Serie Sacramentos .- Orden sacerdotal

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lazo

Hoy es 11 M y no podemos, por menos, que recordar a las personas que cayeron en manos del Mal hace, ahora, 9 años. Dios las acogió, seguro, con Amor y misericordia. Espero que haya perdonado a las personas, aún sin saber sus nombres, que perpetraron aquel dominíaco atentado.

Sea, pues, el recuerdo por aquellas 193 víctimas y, en especial, por la que siempre olvidan al citar 192 sin tener en cuenta el ser humano que una madre llevaba en su seno, hijo, también, de Dios, desde su concepción.

Alabado sea Dios que perdona lo que tanto nos cuesta perdonar.

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dedicarse, especialmente, a las cosas de Dios y de los hombres debe ser tenido como una respuesta grande al Creador. No lo deberíamos olvidar.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Sacramentos

Como es bien sabido, los Sacramentos constituyen una parte muy importante de la vida espiritual del católico. Podemos decir que marcan un camino a seguir que, comenzando con el bautismo, terminará con la unción de los enfermos si es que la misma llega, claro, a tiempo. Sin embargo, no podemos negar que sin los Sacramentos, el existir del católico deja de ser como debería ser.

A este respecto, dice la Constitución Sacrosanctum Concilio, relativa a la Sagrada Liturgia, en su número 59 que

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la “fe". Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a dios y practicar la caridad.

Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana.”

Vemos, pues, que no son realidad baladí sino pura esencia en la vida del católico. Pues, como muy dice este apunte de la SC los Sacramentos “no sólo suponen la fe”, es decir que recibiéndolos se atribuye una presunción de catolicidad, sino que, además, “la alimentan, la robustecen” o, lo que es lo mismo, fortalecen el alma del que se dice, y es, católico y no niega la posibilidad de seguir siéndolo sin ninguna clase de apostasías silenciosas.

Los Sacramentos

Tenemos, por tanto, la seguridad de que los Sacramentos son signos sensibles que fueron instituidos por Cristo. Además, que comunican la gracia. Y, ya, por fin, que son los que son no porque sea un número más o menos bíblico que nos indique cierta perfección, sino porque Jesucristo, el Hijo de Dios, instituyó siete y ni uno más ni uno menos.

Característica común a todos los Sacramentos es que todos tiene una materia y una forma pues es propio de cada uno de ellos el que haya un objeto-gesto exterior y unas palabras que lo conforman y determinan a ser lo que son; también que debe ser un ministro legítimo el que lo confiera pues, de tal manera, Cristo actúa por él.

En realidad, los Sacramentos lo son de Cristo porque son creados por él; son de la Iglesia porque existen por ella y para ella (cf. Catecismo, 1118); son de la fe porque están ordenados a la santificación de los hombres (cf. Catecismo, 1123); son de la salvación porque son necesarios para la misma (cf. Catecismo, 1129), y lo son, por último, de la vida eterna porque preanuncian la gloria venidera (cf. Catecismo, 1130).

Esta serie, pues, corta porque son siete los Sacramentos y no más, tratará de los mismos y de la importancia que tienen para la vida del creyente católico.

Sacramentos.- Orden sacerdotal

Orden sacerdotal

Cuando Jesús dijo que la mies del Señor era grande y que los trabajadores que la labran y siembran eran pocos, se refería, sin duda alguna, a los sacerdotes que, con su cumplimiento de su especial ministerio nos ponen en camino del definitivo Reino de Dios.

En el número 97,6 de su “Para salvarte” dice el P. Jorge Loring que

“Es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados, y les da poder para perdonar los pecados y convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

El sacramento del orden lo reciben aquellos que se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.”

El sacerdote, pues, es aquel hombre que, voluntariamente, ofrece su vida para darla por Dios y por sus hermanos los hombres.

El Sacramento del Orden Sacerdotal lo instituyó, al igual que los demás, Jesucristo. Cuando, por ejemplo, en Jn 15, 16 le dice a Judas (no el Iscariote) que “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y un fruto que permanezca” es uno de los momentos en los que certifica el Hijo de Dios que ha sido Él, Dios mismo, el que los ha escogido de entre las muchas personas que tenía, digamos, a su alcance espiritual.

Es más, en Lc 10, 16 de que “El que os escucha a vosotros a mí me escucha y el que os rechaza, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. Y esto es señal de que la institución de este Sacramento tenía una importancia vital para la historia de la Iglesia que entonces se iniciaba.

Es bien cierto que en la Antigua Alianza también existía, en el seno del pueblo judío, el grupo de los que eran sacerdotes. Sin embargo, cuando Dios envía a Su Hijo al mundo se constituye el único sacerdocio que recae, precisamente, en el Mesías. Y dice, a tal respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, que

1544 Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, ‘único […] mediador entre Dios y los hombres’ (1 Tm 2,5). Melquisedec, ‘sacerdote del Altísimo’ (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único ‘Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec’ (Hb 5,10; 6,20), ‘santo, inocente, inmaculado’ (Hb 7,26), que, ‘mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados’ (Hb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz.

1545 El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo: Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius (‘Y por eso sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos’) (Santo Tomás de Aquino, Commentarium in epistolam ad Haebreos, c. 7, lect. 4).

El Sacramento del Orden lo impone el Obispo a través de sus manos (que es signo sensible que concede la gracia) y recordando aquellas palabra de la Epístola a Timoteo de San Pablo cuando, en 4, 14, dice “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros”.

Y sobre quién puede recibir el Sacramento del Orden Sacerdotal, dice el Catecismo que

1577 “Sólo el varón (vir) bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación” (CIC can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (viri) para formar el colegio de los doce Apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem 26-27; Id., Carta ap. Ordinatio sacerdotalis; Congregación para la Doctrina de la Fe decl. Inter insigniores; Id., Respuesta a una duda presentada acerca de la doctrina de la Carta Apost. “Ordinatio Sacerdotalis")

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Los fines que ha de cumplir el sacerdote, una vez recibido el Sacramento del Orden son, a saber:

-Ofrecer a Dios el sacrificio.

Como puede verse cuando se escribe:

“Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”

(Hebr. 5, 4).

-Predicar el mensaje de salvación.

Como se puede apreciar en:

“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la oración. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”

(Mc. 16, 15-16).

-Comunicar la vida divina a los hombres.

Como recoge san Mateo:

“Id, pues y haced discípulo a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles y guardar todo lo que yo os he mandado”

(Mt. 28, 19-20).

Por otra parte, el Sacramento del Orden concede, por así decirlo, unos efectos que son, a saber: concesión de ciertas potestades espirituales como bautizar, fortalecer la fe, perdonar los pecados, consagrar el Cuerpo y la Sangre del Señor, celebrar y ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa y confrontar a los enfermos y disponerlos a morir en gracia de Dios, como potestades espirituales o el aumento de la gracia sacramental.

O, como bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

El carácter indeleble

1581 Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

1582 Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf Concilio de Trento: DS 1767; LG 21.28.29; PO 2).
1583 Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por causas graves, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas (cf CIC can. 290-293; 1336, §1, 3 y 5; 1338, §2), pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. Concilio de Trento: DS 1774) porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente.

1584 Puesto que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf Concilio de Trento: DS 1612; 1154). San Agustín lo dice con firmeza:

‘En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de él conserva su pureza, lo que pasa por él permanece limpio y llega a la tierra fértil […] En efecto, la virtud espiritual del sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados la reciben en su pureza y, si atraviesa seres manchados, no se mancha’ (In Iohannis evangelium tractatus 5, 15).

Y, ya para terminar, digamos los que son considerados grados del sacerdocio que son, a saber:

-Los obispos que tienen la plenitud del sacramento del Orden que son considerados los sucesores de los apóstoles. Participan en la responsabilidad apostólica y enseñan y gobierna, bajo la autoridad del Papa como sucesor de Pedro y cabeza visible de la Iglesia católica.

-Los presbíteros, que están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales.

-Los diáconos, que son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia. No reciben el sacerdocio ministerial pero el hecho mismo de ser ordenados les confiere funciones importantes en el Ministerio de la Palabra, del culto divino, del Gobierno Pastoral y, además, del servicio de la caridad.

Roguemos, pues, al Señor, para que envía más trabajadores a Su viña.
Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
Marite Zapata
Me ha venido muy bien, en cuanto a mi servisio de catequista de adultos. Como les digo a los jovenes y adultos cada encuentro que tenemos con Jesús debe ser para nosotros un la oportunidad de conocerlo mas y amar a su iglesia. Paz y Bien.
28/09/15 2:43 PM

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