Vírgenes, advocaciones – Nuestra Señora de Luján
“Pura y Limpia Concepción del Río Luján”
Por lo general, el ser humano creyente que tiene determinada advocación elabora y encarga imágenes de la que corresponda para, luego, situarla en la Iglesia, capilla, catedral o donde entienda el culto va a ser más apropiado. Es decir, la Virgen María, en la advocación correspondiente, se deja, digamos, hacer.
Sin embargo, en el caso de la que lo es de Luján (Argentina) no sucedió lo propio sino que fue la misma Madre de Dios la que escogió el lugar donde quería permanecer.
Esto dicho arriba no es imaginación del que esto escribe sino que las mismas crónicas lo dicen:
“En el año 1630 –probablemente en un día del mes de mayo– una caravana de carretas, salida de Buenos Aires rumbo al norte, se detuvo en un paraje ubicado a unos dos kilómetros de la actual ciudad de Luján, a orillas de la Cañada de la Cruz. Al intentar reanudar su marcha al día siguiente, una de las carretas no se movía del lugar. Los bueyes parecían paralizados por una fuerza superior.
Al indagar sobre el contenido de los embalajes, los viajeros descubrieron dos cajoncitos que contenían sendas imágenes de la Virgen procedentes del Valle de Paraíba (San Pablo, Brasil), hoy conocidas como de Luján y de Sumampa. La primera representa a la Inmaculada Concepción y la segunda a la Madre de Dios con el Niño en brazos.
Se hicieron varias pruebas con la carga hasta descubrir, que cuando bajaban el de la Inmaculada, la carreta se movía sin dificultad.
Fue entonces cuando en pleno territorio pampeano resonó una palabra que en siglos posteriores continuaría brotando de incontables corazones: ¡Milagro! ¡Milagro!”
Y esto por la extraordinaria circunstancia de que los animales, preparados para hacer el traslado, no se movieron lo cual fue interpretado, como era seguro esperar, como intervención divina, superior o sobrenatural.
Fue, al respecto de las virtudes que adornan a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de Luján, Juan Pablo II Magno el que dijera, allá por el 13 de noviembre de 1998 y al visitar la iglesia nacional de Argentina en Roma, lo siguiente: “En la encrucijada del Tercer Milenio te encomiendo, Madre Santa de Luján, la patria Argentina: las esperanzas y anhelos de sus gentes; sus familias y hogares, para que vivan en santidad; sus niños y jóvenes, para que crezcan en paz y armonía y puedan encontrar su vocación humana y cristiana; te encomiendo también el esfuerzo cotidiano y el diálogo solidario de los empresarios, trabajadores y políticos, que en la Doctrina Social de la Iglesia encuentran su inspiración más genuina”.
Al respecto de la celebración de la festividad de Nuestra Señora de Luján (8 de mayo) el que fuera último fue utilizada, el tal momento festivo para los católicos argentinos, para agraviar de una forma grave a la Madre de los argentinos y, por extensión, a la de todos los católicos del mundo.
Digo esto porque en la citada fecha, entre los actos que se iban a celebrar, estaba el poner a los pies de la Santa Patrona de Argentina un ejemplar de la constitución de aquella nación. Y aquí estaba el agravio.
Bien define alguien muy cercano, Antonio Caponnetto, el tal agravio: “He aquí la segunda blasfemia. Le van a dejar a María Santísima como ofrenda, el estatuto legal del coloniaje, el positivismo jurídico de masónica inspiración, el derecho iluminista, la jurisprudencia revolucionaria condenada por Pío VII, León XIII o Gregorio XVI , el constitucionalismo moderno, que al buen decir de Pietro Grasso, comete el atropello de sustituir la ‘imperfección divina’ por la ‘perfección’ de la diosa razón”.
Y ante tales actos que sólo pueden calificarse de viles, sólo nos queda invocar la Oración a Nuestra Señora de Luján:
“Eres tú la mujer llena de gloria, Alzada por encima de los astros; Con tu sagrado pecho das la leche Al que en su providencia te ha creado. Lo que Eva nos perdió tan tristemente, Tú lo devuelves por tu fruto santo; Para que al cielo ingresen los que lloran, Eres tú la ventana del costado. Tú eres la puerta altísima del Rey Y la entrada fulgente de la luz; La vida que esta Virgen nos devuelve Aplauda el pueblo que alcanzó salud. Sea la gloria a ti, Señor Jesús, Que de María Virgen has nacido, Gloria contigo al Padre y al Paráclito, Por sempiternos y gozosos siglos. Amén Nuestra Señora de Luján María, Virgen de Luján, Madre de nuestra patria, extiende tu mano amorosa sobre el pueblo argentino y danos tu bendición. Te pedimos Madre, que consueles a los que sufren alegres a los tristes y a todos nos muestres a Jesús. Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo”.
¡Ave Cor Mariae!
Eleuterio Fernández Guzmán
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