de un Papa, y las comparaciones entre este y aquéllos, a mí me suenan como si alguien se pusiera a discutir si entre los amigos de Emaús uno era más alto, más gordo o más rubio que el otro. ¿Realmente importa?
Si dejamos de esperar cambios y considerarlos como inevitables y muy necesarios -no lo son-, podemos disfrutar más del Papa que tenemos, los que tuvimos y los que tendremos. Cada uno distinto, como somos todos los humanos. Cuando yo me junto con mis amigos no me estoy preguntando si me gusta más este que aquél, porque éste tiene tales gestos y aquél tales otros. Me da lo mismo. Y con el Papa debiera ser igual.
Saludos.
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EFG
Pues claro que quiero, o queremos, la cita. Es para verlo.
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