Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente
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Panecillos de meditación
lama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay que abandonarse a la Providencia de Dios. Además, no tenemos otro remedio.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.
En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.
Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente
Presentación del artículo del P. Pablo Cabellos .
Sin duda que hay preguntas que siempre nos hacemos. Aunque tengamos la fe grande de quien cree mucho y bien no es imposible preguntarse, por ejemplo, eso tan socorrido de dónde está Dios cuando pasa eso y lo otro. Y eso es en lo que abunda el autor del artículo aquí traído.
Sin embargo, la fe, nuestra fe, es mucho más que hacer eso. Y es más porque nos sirve para sustentar nuestra existencia. Por eso “La fe recta ha de abrirse a la luz originaria de Dios, en lugar de volvernos en acusación contra Él, sin descartar que la razón busque entender siempre más”.
“Lumen fidei”, la encíclica escrita por el Papa Francisco apoyándose en lo trabajado por Benedicto XVI, trata de hacernos ver que no debemos hacer un Dios a nuestra medida sino que el Señor tiene la suya propia y debe ser entendida y respetada. Por eso trae la cita de san Josemaría en Camino cuando dice que, en realidad, lo que pasa es que si no purgamos nuestra existencia con la humildad y la penitencia, difícilmente podremos ver a Dios como es.
Y, ahora, el artículo del P. Pablo Cabellos Llorente.
Cristo fascina
Es habitual, incluso entre creyentes, que pregunten dónde está Dios, al que no pueden ver en el dolor de los niños, en la miseria de los más desheredados, en las catástrofes que asolan de vez en cuando el planeta y sus gentes. ¿Dónde estaba Dios cuando descarriló el tren de Compostela? Y el interrogante no es baladí. Esos sucesos están ahí desde que el mundo es mundo. Hay muchas respuestas y todas incompletas porque el ser y el obrar de Dios no pueden caber en nuestra inteligencia, aunque algo pueda atisbar. Precisamente por eso, la fe es claridad, da luz adonde la razón humana no alcanza. Y proporciona sentido al dolor, a la miseria y a la catástrofe.
Al aparecer la primera encíclica del Papa Francisco, los sedicentes teólogos de siempre se han marchado a la periferia, no a la deseada por Francisco, sino a los bordes del tema, huyendo de la esencia. Precisamente el documento afirma que la teología no consiste sólo en el esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como sucede con las ciencias experimentales, porque Dios se reduciría a un objeto. La fe recta ha de abrirse a la luz originaria de Dios, en lugar de volvernos en acusación contra Él, sin descartar que la razón busque entender siempre más.
La fe es un don de Dios procedente de oír y ver al Señor. La síntesis entre los dos verbos la “hace posible la persona concreta de Jesús que se puede ver y oír". En Él, dirá san Pablo, habita la plenitud de la divinidad corporalmente. Es Cristo quien nos da razón del llanto de los niños, de las deficiencias de esta tierra, de la indigencia de los pobres, de la soledad de los ancianos… ¿Cómo podemos no entender los sufrimientos de este mundo cuando Dios se ha hecho hombre para asumirlos crucificado? ¿Cómo uno que se dice teólogo no capta la grandeza de un Dios hecho pecado por todos los errores de los hombres que, en demasiadas ocasiones, son causa de tanto dolor? ¿Acaso el pecado no es la mayor oposición a ese Dios infinitamente bueno? Seguro que durante la tragedia de Santiago, Dios estaba en la Cruz ofreciéndose por los muertos y dolientes.
Nos puede suceder lo que describe Camino: “Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios… —Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego… no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!". La encíclica del Papa Francisco trata de ayudarnos a ver a Jesús, como lo desearon aquellos que lo pidieron al apóstol Felipe.
Con la mirada limpia, contemplaremos a Jesús hambriento y sediento, a Cristo cansado, al Dios-hombre que se apiada de lisiados, leprosos, ciegos y sordos, al que mirando trasluce amor, al que llora por el amigo muerto o se conmueve por el dolor de la viuda que camina tras el féretro del hijo, al que da comida al famélico. Y también a Jesús que fustiga la hipocresía, alaba la fe del centurión, enseña esa locura de las bienaventuranzas, vapulea el adulterio, perdona al arrepentido y predica el amor. Un Cristo fascinante, vivo, al que se ve y se oye. No un mero objeto de estudio.
P. Pablo Cabellos Llorente
Publicado originalmente en Levanter-EMVy traído a InfoCatólica con permiso expreso del autor.
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