Como luz en la tiniebla -Desde nuestras propias cenizas

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Hoy es Miércoles de Ceniza. Cuando se nos imponga el resto quemado de las palmas de la anterior Semana Santa, tendremos una obligación contraída con Dios: arrepentirnos y creer en el Evangelio. Así, arrepentidos, debemos resurgir de nuestras propias cenizas para caminar, hacia el definitivo Reino de Dios, en la seguridad de haber cumplido con nuestra obligación de hijos de Dios.

Valga este poema para impelernos, en efecto, a elevarnos sobre las cenizas de nuestro pecado e ir más allá de este mundo que, a veces, nos atrapa en exceso. Y Cristo como testigo y como Salvador.

Como luz en la tiniebla
Desde nuestras propias cenizas

Luz en la tiniebla

“Feliz aquel que, al encontrarme,
no se aleja desilusionado”

(Mt 11,6)

I

Miro, con la luz escasa que tienen
mis ojos mundanos,
el arrebato de tus manos ensangrentadas
y pendentes.

Desde que el cielo se cubrió de espanto
y callaron los ríos
su deambular sereno,
desde que fueron ausencia;
desde que los harapos que vestir te dejaron
cayeron como jirones
de tristeza, desde que supieron de las lágrimas
de tu madre al ser, por sus labios,
besados;
desde que tu cuerpo fatigado y tu espíritu liberado
se fundieron en una sola alma
y caminaste hacia tu definitiva morada;

desde que, en la distancia que había entre tu amor y el nuestro,
supimos que el profeta fijó, con tu luz y en su mensaje,
tu terrible destino.
Desde entonces se pregunta el hombre, caído ya,
si tu querer y voluntad, si tu misterio como Hijo,
redimió el pecado de nuestro padre Adán,
si Eva fue perdonada
por su afrenta.

¡Oh, Padre que anidas en nuestro corazón
como luz perenne¡.
Has de ser, gota a gota de palabra,
quien ofrezca el ser necesario
donde caminar,
el cauce por donde nuestro corazón
se serene,
la primavera eterna
en nuestro otoño presente.

Por eso es la fe, conversación secreta con Dios,
firme apoyo en el desespero,
rugir interno hacia el mundo.
Es la fe raíz primera del aliento,
común sentido del misterio.
Y caminar, desde ella,
con su ejemplo,
y surgir seguro del destierro.
Gracia de Dios, que acompaña.
Gracia de Dios, espíritu de fe,
iluminación de la esperanza.
Haz crecer en el alma
el nuevo ser de tu
ejemplo.

Por eso… Espíritu Santo, ayúdanos
en las caídas a erguirnos
hacia el Padre,
corazón henchido de ti.
Y Señor, dame espíritu
para no abandonarte,
corazón para no alejarte,
libertad para escogerte.
Señor, dame sentimiento
para estimarte,
persistencia para seguirte,
esperanza para hallarte.
Señor, no me abandones
en mi abandono.

II

Sé fe, auxilio de corazones,
apoyo en el que recostar
el alma,
luz en el camino
hacia Dios.
Dame fe, Dios mío,
confianza siempre
en tu ahora.
por ser divina esencia del Padre,
poder suyo, amor.
Déjame recibirte,
que seas profeta
en mi alma,
luz de mi camino,
pan de mi corazón.
Te pido, Dios y Padre mío,
que ilumines mi quehacer
para difundir el paso de tu vida
por la nuestra; para que seas el faro
donde permanecer
para darse al mundo,
desde ti,
a través del agua que bendijo a Dios
lejana en el tiempo
pero aquí presente.
Juan, recuerdo tuyo
de entrega,
llena nuestro ser
con la luz de tus manos,
guía del Señor,
mis pasos por los senderos limpios
de tu palabra lleva.

III

Llévame, Díos mío,
por la luz inmensa de tu amor
en todos.
No me dejes perdido;
sé el pastor que, con maestría,
lleva a sus ovejas al redil
de la constancia y la perfección,
porque tan sólo una brizna, minúsculo apoyo,
de tu aliento
sobre mi vida,
tan sólo la mínima ilusión
de sentirte,
tan sólo una esperanza
en verte…
porque un tan poco de ti
para el pecador
es tanto
para el corazón
nuestro
que pensar sólo en ti
es, ya, el universo.
Porque cercano queda, entre nosotros,
el reino del Padre que llega
desde el corazón mismo
que tenemos.

IV

Cercano el aroma
de la paz y del amor
constante,
cercano entre huidizas miradas
que pretenden abandonarlo,
cercano a pesar del universo
de sensaciones que nos rodean,
cercano queda, para nosotros,
el mejor momento de la venida
de nuestro presente, la primera raíz
de nuestro futuro vivir.
Y así provee Dios
del pan de cada instante,
con la fe como guía
del devenir nuestro.
Provea, el Padre,
del aliento necesario
para vivir la esperanza.
provea, por eso,
el alimento
del espíritu con tu palabra.
Porque quiero, en lo posible o imposible,
difundir la fe
con el amor del hijo
que no se pierde
por los caminos vacíos
de la duda.

V

Cúrame, Padre,
para ser, siempre,
imagen a tu imagen,
semejanza de tu semejanza,
porque en cada aliento del mundo,
en cada brizna de sol
que nos calienta,
en cada sorbo de vida
que bebemos,
en cada mano tendida
que nos ayuda,
en cada nube que ilumina el horizonte
y que se enseñorea del cielo,
en cada abrazo dado,
en cada ilusión cumplida,
en cada esperanza
que desde el corazón
nos nace,
en cada hijo de Dios
que viene al mundo,
en cada todo…
¿Qué más signo es necesario?
¿Qué mayor voluntad?
Sepa entender, pues,
el que ame,
el que vea la luz
entre las tinieblas.

VI

Sepa vislumbrar
quien camina
bajo el justo yugo
del Padre.
Sepa tener conocimiento
quien reconozca,
entre los muros gigantes
del presente,
la huella eterna de Dios.
Porque persiste, el amor de Dios,
pese a nuestras caídas y desencuentros,
persiste, la bondad divina,
pese a nuestra voluntad deicida,
persiste, la curación del alma,
pese a la continua enfermedad
por nuestro pecado.
No justifiques, ni digas, luego,
que no quiso el Padre.
a su misma vida.
Estar con Cristo,
ipse Cristus, alter Cristus,
memoria perenne
de su paso,
esencia misma del ser,
dejar, sobre el suelo
de nuestra existencia,
el defecto terrible del desamor,
dejar, para siempre ya,
atrás de nuestro quehacer,
la vivencia injusta
del olvido de Dios,
ser, para siempre,
una verdadera palabra,
un recuerdo de universo
hacia quien te da la vida eterna,
no ser, por eso mismo,
un infierno desde nuestra propia
alma.

Y debe de quedar, unido el mundo mismo,
nuestra vida sobre el eterno fluir de paz,
liberada de ciertas enajenaciones huidizas,
libre de sensaciones vacías de contenido,
rubricado su ser con la impronta eterna de Dios.
Debe de ser, por no olvidarlo, una unión
sin límite, perfeccionada con el quehacer,
diversificada
con el caminar de cada momento,
sostenida con palabras y sentido divino.
Deberíamos, cada cual
desde su esfera ya común,
no erradicar del corazón
el amor primero y presente,
no olvidar la raíz que, dentro, vence al adiós,
no simula gracia sino que la tiene,
no es ayer sino también presente,
hacer que presida nuestra existencia
la alerta, avizor el pensamiento,
raudo el gesto de entrega
porque no sabemos cuando llegará
el día de rendir cuentas
al Padre.

VII

Seamos, desde ahora, desde hoy,
ejemplo de su esencia,
cuerpo de su recuerdo,
luz de su camino.
No nos dejemos avasallar por impíos,
ni dejar vencer por desalientos.
Cuando llegue, a nosotros,
seamos uno más de su reino,
ya en paz.
Y recordemos al Padre,
que con sus manos modeló
el corazón del hijo,
José,
espíritu de fe,
entrega amada a Dios.
Bajo tu palabra Cristo
se hizo hombre,
engendró al hermano
en tu presencia.
José, amado del Padre,
Padre en consonancia
con el cielo,
espíritu de esperanza,
confianza en Dios.
José, Padre, ejemplo para nuestra pobreza
de corazón.
Porque tenemos, en Cristo, hijo de Dios y Espíritu,
el ejemplo a seguir. Sin necesidad de más
vidas que recordar. Son suficientes.
Lázaro ilumina, con Abraham,
el camino que debemos seguir.
El rico de bienes no siembra luz
sino discordia entre Dios y el hombre.
Lázaro, desde el seno del Padre,
danos pobreza de cuerpo
e inmortalidad del alma
para lograr, con Cristo,
un habitáculo cerca del Padre,
porque se apoya, Dios, para sembrar
su reino,
en quien peca, en quien se opone
a su gloria.

VIII

Cambia, el Padre, esos corazones vacíos
y los troca por amor,
por comprensión.
Como en la parábola Santa
de los labradores: “la piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angula
r”.
Angulo de fe, ejemplo de esperanza.
Cambia, Dios, la maldad por entrega,
el adiós a ti por presente,
la nada y tibieza por tu ser.

Por eso, levántate y cambia.

Deja atrás lo pecado,
atrás lo mentido,
atrás lo olvidado.
Camina hacia Dios
y el mundo estará contigo.
Tu fe, que sostiene el universo,
te dará alivio ante las penas,
ayuda ante la desazón,
alegría ante la tristeza.
Vuelve, pródigo, con el Padre eterno;
regresa a su amor que nunca te abandonó,
regresa a su estancia donde la luz
sólo es la antesala de su rostro.
Regresa y vive, de nuevo, esa paz infinita
de su seno
y no destruyas, como quien ignora la fe,
con inmadurez infecunda,
el camino hecho y construido
el afán.
Porque Dios, mediando Cristo,
reconstruye en tres instantes
lo derruido,
raíz primera del afán propio.
El templo del Padre
está en tu corazón.
Y no olvides su amor
lejano en el corazón de muchos hijos.
Porque Dios, habita, a pesar de todos,
en nuestra vida,
profeta ajeno en el alma
de tantas esperas que nunca tendrán
la vida en su vida.

IX

Ahora, entre nosotros, olvidados los olvidos,
dejemos que nos inunde su esperanza,
profeta por siempre; ya.
Y recordemos a Maria,
ante ese Fiat eterno
de amor y de fe,
virgen madre santa del Padre,
sólo queda iluminar nuestro corazón
con la comprensión de tu vida.
Hágase, venga a mí, llegue.
Porque sólo exige, Dios,
que cumplas unos preceptos
que son normas para la vida:
Sólo pide, el Padre,
que no reniegues de la palabra dicha
por su mensaje.
No abolir para cumplir,
no olvidar para hacer,
dejar de sembrar desazón,
para ser, por eso mismo,
unos hijos que dignifiquen
el mensaje y doctrina de Cristo,
y estar con Dios;
ser, en cada instante o momento,
hijos agradecidos al Padre
por la vida y en derredor nuestro.
Entender cada palabra o cada gesto
de la Escritura;
ser, para siempre,
herederos de una herencia eterna
de amor y luz.
No dejar pasar el tiempo que nos toca
Por falta de fe. Fe, fe, la fe…
Recrudecen, en estos días de horror,
los temibles olvidos. El olvido.
Por eso amarás a Dios
sobre la voluntad de olvido;
amarás al Padre
sobre la luz que ciega tu presente;
amarás a Dios
sobre la muerte de la esperanza,
sobre el adiós a la caridad,
sobre la falta de fe.

X

Amarás al Padre
por siempre, sobre el paso del tiempo
que te dio con su voluntad,
sobre el cansancio en la entrega,
sobre la iniquidad ajena
que te invada.
Amarás a Dios
pues es tu Padre,
pues con su mano
descendió en Cristo
y te salvó con la muerte
de su hijo,
y sacrificó, por ti,
el más vivo ejemplo de si mismo,
y te ama.
Amarás al prójimo
ya que es hermano tuyo en la fe,
ya que es imagen de Dios,
ya que, amándole, amarás, ya siempre,
la eternidad del Padre.
Y cree en Dios
que envió a su hijo
para salvarnos,
cree en el Padre
que inauguró la paz
con la venida de
Cristo,
cree en la esperanza
que funda la virtud,
cree en la venida
al mundo del corazón
luminoso
del amor.
Porque tu camino comienza
con la creencia en la venida
del Hijo, hijo del Padre,
heraldo de la paz y el amor.
Y tu camino ha de seguir
con la Palabra que te da
respuesta al corazón
y con el adiós a la desesperanza,
con la raíz primera del alma.
Cree que el camino es la mejor
esencia de tu ser.

XI

Y que de concluir,
con la voluntad divina,
en el momento exacto del encuentro
con Dios,
en la estancia perfecta para ir, ya siempre,
donde siembra su luz el Padre.
Pues en nombre de Dios
vino Cristo. Hijo del Padre
y Espíritu Santo.
Creamos en su presencia
entre nosotros,
seamos luz de su camino.
Si te digo que, ahora,
conocerle es amar el origen de todo,
conocerle es sentir la raíz,
no miento sino que atino
en el centro del alma.
Vino en su nombre,
en su nombre vivimos.

XII

Por eso creo en Ti.

Creo en tu presencia en mi vida,
en tu ser en cada brizna de viento
que no cesa,
en cada amanecer del mundo,
en cada deseo de paz.
También hago contigo el camino,
enviado del Padre,
porque contigo el universo
se llena de sentido y de sencillo sentir;
estoy contigo porque el paso que doy
lo doy seguro de tu ayuda,
embriagado del amor que me ofreces
en sílabas y palabras.
Bendito seas por cada segundo que me das
de esperanza,
Bendito tu recuerdo, benditos tus ojos
que todo lo ven: yo también creo en ti,
porque hay que conocer la Palabra de Dios,
expresada por Cristo,
contenida en las Escrituras,
manifestada con hechos.
conocer y tener presente su símbolo
y su imagen,
hacer, de ella, el camino de cada uno
en el mundo que nos ha tocado habitar.
No hay que dejar de ver, en cada instante,
el ejemplo que suponen
y el aroma a eternidad que encierran.
Guardarla, tenerla dentro del alma,
rememorar su llegada.
Porque queda, para nosotros,
la presencia de Dios en Cristo.
En Él reside el amor del Padre
y la esperanza por conocerla.
Para nosotros saber que es así
no hace imposible su visión
sino que facilita
tenerla.

XIII

Queda, para nuestra salvación,
creer en ella
para ser un camino franco
y verter, hacia ella, la libertad
que nos ha dado.
Queda, por así decirlo,
el recuerdo primero del quehacer,
diario convivir con el Espíritu,
porque al morir, desgajó
el manto del alma
con su aliento santo,
desvivió para nosotros el pecado
del padre Adán.
Volver a ser gracias a su muerte
es una luz que cabría agradecer,
en cada instante.
Dar gracias, aunque nunca suficientes,
sería alabar la generación
de la vida
tras la cruz venida,
amor aquel lugar eterno
donde, tras la tarde,
dejó de ver la luz de este mundo,
itinerario Gólgota.
Subamos, con nuestra cruz,
hacia donde Él espera,
donde el corazón reside;
allí ,
donde la Palabra
es Alfa y Omega,
llevados por el amor inmenso del hijo,
queremos agradecer la vida,
versificar el sentido de lo sumo.
Por más que queramos entender
la dicha de ser hijos de Dios,
por más que sintamos alegría por eso
no podremos llegar, pienso,
a ungir suficientemente su vida.
Tan sólo nos queda orar al Padre,
ser, por eso mismo, su mismo ejemplo.
Tan sólo,
creer en Dios y en el sacrificio
de su hijo,
alabar labios hacia fuera
su entrega,
manifestar dolor, mas no franco,
ser, sólo, ejemplo nulo.
Porque se traiciona cuando es falso
el aliento que sentimos,
cuando está henchido de vacío
el mundo que decimos defender.
Judas está en nosotros
cuando no amamos como amó Él,
cuando rebajamos la entrega
a la medida de nuestro mísero esfuerzo,
cuando las vestiduras rasgamos
por apariencia,
cuando ante la ofensa no
pedimos entendimiento,
no demandamos comprensión,
no oramos para decir, siempre:
Perdóname Padre por mi tibieza,
perdóname por no ser digno hijo tuyo,
perdóname por no amar como tú
amaste,
por ser, solamente, un pecador que te busca.

XIV

Y entregamos a Cristo
en cada acción que no lleva
su sello,
entregamos a nuestro hermano
cuando no sabemos ver un signo suyo
en el caminar nuestro,
cuando miramos con resignación
la violación de su palabra.
Entregamos a Cristo
en cada día pasado sin orar,
en cada paso dado
no dado por Él.
Cuando no sabemos perdonar
una ofensa,
cuando de la acción ajena
hacemos agravio sin dudarlo,
cuando no hacemos de su ejemplo
el pan nuestro de cada día
entregamos a Cristo.
Lo entregamos
en cualquier momento de nuestra vida,
en cualquier dejación de amor,
en todo instante sin amarlo.
Porque nos amó hasta el extremo.
Dios, que como Padre sufre
el daño de sus hijos,
dejó que Cristo pasase por el mundo
como un don nadie perseguido
al final de su santa vida.
Dejó perderse, en sollozos,
el fiat de María,
palidecer de gratitud
a Magdalena,
hacer sentir hijo de la Virgen
a Juan.
Amó tanto a su obra
que permitió que se cumpliera
la Palabra dada hasta su raíz.
Prorroguemos, para siempre,
la entrega santa de la Madre de Dios.
hágase sincero, hágase franco, hágase eterno,
ahogado el llanto
por el amor profundo,
redimido el pecado
por el querer sincero.
Desde esta distancia temporal
que aleja el momento,
pero no la causa,
te agradecemos el gesto.

XV

Gracias, Cristo, por hacer cumplir
la palabra del Padre.
Gracias por tu pasión humana
a pesar de ser eterno.
Gracias por saber hacer frente
al olvido, por permanecer siempre
donde debías.
Permanece, ahora, junto al Padre.
Uno solo, una luz.

Porque no está para estar.

Se fue para quedarse entre nosotros
para siempre.

Y María goza la alegría
de su entrega.

El cielo esperaba su llegada
para bendecir al Padre.

Los pecados se han perdonado,
y redimidos por su lucha
somos hijos libres para amar
a Dios.
Hagamos de la libertad
de este objeto de amor,
una guía y un camino,
porque hoy he hablado con Dios
y he comprendido su palabra,
sentido el aliento de su sílaba
sobre mi alma.

XVI

Hoy he hablado con Dios
desde mi torpeza,
desde mi nada propia.
Guarda mis palabras, dijo.
Guarda el amor que os doy
para que sepan que sois hijos míos.
Hoy he hablado con Dios
y he podido ver, desde mi vacío,
el eterno fluir de su esperanza
en nosotros,
la única mañana junto a Él.
Hoy he hablado con Dios
desde mi corazón, contrito por los
pecados,
y le he dicho: Sea,
alabado sea tu nombre y tu ser,
Padre,
porque no podremos igualarte en entrega,
ni llegar a ser, como tú, amigo eterno,
porque no sabremos encadenar nuestras vidas
a la necesidad ajena
como tú
hiciste.
Porque sabemos, ya, ahora, que con sólo seguir
tu luz
el futuro nuestro es limpio
y que, por eso,
imitarte es sólo anhelo…
por tantas cosas que quisiéramos
y no podemos,
por tantos corazones que quisiéramos tener
para amarte…
ayúdanos, Padre, a no querer, nunca,
ser más que Tú,
sino sólo la brizna de aire
que te roza el rostro divino,
y no la lágrima que te cae
por nuestra desventura,
y no la hiriente raíz que se pudre
por ser tibia.
Quiere, Padre, alcanzarnos
con tu mirada
porque sabemos que enviaste a Cristo
a redimirnos.
Quede, por nosotros,
esa propuesta de entrega,
liberación del pecado,
verdad, fe.

Y así sea siempre y por siempre.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
trimbolera
Estaba pensando en la frase que podía poner para enlazar con tu blog y me has dado la respuesta al leer tu entrada de hoy.
Al terminar el día iré al final de mi blog para darle a mi alma su alimento.- Gracias.
22/02/12 12:09 PM

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