Serie P. José Rivera .- Cuaresma
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Tener en cuenta lo que cada tiempo litúrgico representa para los hijos de Dios es reconocer la fe que tenemos.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación
“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”
Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.
Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.
El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.
El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.
Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.
Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).
En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.
A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.
Serie P. José Rivera
Cuaresma
Cuaresma es uno de los llamados tiempos “fuertes” del calendario litúrgico. Lo es porque lo es de preparación para la Pascua de Nuestro Señor y lo es porque, por eso mismo, ha de suponer uno que lo sea de purificación de nuestra alma. Podríamos decir que la Cuaresma es un, a modo, de Adviento, de preparación para lo que tiene que venir que no es otra cosa que la entrega a la muerte del Hijo de Dios, consentida por Él (“Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente” dice en Jn 10, 18), soportada por todos para la salvación de todos aquellos que crean en el Mesías.
Por eso Cuaresma, la Cuaresma, tenía que ser un tema que tratara el P. José Rivera y que, con tal tratamiento, iluminara el corazón de aquellos que bien le escucharon predicar sobre la misma o bien le han leído a lo largo de los años.
Empezaremos diciendo que el P. José Rivera también era poeta (eso lo veremos cuando corresponda verlo) y una clase de poeta especial pues quien dedica, también, su tiempo, a plasmar por escrito los sucesos de su alma, bien vale la pena ser escuchado.
Por eso el poema que ahora traemos da a entender, bastante bien, que le tiempo de Cuaresma tiene mucho en sí mismo para ser muy tenido en cuenta.
Dice lo siguiente (1):
“Señor, que los amas tanto,
Que has muerto en la cruz por ellos,
Sálvalos, Señor, Tú solo.
¡Yo soy malo y los condeno!
No me pidas que te ayude,
Que están mis brazos enfermos,
Que está ronca mi garganta
Y mis ojos están ciegos.
Que asfixian el alma mía
Los ardores del infierno
De los hombres que podía
- Y no quise - alzar al cielo.
Sálvalos entre tus brazos
Fuertes de amoroso celo;
No cargues sobre mis hombros
¡De su dicha eterna el peso!
Sálvalos solo, que yo,
Soy débil y me doblego".
En realidad, Cuaresma “es un tiempo litúrgico. Un tiempo establecido por la Iglesia. El mismo Espíritu que asiste a la Jerarquía para que lo establezca rectamente, nos asiste a todos los creyentes para que lo vivamos fructuosamente”. (2)
No es poco lo que dice el P. José Rivera cuando escribe que atañe tanto a quien, como pastores, llevan a buen puerto a la grey de Dios como a la propia grey, tener en cuenta este tiempo litúrgico. Está establecido por la Iglesia católica y, por lo tanto, nada más esperable que sea respetado en lo que supone por lo que para cada uno de los creyentes católicos.
Obra, pues, como siempre, el Espíritu Santo y a sus mociones debemos prestar una atención muy especial porque el mismo que llevó a Jesús al desierto tras su bautizo (cf. Mc 1,12) es Quien, como Tercera Persona de la Santísima Trinidad, nos infunde amor a la Cuaresma.
Y ahora, el P. José Rivera aporta un detalle que, a lo mejor, no es muy tenido en cuenta. Como bien sabemos, la vida del cristiano, aquí católico, no está, no debería estar, hecha a base de momentos tan especiales que eclipsen el resto de espacios temporales. Es más, toda nuestra vida ha de estar influenciada por nuestra fe. Por eso dice el autor de este libro que “La Cuaresma es una época de preparación dentro de un ciclo entero, que abarca desde el Miércoles de Ceniza hasta Pentecostés. Debo ser consciente de que comienzo un tiempo litúrgico de más de tres meses de duración y cuyo fruto sólo puedo obtener en Pentecostés” (3).
Y para tener muy en cuenta a la Cuaresma, lo bien cierto es que nuestra actitud ha de ser tal que se pueda decir de nosotros que, en realidad, vivimos este tiempo con gozo y no con una especie de obligación como diciendo “ya, otra vez más”. Por eso “El punto de partida es la convicción y el deseo de que debo ser convertido. En un sentido radical y total. Debe haber una verdadera renovación de mi personalidad. La postura fundamental es la esperanza: Deseo confiado de cambio, apoyado en la oración de la Iglesia que lo pide a Dios continuamente. Pero debe ser una actitud consciente y explícita. Debo considerar explícitamente que mi tarea en esta época es ésa: Dejarme convertir, acoger la palabra del Espíritu en la Iglesia” (4).
Tener, pues, esperanza en la misericordia de Dios, que entregó a su Hijo para que la redención pudiera acometerse según su voluntad.
Y es que, en realidad, todo esto tiene un sentido pleno que nos acomete y nos pide, también se nos pide pues ha de ser voluntad nuestra, que aceptemos lo que supone la purificación que buscamos en este especial tiempo litúrgico. Entonces, “El objetivo es morir con Cristo para resucitar con El y recibir su Espíritu. Esto no son frases, sino realidad. Y la tarea de morir es anterior a cualquier otra cosa. Por eso requiere intensidad máxima. De lo contrario no puede haber verdadera participación en la resurrección, ni acogida del Espíritu santo” (5).
Tenemos, pues, un buen punto de partida: purificación-morir- resucitar con nuestro hermano, Dios hecho hombres, Jesucristo, entre nosotros Emmanuel. Tales han de ser las intenciones que nos lleven a practicar, también es práctica la Cuaresma, el contenido específico, muy concreto, de estos, como dice el P. Rivera, 3 meses (ciclo completo) desde Miércoles de Ceniza a Pentecostés.
Por otra parte, se ha considerado siempre que en tiempo de Cuaresma, teniendo en cuenta la purificación buscada, son importantes tanto la oración como la limosna y el ayuno pues conforman, podríamos decir, una triple corona espiritual que nos adorna el alma.
Así, con la oración “intensificamos el trato con Dios” (6), con la limosna tenemos muy en cuenta la “atención al prójimo” (7) y, por fin, con el ayuno “Nos preparamos a morir con Cristo que ha dado la vida por cada uno de los hombres” (8).
En este aspecto, el P. José Rivera incide en algo que es muy importante considerar porque, a veces, quizá podemos caer en ciertas tentaciones. Dice que “No se trata simplemente de dar de lo que me sobra, sino de comunicarme yo entero, con lo necesario incluso. Todo acto interior o exterior con referencia egoísta debe ser eliminado. Y si de momento no me encuentro con fuerzas, debe ser objeto de mi oración para recibirlas y cumplir gozosamente las intenciones de Jesús, a ejemplo suyo, movido por El” (9).
Nosotros queremos, tal ha de ser nuestra intención, que de tales actitudes se deriven ciertos frutos espirituales. Sin embargo
“Probablemente habremos de confesar humildemente que hemos cruzado muchas Cuaresmas sin obtener frutos mayores, al menos en cuanto puede constatarse. Pero deberíamos examinar si hemos intentado –aún dentro de nuestras enormes limitaciones- vivir en serio alguna vez la Cuaresma. Si hemos prescindido de cuanto podíamos prescindir y nos hemos concentrado en la atención a Cristo según nuestras fuerzas. Si hemos hecho algún caso a los textos de la Liturgia. Si hemos intentado acompañar a Cristo en el desierto y en la cruz…”
Y reconocer esto es, también, una forma de purificación de nuestra alma…
Vayamos, ahora, a lo que supone, en realidad, la Cuaresma en cuanto tiempo, exacto, de dejar lo que tenemos de hombres viejos y venir a ser nuevos, con corazón también nuevo.
Si hay algo que es fundamental en tiempo de Cuaresma, queremos limpiarnos por dentro, es el Sacramento de la Penitencia. Lo es porque es la forma usual que tiene un católico de confesar que es pecador y de obtener el perdón.
Pues bien, “Este sacramento nos introduce en el ‘escándalo de la cruz’. Y ese mismo Espíritu nos da fuerza para descubrir y aceptar el sufrimiento en nuestra vida, la cruz de cada día; e incluso para una disposición generosa en la búsqueda del sacrificio voluntario, tal como lo hizo Cristo” (10).
Y esto porque sabemos que somos pecadores y que necesitamos el perdón de Dios que, como Padre, ama a cada de sus hijos y atiende sus peticiones de misericordia. Y tal conocimiento” “Es gracia también del mismo Espíritu, que hay que pedir” (11) pues infunde en nosotros “un verdadero conocimiento de nosotros mismos, que nos haga comprender la malicia del pecado en nosotros (no simplemente cuántos y cuáles), frente a Dios y frente a los demás, la presencia de apegos o tendencias ‘contrarias al Espíritu’” (12).
¿Cómo, pues, entiende el P. Rivera, que ha de ser, para nosotros, el Sacramento de la Penitencia en este tiempo litúrgico de Cuaresma?
A tal respecto, “es de suma importancia disponerse. Advertir que todas las disposiciones son efectos de la gracia. Se confiesa necesariamente un miembro del Cuerpo de Cristo, un bautizado. Luego Cristo actúa en él, aun en el caso de pecado mortal, y el Espíritu Santo le mueve, le conduce hasta el confesionario, para darle allí, con la colaboración del ministro, movido también por Cristo, por el Espíritu, la consumación relativa de sus actitudes. De modo que la persona penitente quede transformada, o más transformada en intensidad y extensión si está ya en vida (en gracia): quede iluminada y confortada, por el acrecentamiento de la gracia y las virtudes” (13)
Transformación interior, alma limpia… Tales han de ser los objetivos que deberíamos buscar en este Sacramento y, más aún, en tiempo de Cuaresma. Y ha de ser así porque no podemos llegar a la Pascua de Nuestro Señor, que tanto entrega por nosotros, sin poder decirle que, al menos, lo recibimos con el gozo de vernos limpios y preparados para soportar, con él, su Cruz y de hacer de cirineos con Quien va a procurarnos la salvación eterna.
Pues, para eso, también hay que mantener una actitud clara y dispuesta. Dice el P. José Rivera que, al menos, tenemos que proponernos media hora de preparación para que el Señor “excite nuestra contrición”, “actualice nuestra esperanza” (14). Y todo esto porque “Cristo desea que seamos santos” (15)
Y luego nos ofrece, para facilitarnos mucho las cosas, una serie de textos del Nuevo Testamento que nos sirven para mantener, dice, una “actitud de escuchar la Palabra divina” (16). Estos son los siguientes (17):
“Del Evangelio de San Lucas:
4,1-13; 5,4-11; 18-21; 29-32; 6,27-35; 36-42; 7,36-50; 11,1-4 (cfr Mt 6,9-13); 13,1-9; 25-29; 14,15-24; 15 entero; 17,1-4 (cfr. Mt 18,21-35); 26-30; 18,9-14; 19,1-27;41-44; 20,34-36; 22,19-20 (Mt 26,26-28); 31-34; 39-45; 23,33-34; 42-44; 24,45-47.
(Mt 26,36-46 y par Mc)Del evangelio de San Juan:
1,4-5; 10-12 y 18; 29-36; 3,3-8;14-20,36; 5,6-14,24-29,39-47; 6,33-64 y 68; 7,28-29,37-39; 8,2-11,19,24,41-52; 9,39-41; 10,10-18,25-30; 11,25-26,49-53; 12,24-32,44-50,13,38 con 18,15-27; 14 y 15 enteros; 16,3,7-5; 17,1-10,14-25; 20,19-23,30; 21,1-8,15-17
Pueden leerse muchos otros textos, v.g. cualquier narración de un milagro.De las epístolas:
v.gr. Hb 3,7-1; 4,1-2,11; 10,22-39; 12,1-4,17-25; 1Cor 10,1-12…
Lectura de algún profeta…Rezo de algún salmo o trozos de salmos, con sentido penitencial, cuidando de entenderlo cristianamente, pues para nosotros lo inspiró el Espíritu Santo.
Salmos:
6,2-8; 7,12-17; 9,6-21; 18,12-14; 24,7-20; 31,1-10;
37,2-23; 38,2-14; 39,12-28; 50 entero; 54,10-15; 57 entero; 64,3-4; 68 entero; 76 entero; 78,1-9; 80,9-17; 82,1-19; 84,3-4; 87 entero; 89,1-11; 102 entero; 105 entero; 106 entero; 112 entero; 114 entero; 117,1-13; 119 entero; 120 entero; 122 entero; 124 entero; 125 entero; 129 entero; 137 entero; 138 entero; 141 entero; 142 entero; 144 entero; 145 entero”.
Y esto porque muchas veces se olvida que formamos parte de una comunidad eclesial y que somos piedras vidas que constituimos la Iglesia católica. Por eso, que lo que hacemos, en cuanto al pecado, afecta a toda la Esposa de Cristo. Por eso “Muchos tienen predominante sentido, dándose cuenta de la realidad de que el penitente representa a la Iglesia entera y que el perdón de sus pecados redunda sobre la Iglesia” (18).
Cuaresma y Cristo Redentor
Es bien cierto que este tiempo litúrgico nos atañe mucho a los creyentes católicos pero no es menos cierto que si nos atañe es porque el Hijo de Dios tiene, aquí, algo muy importante que decirnos. Tanto en los momentos previos a su Pasión, como el la misma; en su muerte y resurrección, el Hijo de Dios está para hacerse presente por nosotros. Por eso mismo, el P. José Rivera dedica una parte muy importante de este libro lo que es Jesús en sus últimos momentos de vida humana entre nosotros.
A este respecto, y para que nadie se lleve a engaño, el autor del libro dice que “Sin duda la Cuaresma es tiempo especialmente agraciado para disponernos al conocimiento sabroso y profundamente meditado del misterio de la cruz, un conocimiento que debe provocar un deseo de saborear lo que Cristo quiere ofrecernos a través de la cruz” (19).
En realidad, para un cristiano, conocer acerca de lo que supone para el mismo la Cruz de Cristo debería, es, fundamental para su vida espiritual. Y esto porque “Realmente el objeto de la cuaresma es disponernos -mediante el mismo ejercicio iniciado- a la contemplación de Cristo crucificado. Convertirse es ser convertido: dejarse hacer por Dios consciente de nuestra debilidad, de nuestra enfermedad, de nuestra locura, y contemplar a Cristo con la esperanza -que no es más que deseo confiado- de ser salvado: levantado a nueva fortaleza, salud y sabiduría divinas” (20).
Somos débiles, eso es cierto y, por eso mismo, necesitamos, más en este tiempo litúrgico de Cuaresma, convertirnos a la verdadera fe en Dios, en su Hijo Jesucristo y en la acción del Espíritu Santo en nosotros. Renovar, renovarnos, ha de suponer el objetivo fundamental de este tiempo. Y contemplar lo que de doloroso hay en la Pasión de Cristo, lo que el P. José Rivera denomina “materia del sufrimiento” (21).
No se equivoca cuando escribe que “Egoístas como somos, distraídos como estamos, no caemos fácilmente en cuenta de la intensidad de aquellas penas; ni de su variedad. Y sin embargo la revelación de Cristo pasa por el lenguaje del dolor. Mal podremos penetrar la revelación, si ni siquiera conocemos el idioma. No hemos vivido los días terrenos de Jesús; no hemos presenciado jamás una crucifixión. Por eso se precisa una predicación y una meditación particularizadas acerca de sus padecimientos” (22). Y entre ellos se encuentran tanto los puramente físicos como los morales, entre los que se hayan, por ejemplo, “su pena por los dolores ajenos, por los dolores de su Madre, de sus amigos, de sus amados los pecadores… Su pena inexpresable -basta para hacerse una idea leer las confidencias de los santos- ante el pecado de los hombres sus hermanos. Dolor de ver al Padre ofendido, dolor de ver a los hombres autodestruyéndose. Dolor de verse quemando, consumiendo por el celo de la casa de Dios” (23)
Dolor; dolor por todo lo que ve y por todo lo que siente el Hijo de Dios a sabiendas, eso lo debemos saber y reconocer, que, como hemos apuntado arriba, “todo lo hace consciente y voluntariamente” (24).
Pero ¿Qué es la Cruz?
Para el P. José Rivera, supone, o es, lo siguiente:
Manifestación, en primer lugar, del amor del Padre -y del Espíritu Santo- a Cristo (25).
Manifestación del amor de Cristo al Padre (26).
Manifestación del amor de las Personas divinas a los hombres (27).
Manifestación del amor de Cristo, el Hijo hecho hombre (28) porque “Es amor a cada uno de los hombres. Ciertamente Cristo ama a todos, amando a cada uno. Lo que sentía y expresaba San Pablo: me amó y se entregó a la muerte por mí…” (29).
Y todo esto conlleva, también, una cruz para el discípulo de Cristo, para el cristiano porque “Si de hecho Cristo me ha declarado su amor en este idioma, necesito ejercitarlo para entender más plenamente a Cristo. Si su dolor ha sido abundante y plenamente voluntario, el mío debe serlo igualmente. Por aceptación del mal inevitable, o por la elección del mal que no se me impone pero que yo elijo, es preciso que vaya siendo más y más consciente de lo que cuesta sufrir para que ahonde hasta qué punto Cristo me ha amado seriamente. Y como El ha sufrido corporal y moralmente, yo preciso también de padecimientos corporales y sicológicos” (30).
Y aquí, por esto mismo que dice el P. José Rivera, surge uno de los instrumentos espirituales más importantes que tiene un hijo de Dios: la sobrenaturalización del dolor. Cristo sobrenaturalizó el suyo al tener por buena y bien puesta su muerte y, aún sufriendo (¡cómo debió sufrir Cristo!) supo sobrellevarla con amor. Y eso sí que es comprender y tener un sentido elevado del dolor. Por eso dice el autor del libro que “Cada sufrimiento que me llega debo contemplarlo como una declaración de su amor, no quedarme en pensar: (¡cuánto me duele! sino: (¡cuanto me ama Dios! (cuánto nos ama el Señor!” (31).
Y todo esto porque “En el misterio de la Cruz está la clave de la vida cristiana” (32). Y “Los cristianos adoramos la cruz de Cristo porque en ella nacimos a una nueva vida, y en ella fuimos arrebatados a Satanás y liberados de nuestros pecados y de la muerte; pero adoramos la Pasión de Cristo y mantenemos siempre viva en nosotros su memoria, especialmente porque en la Cruz conocimos hasta qué punto nos amó el Hijo de Dios, hasta qué extremo amó y ama Dios a los hombres” (33).
Y eso, aunque a algunos les pudiera parecer una locura o algo fuera de lugar es lo que, en verdad, da fuerza a nuestra fe pues en la cruz, en la Cruz de Cristo vemos iluminada nuestra vida: por lo que supone en cuanto entrega al prójimo y en cuanto supone de verse reflejado en el Amor de Dios.
Además, “Si la Pasión de Cristo constituye la clave de la Redención -pues por ella fuimos salvados- y del Evangelio -pues por ella conocimos el amor de Dios- no es raro que los Apóstoles hicieran del misterio pascual de Cristo -Muerte y Resurrección- el centro mismo de la predicación de la Buena Nueva” (34). Y nosotros, a tal respecto, no podemos ser menos, aún siéndolo espiritualmente hablando, que ellos.
Y ahora nos espeta una gran verdad que, ¡Ay!, debería hacer que se conmovieran nuestras entrañas espirituales. Dice el P. José Rivera que, refiriéndose a la cruz, “Todos la miran con veneración y respeto. Pero…muy pocos la comprenden. Y comprender el misterio de la Pasión de Cristo está en verla como raíz de nuestra redención y como máxima manifestación del amor de Cristo” (35).
Pero también tenemos cierto remedio a tal situación: “Pidamos, pues, ayuda al E. Santo. De Él dijo nuestro Señor: ‘El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa…Él me glorificará’” (Jn 16, 13-14)” (36).
Por otra parte, en cuanto al por qué Dios quiso la Cruz para su Hijo (tema, éste, no escaso de críticas o incomprensiones) también tiene el P. José Rivera (al igual que otros grandes pensadores católicos) respuesta a esto. Dice que lo hizo:
1º-“Para mostrar amor a los hombres” (37).
2º-“Para que los hombres aprendiésemos cómo se debe amar al Padre” (38).
3º-“Para que fuésemos sobreabundantemente liberados, perdonados, sanados” (39).
4º-“Para que viendo lo que hubo de sufrir Cristo cobremos horror al pecado y nos apartemos de él con absoluta decisión todos los que nos sabemos redimidos de su esclavitud al precio de la sangre de Cristo” (40).
5º-Para que el hombre, “que fue vencido en Adán, triunfase en Cristo” (41).
Al fin y al cabo, Cristo es Salvador y, como tal nos salva si es queremos ser salvador. Por eso, en el tiempo de Cuaresma, como paso espiritual previo al vivir la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, necesitamos arrepentimiento. Y esto significa, para empezar, “renunciar a las seguridades de la razón en sistemas de leyes determinadas” (42), “desestimar la seguridad en los valores intelectuales” (43), “renunciar a la seguridad en los valores materiales” (44) y, por último, “significa renunciar a la seguridad en la dignidad personal; estar dispuesto a que nos la conculquen cuando quieran, sin protesta” (45).
Arrepentirse de ser pecadores y venir a ser hijos dignos de ser llamados descendencia de Dios. Y para esto, el tiempo de Cuaresma, la Cuaresma misma, está dispuesta, cada año, a venir en nuestro espiritual auxilio.
NOTAS
(1) Cuaresma ©- Prólogo, p. 2.
(2) C – Sentido cristiano de la Cuaresma, p. 21.
(3) Ídem nota anterior.
(4) Ídem nota 2.
(5) C- Sentido cristiano de la Cuaresma, p. 22.
(6) Ídem nota anterior.
(7) Ídem nota 5.
(8) C-Sentido cristiano de la Cuaresma, p. 23.
(9) Ídem nota anterior.
(10) C-Sacramento de la Penitencia, p. 41.
(11) Ídem nota anterior.
(12) Ídem nota 10.
(13) C-Sacramento de la Penitencia, p. 45.
(14) Ídem nota anterior.
(15) Ídem nota 13.
(16) C-Sacramento de la Penitencia, p. 46.
(17) Ídem nota anterior.
(18) C-Sacramento de la Penitencia, pp. 46-47.
(19) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 51.
(20) C-La Cuaresma y la Cruz, pp. 51-52.
(21) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 52.
(22) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 53.
(23) Ídem nota anterior.
(24) C-La Cuaresma y la Cruz, pp. 53-54.
(25) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 54.
(26) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 55.
(27) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 56.
(28) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 57.
(29) Ídem nota anterior.
(30) C-La Cuaresma y la Cruz, pp.58-59.
(31) C-La Cuaresma y la Cruz, p. 59.
(32) C-La Pasión de Cristo, p. 62.
(33) Ídem nota anterior.
(34) Ídem nota 32.
(35) C-La Pasión de Cristo, p. 63.
(36) C-La Pasión de Cristo, pp. 63-64.
(37) C-La Pasión de Cristo, p. 64.
(38) Ídem nota anterior.
(39) C-La Pasión de Cristo, p. 65.
(40) Ídem nota anterior.
(41) C-La Pasión de Cristo, p. 66.
(42) C-La Pasión de Cristo, pp. 70.71.
(43) C-La Pasión de Cristo, p. 71.
(44) Ídem nota anterior.
(45) Ídem nota 43.
Eleuterio Fernández Guzmán
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