Serie P. José Rivera - Meditaciones sobre el Evangelio de San Marcos
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Los hechos extraordinarios que llevó a cabo Jesucristo en su vida pública son expresión del poder de Dios. Tengámoslo siempre como verdad suprema sobre nuestras vidas.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación
“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”
Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.
Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.
El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.
El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.
Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.
Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).
En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.
A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.
Serie P. José Rivera
Meditaciones sobre el Evangelio de San Marcos
El Evangelio de San Marcos lo tenemos los católicos como uno en el que Jesucristo se prodiga en hechos extraordinarios que, como manifestación del poder de Dios, nos ponen en el camino hacia el definitivo Reino del Creador sabiendo que todo lo puede quien todo lo creó.
Se dice en el Prólogo (1) de este libro del P. Rivera que
“Estas meditaciones no son mero estudio, que como el mismo D. José señala, no llevarían muy lejos. Contemplar el Evangelio es consagrarse práctica e ininterrumpidamente a dejarse invadir por Cristo vivo y San Marcos real. Y como Cristo es la Luz, de aquí, del Evangelio así meditado y estudiado, le viene a D. José Rivera la luz que le ilumina la figura de Cristo y las Personas divinas. Y también los hombres y los acontecimientos”.
Es tenido, el evangelio de San Marcos, como uno en el que los llamados hechos extraordinarios, o milagros, que Cristo realizó, ocupan gran parte de sus capítulos. Sirve, por lo tanto, para mostrar y demostrar que Jesús era, en efecto, Hijo de Dios y que por tener el poder de Dios, nada de lo que para el hombre es imposible lo es para Él.
Así, en el Capítulo II, dice, al respecto de la curación del paralítico, que “Estamos tan acostumbrados, desde niños, a la idea del perdón de los pecados, que no sentimos admiración alguna. Que las palabras pecado y perdón se nos quedan como significantes de unas relaciones jurídicas. Sin embargo, la realidad es absolutamente maravillosa”.
En efecto, “El perdón de Dios pasa necesariamente sobre nosotros, con la colaboración indispensable de Cristo y de su Iglesia” (3) y, por eso, seguramente, fue curado aquel hombre que, impedido, pasaba por la vida con una pena mucho más grande que la de los que contemplándose completos no comprenden lo que debe suponer no poder servirse de sus miembros. Porque Jesús vio en los amigos una fe grande en su persona y, por eso mismo, quiso hacer patente que el perdón de Dios era realidad, exactamente, suya.
Pero todo había empezado antes.
El Capítulo I del Evangelio de San Marcos, recoge un hecho crucial para la vida de la humanidad, para su salvación y para su vida eterna. Jesús es bautizado en el Jordán por su primo Juan, bautista y profeta o profeta y bautista. Porque “La primera actuación de Jesucristo, apenas conocido todavía, ilumina la conciencia para reconocerse pecador y disponerse al perdón. El perdón, notoriamente, es gradual, progresivo, paulatino. Pero una disposición mínima y un perdón inicial es el comienzo de todo. Enorme peligro de las tendencias morales; de teólogos y predicadores; que tratan de eliminar, casi del todo, la noción y el sentimiento del pecado. Un aspecto del progreso en la iglesia, como en cada persona, es el ahondamiento y la extensión de esta conciencia de pecador. No es ensanchando los confines de lo lícito como el hombre se mejora; sino acrecentando la confianza en Dios. Aplicación evidente a mí mismo. A mi acción pastoral”. (4)
Jesús, pues, se reconoce hombre a pesar de saberse Dios hecho, precisamente, hombre. Y como tal da ejemplo de lo que hay que hacer para convertirse. En realidad “El amor confiado en Dios, en Cristo, en su Espíritu, nos induce a laborar gozosa, pacíficamente, sin saber todavía lo que va a producirse” (5).
Y Jesús comienza su labor predicadora escogiendo a los que quería escoger para ser sus primeros discípulos. Podía haber dicho que no pero, en realidad, supieron en su corazón que tenían que seguir a aquel hombre que les llamada. Lo que hizo Jesús (6) fue “a ser pescadores de hombres. Elevación de su honesto oficio natural. Expresión inmediata y directa de la realidad: pescar hombres; sustraerlos a su ambiente, como se saca a los peces del suyo, para traerlos al reino, a otro ambiente extraño para ellos”.
Sin embargo, ser llamados por Cristo, como les pasó a aquellos pescadores, no supone ni suponía una especie de otorgamiento de la sabiduría. Al contrario, “Este llamamiento no capacita inmediatamente para los cumplimientos de la labor. Sino que precede un período de crecimiento” (7) que será el que seguirán siguiendo al Maestro durante los años que duró su vida pública.
Muchos, desde entonces, al conocer lo que decía y también (el hombre también vive de signos) lo que hacía, le siguen. Quieren conocerlo y, de hecho, va “atrayendo a las gentes” (8) hacia sí mucho antes de que hiciera lo propio cuando lo colgaran en la cruz.
Jesús, como hemos dicho arriba, escogió a quien quiso para ser sus apóstoles. Instituye el apostolado en la persona de aquellos doce hombres que escoge tras haber orado en el monte porque ““El monte tiene sentido teológico. Jesús se aleja de la muchedumbre y entra en soledad con Dios, y allí escoge El a quien quiere, a los doce, que representan a la futura comunidad, y para los cuales, con su autoridad, establece reglas, modos nuevos de actuación”(9). En realidad, “Son aquéllos a quiénes el Padre ha dado a conocer el misterio del reino, y cuya tarea, en comunión con Cristo -y por tanto la primera tarea es mantenerla, crecer en ella- van a predicar y expulsar demonios” (10).
Por otra parte, en su predicación, Jesús hace uso de la parábola como método de enseñanza. Explicada de tal forma, la Palabra y la doctrina de Dios entraba en los corazones de una forma más suave que no sirviéndose de excesivos circunloquios o enrevesadas explicaciones.
Por eso, tanto la parábola del sembrador (4, 1ss) como la de la lámpara (4, 21-23) que no debe ocultarse para que ilumine o como la de la semilla que crece sola (4, 26-29) porque, en realidad, el “reino de Dios crece por sí, predicado, pero luego se desarrolla” (11), le sirven más que bien para alcanzar una profundidad mediando la sencillez de la parábola.
Como hemos dicho arriba el hecho extraordinario va recorriendo el evangelio de San Marcos de una forma notable. Pudiérase decir que el evangelista goza mucho con decir que Jesús es Dios y que hace lo que hace, sobre todo, por la fe de quien se lo pide y así lo piensa. Es el caso de la hemorroísa (12) o el de la vuelta a la vida de la hija de Jairo (13). En ellos, con toda claridad, tanto la creencia en la divinidad de Jesús de parte de la mujer con flujos de sangre como la de aquel hombre importante que, a pesar de su posición social confió en quien tanto odiaban los de su clase, les consigue el bien que esperan y que no era otro que la curación de la enfermedad en el caso de la primera y, ya había muerto su hija y lo sabía Jairo, en el caso del segundo la vuelta a la vida de la misma.
Pero no todo lo que nos trae San Marcos es bueno ni positivo. Cuando se produce la degollación del Bautista (14) supone la entrada en acción del “Poder de las tinieblas. La muerte de Juan recuerda la de Elías y prefigura ya la de Jesús. La oposición al mal. Morir en lid continua con la malicia humana, con Satanás, en suma. Morir para vivificar” (15).
Jesús, sin embargo, manifiesta, en este evangelio se puede apreciar de forma clara y contundente, su divinidad de muchas formas. Por ejemplo cuando se aparece caminando sobre las aguas “Es una manera de obrar misteriosa, que les muestra un destello de su gloria divina, como cuando Yavé, ante Moisés, hizo pasar su gloria. Jesús se acerca, como Yavé a los varones amigos del AT. Y las palabras con que desvanece su temor: “Soy yo, no temáis", son las usadas en el AT por Yavé, prometiendo auxilio y salvación con su presencia. Es pues, una revelación que promete protección y felicidad. Los discípulos nada comprenden” (16).
Jesús y los poderosos
Es bien cierto que a Jesús muchos de sus contemporáneos no lo querían nada de nada. Es más, esperaban tales personas el momento de acusarle de haber incumplido alguno de los muchos preceptos que, ellos mismos, habían elaborado a partir de la Ley de Dios.
Jesús llama muchas veces hipócritas a los fariseos. Lo hace porque entiende que “La hipocresía no es sólo, ni ante todo, el deseo de disimular, sino la incoherencia entre lo aparente a los hombres y la actitud ante Dios, aún no intencionada” (17) y ve en los mismos dos formas de ser: una la que manifiestan antes quienes les escuchan y otra, muy distinta, en su vida particular.
Por eso los fariseos, que tienen intenciones claras de difamar al Maestro, le piden, siempre que pueden, una señal. Aquella era una forma de manifestar su incredulidad como diciendo “muéstranos algo extraordinario y entonces creeremos en ti”. Y esto porque “Del Mesías se esperaba esa operación indiscutible, sensacional /…/ Los milagros no les han bastado, los han interpretado por insuficientes e, incluso, por manifestaciones de hechicería” (18).
Por eso no se puede tener muy en cuenta, es más, nada en cuenta, lo que Jesús llama “levadura de los fariseos” y que no es otra cosa que el hecho de embeberse “con las cosas terrenas, lo cual significan que aún no le han entendido” (19). Por eso “Los fariseos se cierran en sí, particular y colectivamente, desprecian a todos, los condenan, y crucifican a Jesús…” (20).
Por otra parte, a Jesús le interesa saber qué piensa la gente de su persona pues así tendrá conocimiento directo de si están entendiendo algo o no de lo que hace y dice. Aquí, la profesión de fe de Pedro (8, 27-30) cuando dice que Jesús es “el Mesías” manifiesta que ha entendido con Quién está hablando y Quién les está enseñando.
Por eso Jesús, reconociendo que, al menos aquellos hombres que le seguían más de cerca, saben que, en efecto, es el Enviado de Dios, se ha de sentir con fuerzas suficientes como para darles a entender qué va a pasar con su vida. Lo hace no una sino hasta tres veces: en 8, 31-33, en 9, 30-32 y en 10,32-34, y en ellas manifiesta, al fin y al cabo lo que supone seguir a Jesús a modo de condiciones que son, a saber:
-Cargar con la cruz
-Negarse a sí mismo
Cuando el discípulo reconoce que tiene una cruz que cargar y, voluntariamente, sigue a Cristo con ella a cuestas, está haciendo lo mismo que hará el Maestro cuando le corresponda hacerlo. Si, además, hay una “renuncia total del propio yo” (21) habrá cumplido con las citadas condiciones y podrá decir, en efecto, que es discípulo de Cristo.
Y Jesús se transfigura. Entonces “empieza a desvelar el misterio mesiánico, primero a los tres discípulos, luego, en la resurrección, a la comunidad. Se realiza en la vida terrena, como un alto del camino hacia la cruz. Las determinaciones temporales y locales no determinan nada… La tradición del Tabor viene del C. 4. Seguramente se establece relación con Moisés, en los documentos o tradiciones orales que emplea Marcos. La blancura es símbolo de la gloria celestial, del fulgor divino, insoportable para los ojos del hombre. La palabra “transfiguración” se usaba en las religiones mistéricas, del proceso del iniciado; pero aquí se trata de una irrupción divina (pasivo), no manipulable humanamente. Elías y Moisés: No se entiende por qué han sido elegidos; en todo caso son testigos mudos de la grandeza de Jesús, de indicarlo como el esperado” (22).
Y, como en otras ocasiones, Jesús impone un silencio que, a lo mejor, ni entendemos ahora mismo ni, seguro, entendieron aquellos hombres que habían asistido, atónicos, a la transfiguración. Y esto porque “no podemos nosotros adelantar los tiempos de Dios” (23).
Todo, al parecer, como luego diría Jesús en su Pasión, se ha cumplido o, mejor, ahora se está cumpliendo. Por eso tiene que subir a Jerusalén pues tiene esto, un claro ”significado teológico, pues allí va a ser crucificado” (24). Y ante la situación que se está fraguando, Jesús no puede entender cómo es posible que haya personas que se empeñan en escandalizar a los pequeños en la fe ni, por supuesto, a los niños a los que Jesús tiene muy en cuenta para entrar en el Reino de los Cielos.
En cuanto lo que se procura en el primer caso es “dificultarle la entrada en el reino” (25). En el segundo, muestra Jesús que lo que dice de los niños “no es una alabanza de la inocencia, ni de la humildad moral o psicológica del niño, sino de su pequeñez, de su humildad ontológica, de su realidad filial” (26).
Hay, pues, que ser como un niño pero entendiendo correctamente qué quiere decir eso. Así como también hay que entender lo referido a la riqueza que, en muchas ocasiones, es tergiversado.
Sabía Jesús que siempre tendría que haber ricos porque la situación del mundo era la que era la que era y es la que es. Ahora bien, “las riquezas inducen a olvidarse de Dios, a confiar en sí mismo, a despreciar a los pobres; producen codicia, orgullo y dureza y a menudo van unidos con la injusticia” (27).
Sin embargo, en lo referido a la tergiversación que, a veces, quieren introducir los manipuladores de Cristo y de su doctrina, lo bien cierto es que “ciertamente no condena a los ricos, ni de palabra, ni con los hechos, pues tiene amigos ricos y los alaba. Jesús no retira nada, ante el asombro de los apóstoles, que siempre se pasman de la radicalidad divina, fruto y expresión de su Majestad, de su Grandeza. Ni dice que un rico no pueda salvarse, simplemente afirma que es muy difícil” (28).
Otra riqueza hay, sin embargo, que es más importante que la que da el dinero, mundana ella como es: la de seguir a Cristo que, además, tiene recompensa.
Recibir cien veces más de lo que se entrega no es mala realidad que no se tenga que tener en cuenta. Incluso para el egoísmo humano, es verdaderamente importante. Dice el P. José Rivera que “’Cien veces’ significa en resumen la vida eterna, pero como poseída aquí Y puede aludir pero tomándola con cautela y dentro del espíritu del evangelio entero a las satisfacciones de la comunidad cristiana. De hecho, la tal comunidad, como agrupación concreta, no suele dar muchas satisfacciones a los santos…” (29)
El final y el principio
Por mucho que pueda pensarse que, humanamente, Jesús no convenció a muchas de las personas que le conocieron porque no entendieron qué decía ni por qué lo decía, lo bien cierto es en el aspecto espiritual la victoria sobre la muerte que supone su muerte y su resurrección dice mucho de lo que supuso aquella semana de Pasión, de Su Pasión para la humanidad. Era, pues, no sólo el final de una existencia humana, como hombre, sino el principio de la salvación de la especie humana como descendiente de Dios salvada por su Hijo.
La propia entrada en Jerusalén es una “Cadena de acciones: la subida a Jerusalén llega a su meta. Lo capital es que el Mesías, Hijo de Dios, hasta ahora oculto voluntariamente, planea con toda deliberación, mostrando su presciencia en los detalles y su soberanía en todo, la toma de posesión de la ciudad de Dios y del Templo, y se descubre así su verdadero ser y voluntad, consciente de que ello suscitará su muerte” (30).
Como no podía esperarse otra cosa de la persona divina de Jesús, no puede aceptar que el Templo de Jerusalén sea utilizado para fin distinto que el de dar culto a Dios. Por eso, lo purifica (15-19) echando a quienes lo utilizan para negocios mundanos que, además, ensucian la finalidad de la Casa de Dios.
Por lo hecho por Jesús en el Templo es bien cierto que la enseñanza del Mesías tenía relación directa con el Amor de Dios pero no con el amor que, a lo mejor, no habían acabado de entender muchos de sus contemporáneos sino con el que iba mucho más allá de uno mismo o, lo que es más claro, con el que debían y debemos tener hacia el prójimo. En cambio “Lo cristiano es la fontalidad del amor de Dios que suscita el amor al prójimo. Y Jesús, innegablemente, se ha enfrentado con el rito sin substancia interior. Pero también se ha enfrentado, igualmente, con la filantropía insubstancial…” (31).
Jesús, pues, camina seguro hacia su Pasión. Lo hace con la seguridad de quien se sabe protegido por Dios, su Padre, y por el convencimiento de que tiene que hacer lo único que el Creador espera de Él.
Prepara, pues, la cena (14, 12-16) en la que instaurará la Eucaristía (14, 22-25) pues “la celebración cristiana proviene, innegablemente, de la voluntad positiva de Jesús” (32). Por eso “La celebración eucarística es ya una celebración celestial, perteneciente a la nueva alianza, a la nueva era instaurada en Cristo” (33).
Y, luego, tras la traición, la noche más fuerte de dolor y anticipación de la muerte: la oración del huerto, en Getsemaní, cuando “Llegado el momento supremo, Jesús necesita orar largamente. La angustia (contra los mismos apologetas primitivos) causada por el terror a la cruz ya inmediata” (34) aunque, ciertamente, se sobrepone a tal momento y nos manifiesta un “ejemplo luminoso de la esencia de la oración: disposición a cumplir la voluntad de Dios” (35).
Y Jesús es prendido. Comienza, así, su Pasión, con juicios injustos y manipulaciones probatorias, la sesión nocturna del sanedrín y, sobre todo, las negaciones de aquel hombre que hacía pocas horas le había prometido entregarse hasta donde hiciera falta. Pedro niega a Jesús como “Preclara muestra de la debilidad humana, cuando el hombre se apoya orgullosamente sobre sí, falacidad de la energía sensible, del sensible amor. Pedro, sin duda, era sincero ante sí mismo, cuando aseguraba a Jesús de su fidelidad, llegando hasta contradecirle. Y ahora le niega, mientras Jesús mismo muere por atestiguar la Verdad. Y por salvar a Pedro. Necesidad de velas y oraciones… Y la continuación de la historia enseña, bien claramente, que la caída más grave no rompe las promesas de Jesús al hombre débil. Dolor de Pedro. Amor de Jesucristo” (36).
Todo se va produciendo según estaba previsto: proceso ante el Gobernador Pilato (15, 1-5), indulto de Barrabás y condena de Jesús (15, 6- 15) donde, según nos dice el P. José Rivera, “Dejando aparte las observaciones de tipo histórico, la intención del evangelista parece clara: mostrar la culpabilidad de los judíos, incluído ahora, claramente, un sector al menos del pueblo; la gravedad de las pasiones (alude a la envidia), de la debilidad humana, que nos lleva a la repulsa de Jesús (y esto se une con las negaciones de Pedro); mostrar que Jesús fue humillado hasta lo último y que no se le ahorró ningún horror físico, de los que los hombres tienen universalmente preparados contra los hombres. La flagelación, relatada tan sobriamente, era un tormento humillante y extremadamente doloroso” (37).
Vía Crucis… crucifixión. San Marcos no hace excesiva profusión de detalles sino que “acaso añade a la narración original la observación sobre los hijos del Cirineo” (38), así “Simón se convierte en modelo para los lectores cristianos” (39).
Cuando, luego, Jesús padece en la cruz es muestra acerca de lo que cada uno de sus discípulos ha de hacer con la que lleva cargada a lo largo de su existencia. Y aquí el P. José Rivera pone el acento en una realidad que, hoy mismo y no sólo cuando escribió (allá por 1977) lo tocante a estas Meditaciones, es una verdad grande como el antiguo Templo de Jerusalén: “Es angustiosamente sorprendente que los hombres de hoy, tan delicados para el sufrimiento en su mayor parte, tan asustados ante la violencia, tan sensibles a la muerte, sean tan brutalmente indiferentes al hecho de que un hombre, el Hijo de Dios, haya aceptado con total conciencia y voluntariedad, tales sufrimientos”. (40)
Y cuando Jesús muere, “El desgarramiento del velo (sea el interior o el exterior) indica el final del culto antiguo. La confesión del centurión, que ciertamente no cree en la filiación divina en sentido propio, constituye con todo, para la comunidad, el comienzo del reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, un eco anticipado de la conciencia perfecta de la comunidad cristiana. La cual se encuentra representada al pie de la cruz, por Juan y por las mujeres” (41).
Todo va cumpliéndose. En efecto, “el grano de trigo ha muerto y ha caído en tierra” (42) y “la comunidad llega a la fe en la resurrección, a través de las apariciones de Jesús” (43), primero a las mujeres, luego, al resto de apóstoles.
Y luego, el sepulcro vacío (16, 1-8). Todo había empezado, ya, para toda la eternidad.
NOTAS
Previa: las notas, las referidas, en concreto a citas de los Santos Evangelios tienen la siguiente disposición: Capítulo del libro de San Marcos que recoge el autor P. José Rivera; versículos a los que se refiere; página del libro “Meditaciones sobre el Evangelio de San Marcos”.
(1) Como suele ocurrir en los libros del P. Rivera, el Prólogo no lleva autor y, por tanto, lo consideramos anónimo.
(2) Meditaciones sobre el Evangelio de San Marcos (MSM), p. 8. Refiérese, aquí, el P. José Rivera a 2,1ss. del capítulo II.
(3)Ídem nota anterior.
(4)MSM, Capítulo I, 9-11, p. 14.
(5)MSM, Capítulo I, 1,14ss, p. 17.
(6)MSM, Capítulo I, 16-20, p. 20.
(7)MSM, Capítulo I, 16-20, p. 21.
(8)MSM, Capítulo III, 7-12, p. 27.
(9)MSM, Capítulo III, 13-16, p. 28.
(10) Ídem nota anterior.
(11) MSM, Capítulo IV, 26-29, p. 35.
(12) MSM, Capítulo V, 21ss, p. 37.
(13) Ídem nota anterior.
(14) MSM, Capítulo VI, 17ss, p. 41.
(15) Ídem nota anterior.
(16) MSM, Capítulo VI, 45-52, pp. 44-45.
(17) MSM, Capítulo VII, 1-23, p. 49.
(18) MSM, Capítulo VIII, 11-13, p. 53.
(19) MSM, Capítulo VIII, 14-21, p. 54.
(20) MSM, Capítulo II, 2,1ss, p. 10.
(21) MSM, Capítulo VIII, 34-38, p. 59.
(22) MSM, Capítulo IX, 2-8, p. 61.
(23) MSM, Capítulo IX, 9,9ss, p. 63.
(24) MSM, Capítulo IX, 30-32, p. 65.
(25) MSM, Capítulo IX, 42-48, p. 67.
(26) MSM, Capítulo X, 13-16, p. 70.
(27) MSM, Capítulo X, 23-37, p. 73.
(28) Ídem nota anterior.
(29) MSM, Capítulo X, 28-31, p. 75.
(30) MSM, Capítulo XI, 1-11, p. 79.
(31) MSM, Capítulo XII, 28-34, p. 86.
(32) MSM, Capítulo XIV, 22-25, p. 93.
(33) MSM, Capítulo XIV, 22-25, p. 96.
(34) MSM, Capítulo XIV, 32-42, p. 98.
(35) MSM, Capítulo XIV, 32-42, p. 99.
(36) MSM, Capítulo XIV, 66-72, p. 103.
(37) MSM, Capítulo XV, 6-15, p. 105.
(38) MSM. Capítulo XV, 20b-27, p. 107.
(39) Ídem nota anterior.
(40) MSM, Capítulo XV, 29-37, p. 109.
(41) MSM, Capítulo XV, 38-41, p. 112.
(42) Ídem nota anterior.
(43) MSM, Capítulo XVI, 1-8, p. 113.
Eleuterio Fernández Guzmán
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