Lo que hace la ignorancia
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Por lo general, se entiende que la ignorancia es un estado de conocimiento de determinada realidad caracterizado porque no se tiene ninguno sobre la misma. Así, el ignorante es la persona que, sobre algo, no tiene ni repajolera idea aunque, lo peor es cuando tal persona hace ver lo contrario por equivocación o por falta de conocimiento de sí misma. En todo caso, me parece que todos somos ignorantes en muchos aspectos de la vida y eso, a lo mejor, aunque sea cierto consuelo de tontos, nos iguala en algo a los seres humanos.
Al parecer (yo no lo vi pero doy por cierto lo que ha pasado) una tal Mariló Montero, que trabaja como periodista en Televisión Española, dijo, a causa de la muerte de un individuo que mató a dos personas y, luego, se suicidó y sobre la posibilidad de que se pudieran utilizar sus órganos para llevar a cabo algún que otro trasplante de los mismos, digo que dijo que “no está demostrado que el alma se transmita con un trasplante de órganos“.
Luego, como la cosa causó revuelo en las redes sociales (verdadero foro actual donde todo se cuece y quema), explicó que no se podían sacar las cosas de contexto y que si esto y que si lo otro y, hala, con eso daba por cerrada aquella manifiesta demostración de ignorancia que, por supuesto, no puede quedar sin contestación porque es deber del cristiano enseñar al ignorante.
El alma. Habló del alma como quien habla de algo sin importancia y demostrando aquello que tanto repito y que consiste en que es mejor callar y parecer tonto que hablar y demostrar que lo eres. Pero no calló y quiso hacerse, a lo mejor, la graciosa, con un tema fundamental para el ser humano como es el destino de su alma cuando muere. Y se trata de un suicida, mucho más importante es no plantear según qué falta de ideas, pues bastante tiene ya con el resto de eternidad que le queda por pasar.
Básicamente, cuando una persona muere, su alma no se queda en el cuerpo muerto (que vuelve al polvo en lo que se acaba convirtiendo) sino que tiene un destino triple o, mejor, puede ir bien al cielo, bien al infierno o bien al purgatorio. Es así de fácil de explicar aunque a lo mejor no tan fácil de entender.
Hace poco celebramos dos festividades muy importantes para un católico: la de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Esto, en esencia, quiere decir que traemos al recuerdo a las personas que están en el Cielo sin haber sido titulados, por decirlo así, como “santos” oficiales (tras el correspondiente iter procesal canónico) pero que, por sus méritos, allí están y, por otra parte, a las almas de los fallecidos que no han alcanzado la visión beatífica sino que se encuentran purgando sus faltas y pecados en el Purgatorio.
Como puede verse, no hay recuerdo (por triste que pueda parecer) para las almas que, por las causas y razones que sean, han ido directamente al infierno. No es que no queramos acordarnos de ellas porque, por ejemplo, es seguro que sus familiares y conocidos las tienen en el recuerdo. Lo que pasa es que la realidad espiritual es como es y cada cual pasa lo que tenga que pasar según haya sido su vida entre los vivos.
A lo mejor le sirve a la citada periodista esto que dice, en su número 997, el Catecismo de la Iglesia católica:
¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
Por tanto, aunque no haya demostración científica (que debe ser a lo que se refiere la periodista cuando muestra lo que no sabe) lo bien cierto es que, por la fe sabemos que el alma va donde tiene que ir y que no hay posibilidad alguna de que se quede en el cuerpo muerto. Eso, a lo mejor, es más propio de la reencarnación pero como es sabido, el tal tema es propio de religiones orientales y el catolicismo lo ha rechazado desde siempre: el cuerpo se queda aquí y el alma va al encuentro de Dios, se queda por el camino esperando en el Purgatorio o, por último, va al infierno para siempre, siempre, siempre.
Pero aquí, después de la muerte, el alma no se queda ni permanece en los órganos de un fallecido. E importa bien poco, a estos efectos, que el muerto hubiera sido bueno de solemnidad o malo malísimo.
Aquí también lo dice con toda claridad (Qo 12, 1. 7):
“Acuérdate de tu Creador en tus días mozos […], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio”
Y, por si Mariló no tiene suficiente, ahí va esto (Salmo 64):
“Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua.
Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, - pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban- así quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre; como de grasa y médula se empapará mi alma, y alabará mi boca con labios jubilosos.
Cuando pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene.
Mas los que tratan de perder mi alma, ¡caigan en las honduras de la tierra!
¡Sean pasados al filo de la espada, sirvan de presa a los chacales!
Y el rey en Dios se gozará, el que jura por él se gloriará, cuando sea cerrada la boca de los mentirosos.”
Y es que es triste que, habiendo tanto dicho y escrito sobre el alma, haya personas que muestren una idiocia tan flagrante como si, por cierto, a ellas no les afectase nada de eso. ¡Cuánta necedad!
¡Ah!, por cierto, que no olvide nunca esto: lo que se siembra, se recoge. Y eso vale también para la vida eterna.
Y como dice El Quijote cuando termina: vale.
Eleuterio Fernández Guzmán
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2 comentarios
la resurrección de la carne será en el último día.
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