Ad pedem litterae - Hermanos en la red - Padre Pedro Pablo de María Silva SV : Sermón Super Missus est
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Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.
En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.
Ad pedem litterae - Padre Pedro Pablo de María Silva SV
Presentación del artículo del Padre Pedro Pablo de María Silva SV.
El nacimiento de Cristo, hijo de Dios y, por eso mismo, hermano nuestro, vino precedido por el anuncio que el Ángel del Señor, Gabriel, hizo a María, una joven judía que esperaba la salvación de Israel igual que el resto de miembros de su nación.
Como viene sucediendo desde aquella primera Navidad, ahora mismo (y cada año desde entonces) esperamos que venga Cristo. Pero también, como bien dice el P. Pedro Pablo de María Silva, esperamos una segunda venida, escatológica ésta, en la que Cristo vendrá a juzgar a vivos y muertos y a la que llamamos Parusía.
Esperamos, pues, tanto una como otra y, al respecto de tales venidas, se produce en la Santa Misa su consumación porque en ella se “prefigura y adelanta al orden final del mundo” (P. Pedro Pablo dixit) pues en cada una de las celebraciones Cristo se hace presente tras la substanciación.
Todo es espera para los hijos de Dios. Esperó el pueblo de Israel y esperamos cada uno de nosotros. También esperaba María y en aquella espera aquella Virgen dice sí al enviado del Señor. Y con aquel Fiat “se desencadena toda una historia de salvación”, al respecto de la cual dice el P. Pedro Pablo de María Silva que “esa salvación, por un designio divino ‘comienza’ con el Missus est, el envío del Ángel”, siendo el Sermón Super missus est aquel que se pronunciaba antiguamente en los monasterios un día como en el que se proclamaba el Evangelio según el cual un Ángel, el del Señor, fue enviado a llamar llena de gracia a una joven llamada María. Sermón para la esperanza y para la vida eterna.
Y, ahora, el artículo del Padre Pedro Pablo de María Silva SV .
Sermón Super Missus est
Procede de una tradición muy antigua de la vida monástica, el que, en este día, los Superiores pronunciaran a la Comunidad reunida en Capítulo un Sermón llamado Super missus est. El título viene tanto del Evangelio de la Misa de hoy como de la antífona del Benedictus que hemos rezado en Laudes, la cual hace referencia al envío del Ángel Gabriel, a un pueblo de Nazareth, a una virgen desposada con un hombre de la casa de David, llamado José. Y la
Virgen se llamaba María…
Inmersos en la Sagrada Liturgia, estamos viviendo el tiempo de Adviento, que es tiempo de esperanza teologal. Esperamos una doble venida, la venida escatológica, cuando Cristo venga como Juez universal para juzgar a vivos y muertos, para juzgar a las naciones y hacer finalmente justicia. Este advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12). Antes del advenimiento de Cristo -nos dice el Catecismo en el nº 675- la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). ¿Acaso no estamos viviendo eso hoy día? La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12;1Ts 5, 2- 3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
Esperamos también la primera venida, la cual sacramentalmente se hará presente una vez más, la noche de Navidad. Este tiempo era muy amado por los monjes medievales, como sabemos al leer por ejemplo, el gran libro De miraculis, del Beato Pedro el Venerable, el cual, precisamente murió el día de Navidad.
Ambas venidas que esperamos, también en la Sagrada Liturgia, de una manera misteriosa, se consuman en la Santa Misa. La celebración de la Santa Misa, de alguna manera prefigura y adelanta el orden final del mundo, como se relata en el Apocalipsis. Y por otra parte, en cada Misa el Señor viene mediante el misterio de la transubstanciación. Cada Misa es la Parusía y es Navidad al mismo tiempo. Cada Misa lo es, en cierto sentido, todo.
María Santísima espera al Mesías, como todo el pueblo de Israel de su tiempo. Ella conoce la Sagrada Escritura. A través de la Lectio divina, Ella ha meditado largamente los pasajes centrales donde se hace referencia a la venida del Salvador del mundo, Aquel que ha de venir a deshacer el nudo que había atado Eva. Pero por su humildad, no entra en del universo mental de la Virgen el pensar que Dios la ha destinado para ser la nueva Eva, corredentora del mundo junto al nuevo Adán, Cristo. La Virgen María, al ser Inmaculada en su concepción, al no haber pecado jamás, al ser plena de gracia, espera, tal vez sin saberlo, con un deseo y un anhelo más profundo, ardiente y fuerte, más puro y nítido que nadie en el mundo de entonces la venida del Mesías. Las almas espirituales se van volviendo más «atrevidas», si se puede decir así, con un amor más ardiente, con deseos más grandes de que aquello que Dios quiere hacer, se haga pronto: «Ven, pronto Señor, ven Salvador».
La espera del pueblo de Israel, que encuentra en María Santísima su más puro representante, es ya larga. Nadie sabía cuándo llegaría ese día. Habían pasado muchos miles de años desde el pecado de Eva y Adán, desde la partida de Abrahám, desde Moisés. Y no obstante, la espera estaba viva en todo este pueblo bendito, y en nadie más que en las almas santas como María y José.
Y cuando nadie lo pensaba, en el silencio profundo de la noche, de una noche más, y sin embargo, la noche escogida, la noche bendita por excelencia, Dios, que no vive inmerso en el tiempo nuestro, sin que sepamos por qué, dice: Fiat, y envía al Ángel. Y luego de este diálogo santo, del Fiat de María, se desencadena toda una historia de salvación, el Verbo divino penetra en la historia, el intemporal se anonada sometiéndose a la temporalidad y pronunciando su propio Fiat se encarna. Es impresionante meditar en todo esto. Por poner un ejemplo de un grado esencialmente menor: cuando una persona se debate en torno al tema vocacional y decide, con la gracia, secundar el don de la vocación. Pues de allí en adelante comienza una nueva vida, sin saber a dónde la llevará. Pues en el caso de la historia de la salvación se trata ni más ni menos que de la salvación de todo el mundo. Y esa salvación, por un designio divino «comienza» con el Missus est, el envío del Ángel.
Y en el silencio de la noche, mientras una virgen de Nazareth estaba rezando, probablemente pidiendo con anhelo la venida del Mesías, aparece un Ángel radiante de hermosura y de luz: «Missus est angelus…».
También nosotros estamos hoy como María: esperamos con un anhelo ardiente la venida del Señor. Anhelamos ardientemente su pronto regreso. Estamos cansados y hastiados de un mundo sucio, manchado por ideologías anticristianas. Un mundo que se ha apartado del plan de Dios, volviéndose contra él y todo lo que porta su nombre, esto es, el orden natural. Un mundo que ha apostatado de la verdad y que ha matado la fe de numerosos creyentes, y esto lo llevamos con un dolor profundo pues se trata de gente que amamos, de nuestro país, de una España y una Francia que han tenido un pasado glorioso de fe. El hombre por este anti -itinerario de siglos, oponiéndose a Dios y al orden natural se ha auto –destruido. Es un suicidio colectivo el camino de la sociedad actual. Hay que estar muy ciegos para no verlo.
Y, no obstante, nosotros esperamos anhelantes la venida del Señor. Sabemos que vendrá. Sabemos que este tiempo pasa como un relámpago en una noche oscura, hasta cuando despunte el día nuevo de la eternidad. Allí ya no habrá más llanto. El demonio habrá terminado su obra de perdición, y Cristo y sus predestinados ya estarán gozando de la visión de Dios.
Mientras tanto, participando ya de esta visión celeste, a través de la Eucaristía, que es prenda de gloria, continuemos los días de esta vida, inmersos en la paz de Cristo, junto a nuestra Mater Veritatis, suplicando al Padre: envía, te lo rogamos Padre, a tu Hijo para que venga a reinar. Que venga por María. Ven pronto Señor, ven Salvador.
Padre Pedro Pablo de María Silva SV
Publicado en Schola Veritatis y traído a InfoCatólica con permiso del autor.
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