Serie GRATIS DATE – La Cristiandad. Una realidad histórica- “La Catedral”, de Alfredo Sáenz, S.J.
Escribir de la Fundación GRATIS DATE es algo, además de muy personal muy relacionado con lo bueno que supone reconocer que hay hermanos en la fe que tienen de la misma un sentido que ya quisiéramos otros muchos.
No soy nada original si digo qué es GRATIS DATE porque cualquiera puede verlo en su página web (www.gratisdate.org). Sin embargo no siempre lo obvio puede ser dejado de lado por obvio sino que, por su bondad, hay que hacer explícito y generalizar su conocimiento.
Seguramente, todas las personas que lean estas cuatro letras que estoy juntando ya saben a qué me refiero pero como considero de especial importancia poner las cosas en su sitio y los puntos sobre todas las letras “i” que deben llevarlos, pues me permito decir lo que sigue.
Sin duda alguna GRATIS DATE es un regalo que Dios ha hecho al mundo católico y que, sirviéndose de algunas personas (tienen nombres y apellidos cada una de ellas) han hecho, hacen y, Dios mediante, harán posible que los creyentes en el Todopoderoso que nos consideramos miembros de la Iglesia católica podamos llevarnos a nuestros corazones muchas palabras sin las cuales no seríamos los mismos.
No quiero, tampoco, que se crean muy especiales las citadas personas porque, en su humildad y modestia a lo mejor no les gusta la coba excesiva o el poner el mérito que tienen sobre la mesa. Pero, ¡qué diantre!, un día es un día y ¡a cada uno lo suyo!
Por eso, el que esto escribe agradece mucho a José Rivera (+1991), José María Iraburu, Carmen Bellido y a los matrimonios Jaurrieta-Galdiano y Iraburu-Allegue que decidieran fundar GRATIS DATE como Fundación benéfica, privada, no lucrativa. Lo hicieron el 7 de junio de 1988 y, hasta ahora mismo, julio de 2013 han conseguido publicar una serie de títulos que son muy importantes para la formación del católico.
Como tal fundación, sin ánimo de lucro, difunden las obras de una forma original que consiste, sobre todo, en enviar a Hispanoamérica los ejemplares que, desde aquellas tierras se les piden y hacerlo de forma gratuita. Si, hasta 2011 habían sido 277.698 los ejemplares publicados es fácil pensar que a día de la fecha estén casi cerca de los 300.000. De tales ejemplares, un tanto por ciento muy alto (80% en 2011) eran enviados, como decimos, a Hispanoamérica.
De tal forman hacen efectivo aquel “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8) y, también, “dad y se os dará” (Lc 6,38) pues, como es de imaginar no son contrarios a las donaciones que se puedan hacer a favor de la Fundación. Además, claro, se venden ejemplares a precios muy, pero que muy, económicos, a quien quiera comprarlos.
Es fácil pensar que la labor evangelizadora de la Fundación GRATIS DATE ha des estar siendo muy grande y que Dios pagará ampliamente la dedicación que desde la misma se hace a favor de tantos hermanos y hermanas en la fe.
Por tanto, esta serie va a estar dedicada a los libros que de la Fundación GD a los que no he hecho referencia en este blog. Esto lo digo porque ya he dedicado dos series a algunos de ellos como son, por ejemplo, al P. José María Iraburu y al P. Julio Alonso Ampuero. Y, como podrán imaginar, no voy a traer aquí el listado completo de los libros porque esto se haría interminable. Es más, es mejor ir descubriéndolos uno a uno, como Dios me dé a entender que debo tratarlos.
Espero, por otra parte, que las personas “afectadas” por mi labor no me guarden gran rencor por lo que sea capaz de hacer…
La Cristiandad. Una realidad histórica – “La Catedral”, de Alfredo Sáenz, S.J.
Como dijimos en el último artículo, haríamos un aparte para el apartado que Alfredo Sáenz, S.J. dedicaba al tema de la catedral en la Edad Media. Lo hacemos porque creemos que es importante la consideración de tal realidad y porque supone mucho, de expresión de la propia fe cristiana, el mismo.
Pues bien, el capítulo V de su libro lo dedica el autor al “Arte de la cristiandad” aunque, entendiendo el mismo perfectamente comprendido en la construcción por antonomasia de la Edad Media, dice que “analizaremos las diversas manifestaciones del arte en la Edad Media, pero lo haremos a la luz de la catedral, punto de partida y lugar de retorno de todas las expresiones estéticas que impregnaron de belleza la Cristiandad medieval.”
Y eso es lo que hace. A grandes rasgos dedica este capítulo (en realidad fue, como todo lo demás, una conferencia) a lo siguiente:
1. La catedral, un microcosmos
2. Los constructores de la catedral
3. La arquitectura de la catedral
4. La escultura de la catedral
5. La luz y los colores de la catedral
6. La música en la catedral
7. El teatro a partir de la catedral
8. La literatura en relación con la catedral
Y pueden verse, dado el contenido de este capítulo, las razones por las cuales hemos tenido por bueno dedicar artículo aparte al mismo…
1. La catedral, un microcosmos
En realidad, la catedral no es una simple construcción que el cristiano dedica a su propia fe sino mucho más: un “microcosmos” (p. 139). Y lo es porque tiene un sentido espiritual y cultural de mucha importancia que muestra más que bien Alfredo Sáenz, S.J.
Las razones por las cuales la catedral se considera, digamos, corazón de la cristiandad en cuanto a lo que representa, se debe a que (p. 140) “Cuando se observa con atención las catedrales de París, de Burgos, de Siena o de Colonia, impresiona advertir la familiaridad que entonces existía entre el pueblo y su iglesia, cómo sus gigantescas formas, lejos de estar aisladas, al modo de los templos de la antigüedad clásica, en medio de espacios vacíos, emergen de una sabana de humildes casas, que parecen apretujarse a su alrededor y hasta alojarse a veces debajo de su mismo campanario, armonizándose con ellas, o mejor, coronándolas.
Por otra parte, las catedrales, sobre todo las góticas, a diferencia también en esto de los templos griegos y romanos, habían sido concebidas para ser vistas en perspectiva vertical. La mole imponente de la iglesia madre dominaba la plaza de armas y se erguía por encima del recinto ceñido por las murallas, con sus torres puntiagudas que apuntaban al cielo. Los viejos planos de Segovia, Reims, Florencia, trasuntan la misma preocupación en su concepción edilicia. Si se observa un dibujo medieval de París, se nota cómo las torres truncas de Notre-Dame dominan todo el espacio urbano.
No se trata de lirismo romántico ni de retórica aparatosa. La ciudad encontraba su realización acabada en ese himno de piedra a la gloria de Dios.”
Y tal microcosmos era apreciado de tal forma por el pueblo creyente. Por eso (p.140) “Señala Daniel-Rops que la catedral era la casa del pueblo, no por cierto en el sentido político que ha tomado esa expresión, sino en cuanto que en ella el pueblo se sentía cómodo. Una casa muy particular, a la verdad, ya que su estructura contenía algo de mistérico para el pueblo sencillo, sólo inteligible a los eruditos, que conociendo profundamente la Escritura y la teología, estaban capacitados para interpretar los numerosos símbolos que la ornaban, pero ello no era óbice para que también el pueblo humilde la encontrase familiar. Las mismas formas revestidas de belleza que ofrecían a la gente culta la enseñanza espiritual más sublime, llegaban al corazón de los fieles más sencillos hablándoles de la fe y excitando su esperanza. El lenguaje de las catedrales se les hacía particularmente accesible por el hecho de que muchos de los temas que inspiraban las imágenes y esculturas, sobre todo de sus fachadas, estaban tomados de las acciones que mechaban su vida cotidiana.”
2. Los constructores de la catedral
El espíritu comunitario reinó en la Edad Media como expresión de un sentir popular que hacía que todo girase entorno a la propia expresión de sociedad. Por eso la catedral (p. 143) es la “expresión más cabal del espíritu comunitario de la época”.
Fue, la catedral, obra todo un pueblo que se inspiró, para su construcción, tanto en la “cultura clásica” (p. 143) como en “arte bizantino” (p. 143) o, por último, (p. 144) “hay que incluir el aporte árabe entre las fuentes del arte medieval, si bien como eslabón intermedio entre el Oriente y la Cristiandad occidental”.
Hemos dicho arriba que, en efecto, las catedrales fueron obra de todo un pueblo y lo fue porque (p. 145) “Los constructores de catedrales eran, por cierto, hombres conocedores de su oficio, pero también, y al mismo tiempo, hombres de fe. Cuando proyectaban los planos de las catedrales y trabajaban en su construcción a la par de los albañiles, sabían que estaban trabajando para la gloria de Dios. ¿Acaso no era Dios mismo el gran arquitecto?”
Y, por eso mismo, por ser obra de todo un ser “pueblo” (en un sentido religioso profundo) “La construcción de las catedrales puso a toda la Cristiandad en ebullición. Una suerte de fiebre creadora. Cierto autor ha observado que un maestro albañil que hubiera comenzado su tarea a los veinte años como aprendiz en las obras de Laon o de París, y que hubiera llegado a Chartres hacia los treinta, hubiese podido trabajar en los comienzos de Reims y vivir suficientemente como para poder contemplar las flechas de Amiens, cuatro obras maestras (cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… 429-431).”
Y es que, permítasenos insistir en el carácter comunitario del sentido mismo de la catedral y su construcción, (p. 146) “Lo más extraordinario de todo, señala Calderón Bouchet, era la participación voluntaria, fervorosa y absolutamente desinteresada de la gente común en la edificación de las catedrales”.
Y, ahora, nos permitimos traer un texto algo extenso que recoge el autor del libro sobre la Cristiandad. Resulta que un incendio asoló la basílica de Chartes. Entonces, como por empujados por un resorte espiritual grande todo el pueblo corrió a hacer lo posible para repararla.
Pues bien, el abad Aimont (Aimont PL 181, 1707) escribe que (pp. 146-147) “Se veía a hombres poderosos, orgullosos de su nacimiento y de su riqueza y acostumbrados a una vida muelle, uncirse con correas a un carromato y arrastrar en él piedras, cal, madera y todos los materiales necesarios… A veces, más de mil personas, hombres y mujeres, arrastraban esos carromatos, de tan pesada como era su carga. Guardaban un silencio tal que no se oía la voz ni el cuchicheo de ninguno de ellos. Cuando se detenían durante el camino no se oía más que la confesión de sus faltas y una oración a Dios, pura y suplicante, para obtener el perdón de los pecados. Los sacerdotes exhortaban a la concordia, se acallaban los odios, desaparecían las enemistades, se perdonaban las deudas y las almas volvían a la unidad. Si se encontraba alguno tan aferrado al mal que no quería perdonar y seguir el parecer de los sacerdotes, su ofrenda era arrojada fuera del carromato como impura, y él mismo era expulsado con ignominia del pueblo santo”.
Es más (p. 147). “Como observa Calderón Bouchet, lo más curioso para la mentalidad moderna, tan celosa de la propiedad intelectual de sus obras, es que nunca haya trascendido el nombre del genio que concibió el plan de la nueva catedral y dirigió sus trabajos (cf. Apogeo de la ciudad cristiana… 343).”
3. La arquitectura de la catedral
Como bien dice el autor del libro no se trata de analizar desde el punto de vista técnico la arquitectura de la catedral sino, más bien, desde el punto de vista (p. 149) “mistérico” la misma.
Son los estilos románico y gótico los propios de la Edad Media y, por tanto, de la propia Cristiandad. Cada uno de ellos con sus propias características arquitectónicas responde a los avances técnicos que en cada época se fueron sucediendo. Así, si en el románico prevalecen las construcciones sólidas con grandes contrafuertes en las iglesias o catedrales y con una escasez de ventanales (por el gran espesor de sus muros), en el gótico, la utilización del arco ojival procuró una mayor altura en las construcciones de este estilo que se llevaban a cabo y, por lo tanto, la no necesidad de contrafuertes tan sólidos como requería el románico. Eso procuró, como era de esperar, que los ventanales, simples o en forma de vidrieras, se abrieran paso y la luz, desde entonces, entrara a raudales en los templos construidos.
Pero, hemos dicho que el análisis que hace Alfredo Sáenz, S.J de la arquitectura es esencialmente histérico. Por eso dice que (pp. 151-152) “Si la iglesia gótica simboliza el vuelo vertical del alma mística hacia Dios, la iglesia románica, en cierto modo horizontal, expresa el carácter peregrino y viril de la Iglesia militante. Esta arquitectura que, como dijimos, es profundamente monacal, constituye una delicada pero elocuente convocatoria a la vida interior, a la contemplación silenciosa. Es cierto que el románico se vio ulteriormente superado, pero eso no acaeció porque hubiese entrado en un ocaso cultural o cultual, sino porque, técnicamente, se abrían camino nuevas soluciones a sus dificultades edilicias. Alguien ha dicho que si el románico es la expresión más espléndida de la fe, el gótico, que lo sucederá, es la manifestación más lograda de la esperanza que anida en el hombre, de la nostalgia verticalizante de Dios. Quiero, con todo, confesar aquí que mi predilección particular recae en el románico más que en el gótico.”
4. La escultura de la catedral
Como (p. 153) “La escultura es hija de la arquitectura” era de esperar que (p. 153) “la madre la incluyese amorosamente en su ímpetu místico y trascendentalista”. Por eso las catedrales sirvieron de espacio donde la escultura trazó su arte forma tan maravillosa que hoy mismo cualquiera puede apreciar y gozar.
Así, “El escultor trabajaba para la arquitectura, ningún detalle de ornamentación podía desentenderse del conjunto arquitectónico. Las figuras de los pórticos estaban talladas en el mismo bloque que la columna o la pilastra, a tal punto que cuando los energúmenos de la Revolución Francesa quisieron destruir las estatuas de las catedrales románicas, no pudiendo separarlas de la piedra, tuvieron que destrozarlas a martillazos. Una de las críticas que se ha hecho a estas primerizas figuras de los pórticos, como las de Chartres, por ejemplo, es su aparente rigidez, pero los que tal cosa objetan no se dan cuenta que las hacían así adrede, ya que las líneas de las estatuas tenían que sujetarse a las otras líneas exigidas por la hilera de columnas a las que reemplazaban. En esta primera etapa la escultura fue hija sumisa de la arquitectura, y es evidente que a ello se debe la impresionante sensación de unidad que suscita la contemplación de aquellas antiguas catedrales.
Sin embargo, con el correr del tiempo se fue produciendo un cambio altamente significativo. Sin traicionar lo más mínimo el plan unitario que había presidido la primitiva manera de construir, los escultores comenzaron a concebir sus obras con mayor libertad y autonomía. Sus estatuas seguían siendo esculpidas en los mismos bloques del edificio, pero ahora parecía como si se evadiesen de ellos, desbordando, aunque sólo fuese por los pliegues de los vestidos, la alineación estricta de las líneas arquitectónicas. Si bien este cambio trajo consigo que el conjunto del monumento perdiera tal vez algo de su unidad, con todo la escultura ganó en agilidad, perfección y gracia”(p.154).
Pues bien, acerca de los temas de la escultura medieval sigue Alfredo Sáenz, S.J. una obra importante durante la Edad Media. Se trata del “Speculum maius”, del dominico francés Vicent de Beauvais. Los mismos son, a saber:
1. La naturaleza (p. 157)
2. El trabajo, las artes y las ciencias (p. 159)
3. El combate interior o la moral (p. 159)
4. La historia salvífica (p. 161)
En cada uno de estos temas, los escultores medievales, reflejaron el sentido profundamente espiritual que les llevaba a laborar, muchas veces sin indicar, siquiera, sus propios nombres (expresión de clara humildad y de servicio a Dios) pero sabiendo que, al fin y al cabo, el Creador todo lo veía y, por eso mismo, procuraban aplicar la mayor perfección a lo que hacían sabiendo que su trabajo servía, también, para educar a un pueblo muchas veces analfabeto.
5. La luz y los colores de la catedral
Acto seguido, refiere el autor del libro acerca de lo que supone el color, la policromía en el ser mismo de la catedral. Así, por ejemplo, (pp. 167-168) “La escultura no fue la única de las artes que contribuyó a la educación del pueblo. También las que tienen que ver con el color ocuparon un papel de primer orden. Como ya lo hemos señalado anteriormente, al comienzo las catedrales no fueron blancas, pero tampoco de ese gris sobrio que instintivamente identificamos con las obras de larga data. La arquitectura de la Edad Media era polícroma. El color animaba a la catedral entera. La animaba en el interior, ante todo, donde la luz que entraba por los vitrales jugaba sobre los diversos tonos de la paleta, llenando de alegría los grandes espacios e incluso las estatuas y bajorrelieves que ornaban las diversas naves y que estaban generalmente pintados. Pero también el color invadió el exterior de las catedrales. Sabemos, por ejemplo, que en Notre-Dame de París, las estatuas del portal estaban coloreadas, destacándose sobre un fondo color oro. No hace mucho se realizaron en ella trabajos de limpieza que permitieron descubrir numerosas huellas de dicha pintura. Un prelado armenio que visitó París a fines del siglo XIII dijo que la fachada de Notre-Dame parecía ser una espléndida página de un manuscrito iluminado, deslumbrante de púrpura, azul y oro.”
Y esto era así, muy en contra del sentido que demasiadas veces se le da a toda la época medieval (que se la tiene por oscura y oscurantista) “el hombre medieval amaba los colores, no sólo en la catedral sino también en su vida diaria. Los estudiosos de las costumbres medievales han quedado impresionados por el colorido de las vestimentas. Caminar por las calles o por el campo debía ser entonces un espectáculo para los ojos. Sobre el telón de fondo de las fachadas profusamente pintadas, pasearían todas esas personas, hombres y mujeres, vestidas de colores vivos, los clérigos con su ropa negra, los hermanos mendicantes con sus hábitos grises. Dice R. Pernoud que en la actualidad se nos hace difícil imaginar semejante profusión de colores, sólo encontrable en raras ocasiones, como en Inglaterra hasta no hace tanto tiempo, con motivo del matrimonio de un príncipe o de la coronación de un rey, o en algunas ceremonias eclesiásticas que se desarrollan en el Vaticano. Y conste que lo que referimos de la Edad Media no se restringe sólo a los vestidos de gala, ya que incluso los campesinos más simples vestían con ropas claras, rojas, azules. La Edad Media parece haber tenido horror de los tintes sombríos. Todo lo que de ella ha llegado hasta nosotros: frescos, miniaturas, tapices, vitrales, da testimonio de esa riqueza de colorido tan característico de la época (cf. Lumière du Moyen Âge… 235-236).” (p. 168)
Es decir, todo lo contrario de lo generalmente difundido…
Así, mientras que la pintura se enseñoreó del románico al disponer de grandes superficies para desarrollarla y muy bien que fueron utilizadas en el cumplimiento de la función educativa en lo religioso cuando el gótico se impuso en la arquitectura medieval fueron las vidrieras las que pasaron a ocupar el lugar luminoso (ahora también luz no sólo espiritual del hecho mismo de representar en los muros motivos religiosos sino puramente natural de permitir la entra de la luz) que antes habían ocupado los muros románicos.
6. La música en la catedral
Pero todo lo que era arte colaboraba con el desarrollo armónico de la catedral. También, claro, la música porque en la liturgia medieval (p. 172) “ocupaba un lugar relevante”.
En realidad (p. 171) “La música es armonía. Y la Edad Media fue una época armónica y buscadora de armonías. Mâle escribe que los hombres de aquella época gozaban encontrando armonías, sobre todo en base a los números. Relacionaban los cuatro elementos con los cuatro puntos cardinales (simbolizados por los cuatro ríos del Paraíso), los cuatro vientos, las cuatro estaciones, las cuatro edades de la vida, los cuatro humores del cuerpo, las cuatro virtudes cardinales. Las tres ciencias del trivium, sumadas a las cuatro del quadrivium, daban el número siete, que es la cifra de los planetas, pero también la de los tonos de la música gregoriana, expresión de la armonía universal, ya que el mundo es música.”
Es bien cierto que la música gregoriana se identifica con aquel tiempo de la historia de la humanidad y con el devenir mismo de la catedral. Por eso dice el autor del libro (p. 173) que “Nos hemos referido a la música gregoriana, también llamada «canto llano», la música más congruente con la catedral medieval. No podemos alargarnos en exaltar acá la belleza, profundidad y sacralidad de dicho tipo de música. Por algo dijo Mozart, una de las figuras supremas de la música universal: ‘Yo daría toda mi obra por haber escrito la melodía gregoriana del prefacio de la misa’. Rodin ha admirado la integración de esta música en el espacio catedralicio: ‘Los acentos saltan para unirse musicalmente a la bóveda arquitectónica. La música y la arquitectura se encuentran, se entrecruzan, se juntan en elegantes melodías… Las voces se mueren de piedad. Sílabas latinas, lengua amada’ (Las Catedrales de Francia… 230-231).”
Vemos, pues, que la música no es un elemento a no tener en cuenta en el devenir funcional de la catedral sino que, al contrario, mucho del valor de la misma no puede entenderse sin el concurso de este arte. Por el en el libro citado por Alfredo Sáenz, S.J y citado arriba (“Las Catedrales de Francia), en concreto en su página 190, se recoge que “La música religiosa, hermana gemela de esta arquitectura, termina de desvanecer mi alma y mi inteligencia. Después se calla; pero por largo tiempo sigue vibrando aún en mi, ayudándome a penetrar en la vida profunda de toda esa belleza que no cesa de renovarse, que se transforma según los puntos desde los cuales se la contempla; desplazaos un metro o dos, y todo cambia; sin embargo, el orden general persiste, como la varía unidad de un hermoso día. Las antífonas y responsorios gregorianos tienen también este carácter de grandeza única y diversa; modulan el silencio como el arte gótico modela la sombra”.
7. El teatro a partir de la catedral
Después de tantos siglos en los que se había olvidado, dadas las circunstancias por las que se pasaba, el teatro griego, es lógico que pocas personas tuvieran conocimiento del mismo. Pues bien, fue en el propio ámbito del ritual eclesial donde surgió el drama y, al fin y al cabo, el teatro.
Así, recogiendo el contenido de los libros sobre arte religioso escritos por Emili Mâle, dice el autor de “La Cristiandad” que (pp. 174-175) “El drama litúrgico, nos dice, el primero en ver la luz, no fue en sus comienzos sino una de las formas de la liturgia. No en vano la Misa, que es el acto culminante del culto, reproduce, bajo formas sobrias y veladas, el drama del Calvario. Según el rito antiguo de la iglesia de Lyon, el sacerdote, después de la elevación, permanecía con los brazos extendidos, mostrándose como la imagen misma de Cristo clavado en cruz. El domingo de Ramos, la Pasión era leída o cantada por algunos recitantes, ya la voz grave de Cristo respondía la voz aguda de los judíos. Durante la Semana Santa, en el oficio de Tinieblas, uno de los ministros asistentes iba apagando, uno tras otro, los cirios del tenebrario; el abandono de Cristo se volvía así sensible a los ojos y al corazón; cuando no quedaba más que un cirio encendido, se lo escondía bajo el altar, imitándose la deposición de Cristo en la tumba, y un gran alboroto, previsto por el ritual, resonaba en la iglesia sumersa en la noche; el mundo, abandonado de Dios, parecía volver al caos; de repente, el cirio supérstite reaparecía, Cristo volvía a hacer su ingreso en el mundo después de haber vencido a la muerte.
Resulta natural que el poderoso genio que resplandece en los rituales de la Iglesia haya pronto dado nacimiento al drama. Como señalamos recién, fue a fines del siglo X que apareció el más antiguo de los dramas litúrgicos, el drama de la Resurrección. En el ‘Libro de las costumbres’, que S. Dunstan escribió en 967 para los monasterios ingleses, la ceremonia es descrita en todos sus detalles.”Pero, además de un tema por excelencia como es el de la Pascua de Nuestro Señor, otros se abrieron paso en aquellos tiempos porque (p. 177) “el teatro religioso buscó otros asuntos, por ejemplo, la parábola de las vírgenes prudentes y necias, cuya escenificación debío ser impresionante.”
Y posteriormente, en el siglo XIII el teatro profanó dio en comenzar a ser posible por más que (p. 177) “el teatro religioso siguió conservando el primer lugar. Y mantuvo vigencia por bastante tiempo ya que, aún durante el siglo XV, en muchas partes había compañías que escenificaban, de año en año, el mismo misterio sagrado”.
8. La literatura en relación con la catedral
Por mucho que pueda extrañar a más de uno, el caso es que la literatura también tiene mucho que ver con el desarrollo propio de la catedral. Así, “nació en buena parte del ambiente de los misterios hasta que llegó a adquirir consistencia propia”.
Es bien cierto que la literatura (por razones obvias) se expresó en lengua latina hasta que, con el tiempo, fueron las lenguas romances las que ocuparon el lugar de esta, que fuera, gloriosa lengua. Así se expresaron en género poético las vidas de santos, los “Milagros de la Virgen” o las “Cantigas”; también los cantares épicos muy propios de la época (Chanson de Roland, Mío Cid, etc.).
En realidad, también aquí el pueblo, su carácter popular, era el propio de la literatura medieval, de la Cristiandad. Así, y según escribe R. Pernoud (Lumière du Moyen âge, 138-139) y trae a su libro Alfredo Sáenz, S.J. “La poesía ha sido la gran ocupación de la Edad Media y una de sus pasiones más vivas. La poesía reinaba por doquier: en la iglesia, en el castillo, en las fiestas y en las plazas públicas; no había festín sin ella, ni festejo donde no jugase su papel, ni sociedad, universidad, asociación o confraternidad donde no tuviese acceso; se aliaba a las funciones más serias: algunos poetas gobernaron condados, como Guillermo de Aquitania o Thibaut de Champagne; otros gobernaron reinos, como el rey René de Anjou o Ricardo Corazón de León; otros, como Beaumanoir, fueron juristas y diplomáticos; incluso se pudo ver a un Felipe de Novara, asediado en la Torre del Hospital con unos treinta compañeros, escribir a toda prisa, para pedir auxilio, no un llamado de socorro, sino un poema… Decir versos, o escucharlos, aparecía como una necesidad inherente al hombre. Hoy ni siquiera podríamos imaginarnos a un poeta instalándose sobre un tablado, ante una barraca de feria, para declamar allí sus obras; espectáculo que entonces era común. El campesino dejaba su trabajo, el artesano su taller, el señor sus halcones, para ir a escuchar a un trovador o a un juglar. Jamás quizás, salvo en los más hermosos días de la Grecia antigua, se manifestó tal apetito de ritmo, de cadencia y de bello lenguaje”.
Destaca en este apartado del capítulo 5 de su libro, la figura de Dante y su “Divina Comedia” por ser (p. 182) “una de las obras cumbres de la cultura occidental. El marco histórico en que se desarrolla aquella trama prodigiosa no es otro que el de la sociedad que el poeta conoció por experiencia: la Cristiandad. Los acontecimientos a los que se refiere son los de su historia, con especial relación a los peligros temporalistas que amenazaban a la Iglesia; sus protagonistas son los que habían desempeñado un papel relevante en la historia del Occidente cristiano. «El ideal al que sirve –escribe Daniel-Rops– no es otro que el de los Papas reformadores, el de los Santos, el de los Cruzados y el de los maestros del pensamiento; ese ideal de un orden jerárquico, que se correspondería en la tierra con las perfectas armonías del cielo» (La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… 749).”
Y es que Dante supo (en atención a lo recogido por el autor de “La Cristiandad” de parte de Daniel-Rops) traducir (p. 183) “en su esplendoroso poema-epopeya, lo que los místicos habían musitado en sus plegarias, los arquitectos al levantar sus naves al cielo, los teólogos al elaborar los monumentos de sus especulaciones, y los Cruzados al ofrecer su sangre (cf. La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… 752-753). Y también: ‘Era preciso que a las summas teológicas, a las summas filosóficas que había realizado la Edad Media ya aquellas otras summas plásticas que son las catedrales se añadiese una summa poética, para que la figura se completase; y aquel hombre la construyó’ (La Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… 743).”
Y tal es así que la catedral supuso, y ha supuesto, un instrumento material con corazón puramente espiritual y que, a día de hoy, sigue sirviendo para dar a conocer al quehacer, el ser y la raíz de toda una gloriosa época de la historia de la humanidad.
Eleuterio Fernández Guzmán
…………………………….
Por la libertad de Asia Bibi.
……………………..
Por el respeto a la libertad religiosa.
……………………..
Enlace a Libros y otros textos.
……………………..
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hacer el bien por los hermanos en la fe en materia de formación espiritual ha de producir gran gozo en el Padre Dios.
…………………………….
Para leer Fe y Obras.
…………………………….
InfoCatólica necesita vuestra ayuda.
Escucha a tu corazón de hijo de Dios y piedra viva de la Santa Madre Iglesia y pincha aquí abajo:
Y da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.
2 comentarios
Y una curiosidad: hace años pagué con gusto una pasta por hacerme con los "Fundamentos bíblicos de la teología católica" del P. Pardo Fuster (Ed. Gratis date). Lo vi primero muy sobriamente encuadernado en una librería de empaque y no dudé un instante en adquirirlo. Luego me enteré de que también estaba gratis en Internet (cuando Internet todavía balbuceaba en España), pero no me he arrepentido nunca del dinero que invertí en el ejemplar ni de no tener que descargarlo por mi cuenta. Me dolió un tanto, sin embargo, lo que creo fue una desconsideración del librero: cuando conocí al P. Fuster me dijo que no le informó de los ejemplares vendidos (que serían el mío y poco más); era, imagino, la satisfacción frustrada de saber que alguien ha apostado por tu trabajo. Al menos tuve ocasión de decirle que yo sí lo compré y que me parecía --y me sigue pareciendo-- un tratado utilísimo de manejar, muy completo y magnífico.
---
EFG
En efecto, tal libro que Gratis Date tiene publicado en 2 tomos lo he utilizado mucho para escribir alguna serie de artículos. Es una maravilla de libro.
Por otra parte, el tema de la desconsideración de aquel librero... en fin, eso es una verdadera pena y lo es por lo que se perdía aquel hombre al no conocer lo que vendía.
Agradezo mucho la labor de Gratis Date, que ha permitido que lleve en mi corazón muchas lecturas santas, algunas de las cuales han cambiado mi vida.
Muchas gracias por lo mucho que ayudas a la Iglesia, Eleuterio. Dios te bendiga.
Dejar un comentario