Eppur si muove - ¿Las cosas deberían ser así? Sobre el Concilio Vaticano II; a vueltas con él.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Cuando pedimos luz a Dios no podemos quedarnos esperando que nos ilumine desde el cielo. Busquemos en nuestro corazón, que está más cerca.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Sí, ya sé que muchos me pueden decir que cuando se leen ciertas cosas lo más probable es que se generen ciertos sentimientos de preocupación o de extrañeza. Sin embargo, las cosas son como son y no podemos, so capa de parecer cómplices por lo de callar, quedarnos mirando para otro lado.
Al parecer, el Concilio Vaticano II da mucho de sí. Es más, a muchos les ha dado hasta para justiciar cualquier rareza o, directamente, extrañamiento de lo católico. Y así estamos y, según se ve, seguimos.
Los cuadernos de Cristianismo y Justicia son siempre una sorpresa. Desagradable, pero, al fin y al cabo, sorpresa. En cada número nos sorprenden con tesis que sólo caben en determinados cerebros y que sólo buscan determinados mercados espirituales. Y así están ellos, mirando para otro lado cuando la Iglesia católica peregrina hacia el definitivo Reino de Dios del que uno duda muchas de las personas que ahí escriben, tengan ganas de llegar a él. Y lo digo por sus formas de manifestarse.
Sabemos que para los progres que hay en el seno de la Iglesia católica decir “Concilio Vaticano II” y empezar a ponerse nerviosos es lo mismo o sucede de forma inmediata. Una especie de baile espiritual se les apodera y empieza a proferir todo lo que, dicen, de malo ha tenido aquel Concilio porque, al parecer, no se ha cumplido nada de lo que allí se dijo.
Por ejemplo, en el número 182 de Cristianismo y Justicia, Víctor Codina, a la sazón doctor en Teología y, actualmente, residente en Bolivia, ha escrito algo titulado “Hace 50 años… hubo un Concilio” en el que se dedica a elucubrar sobre lo divino y lo humano acerca del mismo.
Pues bien, como para muestra basta un botón, esto dice el autor del largo artículo al respecto de las “cuestiones pendientes”, es decir, de lo que entiende él (y, seguramente muchas otras personas de su mismo pensamiento) al respecto de lo que tiene que ser importante para la Iglesia católica. Es esto:
Hay temas que el concilio no pudo tratar o que no logró desarrollar adecuadamente. Enumeremos una larga lista de los principales:
-Reforma del ministerio petrino, conforme al deseo de Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint, para que el ejercicio actual del Papado deje de constituir el mayor obstáculo para la unión de los cristianos: que el Papa deje de ser Jefe de Estado, que haya profunda reforma de la curia que ha sido el mayor freno para el desarrollo del concilio y que se interpone entre el Papa y los obispos; revisar la cuestión del poder en la Iglesia, aunque se llame «poder sagrado».
– Revisión de la estructura de nuncios- obispos diplomáticos y de los cardenales que responden a la Iglesia de Cristiandad y no a la del Vaticano II.
– Participación del pueblo cristiano en la elección de sus obispos.
–Hacer efectiva la colegialidad episcopal con una mayor autonomía de las Iglesias locales en temas de doctrina de la fe, derecho y liturgia y que los sínodos de Roma sean deliberativos y no meramente consultivos.
– Mejorar las relaciones entre la Congregación de la fe y los teólogos, en un clima de diálogo sincero, respetando los derechos humanos, sin procesos secretos y humillantes que van contra la dignidad humana.
– Abrirse a otras formas de ministerio ordenado que puede incluir la ordenación de hombres casados, maduros en la fe (viri probati) y que se deje de considerar el celibato como una condición obligatoria para el ministerio latino.
– Revisión del papel de la mujer en la Iglesia, superando toda forma de patriarcales machista y andrócentrico; dentro de esto se debería repensar si la prohibición al ministerio ordenado de la mujer que se considera como algo “definitivo”, es realmente algo intocable, ya que esta exclusión no tiene fundamento bíblico ni tradicional.
– Promoción del laicado, de su formación y de sus ministerios, dándoles plena confianza y autonomía, escuchándoles y asesorándose de ellos en temas de su competencia como pueden ser matrimonio y familia, economía, política, ciencia, cultura.
– Mayor respeto a los carismas de la vida religiosa, también de la vida religiosa femenina y de hermanos, sin manipularla para suplir la falta de clero ni “parroquializarla” indistintamente.
– Profunda revisión de la doctrina oficial sobre control de natalidad y anticonceptivos; deben repensarse seriamente desde la antropología, psicología y ciencia moderna la sexualidad, homosexualidad, relaciones prematrimoniales, comunión de divorciados vueltos a casar, lo mismo que muchos temas de bioética que necesitan un mayor diálogo con la medicina y genética.
– Relanzamiento del ecumenismo hoy frenado y una mayor apertura para el diálogo interreligioso.
– Proseguir la reforma litúrgica, dando mayor espacio al pluralismo de formas según culturas y tradiciones y concediendo mayor libertad a las conferencias episcopales.– Renovación del lenguaje eclesial tanto el teológico y catequético como el del magisterio y de la liturgia que resulta algo «anacrónico, aburrido, repetitivo, moralizante e inadaptado al tiempo de hoy» (H. Boulad).
– Finalmente, pero no lo último, la Iglesia del postconcilio ha de tomar muy en serio la propuesta inicial de Juan XXIII de que la Iglesia, ciertamente universal, debe ser ante todo la Iglesia de los pobres.
Seguramente podrán decirme que todo esto está más que visto y que no es la cosa para tanto. Sin embargo, no es poco cierto que lo que se propone no es una supuesta aplicación de lo que no se ha aplicado del Concilio Vaticano II sino, simplemente, un cambio de rumbo, muy grave, de parte de la Iglesia católica.
Y, ahora, que cada cual opine, si es posible aquí mismo, lo que tenga por conveniente.
Eleuterio Fernández Guzmán
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