Serie Huellas de Dios .-10.- Orar es tener, siempre, presente a Dios
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Presentación de la serie
Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.
Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.
Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.
En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.
No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.
Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.
Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.
10.- Orar es tener, siempre, presente a Dios
Nuestra vida, nuestra cotidianeidad, está llena de circunstancias que nos pueden hacer pensar que la cercanía de Dios no es, precisamente, demasiado buena.
Sin embargo, bien sabemos que hay una forma, propia de un cristiano y, en general, de todo creyente, de tener presente a Dios y, si somos los suficientemente receptivos, escuchadores, en nuestro corazón, de Su voz: la oración.
En su libro titulado “Camino de la Esperanza”, el Cardenal Vietnamita Nguyen Van Thuan nos dejó este testimonio, que viene a ser, digamos, una clara advertencia a todo cristiano:
“Un día hablé con el Padre Provincial de una gran congregación sobre la crisis del sacerdocio y las vocaciones religiosas. El me dijo que habían enviado una carta a todos los hermanos que habían dejado el sacerdocio para preguntarles por qué lo habían hecho. Todos contestaron. Y sus respuestas revelan que no se habían ido por problemas sentimentales, sino porque no oraban. Algunos dijeron que habían dejado de rezar hacía muchos años”
Por tanto, orar, relacionarnos de tal forma con Dios no es que sea importante es que resulta, de todo punto, imprescindible para quien se considera hijo de Dios.
Y todo esto porque, al fin y al cabo, poder orar es algo que se nos es dado para que no dejemos de estar en contacto con Dios.
Se dice, también, que orar es una especie de privilegio que tenemos porque decir a Dios lo que creemos, lo que necesitamos, lo que, al fin, queremos, y, además, poder escucharle, no es algo de poca importancia sino, muy al contrario, de una radical importancia para nuestras vidas.
Sin embargo, en muchas (demasiadas son siempre tales) ocasiones no damos la importancia que merece tal instrumento espiritual. Bien porque decimos no saber cómo orar; bien porque, en realidad, tenemos las oraciones ancladas, bastante, en nuestra infancia y, como tal infantil fe, no somos capaces de cumplir con nuestra obligación de hijos de dirigirnos al Padre.
Para evitar tal situación de disminución de riqueza espiritual bien podemos saber qué es lo que, beneficiosamente para nosotros, obtenemos con la oración.
Así, el Espíritu Santo nos regala algo a lo que San Pablo hace referencia en su Epístola a los Gálatas (5, 22-23): amor, alegría, paciencia, comprensión, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí, que son dones los cuales no podemos despreciar.
Y todo eso (y más) sólo con hacer uso de tal instrumento espiritual que es la oración. Sin nada más.
Y, sin embargo, algo sí se requiere por nuestra parte: disposición para la oración y, al fin y al cabo, oración misma en todas sus diversas posibilidades: petición, gracias, perdón, etc.
Por eso orar es, siempre, tener presente a Dios en nuestras vidas porque, en realidad, está, de forma perenne, en nuestro corazón. Otra cosa es que, a veces, ni le escuchemos ni nos convenga escucharle.
Eleuterio Fernández Guzmán
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2 comentarios
mi experiencia de la proximidad de Dios
haciéndonos creer que no deberíaos repetir aquéllas oraciones tan bellas,escritas por grandes santos,que al mismo tiempo nos hacían reflexionar y hacer oración contemplativa como sucede con el Rosario.
Y lo dejamos por hacer lo que los protetantes que nos
critican por repetir el Ave María, y sí repetir frases poco variadas de alabanza.Si se trata de petición nadie no gana.
No se nos ha dicho lo suficiente que el Rosario también nos lleva a la contemplación.Grandes santos s detenían en el isterio de la Pasión.
Quién conoce aquélla de "Alma de Cristo....o "Señor hazme instrumento de tu paz....
etc...Orar y rezar no son sinónimos si meditamos?
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