Un amigo de Lolo - Perdonarse y saber perdonar
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Colaborar con los planes que Dios tiene para nuestras vidas es una buena forma de saber que, en verdad, sí los tiene para nosotros y no nos ha olvidado.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Perdonarse y saber perdonar
“Dios sin perdón, pastel sin azúcar ”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (821)
Entre las virtudes que el ser humano creyente tienen como buenas para su existencia y sin las cuales su fe viene mucho a menos, el saber perdona no es una de las menores ni de las menos importancia.
Nuestro Maestro y Señor Jesucristo supo ejercitarse mucho en el perdón. Es más, su gimnasia espiritual incluía, cada día y varias veces, como para dar ejemplo, perdonar a más de uno que lo había ofendido. Por eso cuando le preguntaron que cuántas veces se tenía que perdonar a un hermano no dijo cuatro o cinco (que, para un ser humano corriente suele ser mucho y suficiente) sino “setenta veces siete”. Si hacemos una simple cuenta, con calculadora o a mano alzada, vemos que son muchas veces las que hay que perdonar a quien nos ofende y que, en este particular caso y en esta virtud, el hecho de perdonar, toda paciencia es poca.
Es bien cierto que el perdón, primero a nosotros mismos y, luego, a nuestros hermanos (o no) en la fe que, de una manera o de otra nos hayan causado algún tipo de malestar (espiritual o material) requiere tener mucho en cuenta lo que supone de apertura del corazón cuando perdonamos y, sobre todo, lo que supone de manifestación de tenerlo de carne y no de piedra. Además, es la mejor manera de demostrar que las ofensas las apuntamos en agua y lo bueno del prójimo en piedra, para que no se olvide.
Pero para perdonar es necesario darnos cuenta de que no siempre el perdonado va a aceptar el perdón. Seguramente porque no cree, en el fondo de su corazón, que nos haya ofendido y, aunque nosotros estemos en la seguridad de que sí ha habido ofensa (a lo mejor pequeña pero como somos tan vanidosos…) debemos, por tanto, perdonarla. Si no se acepta no debería importarnos porque Quien es testigo de todo, es decir Dios mismo, sí aceptará, en nuestro bien, tal acto, al fin y al cabo, de rebajamiento de nuestro orgullo al que, con demasiada frecuencia, nos apegamos.
Sin perdón, podríamos decir, no puede haber vida eterna porque no perdonar es como mantener sucio nuestro corazón e impedir que, de verdad, acudamos ante Dios de una forma limpia y alma sanada. Por eso debemos perdonar tantas veces como aquellas muchas que Cristo recomendó. Así el Creador, será, para nosotros, ejemplo a seguir pues perdona siempre a sus criaturas por mucho que las mismas le ofendamos como sucedió, tantas veces, en el camino que el pueblo elegido recorrió en aquel desierto del Éxodo.
Así Dios será, para nosotros, dulce gozo que tendremos muy en cuenta en nuestra vida. Será, por decirlo pronto, como un sabor divino que endulza nuestro corazón y nos lleva hacia su definitivo Reino sobrenadando las faltas de comprensión hacia nuestro prójimo.
Hoy, sin embargo, es bien cierto que los postres se pueden hacer sin utilizar azúcar porque hay edulcorantes de muchas formas y sabores. Algo así, a lo mejor, les pasa a muchos creyentes pues están en la seguridad de poder ir por la vida sin ejercitarse, y mucho, en el perdón porque al no entender necesario, de cara al prójimo, demostrar que se ha perdonado lo hecho o dicho. Y tal edulcorante espiritual no endulza como lo hace el auténtico perdón. Y, aunque reconozcamos que hay hijos de Dios que llevan una vida espiritual demasiado light, no es menos cierto que un poco de calorías no le vienen mal al alma. Y el perdón es muy calorífico pues irradia, en nosotros, la certeza de ser, de verdad, hermanos de nuestros hermanos.
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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