Entre la luz y la tiniebla - Si alguna razón hubiera para el aborto…
El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, es uno que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio podemos, entre la luz y la tiniebla, ser de Dios o del mundo según donde nuestro corazón nos lleve.
Si alguna razón hubiera para el aborto
Nos podemos hacer la clásica pregunta acerca de la razón primera, y última en la vida del nasciturus, que da origen a que en el corazón de una madre que no lo será si hablamos de aquel, anide, se reproduzca y cause el estrago según el cual el hijo no será nunca hijo ni el que iba a nacer, nacerá.
Es posible que en el corazón de quien puede llevar a cabo, desde sí misma, el aborto, no resuene Tertuliano cuando dijo, en su Apologeticum (IX, 8) y refiriéndose al mismo que “es un homicidio anticipado el impedir el nacimiento; poco importa que se suprima la vida ya nacida o que se la haga desaparecer al nacer. Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo“.
Por eso no se entiende que sea un ser humano con todos sus derechos y poco importan leyes y reglamentos protectores de la vida de quien puede nacer si se le niega el mismo derecho de vivir y de ver la luz del día.
Si acaso pudiera argumentarse, de alguna forma pasajera, que la madre tiene derecho a disponer, dicen, de su cuerpo sería el momento oportuno para hacerle caer en la cuenta de que en su seno no lleva una parte de sí misma sino alguien distinto y bien diferente que, incluso, puede ser hombre y no otra mujer la que pueda nacer. Otro de su misma especie pero sexo distinto; otro que, sin culpa alguna, ya siente (eso se sostiene acerca de la música que se le puede poner, por ejemplo al feto, para que se relaje o prácticas similares como la simple e importancia caricia…)
Si acaso se sostuviese que las normas humanas protegen, amparan y difunden, el derecho a sentirse poseedor de la vida ajena, sería el instante exacto para decir que sobre la ley del hombre, por encima de ella y sobreponiéndose a la iniquidad posible y real que en ella pueda haber no es menos cierto que “Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivientes” como muy dice el libro de la Sabiduría (1, 13) y confirma Mateo, el que fuera recaudador, cuando escribe que “Dios no es el Dios de los muertos, sino de los vivos” (22, 32).
Es bien cierto que una mujer, en un estado seguramente perturbado por la circunstancia de un embarazo que, a lo mejor, no buscaba o, a lo mejor sí pero ahora rechaza, el mundo se le puede caer encima. Si, además, se le ayuda a que se le caiga pretextando la falta de humanidad del feto o, lo que es peor, la disposición que tiene sobre el mismo con el “nosotras parimos, nosotras decidimos”, es seguro que el acta del síndrome post-aborto se esté firmando con la sangre ajena.
Dicen los estudios hechos al efecto que se produce a veces culpa o angustia, ansiedad y otras tantas veces depresión cuando no baja autoestima y hasta insomnio que son los males que acarrea una simple y ordinaria mala conciencia. Eso es la señal, por un lado, de que hay conciencia (aún no se ha perdido del todo) y, por otro lado, que la misma dicta que un comportamiento no ha sido ni el correcto ni el adecuado.
Por otra parte, se suele oír decir que “Nadie me dijo nunca que viviría con esta decisión durante el resto de mi vida…Han pasado varios años pero mi pena continua.” Y esto se dice cuando una madre que no fue se da cuenta del mal hecho. No tiene, es cierto, remedio, pero también es probable que, ante el tardío arrepentimiento, el hijo que desde el definitivo reino de Dios la mira, ruegue a Dios, al que ve, porque aquel instante de incomprensión hacia sí mismo fuera, sólo, un mal momento que, con tal confesión, se cura.
Alguien dirá que ya es un poco tarde para hacer tal cosa pero es bien cierto que Dios ha de preferir, de sus hijos, el correcto entendimiento de lo que es y, sobre todo, de lo que no puede ser. No obstante, cuando se encarnó dijo, en una ocasión, que donde fuera sí, tenía que ser sí y donde fuera no, tenía que ser no.
Y esto por si a alguien se le ocurre dar alguna razón en defensa del aborto olvidando que el “No matarás” (Éx 20, 13) no quedó escrito en agua para que se borrara con facilidad sino en piedra (Dt 5, 22) para que no se borrara nunca.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para el Evangelio de cada día.
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