Sacerdotes mártires valencianos XXV
Emilio Fayos Fayos nació en Pobla del Duc (valle de Albaida, no lejos de Onteniente) el 8 de septiembre de 1878. Curso sus estudios en el seminario conciliar de Valencia, compaginándolo con estudios sociales en Valencia, Sevilla y Barcelona. Se ordenó en 1902, siendo nombrado coadjutor de Pinet (valle de Albaida), y en 1903 de Cullera (en la Ribera Baja del río Júcar, a orillas del Mediterráneo). Por fin, en 1905 fue coadjutor de su pueblo natal donde, por enfermedad del titular, ejerció de párroco en la práctica. En toda su labor apostólica destacó principalmente por su preocupación por la cuestión social.
Proporcionó un nuevo local con proyector cinematográfico a las escuelas parroquiales de San Luis Gonzaga. Fue asimismo uno de los impulsores del Sindicato Agrícola Católico, fundamental para organizar a los agricultores del pueblo al margen del preponderante sindicalismo marxista contemporáneo. A partir del sindicato de Puebla del Duc, intervino directamente en la creación de los similares en pueblos cercanos como Bélgida, Otos y Palomar. Tuvo tiempo de reparar la iglesia parroquial y doctorarse en Sagrada Teología en esos años. En 1911 fue nombrado cura ecónomo de Alberique, donde prosiguió su infatigable labor social: conferencias para adultos, publicación de la Hoja parroquial, inauguración de escuelas del Ave María… En 1913 tomó posesión de la parroquia de Jijona, donde restauró el templo, los ornamentos del culto y la casa abacial, una parte de la cual cedió para Colegio de Trinitarias en 1917. Inauguró el Asilo-Hospital cuya gestión encargó a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundó la Caja de crédito agrícola, el secretariado popular, los retiros obreros, el Sindicato Obrero Católico, etcétera. Por esos años, en su pueblo (aunque no tenía cargo alguno), fundó el Colegio de san José, regido por las Trinitarias, para educación de niñas y párvulos. Con cincuenta años, este infatigable sacerdote comenzó a padecer una afección cardíaca que le limitó progresivamente la actividad, hasta que finalmente hubo de ceder su rectorado en Jijona, y pasar a residir en Pobla del Duc casi como un inválido, testando sus bienes para una beca en el seminario de Valencia. Casi desde el comienzo de la guerra civil, y la instauración de la revolución en la retaguardia roja, fue señalado por el marxismo por su inmensa labor social y asociativa, bien recordada en la comarca, que tanto adeptos había enajenado a los socialistas y comunistas. Acusado de “ocultar inmensos bienes”, fue acosado continuamente: se le requisaron los bienes heredados de sus padres, y en uno de los registros, los milicianos quemaron su biblioteca. A principios de septiembre de 1936 obtuvo permiso del comité local para trasladarse a la masía campestre de una familia amiga, no distante de la población, pues su salud se estaba deteriorando aceleradamente. El día 17 de ese mes, el comité de Puebla ordenó una redada de sacerdotes, y fueron a buscarle a su lugar de retiro. Fue entrado en el pueblo entre burlas e insultos, y posteriormente, tras golpearle en la cabeza, llevado en automóvil hasta la cárcel del cercano pueblo de Benigánim, donde habían encerrado al párroco de Pobla del Duc y otros dos sacerdotes. Esa misma madrugada se los llevaron a la cuneta de la carretera a Genovés, donde fueron asesinados a tiros. Un vecino de Pobla del Duc los reconoció al pasar la madrugada siguiente por el lugar. Fueron enterrados en una fosa común del cementerio de Genovés. Tras el final de la guerra y la oportuna identificación, se les sepultó cristianamente en el cementerio de Puebla del Duc. Tenía 58 años en el momento de su martirio.
En 1888, nació en Onteniente Joaquín Vilanova Camallonga. De familia humilde y tempranísima vocación religiosa, hubo de postergarla para ayudar a su padre en la panadería familiar, y a la muerte de este cuando contaba 14 años, para intentar dejar bien dotadas a sus hermanas. Con mucho retraso, estudió por libre los cursos necesarios gracias a un sacerdote que se compadeció de su situación, logrando entrar en el Colegio de Vocaciones Eclesiásticas de San José, en Valencia. Con 32 años obtuvo el presbiteriado, ganando estima entre sus compañeros por su humildad y laboriosidad, pues no era su inteligencia como para hacerle un lugar de honor entre los primeros de su promoción. Fue nombrado coadjutor del pueblo de Ibi. Apenas llegó, pese a su carácter apocado, inició en su casa cursos de catecismo, con tal éxito que al tiempo hubo de alquilar una bodega para dar cabida a todos los asistentes. Varios años después consiguió con gran esfuerzo fundar un Patronato del apostolado para los niños y jóvenes (muy importante tras la supresión de las clases de religión en la escuela pública a partir de 1931). Muchas anécdotas se cuentan del modo en que, con oraciones, ruegos de préstamos y trabajos de todo tipo (se empleó de carretillero y albañil) obtuvo el dinero necesario para conseguir un local adecuado, con una planta baja para juegos y deportes, y un primer piso para las clases escolares y retiros. Continuamente predicaba con sencillez e ingenuidad, no sólo a los parroquianos, o a los pobres a los que atendía materialmente, sino incluso enviando periódicamente cartas con la hoja parroquial a todos los hijos del pueblo dispersos por España. En la causa de su beatificación, muchos testimonios (incluyendo el de su cura párroco) certifican que, pese a sus cortos alcances y rudeza de maneras (era valencianoparlante y apenas hablaba el castellano, mucho menos lo escribía con corrección), vivió entregado a la causa del apostolado (se obsesionaba con que se aprendiese catecismo diariamente en todos los hogares del pueblo), y que cumplía incansablemente sus deberes: visitaba a los enfermos con regularidad, atendía continuamente el confesionario, donde mostraba gran entendimiento y delicadeza (insistía en confesar a quien se encontraba por la calle, logrando que muchos le acompañasen). Siempre unido a su párroco, vivía con enorme modestia, rezaba de continuo y con frecuencia donaba de sus bienes a los más necesitados del pueblo. El 19 de marzo de 1936 un grupo de marxistas exaltados asaltaron y quemaron su querido Patronato, causándole hondo pesar, sin que fuese óbice para que iniciase de inmediato su reconstrucción. Estallada la guerra civil, el 24 de julio de ese año el comité local prohibió la celebración de oficios religiosos y clausuró el templo, y el 29 de julio unos milicianos se presentaron en casa de don Joaquín instándole a abandonar el pueblo de inmediato. Este acudió al párroco, que hubo de consolarle y calmar los escrúpulos que sentía don Joaquín al abandonar así su puesto o vestir de seglar, como le obligaban. Al final se arrodilló y le dijo “señor cura, bendígame. Si en algo le he ofendido, perdóneme. Dispuesto estoy a todo lo que Dios disponga, la muerte, el martirio, la cárcel; lo que Dios quiera”. Con lágrimas en los ojos le bendijo y se abrazaron, “adiós, hasta que nos volvamos a ver, o hasta el cielo”. Trasladado a su pueblo natal, Onteniente, son pocos datos los que se conocen con precisión, más allá de que una noche los milicianos le sacaron de su casa y le torturaron jugando a crucificarle (una mano llegó a ser taladrada efectivamente con un clavo), dejándolo muerto en posición de cruz en el borde un campo en el término municipal de la vecina localidad de Ollería. Tenía 48 años. Varios milagros han sido atribuidos a su intercesión, y fue uno de los 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia beatificados por S.S el papa Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.
En Benaguacil (cerca de Liria) nació el 12 de abril de 1907, Antonio Durá Durá. Niño muy piadoso y devoto de la Virgen, estudio en el Seminario Conciliar de Valencia y se ordenó en 1930, siendo nombrado párroco de Marines (también cerca de Liria). En 1933 pasó a ocupar la plaza de cura ecónomo de Relleu, un pequeño pueblo de la montaña de la Marina Baja. En 1936, estando en su pueblo natal, a donde había ido a oficiar la boda de un familiar, le notificaron que la iglesia del pueblo y la casa abadía habían sido incendiadas, y que le prohibían el regreso al pueblo. Quedó, pues en Benaguacil, donde el 11 de septiembre de 1936 fueron a buscarle los milicianos, y encerraron en la prisión del comité local. Esa misma noche lo sacaron, y en una cuneta de la carretera entre Villamarchante y Chiva, le obligaron a bajar del vehículo. Según un testigo, sus últimas palabras fueron “os ruego que no contéis esto a mi madre. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Le destrozaron la cabeza a tiros y le dejaron allí, dando aviso a la familia que al día siguiente fue a recogerlo. Quedó enterrado en una fosa en Chiva, hasta que al finalizar la guerra sus restos fueron trasladados a la capilla de los sacerdotes mártires de la iglesia parroquial de Benaguacil. Tenía 29 años.
Luis María Albert Fombuena nació en Liria el 19 de agosto de 1868, destacó pronto en el seminario conciliar de Valencia por su constancia en el estudio. Colaborador temprano en la Obra del Fomento de Vocaciones Eclesiásticas con su fundador, el venerable Manuel Domingo y Sol, fue toda su vida un entregado formador de sacerdotes. Aún estudiando la carrera eclesiástica, fue superior de dicha Obra en los colegios de Murcia, Orihuela y Valencia, donde se ordenó el 4 de octubre de 1892. Destinado dos años después a Roma, ejerció de administrador general en el Pontificio Colegio Español de san José hasta 1909, año en que fue nombrado rector del mismo. En ese puesto (que ocupó hasta 1914) mantuvo trato cercano con el Sumo Pontífice Pío X. Es su fructífera carrera ejerció posteriormente de rector en el seminario de Barcelona, director en el colegio de Vocaciones Eclesiásticas de san José de Valencia, y rector del Seminario y Pontificia Universidad de Salamanca hasta 1925, cuando una grave enfermedad le obligó a renunciar a sus cargos para poder atender a su salud. Varias generaciones de sacerdotes alumnos suyos testimoniaron siempre que a su notable capacidad administrativa unía un trato humano, cercano y caritativo con todos sus estudiantes, para los que era más padre que rector. Retirado en su ciudad natal, cada vez más mayor y quebrantado, se hallaba más que preparado para su martirio, que se verificó el día 26 de agosto de 1936, cuando fue sacado de su casa de madrugada y asesinado en la carretera que une Liria con Paterna, en cuyo cementerio fue enterrado hasta que sus restos fueron trasladados a la tumba familiar de Liria el 10 de diciembre de 1939, tras el fin de la guerra civil. Acababa de cumplir 68 años en el momento de su martirio.
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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.
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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros;
Mateo 5, 9-12
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