Eppur si muove - ¿Debe callar la jerarquía eclesiástica?- Juramento antimodernista
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Nadie puede negar que la Iglesia católica ha sufrido, está sufriendo y sufrirá acoso por parte de quien no está de acuerdo con ella. Sin embargo, no es poco triste decir y saber que sucede otro tanto por parte de creyentes católicos. Es lo que llama, por ejemplo, el P. Iraburu, infidelidades y que traen a mal traer a los que, en el seno de la Iglesia católica, se toman las cosas un poco en serio.
Es cierto que a la persona que voy a traer aquí hoy es más que posible que no la conozca ningún lector de este blog. Sin embargo, me parece que vale la pena dejar constancia de lo que ha escrito porque, con casi toda seguridad, será lo mismo que piensen y crean otros muchos católicos que sí son conocidos y que, como teólogos, los tenemos como díscolos y algo alejados, al fin y al cabo, de la Iglesia a la que dicen pertenecer.
Se llama Rafael Plaza Veiga.
Ha escrito, por ejemplo, que
Las jerarquías católicas -española y vaticana- están endureciendo en los últimos tiempos (bueno, viene endureciéndose desde que “renegaron” del Concilio Vaticano II) su actitud, y multiplicando sus condenas a varios de los teólogos españoles más comprometidos con el mensaje del Jesús “histórico”, tanto en sus escritos como en sus conferencias o congresos públicos y abiertos.
Dejando aparte la cantinela o el mantra de que hay miembros de la Iglesia católica que se ocupan de los más altos menesteres de la misma que, al parecer, han renegado del Concilio Vaticano II, lo bien cierto es que lo más preocupa es que don Rafael diga que hay una especie de persecución contra ciertos teólogos españoles que, es de suponer, son, por ejemplo, Tamayo, Masiá, Castillo, Forcano, o así) porque es como decir que la jerarquía debe callar ante lo que muchas veces se dice o escribe.
Es más que cierto que existe el deber de poner los puntos sobre las vocales que sea necesario poner. En realidad, quien así actúa, llevando códigos, normas y doctrinas a su justo lugar, sólo hace lo que tiene que hacer y otra forma de actuar no se debería permitir y ni siquiera esperar.
Dice el P. Iraburu, acerca de las infidelidades, que
“Nunca la Iglesia, en ninguna época, ha contado con un cuerpo de doctrina tan amplio y tan perfecto, se trate de temas litúrgicos, bíblicos, dogmáticos, morales, pastorales, filosóficos, sociales, políticos o de cualquier otro campo. Ningún católico, pues, tiene derecho a estar confuso y a perderse en la selva de verdades y mentiras en que ha de vivir.
Para que Dios saque a un cristiano de las tinieblas del error y le guarde en el esplendor de su verdad, éste no tiene más que «perseverar a la escucha de la enseñanza de los apóstoles», como los primeros cristianos (Hch 2,42). Sobre cualquier tema hallará preciosos documentos de la Iglesia. Y en todo caso siempre podrá hallar fácilmente la luz en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992). (En las últimas ediciones –no así en las primeras– se incluyen unos índices excelentes).”
Infidelidades, pues, deberían haber pocas pero, en realidad, las hay como es fácil comprobar leyendo ciertos artículos de determinados, y muy concretos, teólogos, siempre a la greña con la doctrina católica y nunca a favor de nada que se diga desde ciertas instancias jerárquicas. Esto lo hacen porque ven a la jerarquía como a un enemigo contra el que tienen que luchar a machamartillo sin darse cuenta de que lo único que hacen es sembrar la cizaña que luego, con cierta lentitud, se tiene que cortar y quemar cuando es el caso de que se corte y se queme, claro.
Pero también se pregunta el P. Iraburu esto que sigue:
“¿Cómo es posible que durante tantos años hayan podido difundirse en la Iglesia Católica obras tan perniciosas, tan contrarias a la tradición católica y al Magisterio apostólico, sin que se haya detenido a tiempo su difusión? ¿Cómo podrá ahora remediarse el daño tan grande y extenso que esas obras –y tantas otras– han causado?”
Y es que resulta triste que, a pesar de las pruebas, más que suficientes de muestras de infidelidad y del hecho mismo de tratar de confundir a muchos con sus teologías y de llevar por el mal camino a muchos sencillos en la fe, no haya reacciones más contundentes que no serían, al fin y al cabo, más que cumplir con la misión que tienen encomendada aquellos que la tienen encomendada.
Seguramente, lo que salve, al fin y al cabo, a la Iglesia católica no son sus miembros sino Quien la fundó, Jesucristo, pues atendiéndole con oídos de hermanos e hijos de Dios, el devenir de su Esposa pueda ser el que debería ser y no el que procuran los que actúan como si no fueran, en realidad, hijos suyos.
Y eso, Dios mediante, será lo que nos salve.
Eleuterio Fernández Guzmán
Hago el siguiente Juramento Antimodernista
“Yo, Eleuterio Fernández Guzmán, abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.
En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.
En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.
En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.
En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.
En quinto lugar: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad moralmente informada, sino que un verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.
Rechazo asimismo el error de aquellos que dicen que la fe sostenida por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los orígenes de la religión cristiana.
Condeno y rechazo la opinión de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble personalidad, la de un creyente y al mismo tiempo la de un historiador, como si fuera permisible para una historiador sostener cosas que contradigan la fe del creyente, o establecer premisas las cuales, provisto que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.
Repruebo también el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas de la Sede Apostólica, abraza los errores de los racionalistas y licenciosamiente y sin prudencia abrazan la crítica textual como la única y suprema norma.
Rechazo también la opinión de aquellos que sostienen que un profesor enseñando o escribiendo acerca de una materia histórico-teológica debiera primero poner a un costado cualquier opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o acerca de la promesa divina de preservar por siempre toda la verdad revelada; y de que deberían interpretar los escritos de cada uno de los Padres solamente por medio de principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.
Declaro estar completamente opuesto al error de los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la sagrada tradición; o, lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno a ser puesto a la par con los hechos ordinarios de la historia, a saber, el hecho de que un grupo de hombres por su propia labor, capacidad y talento han continuado durante las edades subsecuentes una escuela comenzada por Cristo y sus apóstoles.
Prometo que he de sostener todos estos artículos fiel, entera y sinceramente, y que he de guardarlos inviolados, sin desviarme de ellos en la enseñanza o en ninguna otra manera de escrito o de palabra. Esto prometo, esto juro, así me ayude Dios, y estos santos Evangelios".
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