Serie Huellas de Dios .-2.- El ruido que no nos deja escuchar a Dios

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Presentación de la serie

Huellas de Dios

Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.

Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.

Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.

En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.

No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.

Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.

Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.

2.- El ruido que no nos deja escuchar a Dios

Sabemos que tenemos necesidad de Dios. Por muchos intentos que se hagan para que el Padre no esté presente en nuestras vidas y de que el Creador nos sea ajeno, la verdad es que no podemos hacer tal cosa porque Quien es, Dios, no puede dejar de ser por nuestros intereses particulares y personales y egoístas.

Por eso hemos de hacer dos clases de prácticas o, mejor dicho, hemos de manifestar dos actitudes que, en verdad, puedan permitirnos sentir a Dios en nuestra vida y, por eso mismo, ausentarnos del exterior ruido: ser capaces de “aislarnos” espiritualmente del mundo y su estruendo y, en segundo lugar, obviar lo que no nos permite acercarnos a Dios.

Lo primero de todo, es decir, a lo que más hemos de dar importancia, es al hecho de ser capaces de contemplar a Dios y, a la vez, evitar ser conducidos, por la senda mundana, a la fosa de la que tanto habla el salmista.

Para llevar a cabo tal posibilidad no nos queda más remedio que hacer uso del instrumento que Dios nos da y del que, a veces, olvidamos: la libertad.

Efectivamente, a través del ejercicio de la libertad, podemos manifestar una voluntad, digamos, férrea, ante el suceder de las cosas. En aquella tenemos un derecho-aliado porque nos sirve tanto para acercarnos a Dios como para alejarnos de Quien, al fin y al cabo, nos pensó.

Pero, como he dicho antes, también podemos, simplemente, dejar detrás de nuestro paso por el mundo, lo atrayentes que pueden llegar a ser las múltiples causas de distracción que se nos ofrecen.

Es evidente que tiene una dificultad, digamos, importante, ser capaz de vencer la tentación al nihilismo y al todo vale; a lo que, al fin y al cabo, miramos con los ojos de quien, rodeado de apariencia de verdad, nos atrapa en su red de inmisericordes apetencias mundanas.

Pero tanto una realidad espiritual (el silencio) como la obra (la batalla personal contra lo mundano) han de suponer, para las personas que nos consideramos hijos de Dios, un aliento y una suerte de posibilidad de demostrar que nuestra fe no es una fe muerta ni de ocasión, de conveniencia y light.

Demostrar, así, que Dios es importante para nosotros no es poca cosa sino, al contrario, y además, una forma de agradecer lo mucho que nos ha dado: todo.

Por eso no nos han de incomodar las pretensiones de mundología que pueden recaer sobre nosotros. A nosotros, la descendencia de Dios; de filiación, pues divina, ni nos importa ni nos ha de importar nadie que no sea Quien, al fin y al cabo, nos dio la vida y, no lo olvidemos, la mantiene.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
enric

La receptividad a Dios es algo que debemos cultivar día a día.

Una madre es capaz de hacer sus tareas y al mismo tiempo estar receptiva, día y noche, a la llamada de su bebé.

Dios que lo tiene todo, nos da completa libertad para que Le amemos o no y en parte (además de como Padre, Madre, Amigo y Bienamado Dios) es como un Niño o un Bebé que en muchos momentos nos llama de una forma especial para que Le prestemos atención. No es que Dios necesite nada, pero SÍ que desea nuestro Amor. Todos deseamos encontrar Ese Amor Puro y Verdadero porque en Él se realiza plenamente el sentido de nuestra vida. Desde nuestra libertad, al ser receptivos a Dios, sentimos la Verdad en nuestro interior, sentimos la Guía de Dios, la Voluntad de Dios de una manera muy especial en el Camino a seguir de nuestras propias vidas, del día a día, del instante a instante. Por ello, debemos desempeñar nuestras tareas en el mundo, pero sin ser del “mundo”; siendo y comportándonos como hijos de Dios que aspiramos, siguiendo el Ejemplo de Jesús, sintiendo la Fuerza del Espíritu Santo y la Voluntad de nuestro Padre Celestial, a convertirnos en verdaderos hijos de Dios. Pues, mientras el mundo, el demonio y la carne nos atrapen, con mayor o menor intensidad, hacen que nuestra alma se aleje de Dios y que andemos por la vida como hijo pródigos, que en el fondo, anhelamos retornar a nuestro Padre que siempre nos espera.

Debemos dedicar un tiempo único y exclusivo, todos los días y sin excepción, a Dios. Como dice el refrán: “Con Dios me acuesto, con Dios me levanto …” Al menos 20, 30 minutos o una hora (o más por ejemplo los fines de semana). Y durante el día trabajar pero siendo receptivos a Dios, sintiendo que Su Voluntad es que desempeñemos bien nuestro trabajo y nuestras tareas diarias, pero que, al mismo tiempo, sintamos la Presencia de Dios y en los momentos claves, sepamos discernir desde nuestra alma qué nos dice Dios que es Su Voluntad. Mediante la meditación, la oración y la profunda comunión con Dios, cada día desarrollaremos más la intuición y el discernimiento de nuestra alma y seremos más receptivos a Dios, más receptivos a Su Gran Amor y más necesidad tendremos de dar verdadero Amor a los demás.

Ánimo y un abrazo.
30/07/12 11:55 AM

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