Un amigo de Lolo - Dios providente
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Dios nos entrega la vida, para empezar, que tenemos. Luego, el resto de dones que, a veces, olvidamos hacer rendir…
Y, ahora, el artículo de hoy.
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Dios providente
“Dios maneja los hilos de la Historia y ni un acontecimiento está pensado para la ruina y desolación de los hombres”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (88)
Hay personas que, no queriéndose dar cuenta de lo que Dios hace por ellas se entregan a la molicie y hacen de su existencia un canto al olvido del Creador y a lo que por ellas hace. Sin embargo, aquellos que sabemos que en el corazón del Todopoderoso caben todas sus criaturas no podemos, por menos, que tener por seguro, que vela por todas ellas y que su Providencia es exacto ejemplo de sus entrañas de misericordia.
El caso es que cuando alguien no tiene a Dios por Creador no puede tener por bueno el hecho de que no sólo creó sino que, claro, mantiene lo creado sin olvido del mismo. Por eso esperamos, de cada una de sus acciones, el mayo Bien que podamos ser capaces de imaginar. Por eso sabemos que Quien todo lo hizo no hace nada que pueda considerarse perjudicial para sus criaturas y, por tanto, que el cumplimiento exacto de su voluntad, por parte de nosotros, no es más que el reflejo de que somos lo que somos y que no es otra cosa que hijos de un Padre eterno.
Podemos decir, sin embargo, que no podemos caer en la trampa de creer que, por muy Providente que sea Dios es cosa exclusivamente suya mirar por lo que creó y que nada tenemos que poner de nuestra parte. Muy dijo San Agustín aquello de que “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti” que quiere decir, exactamente, lo que dice y que no es otra realidad espiritual y material que aquella que nos hace mirar hacia Dios dándonos cuenta de que estamos aquí porque quiere que estemos y que, eso mismo, supone, de nuestra parte, un hacer, un llevar a cabo, un hacer rendir los talentos que nos donó.
Algo similar pasa, por ejemplo, con el sufrimiento de la humanidad: no es cosa de Dios darle solución sino que, como en una ocasión dijo la Beata Teresa de Calcuta “Cuando una persona muere de hambre o de pena, no es porque Dios la haya descuidado, sino porque nosotros no hicimos nada para ayudarla. No fuimos instrumentos de su amor, no supimos reconocer a Cristo bajo la apariencia de ese hombre desamparado, de ese niño abandonado”.
Es más que cierto, pues, que Dios nunca abandona ni se sabe que haya abandonado nunca (ahí tenemos al descarriado pueblo judío caminando por el desierto tras Abrahám o bajo el cayado de Moisés) a sus seres creados. Debemos, por tanto, ser instrumentos de la Providencia de Dios para los demás, porque el Creador nos puso aquí para que fuéramos testigos de su Reino y en tal testimonio debemos desgastarnos.
Podemos decir, según lo que entendemos por Amor de Dios, que Dios siempre es diligente en proveer y que, a pesar de tal verdad, nos corresponde a cada uno de nosotros mirar a nuestro corazón y determinar qué quiere de nosotros. Todo está puesto para nuestro bien y el de toda la humanidad, y esto, que es un principio fundamental para comprender lo que ha estado sucediendo desde la misma creación, no debería ser olvidado nunca.
Al fin y al cabo, el Padre es un Padre Bueno y nosotros, como poco, unos olvidadizos hijos.
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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