Serie José María Iraburu- 1.- Caminos laicales de perfección
“No quieras estar abandonado, aunque sólo sea en parte,
a los deseos cambiantes de tu corazón. No lo permitas”
Caminos laicales de perfección (CLP)
José María Iraburu
Para empezar
Existe una rareza conveniente que el laico debe asumir: en un mundo mundano le es imprescindible ser “raro”, desapegarse de los atractivos del siglo y ser, así y verdaderamente, hijo de Dios.
Es bien cierto que el laico es libre y que, por eso mismo, tiene la gracia de poder decidir si sigue a Dios e imita, al menos, a Jesucristo o se aleja, definitiva y temporalmente, del Creador para llevar una vida ajena a la fe y a la creencia.
Sin embargo también es cierto que quien se siente hijo de Dios y quiere llevar una vida plena en cuanto a lo espiritual, no puede dejarse vencer por las mundanidades que le gritan, al oído, que lo mejor es que abandone lo que cree.
Ser laico, como he dicho arriba, consciente de que se es, supone una pesada carga porque el mundo no perdona comportamientos contrarios a sus indicaciones y motivaciones. Sin embargo, serlo de forma que se pueda decir que la unidad de vida rige el comportamiento del hijo de Dios es la mejor forma de demostrar que se es lo que se es y de decir sí donde es sí y no donde es no.
Por eso mismo las palabras que el Padre Iraburu ha ido dejando escritas y relativas a cómo debe hacer el laico muestran lo que bien podría ser llamado itinerario de vida que, de ser seguido por el laico, lo harán, con toda seguridad teniendo cuenta lo escrito por el apóstol de los gentiles en su primera epístola a los Corintios (7, 31) sobre que “la apariencia de este mundo pasa”.
En definitiva, ser laico en un mundo dominador de las pasiones como el que nos ha tocado vivir, requiere de una portentosa voluntad manifestadora de lo que supone ser hijo de Dios. Así, quien quiera que de él se pueda decir eso de “esta persona se nota que lee la vida de Jesucristo” (en frase de S. Josemaría) tendrá que, por fuerza, seguir unas pautas que, muy probablemente, le lleven a mantener relaciones dificultosas con el ambiente que le rodea porque, no podemos olvidar que, ante la pregunta “¿cuáles son las actitudes fundamentales de Cristo hacia el mundo?” (Que, por cierto, se hace el Padre Iraburu en “De Cristo o del mundo”) muchos laicos, fieles que dicen llamarse de la Esposa de Cristo, responden como si la cosa no fuera con ellos porque, en verdad y para su conveniencia, no es de su interés lo que el Hijo de Dios pudiera decirles.
Al grano
Refiere este libro, publicado por José María Iraburu en la Fundación Gratis Date, a lo que el título mismo indica: el laico ha de seguir unos caminos espirituales que perfeccionen su vida como hijo de Dios. Son varios y, todos ellos, llenos de posibilidades a lo mejor preteridas por los mismos creyentes.
Ya se pueden imaginar que perseguir la perfección espiritual se puede hacer según varios, digamos, instrumentos, pues muchos son los que el Espíritu nos pone en nuestro corazón y manos.
Así, el P. Iraburu hace mención de la vocación universal a la santidad, de la santificación de los laicos en el mundo, de las consagraciones, de las reglas de vida y de los votos. No podemos olvidar aquellos que son propios, a lo mejor, de una época muy concreta del año litúrgico (Cuaresma) como son la oración, el ayuno y la limosna pero que no debemos preterir en el resto de tiempos litúrgicos. Tampoco deja de lado un instrumento espiritual como la Dirección pues “Ya desde antiguo, ha sido convicción unánime en la Iglesia que la búsqueda de la perfección evangélica debe hacerse, si es posible, procurando la ayuda de un maestro espiritual” (1).
Resulta que, para sorpresa de muchos creyentes, “Todos los cristianos están llamados a la perfección evangélica, es decir, a la santidad” (2). Esto, aunque es, en principio, la manifestación de algo que resulta gozoso para quien se considera hijo de Dios es, también, una carga grande porque impone, sobre nosotros, la realidad misma de buscar la perfección a la que se refiere el autor.
Ese bien cierto que no es nada nuevo que se nos reclame tal estado espiritual de cosas. Es más, “Cuando Jesús exhorta a todos sus discípulos: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5,48), prolonga la norma antigua: ‘Sed santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo’ (Lev 20,26)” (3). Por lo tanto, buscar tal perfección es reclamo de Dios desde que eligió al pueblo que iba a transmitir su Ley.
Así, “La santidad es, pues, el fin único de la vida del cristiano: es ‘lo único necesario’ (Lc 10,41)” (4).
Nos hace el P. Iraburu una advertencia que bien deberíamos tener en cuenta y es que “La santidad sólo acepta unirse al hombre que la toma como única esposa. No acepta dársele como una esposa segunda. El cristiano ha sido llamado en la Iglesia solamente a ser santo, y todo el resto –sabiduría o ignorancia, riqueza, pobreza, matrimonio o celibato, relaciones sociales o aislamiento, vivir aquí o allí, etc.– habrá de darse en él sea como consecuencia de la santidad o sea como medio mejor para tender hacia ella; es decir, según lo que Dios quiera” (5). Y, por eso, no se puede actuar renunciando a “ir más allá de lo razonable” (6) como si bastara un comportamiento, digamos, light para procurar la perfección evangélica.
Dice, a este respecto, el P. Iraburu, que el ansia de ser santos en el mundo que vivimos no hay que buscarla, en el caso del laicado, exiliándose del mundo. Es más “Permaneciendo en el mundo, la vida entera de los laicos ha de ir haciéndose santificante para ellos. Y concretamente estas dimensiones, que son las coordenadas más peculiares de la vida laical: el matrimonio y la familia, el trabajo y la renovación del mundo secular” (7) que son los campos ordinarios de actuación del laico y en los que, en efecto, la perfección en la que se busca ser y existir se ha procurar.
Pero se sabe que no resulta fácil luchar contra los llamados “enemigos de la obra de Dios en el hombre” que son “mundo, carne y demonio” (8). Y, sin embargo, es posible la victoria sobre tales males espirituales por el conocimiento de la verdad del mundo (9) (para no apegarse a lo que no debe apegarse), por una gran libertad en el mundo (10) (que los libera de las ataduras que el mismo ofrece) o por una vida renovadora del mundo secular (11). E, incluso, a través del martirio (12) (en el sentido de ser testigo de la fe) que supone actuar de acuerdo a una perfección evangélica muy contraria a las proposiciones del siglo.
Pero todo esto no se consigue con la simple voluntad fuertemente espiritual del laico sino que se lleva a cabo “Por un milagro continuo de la gracia” (13) pues para evitar las tentaciones de la vida en el mundo los laicos “han de ayudarse con toda la armadura de Dios que describe San Pablo” (14) cuando dice que “Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos”, sabiendo que caminamos, como bien dijo Cristo, siguiéndole, “con la cruz a cuestas” (15) y “rectificando los caminos torcidos” (16) que nosotros mismos torcemos.
Lo que está al alcance de los creyentes
Y, entonces, surge la gran pregunta: ¿Qué podemos pero, sobre todo, qué debemos hacer para que tal vocación a la santidad pueda predicarse ser practicada por nosotros?
Como se ha dicho arriba, José María Iraburu abunda en las posibilidades de hacer de la santidad algo que, en verdad, pueda llamarse en nosotros vocación o, lo que es lo mismo, algo que nazca de nuestro mismo corazón y que de desee alcanzar.
Así, “La consagración hace sagrada una cosa o una persona, es decir, la dedica más inmediata y exclusivamente a Dios, vinculándola a Él de una manera especial. Según los casos, esta dedicación positiva puede implicar un apartamiento negativo, mayor o menor, del uso común profano de esa criatura –un cáliz, una templo, una persona–.“ (17).
En realidad, desde que somos bautizados, los cristianos, por decirlo así, “ya no nos pertenecemos, sino que Cristo sino que Cristo nos ha adquirido y somos suyos (1Cor 6,19). Nos ha comprado no al precio de oro o plata, sino pagando con su propia sangre (1Pe 1,18). Y Él ve a los cristianos –en palabras suyas– como los hombres «que el Padre me ha dado‘ (Jn 10,29; 17,24)” (18).
Descubrimos, así, que, en realidad, nuestra consagración a Dios nos es dada y que, en realidad, tenemos que procurar que no se malbarate con nuestro comportamiento y que la ensuciemos con nuestros pecados y con el paulatino alejamiento del Creador. Y es algo así como que con el mismo bautismo se nos perdona el pecado original y lo que hemos de tratar es de no incurrir en comportamientos pecaminosos.
Pero existen varias formas de consagrarse. Distingue el P. Iraburu entre “consagraciones litúrgicas” y las puramente “privadas”. Las primeras son “el bautismo, la confirmación y el orden” (19) y en las segundas si bien “No interviene en estas consagraciones el ministro de Dios en una acción litúrgica, ni se produce una inmutación en el propio ser de la persona” (20) no debemos olvidar que “poseen una profunda y muy fecunda significación religiosa” (21). Y destaca, sobre las muchas a las que se pueden acoger los laicos, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús o al Corazón Inmaculado de María.
Hay, por otra parte, una forma muy especial de consagraciones que “ha contribuido en los últimos siglos notablemente al perfeccionamiento espiritual de muchos cristianos, y concretamente de los laicos, actualizando y profundizando en ellos su consagración bautismal y eucarística” (22) y que son las “reglas de vida” y los “votos”.
Para que nadie se lleve a engaño y pretenda liberarse de lo que suponen tales consagraciones, el P. Iraburu nos pone sobre aviso cuando dice que hay que considerar “en qué medida es aconsejable que los laicos se ayuden también con algún plan o regla de vida” (23).
Es natural, dice, porque es natural que el ser humanos se atenga a una regla de vida para llevar un comportamiento mínimamente entendible y organizado.
Pues bien, “Con el término regla de vida me refiero a un plan de vida al que la persona, sola o con otras, se obliga en conciencia, con promesa, voto u otras formas de compromiso. Y cuando hablo de vivir según normas, ajustándose a una disciplina, o empleando otras fórmulas equivalentes, me refiero indistintamente, como podrá apreciarse por el contexto, al plan o a la regla de vida” (24) y sabiendo que la misma Iglesia católica “da a todos los laicos cristianos ciertas leyes, cuyo cumplimiento, por supuesto, es necesario para la perfección” (25) y que “Versan sobre cuestiones de suma importancia –eucaristía, confesión, comunión, penitencia, antes diezmos, etc.” (26) no es extraño que se proponga que los laicos nos sometamos a determinados planes de vida, reglas llamadas, que coadyuven a nuestra perfección evangélica, pues “La debilidad de nuestro amor se ve confortada no poco por la fidelidad a la ley” (27).
De tal manera es positivo que los cristianos, aquí en especial los laicos, nos sometamos a reglas de vida, que “la fidelidad a una norma de vida –que se ha adoptado como querida por Dios– produce grandísimos frutos de paz, perseverancia y fecundidad espiritual y apostólica, pues está hecha de humildad, de abnegación y de caridad” (28) y aunque es verdad que “Un cristiano, es verdad, no puede mantenerse fiel a una práctica espiritual si no ejercita mucho, y a veces con heroísmo, la humildad” (29) no es poco cierto que “sin ésta, pronto se sacude la norma, pensando que, después de todo, no le es tan necesaria, la abnegación de sí mismo, y la caridad a Dios y a los hermanos” y, entonces, la perfección evangélica deja de ser una meta para convertirse en una pesada carga que no podemos soportar.
Es bien cierto que hay cristianos que no quieren someterse a regla alguna ni a plan alguno de vida espiritual porque gustan gozar de “más libertad” (30) y que tal es la “tentación más común” (31) en la que caemos los creyentes, y que también hay otros que prefieren ir por libre en la consecución de la perfección evangélica. Prefieren, como dice el P. Iraburu, “caminar con mapa, por un camino claro y previsible” (32) cuando, en realidad, no saben que Dios, a lo mejor, no quiere eso para ellos y por más que se empeñen han de acabar entendiendo que “el Señor no quiere para ellos camino cierto” (33).
En tal caso les recomienda lo siguiente: “Quédense, pues, estos cristianos con los diez mandamientos de Dios y los cinco de la Iglesia, y busquen con toda su alma la perfección evangélica, dejándose llevar por Dios, y pretendan tomar sobre sí otras normas positivas más concretas, que a ellos no les serían ayuda sino estorbo” (34) que no es, por cierto, mala recomendación.
Junto a las reglas, “También puede el hombre comprometerse con Dios, por medio de votos, de otros vínculos sagrados semejantes, o por la misma adscripción a una cierta asociación, que implica ciertos deberes en sus miembros; y de este modo, consciente y libremente, se obliga a cumplir ciertas obras o a seguir unas normas de vida” (35).
Lo que esto significa es que, mediando este instrumento espiritual, el creyente que se somete a él (al igual que pasa con el resto de caminos laicales a los que se refiere José María Iraburu) se “condiciona toda una serie de actos sucesivos, orientándolos en una dirección constante” (36).
El voto es, por un parte, “un acto de la virtud de la religión” (37) y “aumenta el mérito de la obra buena” (38) además de afirmar “fijamente la voluntad en el bien” (39) y son, por eso mismo, altamente recomendables para todo aquel cristiano que quiera perseguir, alcanzar y vivir en una perfección evangélica de que pueda decirse que, en efecto, es perfecta y es evangélica.
Así, “cuando los laicos pretenden la perfección de su vida cristiana han de estimar también a los votos como la forma, en principio, más perfecta de vincularse a Dios de un modo nuevo, en referencia a ciertas obligaciones concretas. Existen, ciertamente, ‘otros vínculos sagrados, semejantes a los votos’, pero éstos, en principio, deben ser apreciados también por los laicos como los vínculos prototípicos, los más perfectos, de suyo, los más santificantes, los más gratos a Dios” (40) porque “la Tradición católica /…/ los votos son sin duda la forma más perfecta para establecer con Dios ciertos pactos personales, temporales o irrevocables. Y así piensa, también hoy, el Magisterio apostólico (LG 44ª)” (41).
Y, en fin, si alguno piensa que no resulta, hoy día, importante el someterse a una regla de vida o a los votos, entiende José María Iraburu que “para la perfección cristiana de los laicos cuando éstos han de vivir en Iglesias locales descristianizadas. De otro modo, sin costumbres populares cristianas, más aún, envueltos por todas partes en costumbres paganas, viven como a la intemperie, sin una casa espiritual en la que cobijarse, y se enfrían; caminan sin camino que les vaya llevando en la buena dirección, y se pierden; ven fallar una y otra vez sus buenos propósitos, al tener tan pocas ayudas y tantísimas dificultades. Eso explica, en buena parte, que en los últimos decenios hayan surgido en la Iglesia tan gran número de grupos y comunidades, movimientos y asociaciones laicales, que de un modo u otro se dan a sí mismos una regla de vida” (42).
Ayuno, oración y limosna
Las prácticas de perfección evangélica referidas aquí mismo como propias del tiempo litúrgico de Cuaresma conviene se extiendan al resto de los tiempos espirituales que la Iglesia entiende como propiamente católicos. Es la llamada “tríada penitencial” (43) que “produce la conversión perfecta del hombre a Dios y a la completa expiación de los pecados” (44).
Así, “El ayuno es restricción del consumo del mundo, es privación del mal, y también privación del bien, en honor de Dios. Hay que ayunar de comida, de gastos, de viajes, de vestidos, lecturas, noticias, relaciones, televisión y prensa, espectáculos, actividad sexual (1 Cor 7,5), de todo lo que es ávido consumo del mundo visible, moderando, reduciendo, simplificando, seleccionando bien” (45), “La oración hace que el hombre, liberado por el ayuno de una inmersión excesiva en el mundo, se vuelva a Dios, le mire y contemple, le escuche y le hable, lea sus palabras y las medite, se una con él sacramentalmente, celebre con alegría una y otra vez los misterios sagrados de la Redención” (46) y, por último, “La limosna, finalmente, hace que el cristiano se vuelva al prójimo, le conozca, le ame, le escuche, le dé su tiempo y su atención, y le preste ayuda, consejo, presencia, dinero, casa, compañía, afecto” (47).
Por eso no es de extrañar que José María Iraburu entienda que el ayuno, la oración y la limosna sean “armas poderosas para tiempos de grandes batallas” (48) que son los que, actualmente, vivimos los creyentes.
Dirección espiritual
Dice José María Iraburu, como hemos dicho arriba, que “Ya desde antiguo, ha sido convicción unánime en la Iglesia que la búsqueda de la perfección evangélica debe hacerse, si es posible, procurando la ayuda de un maestro espiritual” (49) y que, en realidad, supone una gran manifestación de humildad por parte de quien se deja “dirigir” espiritualmente porque la dirección espiritual es, sin duda alguna, un instrumento válido para procurar la perfección evangélica.
¿Quién podemos poner de ejemplo para comprender la importancia que tiene tal dirección?
Los cristianos no tenemos que ir muy lejos para acometer tal búsqueda porque es el mismo Jesucristo “Él se entregaba apostólicamente a la muchedumbre, en extensión, y se dedicaba muy especialmente, en profundidad, a la formación espiritual de unos pocos” (50). Entonces, siendo el Hijo de Dios Aquel en quien debemos fijarnos, no debería provocar, en sus discípulos, ningún tipo de problema que una persona, versada, precisamente, en la dirección espiritual, fuera nuestro director.
La dirección espiritual tiene, por decirlo así, un doble sentido pues tan importante es que el director espiritual actúe como debe actuar como que el dirigido se deje dirigir.
Así, en el director han de concurrir una serie de cualidades que no podemos olvidar como son, a saber, la buena doctrina (51), la experiencia (52), la oración (53), el discernimiento adquirido y carismático (54), el hecho de comunicar su propia vida (55), el guardar la libertad del cristiano en la docilidad al Espíritu Santo (56).
Pero, para no aportar menos que el director, el dirigido tiene que mostrar voluntad firme de santidad (57), espíritu de fe para ver a Cristo en el director (58), sinceridad (59) y obediencia (60).
Todo ello coadyuvará a que uno, el director, lleve a cabo un trabajo espiritual necesario y otro, el dirigido, pueda aprovecharse, espiritualmente hablando, de tal instrumento de perfección evangélica.
No conviene, sin embargo, confundir el “acompañamiento espiritual” con la “dirección espiritual”. Así, mientras el primero es aquel que se predica de quien busca “una amistad espiritual, una confortación, un ejemplo, una ocasión de desahogo” (61) y de quien acude “al encuentro personal solo de vez en cuando, en forma ocasional, por ejemplo, para consultar acerca de ciertos problemas doctrinales o personales” (62) pero no quiere comprometerse en la dirección espiritual, ésta “incluye el acompañamiento, pero es bastante más que éste. En efecto, la dirección espiritual, en su sentido pleno y estricto, nace de una gracia especial de Dios, por la cual el cristiano se siente inclinado en conciencia a dejarse instruir y guiar por otra persona.” (63)
Además, existen diversas formas de relación espiritual porque, por ejemplo, “No es raro, incluso, que un acompañamiento vaya derivando hacia una dirección espiritual, o que lo que en un principio se inició como dirección se vaya quedando al paso del tiempo en acompañamiento” (64) aún sabiendo que en tal aspecto la dirección espiritual puede servir más y mejor al dirigido que el simple acompañamiento ocasional.
En resumen
Después de haber dado un repaso al libro del P. Iraburu titulado “Caminos laicales de perfección” y visto que, en realidad, son muchos los mismos y muchas, por tanto, las posibilidades de no extraviarse en el mundo, valga lo dicho el autor de tan clarificador texto cuando dice que “Tener una regla de vida, hacer unos votos, recibir la guía de un director espiritual, todo eso son gracias de Dios, dones que pueden y a veces deben procurarse y pedirse, y siempre recibirse, si Dios los da; pero que no se pueden tomar por una simple decisión del hombre –como si sólamente ‘dependieran de su generosidad’–. De otro modo, reglas, votos y directores más serían para el cristiano estorbo que ayuda. Ésa es la humilde y maravillosa sabiduría del Bautista, cuando dice: ‘No conviene que el hombre se tome nada, si no le fuere dado del cielo’ (Jn 3,27)”.
Ahora bien, si le es dado por el cielo, lo mejor es no mirar para otro lado y seguir caminando, por el mundo, ciegos y sordos sino, al contrario, tomar algún camino de perfección que, como diría aquel, haberlos, haylos.
Gracias, P. Iraburu, por abrirnos los ojos.
NOTAS
(1) Caminos laicales de perfección (CLP). 7, Dirección espiritual, p. 60.
(2) CLP. Introducción, p. 3.
(3) CLP. 1, Vocación universal a la santidad, p. 5.
(4) Ídem anterior.
(5) Ídem nota 3, p. 6.
(6) Ídem anterior.
(7) CLP. 2, La santificación de los laicos en el mundo, p. 8.
(8) Ídem nota 7, p. 9, por los dos últimos entrecomillados.
(9) Ídem nota 7, p. 10.
(10) Ídem nota 7, p. 10.
(11) Ídem nota 7, p. 10.
(12) Ídem nota 7, p. 11.
(13) Ídem nota 7, p. 12.
(14) Ídem nota 7, p. 14.
(15) Ídem nota 7, p. 15.
(16) Ídem nota 7, p. 16.
(17) CLP. 3, Consagraciones, p. 23.
(18) Ídem nota 17.
(19) Ídem nota 17, p. 24.
(20) Ídem nota 17.
(21) Ídem nota 17.
(22) Ídem nota 17, p. 28
(23) CLP. 4, Regla de vida. p. 29.
(24) Ídem nota 23, p. 35.
(25) Ídem nota 23, p. 35.
(26) Ídem nota 23, p. 35.
(27) Ídem nota 23, p. 36
(28) Ídem nota 23, p. 40.
(29) Ídem nota anterior.
(30) Ídem nota 23, p. 42.
(31) Ídem nota anterior.
(32) Ídem nota 23, p. 43.
(33) Ídem nota anterior.
(34) Ídem nota anterior.
(35) CLP. 5, Votos, p. 44.
(36) Ídem nota anterior.
(37) Ídem nota 35, p. 46.
(38) Ídem nota 35, p. 47.
(39) Ídem nota anterior.
(40) Ídem nota 35, p. 51.
(41) Ídem nota anterior.
(42) Ídem nota 35, p. 52.
(43) CLP. 6, Oración, ayuno y limosna, p. 55.
(44) Ídem nota 43, p. 57.
(45) Ídem nota 43, p. 57.
(46) Ídem nota anterior.
(47) Ídem nota 43, p. 58.
(48) Ídem nota 43, p. 59
(49) Ídem nota 1.
(50) Ídem nota 49, p. 63.
(51) Ídem nota anterior.
(52) Ídem nota 49, p. 64
(53) Ídem nota anterior.
(54) Ídem nota 49, p. 65.
(55) Ídem nota 49, p. 67.
(56) Ídem nota 49, p. 68, donde recoge lo que San Juan de la Cruz dejó dicho al respecto y que no ese otra cosa que “Adviertan los que guían las almas y consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas en este negocio no son ellos, sino el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellas, y que ellos sólo son instrumentos para enderezarlas en la perfección por la fe y la ley de Dios, según el espíritu que Dios va dando a cada una. Y así todo su cuidado sea no acomodarlas a su modo y condición propia de ellos, sino mirando si saben el camino por donde Dios las lleva, y, si no lo saben, déjenlas y no las perturben» (Llama 3,46). Y esto ha de ser así porque «a cada uno lleva Dios por diferentes caminos; que apenas se hallará un espíritu que en la mitad del modo que lleva convenga con el modo del otro “
(57) Ídem nota anterior.
(58) Ídem nota 49, p. 69.
(59) Ídem nota anterior.
(60) Ídem nota 49, p. 71.
(61) Ídem nota 49, p. 72.
(62) Ídem nota anterior.
(63) Ídem nota 49, p. 73.
(64) Ídem nota 49, p.75.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para el Evangelio de cada día.
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8 comentarios
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Donde yo puse "xx" va un "no", ¿verdad?
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EFG
Aunque, ciertamente, en el texto no aparece el "no" al que Ud. hace referencia, lo bien cierto es que parece que debería acompañar el tal "no".
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A veces la familia cristiana, y mejor y más efectivamente si es numerosa y unida, suele funcionar como un cálido "microambiente" que neutraliza en gran medida la influencia del medio pagano. Por eso se la llama "iglesia doméstica". Incluso es tomada como referencia por parientes más alejados y amigos.
Los casos más interesantes se dan cuando la mujer se dedica a "ama de casa" y se impide que los medios profanen la intimidad del hogar.
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EFG
Y como "Iglesia doméstica" en cuando lleve a ella la Palabra de Dios y el sano comportamiento cristiano, seguramente quedará inmunizada de la paganización que impone el mundo actual.
Y, por otra parte, estoy de acuerdo totalmente en la necesidad de que la mujer se considere "ama de casa" pero no en el sentido que muchos pueden darle de achacarle a tal pensamiento uno que lo sea machista sino, más bien, cercano ala preservación, ciertamente, de tal intimidad del hogar. Es una barrera para evitar que la concepción pagana se apodere de la familia.
Ahora bien, no habrá, en todo caso, de haber caído tal "ama de casa" en el paganismo porque de ser así de poco servirá su actuación particular en la familia y, es más, irá en contra de la fe y de la creencia en Dios.
Un saludo.
Porque, después del Templo de DIOS, que llamamos Iglesia,....no hay nada tan Sagrado como el templo del Hogar.
Salir de SÍ mismo, y vivir siempre fuera es perderse.;
Salir de la casa y vivir constantemente fuera de ella....es perder la Casa.; Esto es algo que los padres no deben de olvidar, esos padres que hacen de la Casa un hotel.
El Hogar se edifica poco a poco y reclama el cuidado de todos los días.
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EFG
Y que así siga siendo.
educadora....bueno y un sin fin más....y cuando sus hijos se independizaban se hacian cargo del cuidado de sus mayores...El trabajo que hacía una mujer era maravilloso.
Puede que hoy en dia la sociedad haya ganado muy buenas profesionales, y desempeñen altos cargos de responsabilidad en las empresas........pero la familia ha perdido su Pilar fundamental...del que dependian muchas personas y cosas, y muchos de los hogares se han convertido en un " CAOS"...
Como dice el anuncio.....LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MI CASA.......vaya..`¡UN CAOS TOTAL!......ESO ES LO QUE NOS VENDEN.........
¿Que nos quieren vender un caos? Pues a no comprarlo. JPII nos dijo "No tengáis miedo", y sí, no hay que tener miedo de no dejarse arrastrar por las imposiciones de la turba modernosa. Ni siquiera debemos tener miedo a quedarnos solos, que eso es imposible si estamos con Dios. Y como dijo Santa Teresa, sólo Él basta.
...y que decir de nuestros mayores.......menos tiempo y ganas para ocuparse de ellos...sólo cuando les hacen falta porque aún no tienen achaques, y pueden hacer de canguros para los nietos....pero despues...a la residencia .
qué se puede esperar de una sociedad "TAN EGOISTA "
Se vanaglorian de ser autónomos e independientes......y.... ni saben lo elemental para sobrevivir sin depender de nadie .
SÓLO SOBREVIVEN A BASE DE TALONARIO PARA PAGAR LO QUE NO SABEN HACER O NO QUIEREN HACER........
Hoy en dia,...pocas mujeres saben cocinar,planchar,limpiar, ni siquiera peinarse, educar a un hijo, atender las necesidades de un bebé,vamos ni lo más elemental, ni atender a una persona mayor.....dependen totalmente de los demás....de guarderias, de canguros, de residencias... de comida precocinada, de asistentas de hogar, en su aseo personal de peluquerias, institutos de belleza,de gimnasios para mantner la silueta, de psicologos, del ritmo de vida de los amigos, de aparentar ante los demás,.....con el coste eónomico que ello supone, y encima de colegios para los niños donde los recogen en autobus y los devuelven lo más tarde posible, y encima actividades extraescolares... ¿bueno y así suma y sigue! TOTAL.....TODO LO QUE GANAN POR UN LADO SALE POR OTRO.......y encima llevan una vida de locos....
saludos
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