Darse cuenta de quiénes somos
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Los hijos de Dios se deben caracterizar por tener siempre en cuenta que lo son.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Andar por el mundo de una forma mecánica o como si no tuviéramos en cuenta la situación por la que estamos pasando nos puede hacer perder muchas oportunidades de ser lo que somos. Así, es posible que nos creamos, algunas veces, superiores en algún sentido a los demás. Hemos perdido, entonces, el sentido primero de la humildad y, con casi toda seguridad, siempre habrá alguien que nos demuestre, con palabras o hechos, que deberíamos darnos cuenta de lo que, en realidad, somos.
Para ser católico, por tanto, se requiere algo que no muchas veces ponemos en práctica y que tiene mucho que ver con el sentido profundo de nuestra fe. Consiste en situarnos, de verdad, donde debemos estar pues, en la cadena de creencia en la que estamos inmersos, cada uno de nosotros es un eslabón y, como tal, no debe querer ir por libre sino formar parte de la cadena que nos une a Dios. Es una unión que, además, nos conviene mantener unida pues en juego está, nada más y nada menos, que la vida eterna.
No cabe, sin embargo, la desesperanza pues es más que probable que, apreciando la situación verdadera en la que estamos, más de uno crea que no vale nada o que su labor, en el seno de la Esposa de Cristo, no vale la pena seguirla haciendo. Entonces, de caer en la trampa, espiritualmente mortal, que nos tiende el Maligno, podemos estar seguros que nuestra situación aún será peor porque, sabiéndonos hijos de Dios quizá nos pueda dar la impresión de que no se tiene en cuenta nada de lo que somos o hacemos.
No deberíamos olvidar algo que, en este caso es muy importante.
Como aquel escultor que estaba terminando una obra primorosa pero que, para desgracia para orgullo y la vanidad, iba a ser tapada por otra parte de la obra que se estaba haciendo al que preguntaron la razón de estar esculpiendo aquella maravilla si, al fin y al cabo, nadie la iba a ver, necesitamos urgentemente responder como él respondió: lo va a ver Dios.
Eso, entonces, era razón mas fuerte que ninguna otra puramente humana y más profunda que cualquier elaboración filosófica acerca de la utilidad última de lo que hacía aquel hombre. Lo iba a ver Dios.
Y eso es lo que, nosotros, hijos del Creador que sabemos que lo somos, debemos tener en cuenta. Dios, que lo ve todo y nos ama a cada uno como somos nos ama como somos. Y así se purifica nuestro corazón de aquello que pudiera parecernos inutilidad por nuestra parte o falta de pericia en lo que hacemos. Cada cual, por eso, hace rendir los talentos que Dios le ha entregado de la mejor forma posible y, a no ser que los esconda por miedo o vagancia, lo bien cierto es que el rendimiento porcentual (el tal 20 o 30 0 100 por ciento) del que habla la parábola del sembrador nos convierte en semillas que, de una manera o de otra, vamos a fructificar. Lo hacemos como Dios quiere que lo hagamos y en el momento en el que quiere que lo hagamos pero eso, tan sólo darnos cuenta de que somos apreciados por lo que somos, hijos, nos debería bastar y sobrar para ser luz, sal y levadura en medio de una masa, a veces, tan ciega, tan insípida y tan hundida en el mundo.
Tal es así que vale la pena laborar en la mies del Señor con los instrumentos que nos ha proporcionado el Padre. Y así, viendo como el Espíritu Santo nos da aliento y como nuestro Ángel Custodio no cesa de soplarnos el camino que debemos tomar, ser plenamente conscientes de que, por poco que seamos, lo somos todo para Dios. Y así, siendo piedras pequeñas en el fundamento de la Iglesia católica podremos, de todas formas, ser como aquellas angulares sobre las que se construye porque sin ellas no se podría sostener el edificio espiritual que Cristo fundó.
Y todo esto porque, a veces, nos sentimos tan poca cosa (darnos cuenta de lo que somos ante Dios produce tales efectos) que pudiéramos pensar que, en realidad, no somos nada cuando, al contrario, lo poco que somos es lo que tenemos que ser pero, sobre todo, lo que debemos ser.
No crean, sin embargo, que esto es desaliento sino, simplemente, consciencia.
Eleuterio Fernández Guzmán
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