Serie Fundación GRATIS DATE – La Cristiandad. Una realidad histórica, de Alfredo Sáenz, S.J.
Escribir de la Fundación GRATIS DATE es algo, además de muy personal muy relacionado con lo bueno que supone reconocer que hay hermanos en la fe que tienen de la misma un sentido que ya quisiéramos otros muchos.
No soy nada original si digo qué es GRATIS DATE porque cualquiera puede verlo en su página web (www.gratisdate.org). Sin embargo no siempre lo obvio puede ser dejado de lado por obvio sino que, por su bondad, hay que hacer explícito y generalizar su conocimiento.
Seguramente, todas las personas que lean estas cuatro letras que estoy juntando ya saben a qué me refiero pero como considero de especial importancia poner las cosas en su sitio y los puntos sobre todas las letras “i” que deben llevarlos, pues me permito decir lo que sigue.
Sin duda alguna GRATIS DATE es un regalo que Dios ha hecho al mundo católico y que, sirviéndose de algunas personas (tienen nombres y apellidos cada una de ellas) han hecho, hacen y, Dios mediante, harán posible que los creyentes en el Todopoderoso que nos consideramos miembros de la Iglesia católica podamos llevarnos a nuestros corazones muchas palabras sin las cuales no seríamos los mismos.
No quiero, tampoco, que se crean muy especiales las citadas personas porque, en su humildad y modestia a lo mejor no les gusta la coba excesiva o el poner el mérito que tienen sobre la mesa. Pero, ¡qué diantre!, un día es un día y ¡a cada uno lo suyo!
Por eso, el que esto escribe agradece mucho a José Rivera (+1991), José María Iraburu, Carmen Bellido y a los matrimonios Jaurrieta-Galdiano y Iraburu-Allegue que decidieran fundar GRATIS DATE como Fundación benéfica, privada, no lucrativa. Lo hicieron el 7 de junio de 1988 y, hasta ahora mismo, julio de 2013 han conseguido publicar una serie de títulos que son muy importantes para la formación del católico.
Como tal fundación, sin ánimo de lucro, difunden las obras de una forma original que consiste, sobre todo, en enviar a Hispanoamérica los ejemplares que, desde aquellas tierras se les piden y hacerlo de forma gratuita. Si, hasta 2011 habían sido 277.698 los ejemplares publicados es fácil pensar que a día de la fecha estén casi cerca de los 300.000. De tales ejemplares, un tanto por ciento muy alto (80% en 2011) eran enviados, como decimos, a Hispanoamérica.
De tal forman hacen efectivo aquel “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8) y, también, “dad y se os dará” (Lc 6,38) pues, como es de imaginar no son contrarios a las donaciones que se puedan hacer a favor de la Fundación. Además, claro, se venden ejemplares a precios muy, pero que muy, económicos, a quien quiera comprarlos.
Es fácil pensar que la labor evangelizadora de la Fundación GRATIS DATE ha des estar siendo muy grande y que Dios pagará ampliamente la dedicación que desde la misma se hace a favor de tantos hermanos y hermanas en la fe.
Por tanto, esta serie va a estar dedicada a los libros que de la Fundación GD a los que no he hecho referencia en este blog. Esto lo digo porque ya he dedicado dos series a algunos de ellos como son, por ejemplo, al P. José María Iraburu y al P. Julio Alonso Ampuero. Y, como podrán imaginar, no voy a traer aquí el listado completo de los libros porque esto se haría interminable. Es más, es mejor ir descubriéndolos uno a uno, como Dios me dé a entender que debo tratarlos.
Espero, por otra parte, que las personas “afectadas” por mi labor no me guarden gran rencor por lo que sea capaz de hacer…
La Cristiandad. Una realidad histórica, de Alfredo Sáenz, S.J.
Alfredo Sáenz, S.J., autor de este libro sobre la Cristiandad no tenía muy claro que el mismo tuviera que serlo. Todo el material que podía darle forma lo había utilizado para dictar un curso sobre (p. 3) “La Cristiandad a solicitud de la Corporación de Abogados Católicos”. Sin embargo, no creía que mereciera la pena lo que decía no era un trabajo de investigación.
Sin embargo, el Espíritu Santo sopla donde quiere y tiempo después de haber dictado aquel curso una joven, que nada sabía sobre el mismo y sobre la petición que, allí mismo, le habían hecho para que lo dicho diera forma de libro, le preguntó si es que a nadie se le iba a pasar por la mente escribir un texto sobre la Edad Media para demostrar que era posible una sociedad cristiana.
Dios, por eso mismo, le había hablado al autor de este texto a través de aquella joven y, por eso mismo, podemos dar gracias al Todopoderoso por hacer posible, de aquella forma, que quien quiera pueda tener acceso a este maravilloso texto del P. Alfredo Sáenz que es, francamente, necesario para todo, ya no digo católico, sino cristiano.
Ya digo, desde este mismo instante que lo que vaya a ser recogido aquí no será ni todo ni siquiera un tanto por cierto muy elevado del contenido de “La Cristiandad. Una realidad histórica” pues este libro contiene tanto y tan bueno que, como siempre, se recomienda su lectura pues mucho hay que aprender del mismo o, al menos, el que esto escribe, tiene tal impresión.
Es más, en el Prólogo del libro, el P. Carlos Biestro, elogia grandemente este texto diciendo que (p. 5) “Como va contra la corriente, este fruto de una profunda inteligencia y enorme capacidad de trabajo parecerá a muchos una nueva muestra de la mentalidad oscurantista, que halla más gusto en desenterrar fósiles que en ocuparse que en ocuparse de las cuestiones actuales o imaginar el porvenir”.
En fin… que mucho y bien se dice de este libro que, verdaderamente, vale la pena leer.
Verdaderamente este libro merecería ser aquí traído a razón de un artículo por capítulo del mismo o, lo que es lo mismo, cada uno de los seis que lo componen merecen, seguramente, un apartado particular. Sin embargo, como eso no es posible daremos unas breves pinceladas de los mismos en el entendido que los lectores de este artículo no tendrán reparo alguno en acudir (si es que no lo hicieron hace tiempo o no lo han hecho hace poco) a www.gratisdate.org a ya saben qué. De todas formas, del capítulo 5 sí haremos capítulo aparte por ser un tema (el referido a la catedral) muy interesante.
Pues bien, el libro está dividido, como hemos dicho, en 6 capítulos, que son, a saber:
Capítulo 1. Cuyo título es “Cristiandad y Edad Media”
Como es más que sabido la misma denominación de “Edad Media” para un periodo tan largo de la historia de la humanidad ha tenido, desde que su mismo origen, un sentido peyorativo. Así (p. 10) “El calificativo lo impusieron los humanistas del Renacimiento, que consideraron a esa época como un lapso de mera transición entre dos períodos de gloria”. Si, además, en aquel tiempo el cristianismo jugó un papel esencial en todos los órdenes de la vida del ser humano, es de imaginar que no se denominara de ninguna otra forma.
Si bien cristianismo, por el mismo, se entiende el seguimiento del Hijo de Dios, el término “cristiandad” abarca aspectos que superan, con mucho, el mero cristianismo porque, al fin y al cabo, viene a ser(p. 13) “cuando las naciones, en su vida interna y en sus mutuas relaciones, se conforman con la doctrina del Evangelio, enseñada por el Magisterio, en la economía, la política, la moral, el arte, la legislación”. En tal momento histórico (p. 13) “tendremos un concierto de pueblos cristianos, o sea una Cristiandad”.
Y es que la Cristiandad, digamos, no surgió porque algunos reyes o poderosos se pusiesen de acuerdo para que así fuera sino (p. 14) “que fue la concreción de una aspiración históricamente mantenida y acrecentada a lo largo de varios siglos”.
Por otra parte, la Cristiandad medieval se caracterizó por lo siguiente:
1. La centralidad de la fe.
2. El predominio del símbolo
3. Ser una sociedad arquitectónica o, lo que es lo mismo (p. 26) “un cuerpo de comunidades que, partiendo de la familia, pasada por las corporaciones de oficios, defendidas ambas por los caballeros de espada, y culminaba en la monarquía, reflejo de la monarquía divina, que confería unidad al conjunto del organismo social, sin herir sus legítimas pluralidades”.
4. Ser una época “juvenil” porque lo fue (p. 29) “aventurera, que quiso gozar de la vida; sus hombres sabían divertirse, jugar y soñar”.
Capítulo 2. Cuyo título es “La cultura en la Cristiandad”
En torno a Carlomagno se inició la recuperación de la cultura medieval. Esto lo consiguió el Emperador convocando, en Aquisgrán (p. 32) “hombres cultos de todas las regiones que estaban bajo su dominio. Del sur de Galia acudieron el poeta Teodulfo de Orleans y Agobardo; de Italia, el historiador y poeta Pablo Diácono, autor de la «Historia de los Lombardos», así como Pedro de Pisa y Paulino de Aquileya; de Irlanda, Clemente y Dungal; del monasterio de Fulda, el joven Eginardo, quien luego escribiría la vida de Carlomagno; y así de otros lugares. Anglosajones, irlandeses, españoles, italianos, germanos…, de todas las regiones antiguamente civilizadas por los romanos afluían ahora sus mejores exponentes a la corte de Carlomagno para contribuir con su aporte al Renacimiento carolingio.”
En aquel importante esfuerzo de recuperación cultural jugó un papel muy importante (p. 35) la “vertiente patrística” sin olvidar (p. 36) “el aporte islámico y judío” pues no es poco curioso que no se negara la importancia que podía tener que personas de otras religiones aportaran lo que entonces conocían y sabían de los más diversos aspectos culturales.
Pero si hay una realidad que suscita todas las controversias del mundo pero que jugó un papel fundamental en la Cristiandad medieval, fue la “escolástica”. Dice Alfredo Sáenz, S.J. respondiendo a la pregunta (p. 45) “¿Qué es, en verdad, la Escolástica” que “? No otra cosa que la aplicación de la inteligencia humana al estudio de la verdad revelada, en orden a penetrar, en cuanto lo consiente la limitación del hombre, el significado de los misterios sobrenaturales; y consecuentemente el intento de elaborar un sistema orgánico en el que se integren tanto las verdades naturales como las reveladas. El método predileccionado fue el de la disputatio. Cada tesis que reclamaba su admisión en la organicidad del sistema debía haber sido previamente campo de batalla intelectual entre los doctores, e incluso, también, entre estudiantes y maestros.”
Es bien cierto que, por ejemplo, tanto para protestantes como para los enciclopedistas del siglo XVII la Escolástica era una especie de mal que había lastrado el desarrollo intelectual de toda aquella larga época. Pero esto tiene explicación si tenemos en cuenta que aquel método de discusión tenía muy en cuenta aspectos católicos que no eran, precisamente, reverenciados por sus oponentes. Y eran, a saber (p. 45) “la autoridad de la Revelación, el derecho de la divina Sabiduría a ser acatada sin discusión por la inteligencia humana. El segundo era el respeto a la luz natural de la razón, especialmente en el ámbito de los principios metafísicos y de sus deducciones más inmediatas. El tercero era el valor doctrinal de la Tradición, en particular de la tradición patrística, sobre la base de aquello del enano que se sube sobre los hombros de un gigante”.
Se comprenden demasiado bien, claro, determinados odios… pues, si tenemos en cuenta que figuras tan importantes como S. Alberto Margon, S. Buenaventura, Sto. Tomás de Aquino tampoco debería extrañarnos que los oponentes al catolicismo manifestaran su resquemos hacia la consideración cultural que, entonces, se hacía.
Capítulo 3. Cuyo título es “El orden político en la Cristiandad”
El feudalismo fue, digamos, aquello que dio lazos de fidelidad al orden político propio de la llamada Edad Media.
Pero (p. 52) “no pensemos que el feudalismo fue desde el comienzo una institución aristocrática y rodeada de todo el aparato de la caballería y de la heráldica, como sucediera en los últimos tiempos de la Edad Media. Los primeros señores feudales han de haber sido, en su mayoría, aventureros que hablan logrado imponerse, e incluso jefes de bandidos que habían llegado a esa posición por medio de una mezcla juiciosa de poder e intimidación. En esa época, aciaga y anárquica, sólo podían sobrevivir los más fuertes.”
Pero, como hemos dicho, el feudalismo se cimenta en aquello que supone de fidelidad entre sus miembros: la que había entre el señor y los protegidos, entre el señor y el rey y, en general, el sentido general de respeto por un orden político basado, en mucho, en principios cristianos. Por eso (p. 57) “La ‘infidelidad’ en este campo, sea por parte del súbdito como de su señor, la ruptura del lazo feudal, con la consiguiente traición a los compromisos contraídos, constituía un verdadero crimen, el gran delito de la felonía”.
Y, dentro del feudalismo, la figura de los Reyes, consagrados mediante un acto sacramental, acabaron, con el tiempo, ocupando la cúspide de la pirámide social y política y (p. 58) “el Emperador en el pináculo universal, enseñoreando las monarquías locales”.
Y el Rey, aquel hombre que, poco a poco, fue ocupando lugares que antaño habían ocupado sus nobles, es considerado como tal (p. 60) “’por la gracia de Dios’. Esa fórmula “comúnmente aceptada, y que hoy a algunos les resulta poco menos que grotesca, implicaba la afirmación del origen divino del poder, al tiempo que denotaba la grave responsabilidad asumida por el gobernante de un pueblo, al cual en cierto modo Dios había no sólo elegido sino también ungido como su vicario en el orden temporal. De esta manera la Iglesia santificaba la autoridad en la persona del rey, y la impregnaba con el espíritu del cristianismo",
Todo, como podemos ver, estaba muy relacionado entre sí: lo sagrado y lo profano se relacionada de una forma armónica dándole sentido a todo el entramado político de la época. ”Así, recoge el P. Alfredo Sáenz, S.J (p. 65) palabras de S. Bernardo acerca de que “Yo no soy de los que dicen que la paz y la libertad de la Iglesia perjudican al Imperio o que la prosperidad de éste perjudica a la Iglesia. Pues Dios, que es el autor de la una y del otro, no los ha ligado en común destino terrestre para hacerlos destruirse mutuamente, sino para que se fortifiquen entre sí”.
Es más, todo este comportamiento, toda esta forma de ser, tuvo como consecuencia la voluntad, expresada con hechos, de tender hacia un orden internacional que, por ejemplo, se fundamentaba (p. 69) “la casi inexistencia de burocracia en las fronteras” . Además existían voluntad, propia de sentirse la misma cosa, de aliarse para la consecución de determinados fines como fue, por ejemplo, el ejemplo de las Cruzadas.
Capítulo 4. Cuyo título es “El orden social de la Cristiandad”
Es bien cierto que en cualquier época las personas que viven en la misma son muy importantes para el desarrollo del ser social. Por eso, en la Edad Media, en la Cristiandad, el orden, que lo es social, es tratado con profusión por el P. Alfredo Sáenz, S.J.
Así, escribe sobre
Los que oran
Los que trabajan
Los que combaten
En lo referido a los que oran es bien cierto que la Edad Media es una época eminentemente religiosa (y, seguramente, por eso tan odiada por determinadas ideologías) donde se destacan las siguientes características:
1. La impronta escriturística.
2. El culto a los santos.
3. La devoción a la humanidad de Cristo.
4. El culto a Nuestra Señora.
5. El ansia de peregrinaje.
Vemos, por tanto, que estos pilares sobre los que desarrolla la vida social determinan lo que, en verdad, era una sociedad cristiana y, al fin al cabo, a la propia Cristiandad.
Si hay algo a destacar en el aquellos tiempos de verdadera luz espiritual y humana, es el mundo de las Órdenes Religiosas. Surgieron por doquier tanto (p. 84) “viejas Órdenes” pero no por eso dejaron de aparecer “nuevas familias religiosas de toda índole”.
Así, se desarrollaron Órdenes Monásticas (p. 84), Órdenes Canonicales (p. 85), Órdenes Mendicantes (p. 85), Órdenes Redentoras (p. 87) y, claro, Órdenes Militares (p. 87) destacando la figura de S. Bernardo, que es (p. 92) “la imagen más lograda del hombre tal y como pudo concebirlo la Edad Media, si bien en su cumbre” porque (pp. 92-93) “el santo de Claraval llevó a su más alto grado las diversas notas que caracterizan el espíritu religioso de la Edad Media. Si aquella época se distinguió por su impronta escriturística, advertimos que tanto el pensamiento como la elocuencia de S. Bernardo manan directamente de esa fuente. No es de extrañar, ya que desde su juventud escrutó los libros de la Sagrada Escritura con ternura y minuciosidad. Algunos de sus sermones son simple y llanamente un tejido de textos bíblicos, ordenados conforme a un ritmo tomado de los salmos y de los profetas.
También encarnó en gran nivel la profunda devoción que el hombre medieval experimentara por la humanidad de Cristo, que fue para él no sólo el modelo admirable, sino el hermano y el amigo. Asimismo fue medieval por su delicado amor a la Madre de Dios. Cuenta una encantadora tradición que, en cierta oportunidad, oyendo entonar a sus hermanos la Salve Regina, no pudo resistir el fuego del amor que lo consumía y exclamó: O clemens, o pia, o dulcis, palabras que en adelante quedarían incluidas en dicha plegaria. La piedad mariana de la Edad Media es inescindible de quien quiso ser caballero de ‘Nuestra Señora’.”Por otra parte, en lo referido a los que trabajan el P. Alfredo Sáenz trata, en su obra, tanto del trabajo rural (pp. 95 y ss) como del trabajo artesanal (pp. 101 y ss) y, por último, del trabajo comercial (p. 108 y ss).
Así, en lo tocante al trabajo rural, destaca lo referido al trabajo y la tierra, o lo referido a la vida rural y la servidumbre o, también; si nos atenemos al trabajo artesanal, lo que viene relacionado con el origen de las corporaciones (y su espíritu religioso), o la comunión del capital y del trabajo, sin olvidar la muy especial relación entre los maestros y los aprendices; y , si, por último, nos referimos a la actividad comercial, aquello relacionado con la economía y el surgimiento de las ciudades (de no poca importancia), lo que ha supuesto para el desarrollo posterior la aparición del burgués, la figura del mercader.
Y, por último, en lo tocante a los que combaten no podemos negar que toda la Edad Media estaba, digamos, atravesada por un espíritu guerrero de no poca importancia. Aquí trata el autor del libro el tema de la caballería, su origen medieval y, sobre todo, lo que supuso el catolicismo en un arte que podía llegar a ser bárbaro e inhumano. Así, se introdujo una, digamos (p. 115) “educación de la violencia” donde el sentir cristiano atemperó mucho el ansia, propia de la época, de sangre y de violentar al enemigo.
Tiene, en este concreto momento, una importancia radical (ya se ha hecho mención arriba) el hecho de la aparición, o recuperación, de las Órdenes Militares (tanto Palestinienses o relacionadas con las peregrinaciones que se hacían a Tierra Santa o –p. 118- “la lucha contra los infieles” como las Españolas, a saber, la de Calatrava, la de Alcántara o la de Santiago de la Espada, sin olvidar la de Nuestra Señora de la Merced). Pues bien, en una de ellas, la del Temple, era muy importante la sui generis espiritualidad del monje-caballero pues algunos nobles completaron su ideal de caballeros aplicándose o, mejor, siguiendo, los votos de castidad, obediencia y pobreza.
No olvida el P. Alfredo Sáenz, S.J, el caso muy especial de las Cruzadas (p. 124 y ss) y lo referido a la literatura caballeresca (p. 135 y ss) donde se refiere tanto a los Cantares de Gesta como en aquello referido a un tema muy importante a lo largo de los siglos: la busca del Santo Grial (que, como sabemos, después de muchas vueltas y revueltas históricas acabó donde se encuentra que no es en otro lugar que en la Catedral de Valencia, España).
Capítulo 5. Cuyo título es “El arte de la Cristiandad”
De este capítulo, referido a la catedral, hacemos artículo aparte.
Capítulo 6. Cuyo título es “La post-Cristiandad”
Pero después de aquel tiempo luminoso (por mucho que se diga lo contrario y se despotrique en su contra) vino lo que tenía que venir que es, claro, la llamada época posterior a la Cristiandad.
En este tiempo, desde que el llamado “Renacimiento” empezó a arrinconar el espíritu cristiano que había formado y constituido a muchas naciones del mundo digamos, europeo, gran parte de lo que se había conseguido a lo largo de los siglos, se acabó perdiendo.
Así, tanto en el
El Renacimiento,
La Reforma,
La Revolución Francesa,
La Revolución Rusa,
El denominado “Nuevo Orden Mundial”
se ha ido fraguando una sociedad, una economía, una política, unas relaciones internacionales, etc. que nada tienen que ver con la Cristiandad inmediatamente anterior. Aquí, ahora mismo, desde entonces, el individualismo se ha enseñorado de la sociedad y ha ocupado hasta los más recónditos rincones de la misma haciendo olvidar, muchas veces a la fuerza de leyes y reglamentos, el sentido comunitario con el que se conformó la llamada Edad Media y su general espíritu cristiano.
Cabe, de todas formas, lo que llama el autor del libro, una posibilidad que consiste en (p. 206) “rehacer la Cristiandad”.
Es bien cierto que, ahora mismo, más de uno puede estar echándose las manos a la cabeza pues le puede resultar poco menos que imposible, siquiera, intentarlo. Sin embargo, como nunca podemos perder la esperanza (es propio del hijo de Dios no desesperar nunca).
Sin embargo (p. 210) “aun hoy, en medio de la situación dramática en que nos toca vivir. Hacemos nuestras las vibrantes palabras de Berdiaieff: ‘Y nosotros debemos sentirnos no solamente los últimos romanos fieles a la antigüedad, eterna verdad y belleza, sino también los centinelas vueltos hacia el día invisible creador del futuro, cuando se levante el sol del nuevo Renacimiento cristiano. Quizás este Renacimiento se manifestará dentro de las catacumbas, no produciéndose más que para algunos. Quizás no tendrá lugar más que con el fin de los tiempos. No nos incumbe el saberlo. Pero lo que sí sabemos firmemente, en cambio, es que la luz eterna y la belleza eterna no pueden ser destruidas ni por las tinieblas ni por el caos. La victoria de la cantidad sobre la calidad, de ese mundo limitado sobre el otro mundo, es siempre ilusoria. Por lo tanto, sin temor y sin desaliento, debemos pasar del día de la historia moderna a esa noche medieval. Que se retire la falsa y mentirosa claridad’ (ibid., 70).”.
Amén, decimos, nosotros, a estas palabras.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hacer el bien por los hermanos en la fe en materia de formación espiritual ha de producir gran gozo en el Padre Dios.
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