La Palabra del Domingo - 2 de octubre de 2011 .- Rendir frutos

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Mt 21, 33-43. Arrendará la viña a otros labradores

33 Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. 34Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos.35 Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. 36 De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. 37 Finalmente les envió a su hijo, diciendo: “A mi hijo le respetarán.” 38 Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: “Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia.” 39 Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron.40 Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» 41 Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo.» 42 Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: = La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? = 43 Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.»

COMENTARIO

Rendir frutos

Cuando Dios nos crea no nos deja en el mundo sin más sino que, para procurarnos una existencia lo más digna posible, nos da unos talentos para que hagamos con ellos lo que buenamente podamos. Para que hagamos algo y no los dejemos escondidos de forma egoísta.

Nuestra vida de hijos de Dios, de aquellos que se consideran tales y que quieren, entonces, se consecuentes con tal realidad espiritual y material, no puede ser llevada por el desapego a la misión que tenemos encomendada porque nosotros, los que a veces nos alejamos de Dios porque no nos conviene lo que nos dice, tenemos algo que hacer en esta tierra, hemos venido, digamos, no para pasar desapercibidos sin que se note que existimos sino, como dijo Cristo, para que el mundo arda.

Aquellos que poco a poco fueron matando a los enviados del dueño de la viña son como los que mataban a los profetas cuando no decían lo que querían escuchar los privilegiados del pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra. Uno a uno, casi siempre sucedió esto, fueron acabando con los que les echaban en cara que su comportamiento no era adecuado y que, por eso, tenían que cambiar.

Exactamente lo mismo nos dice, hoy, Dios a cada uno de nosotros. Si nuestra forma de ser no se adecua a la voluntad de Creador no podemos matar al mensajero, Cristo, en nuestro corazón para, así, creer que nos hemos librado de ella. Al contrario, nuestra insistencia tiene que ir encaminada a hacer justamente lo opuesto a lo que hicieron los que rechazaron a los sucesivos enviados del dueño de la viña: acordar nuestra vida con el Enviado de Dios, Jesucristo, hijo del Padre.

Por eso mismo dice el Mesías que aquella piedra angular que habían rechazo los “sabios” del pueblo judío, Él mismo, había venido a ser sobre la que debía apoyarse, roca fuerte, la vida del creyente en Dios. En Él hemos de poner nuestra confianza y en Él se ha de sustentar nuestra vida.

Y los frutos que tenemos que hacer rendir lo han de ser para que no se nos quite el definitivo Reino de Dios, la vida eterna que tanto se ha ansiado desde la creación de la humanidad.

Además, nos sostenemos, debemos sostenernos, en Dios, que es nuestro refugio y tenerlo como Padre bueno y misericordioso que nunca olvida la promesa de guiar, con el Espíritu Santo, a su creación, hasta el fin del mundo.

PRECES

Por todos aquellos que rechazan al Enviado de Dios.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no hacen rendir, en frutos, sus talentos.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a recibir en nuestro corazón a tu Enviado y hacer según Él hizo con su actuar misericordioso.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

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