Arnaldo de Vilanova

Introducción

Arnaldo (o Arnau, en romance provenzal) fue sin duda el más brillante médico en la Cristiandad Latina de los siglos XIII y XIV. Se conservan de él muchas obras que resumían e interpretaban de forma correcta la patología conocida en su época, y los títulos de muchísimas otras. Sintió también interés, como tantos físicos de su tiempo, por la alquimia, aunque bien parece que la abultada colección de trabajos alquimistas que se le adjudican puede ser totalmente, o casi completamente atribuida, y no propia. Pero además, fue hombre docto en teología, y movido por una piedad sincera, trabajó con ahínco por la reforma de una Iglesia, la de su tiempo, contaminada de mundanalización (como ha ocurrido en tantos momentos de la historia, incluyendo el nuestro). En busca de esa reforma, cayó presa de desviaciones doctrinales milenaristas, hasta el punto de escribir y sostener proposiciones erradas sobre el fin del Mundo. Aunque no se le puede tildar, propiamente, de heresiarca, sí es cierto que cae dentro de la definición de heterodoxia. Es por eso que, por su ardiente piedad, y sus errores teológicos, el insigne galeno, como caso excepcional, entra simultáneamente dentro de dos secciones de esta bitácora, aparentemente contradictorias: la de médico católico y la de heterodoxo español.

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Primeros años

El lugar de nacimiento de Arnaldo (en torno a los años 1235-1240) se ha convertido en un clásico de la controversia historiográfica patria. El topónimo Vilanova (Villanueva en castellano) con el que firmaba como apellido, únicamente indica un lugar o poblamiento reciente. En todos los territorios donde vivió Arnaldo hay, entre municipios y pedanías, literalmente cientos de lugares con ese nombre.

De sí mismo, él únicamente nos dice que era “un hombre silvestre, teórico ignoto, y aldeano práctico, nacido de un terruño desconocido y obscuro”. Tales características incluyen a casi todas las Vilanovas de su época, sin contar con que exagerar la humildad de su lugar de origen en cierto modo era una forma de poner de mayor relieve su capacidad natural para llegar tan encumbrado como lo hizo.

Muchos autores han especulado, espigando entre sus textos datos que orientaran a situarlo en un lugar u otro, y han sido escogidas entre varias Vilanovas unas cuantas que parecen más verosímiles. Vilanova de Jiloca, cerca de Daroca (Reino de Aragón) parece contar con el mayor favor de los especialistas. Menéndez y Pelayo se inclinaba más por Vilanova de Alpicat (en la comarca ilerdense de Sagriá), o Vilanova i la Geltrú (condado de Barcelona, en el Principado de Cataluña), aportando diversos documentos en los que el autor da a entender que es catalán y nació cerca de la costa. Otras fuentes apuntan a Vilanova del Grao de Valencia. Más descartadas parecen otras localizaciones en el Languedoc (Vilanova de Magalona, cerca de Montpellier) o en Provenza, que el siglo pasado defendieron algunos autores franceses como Champier, con datos mal interpretados.

Resumida brevemente la interesante controversia sobre su patria chica (que, como suele ocurrir con los hombres brillantes, lleva aparejado no poco nacionalismo de andar por casa), lo cierto es que el dato carece de verdadero interés: pronto emigró con su familia al Reino de Valencia (si es que no nació allí), y sabemos que, como muy tarde, a los siete años fue tonsurado como clérigo menor en la ciudad de Valencia, por causas desconocidas.

Nada más sabemos de sus primeros años, hasta que en la década de 1260 fue admitido para estudiar medicina en la prestigiosa universidad de Montpellier, perteneciente por entonces a los dominios patrimoniales del rey de Aragón, Jaime I (que había nacido precisamente allí), lo que nos da indicación de sus dotes, pues no provenía de familia noble que pudiera costearle tal honor. El propio Arnaldo recuerda con cariño y respeto a dos de sus maestros en el arte médico: Juan Casamida y Pedro de Musadi.

Compaginó sus estudios médicos con la formación teológica por los padres del convento de dominicos de aquella ciudad (lo que refuerza la hipótesis de que su ordenación infantil fuese como terciario dominico). Su ligazón a la Orden de Predicadores, que duró toda su vida, derivó como veremos en una relación de amor-odio.

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Su labor como médico y químico

En Montpellier conoció a su esposa Agnes Blasi, y se sabe que regresó para establecerse como médico en la ciudad de Valencia en 1276. Allí tuvo propiedades, ejerció su oficio y nacieron sus primeros hijos. La fama de su saber se extendió pronto, y en 1281 fue llamado a la corte por el nuevo rey de Aragón, Pedro III, para que le sirviera como médico real, con una renta anual nada desdeñable para la época de 2.000 sueldos barceloneses.

Vivió en Barcelona hasta 1285, cuando se produce el óbito de Pedro III que, agradecido, le donó en su testamento el castillo de Ollers, en la Conca de Barberá, cerca de Tarragona. Durante su estancia barcelonesa, fray Raimundo Martí le enseñó el hebreo (y el Talmud) en el convento de dominicos de la ciudad. Sabemos que Arnaldo (además, lógicamente, del latín y el romance lemosino) también dominaba el árabe lo suficiente para en años venideros traducir de su puño y letra las obras de Avicena o Costa ben Luca, de modo que también sirvió a la ciencia como introductor en occidente de los saberes griegos conservados y desarrollados por los árabes en el campo de la fisiología y la patología. Puede ser que también tuviera conocimientos de lengua griega, pero eso más dudoso.

El nuevo rey, Alfonso III el Liberal (1285-1291), le mantuvo como médico de la corte, pero autorizó a Arnaldo el regresó a Valencia en 1289, y al año siguiente fue escogido como profesor en la universidad de Montpellier donde había estudiado. En 1291, asistió a la profesión de su hija María como religiosa dominica en el convento de la ciudad de Valencia.

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Obras médicas y químicas

En 1305, el propio Arnaldo confeccionó una lista con todos sus trabajos teológicos. Por desgracia, no hizo lo propio con los médicos, lo que ha llevado a que, además de los 27 libros sobre medicina que escribió con seguridad, una larga lista de hasta otros 51 le sean atribuidos con mayor o menor solidez.

Antes de obtener la cátedra de profesor de Montpellier, a modo de curiosidades tempranas, podemos citar su obra médico-filosófica Tractatus de amore heroico, compuesto en 1285 (antes de convertirse en profesor de Montpellier) en la que describe el enamoramiento como una alteración mental, y una carta titulada De reprobatione nigromantice ficcionis, algo posterior, que condena las prácticas necrománticas y postula que aquellos que habían convocado al demonio por medio de ellas, de hecho, estaban perturbados.

De esta primera época de docente son la mayor parte de sus obras de medicina cuyo nombre se conserva. Entre ellas podemos destacar:

De intentione medicorum. La más precoz de sus obras, es un primer cimiento para el resto de su obra. Versa sobre epistemología médica: qué es la medicina, cuáles son sus límites y mixturas con la filosofía, cómo debe mejor formarse y cuál es la mejor forma de que desarrolle su arte y su práctica.

Epistola de dosi Tyriacalium. Escrita en torno a 1295, es una refutación (confesa por su autor) del averroísmo, tanto en su plano médico como teológico.

De considerationibus operis medicine sive de flebotomia, escrito sobre cirugía venosa de alrededor de 1299, y el trabajo de farmacología Aphorismi de gradibus, de la misma época, son obras antiintelectualistas que conectan a Vilanova con la reacción escolástica al averroísmo. No obstante, lo hace desde el empirismo, y no el mero fideísmo.

Speculum introductionum medicinalium, un compendio sobre medicina teórica orientado a proveer de material los profesores, y basado en el esquema de los principios médicos de Hunayn ibn Ishaq (Johannitius). Se cree escrito en torno a 1301. Una segunda parte, inconclusa, llamada De parte operativa, sería la continuación lógica de un a proyectada Summa de saberes médicos.

Regimen sanitatis ad Regnum Aragonum. Escrita en latín alrededor de 1305, estaba dirigida directamente al rey Jaime II. En línea con el higienismo hipocrático, se extendía en recomendaciones sobre higiene, baños, paseos, alimentación (evitando especialmente el abuso de carnes rojas, que los nobles consideraban un signo de distinción social tan obvio como llevar joyas), ejercicio, sueño, e incluso dónde debía situar las tiendas de su corte itinerante. Fue traducido inmediatamente al romance lemosino. De similar temática son el Regimen Almeriae, y una de sus obras más divulgadas y reimpresas, Regimen salernitanum.

Asimismo, se consideran suyas un larguísimo listado de obras que tratan de todo tipo de aspectos de la medicina: monografías sobre patologías concretas, exploración fisiológica, compendios de saberes, colecciones de casos clínicos o aforismos, traducciones de autores, sobre todo árabes y hebreos, tratados de farmacología, recensiones de tradiciones médicas, comentarios a obras de autoridades galénicas, y un largo etcétera, que se resume en títulos como De humido radicali, De conceptione, Antidotarium, Sive de confectione vinorum (uno de los más precoces tratados de elaboraicón del vino), De physiscis ligaturis, De regimene castra sequentium, De cautelis medicorum, Remedia contra maleficia o también Expositiones visionum, quae fiunt in somniis, ambas versando sobre supersticiones y maleficios, De epilepsia, De tremore cordibus, De conservanda iuventute et retardanda senectute, De ornatu mulierum, Breviarium practicae, De venenis… y un inacabable etcétera del que hacemos gracia al lector.

Más breve y de autoría más difícilmente demostrable son sus tratados de química. La razón es que, aparentemente, a edad avanzada ordenó quemar algunas de sus obras, y se cree que entre ellas podrían estar varios tratados alquímicos de juventud, de los que abominó posteriormente. La dificultad en su época en separar la química de la alquimia (y de la astrología, en la que también era versado), así como la obsesión que posteriores autores sobre alquimia tuvieron en emplear su autoridad para titular obras propias, hace casi imposible decir algo cabal sobre los experimentos y descubrimientos químicos de Arnaldo de Vilanova. De entre toda la confusión, tal vez podamos rescatar como genuinamente suyos Thesaurus thesaurorum et Rosarius philosophorum, Novum lumen, Flos Florum, Epistola super alchimiam ad regem Neapolitanum.

De su relación temprana con el filósofo Raimundo Lulio, y de la tardía con el rey Roberto el Prudente de Nápoles, patrono declarado de los alquimistas, y de las derivadas cabalísticas de dichas relaciones con la creación y desarrollo de una suerte de orden secreta de alquimistas, destinada a perdurar perpetuamente, han sido precisamente los autores de tiempos posteriores quienes más ríos de tinta han hecho correr. Hoy en día es casi cierto que tales suposiciones no son sino fantasías, y que si Arnaldo tuvo alguna relación con la alquimia en su juventud, abominó de ella plenamente con el correr de los años, no dejando trabajo sobre el tema voluntariamente.

De las obras de Arnaldo de Vilanova se hizo en fecha tan temprana como el siglo XVI un intento de recapitular e imprimirlas conjuntamente todas. Muchas de ellas, aún las más conocidas, estaban plagadas de interpolaciones y amputaciones de una infinidad de copistas y comentaristas. La costosísima tarea de separar lo cierto de lo agregado ha continuado hasta nuestros días, y es bien cierto que en muchas obras será imposible asegurar su autenticidad plena.

A Arnaldo de Vilanova se le atribuye la introducción en la Cristiandad del alcohol como agente medicinal, pero también como precursor del destilado de licores espirituosos, como descubridor de la destilacción fraccionada. Asimismo, realizó avances fundamentales en la terapéutica con minerales, el uso de esencias de plantas obtenido en laboratorio, o los efectos venenosos del monóxido de carbono. Pero, sobre todo, destacará como tratadista de teoría médica, erigiéndose como uno de los grandes autores del empirismo clínico temprano, frente al filosofismo sensualista de Averroes, pero también crítico del excesivo escolasticismo en la medicina, que anteponía la autoridad de los clásicos ante la experimentación directa.

Como veremos, Arnaldo tendría un protagonismo central en su época como canciller, embajador o teólogo, sin embargo, tanto para sus contemporáneos, como para las generaciones sucesivas, sería conocido ante todo como tratadista médico; estudiado, repetido, discutido y citado hasta la saciedad durante siglos. Su vasto saber y su influencia en los rudimentos de la filosofía medieval sobre los que luego se cimentó la mediicna renacentista, le hacen merecedor de figurar entre los más destacados científicos católicos.

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Arnaldo como hombre de estado

Jaime II el Justo, hijo de Pedro y sucesor de su hermano en los reinos de la casa salvo Sicilia (entregada a su hermano menor Fadrique), llamó junto a sí en 1293 a Arnaldo, confiando en él, ya no sólo como médico sino como consejero y familiar (esto es, miembro de su círculo íntimo de amigos). Demostró con ello su confianza en el galeno, no sólo en el plano del cuidado de su salud, sino también para atender a los negocios de estado.

Jaime II (como también a su debido tiempo su hermano Fadrique de Sicilia) hizo a Arnaldo de Vilanova en uno de sus principales consejeros, pasando a convertirse en uno de los hombres más influyentes de su tiempo. Como veremos, no solo en la corona de Aragón, sino en todo el mediterráneo occidental.

Adquirió en 1297 una casa en Montpellier. Ese año fue llamado a Roma para asistir el parto de la reina Blanca de Nápoles.

Reclamado incesantemente por el monarca, en 1299 abandonó la enseñanza de la medicina en Montpellier. Dos años más tarde vendió su casa en la ciudad y se marchó definitivamente del mundo universitario que tantas satisfacciones le había proporcionado durante una década.

Ese año, Arnaldo ejerció como embajador real ante la corte del rey de Francia, portando una cartas manuscrita de puño y letra del rey para Felipe IV el Hermoso. Con él negoció exitosamente una definición de límites que logró para el monarca aragonés el Valle de Arán. Pocos meses después, Jaime II, con título de canciller, le encomendó arbitrar en su nombre los agravios presentados por los habitantes de Arán, así como los de los catalanes y aragoneses en un conflicto habido en Aigües Mortes.

En abril de 1302, el rey le cedió nada menos que durante cuatro años las gabelas (o tasas) de la sal del importante puerto de Burriana, en el Reino de Valencia, en muestra de su estima y afecto, con libertad para arrendarlas, donarlas o administrarlas, procurándole así pingües beneficios.

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El milenarismo teológico de Arnaldo

La Iglesia latina había sufrido a lo largo de los dos últimos siglos, el azote de varias herejías, entre las cuales destacaba el gnosticismo cátaro. Con fuerza no menos preocupante, los ministros de la Iglesia, incardinados dentro del sistema de relaciones señorial-vasalláticas (conocido popularmente como feudalismo), habían aumentado su mundanalización a la par que su poder temporal. No sólo en aspectos externos u obvios, como la vida lujosa, las comitivas inacabables, los vicios copiados a los aristócratas, o la falta de continencia o piedad visibles. Emulando los modos de proceder de sus familiares nobles, muchos cardenales, obispos y aún simples sacerdotes, estaban entregados al carrerismo, al nepotismo, y a las conspiraciones y querellas contra sus señores, fueran monarcas o papas, o entre sí. Tales prácticas daban lugar a episodios deplorables de auténticas guerras o excomuniones mutuas entre obispos por la disputa de las rentas de una villa.

Estos malos ejemplos, que tanto se alejaban de la prédica evangélica, contrastaban fuertemente con la reforma a la que sí se habían visto sometidas las órdenes religiosas, impulsados por las nuevas reglas de dominicos y franciscanos. Un religioso importante en este período fue Joaquín de Fiore, abad cisterciense, muerto en 1202, que había predicado un espiritualismo extremo y una reforma ascética de la Iglesia. Su obra más célebre fueron sus profecías, que profundizan en el misticismo medieval (suyo es el concepto de las tres Edades de la Humanidad basado en la Trinidad), pero aportan una visión muy particular del milenarismo. Según Joaquín de Fiore, el fin de la Segunda Edad, la de Cristo, vendría seguido de la Tercera Edad, la del Espíritu Santo, en la que se instauraría la fraternidad universal y todos los hombres vivirían como monjes, empezando por los cristianos y sobre todo los clérigos.

Si estas enseñanzas ya eran bien dudosas (aunque la vida irreprochable de su autor le valió que jamás fuese condenado en vida), Joaquín de Fiore les añadió la manía de poner fecha a todos los acontecimientos que profetizaba. Así, por ejemplo, afirmó que el fin del Mundo tendría lugar en 1260. Naturalmente, estas profecías eran erradas, y décadas después de su muerte, varias sectas llamadas “espirituales”, como los fraticelli del norte de Italia, emplearon sus escritos para justificar sus revueltas religioso-sociales, en las que trataban de traer la Edad Espiritual por la violencia y la agresión a los clérigos mundanalizados y los nobles. Fueron excomulgados y combatidos, pero su recuerdo y las brasas de su fuego no se habían apagado aún en la época de los hechos que narramos.

Antes de 1292, Arnaldo leyó las obras de Joaquín de Fiore, y cayó seducido por sus enseñanzas y su milenarismo. Prologó una edición del libro del cisterciense De semine Scripturarum, en la que ya se manifiesta convencido. De la misma época es una Exposición del Apocalipsis suya, plenamente concorde con la interpretación de Joaquín. Ese año de 1292, Arnaldo compuso una obrita llamada in Castro Ardulionis, en la que explica el tetragammaton hebreo, en la que, temerariamente, intentaba explicar el misterio de la Trinidad por razones naturales. Poco tiempo después escribió su más célebre obra en este campo, De Adventu Antichristi et fine mundi, escrito inicialmente en lengua romance lemosina, y posteriormente vertido al latín. En este tratado, el insigne médico no sólo confirmaba todas las profecías de Joaquín, sino que establecía un nuevo cálculo para el fin del mundo, fijándolo en 1345. Asimismo, clamaba por la reforma de la Iglesia y los eclesiásticos, y desliza algún yerro teológico, como afirmar que en Jesucristo había una sóla sabiduría (no dos, la humana y la divina), por ser la ciencia pertinente a la persona, y no a la naturaleza.

Los siguientes años fue escribiendo diversas obras de similar temática. Por ejemplo, enderezó al prior del monasterio de Scala Dei un tratado sobre predicación titulado De mysterio cymbalorum Ecclesiae, en el que, junto a saludables consejos sobre exégesis, mezcla profecías sobre la venida del anticristo, fundadas en oscuras revelaciones privadas del antiguo patriarca alejandrino Cirilo.

Arnaldo escribió a los frailes predicadores de París y Montpellier, a los franciscanos o menores de París, al rey de Francia, al rey de Aragón, anunciándoles el fin del mundo y llamándoles a penitencia. Poco después escribió al Sacro Colegio Romano su Filosofía católica y divina, que enseña el arte de aniquilar las tramas del Anticristo y de todos sus miembros, en la que clama por la reforma de la Iglesia como medio de desbaratar los planes del anticristo, abogando por el “precepto de la pobreza y la ascesis”. En sus argumentaciones llega a justificar de algún modo las tesis de los “Pobres de Lyon” o valdenses (por Pedro Valdo, su fundador), condenadas como heréticas hacía más de un siglo. Asimismo, aconseja distinguir a los secuaces del anticristo entre los malos sacerdotes.

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La controversia con los dominicos

Pronto tuvo un conflicto en Cataluña. Escribió un tratado similar a los anteriores, llamado Eulogium, de notitia verorum et pseudoapostolorum, dirigido al obispo de Gerona, solicitándole con todas las formalidades que lo pusiera disposición del estudio de los teólogos de la diócesis, mostrándose dispuesto a responder a cuántas objeciones quisieran hacerle. Halló un pugnaz opositor en el dominico Bartolomé de Puigcertós, el cual (con no poca lógica) le afeó que se atreviera a señalar una fecha concreta para la venida del anticristo, siendo así que el propio Dios no había querido revelarla en las Escrituras.

Fray Bartolomé presentó sus críticas al obispo, pero no a Arnaldo, de lo cual este se quejó, así como de los sermones del predicador en los que le desacreditaba. Se enzarzaron nuestro médico y los dominicos locales en un cruce de acusaciones mutuas, con peticiones de amparo al obispo y emplazamientos ante la Santa Sede incluidos. La cosa terminó en que Arnaldo presentó al arzobispo de Tarragona el Coonfessio de spurcitiis pseudoreligiosorum, en el que carga contra los dominicos enumerando hasta 19 vicios (entre ellos la secularización, el robo, la vanagloria, la ociosidad, la simonía, la lujuria, el falso testimonio, la arrogancia o la avaricia, resultado- según él- de apartarse de las huellas de los fundadores, en lo que vemos que en todas las épocas se cuecen habas), iniciando su controversia con la orden dominica, a la que excluyó de su general veneración por la vida monástica.

Durante su misión en París, en 1299, aprovechó para presentar su De Adventu Antichristi a los teólogos de la universidad de la Sorbona, que le escucharon tanto por su fama como galeno, cuanto por el respeto y amistad que le profesaba el monarca aragonés. Fue reprendido por ellos, por predicar sin misión, y por escribir de teología siendo como era únicamente experto en medicina (lo cual no es del todo exacto, como vimos, pues recibió estudios en la materia con los frailes predicadores durante su estadía en Barcelona), llegando a ordenar su prendimiento para que se retractara, aunque luego fuese liberado. Enfadado, Arnaldo se despachó en invectivas con ellos, tachándolos de odres hinchados en su ciencia, concupiscentes, vanos, aseglarados y codiciosos, y presentó una protesta formal contra aquella violencia en dos cartas al rey de Francia y al papa.

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Arnaldo ante el papa

Creyó nuestro autor encontrar mejor acogida en la corte romana del enérgico Bonifacio VIII. Cuando presentó sus trabajos con todas las formalidades, y animando a un debate teológico abierto, fue recibido por el papa y los cardenales con “una carcajada homérica” en palabras del autor. Tanto porfió, convencido de que la inquina de los dominicos había predispuesto en su contra al colegio cardenalicio, que finalmente Bonifacio, irritado, ordenó encarcelarle por algunos días, le reprendió por haber expuesto su trabajo a los teólogos de la Sorbona antes que a él, confirmó la condena de aquellos, e impuso silencio teológico a Arnaldo de por vida. Prendado de su saber, no obstante, Bonifacio le tomó como médico, no sin advertirle de que intromitte te de medicina et non de theologia et honorabimus te. Cumplió el papa su promesa, según reconoce el propio Arnaldo- “me quisieron para la salud temporal, y no para la espiritual”- y tras curarle de sus cálculos renales, le distiguió con el título de arquiatra, o protomédico papal, en 1301.

Médico de papas y reyes, Arnaldo mantuvo su silencio durante un tiempo, siempre convencido de que su retractación había sido obtenida por miedo a la cárcel, y no por un proceso en forma que él, como buen católico y riguroso hombre de ciencias, deseaba y esperaba. Este estado acabó un día que, paseando, tuvo una visión que le llevó a abrir la Biblia y hallar en ella una indicación de lo que debía hacer. En efecto, tomó pluma y dio forma a un tratado titulado con las palabras del libro de los Proverbios que había abierto al azar aquel día: Homines pestilentes dissipant civitatem. En él pretendía deshacer los reparos que el papa había efectuado para tildar de temerarias sus profecías. Según Arnaldo, un cardenal halló el libro oculto en su habitación y se lo llevó contra la voluntad de su autor para difundirlo por toda la Cristiandad.

Enderezó otras cartas similares al Colegio de Cardenales, y a amigos suyos como Bartolomé Montaner de Cataluña. Habiendo desobedecido la orden papal, huyó de Roma, y poco después falleció Bonifacio VIII, en 1303, víctima de las tropas del rey de Francia (cuya autoridad temporal había desafiado) y los Colonnas. En Marsella vivió hasta 1304, año en que comenzó de nuevo sus polémicas con los dominicos: protestó ante el obispo local contra algunos predicadores que afirmaban que era cosa imposible conocer el tiempo de la venida del anticristo. Similar encono mantuvo contra las acusaciones de fantástico y visionario vertidas por los dominicos tras su salida de Cataluña, en su carta a su amigo el canónigo Jaime Blanch titulada Gladius iugulans thomistas. En ella afirma que los frailes predicadores preferían el estudio de la Summa al de la Sagrada Escritura.

Al ascender al solio pontificio el dominico Benedicto XI, le presentó sus trabajos, acompañados de una carta en la que atribuía la desgracia de Bonifacio VIII a haber desoído sus consejos, encareciendo al nuevo pontífice a reformar la Iglesia y los monasterios, a anunciar la próxima venida del anticristo y a prohibir que los religiosos recurrieran a médicos judíos o árabes, contra lo que prescribía su Regla. El nuevo papa, cuyo pontificado apenas duraría un año, se hallaba atrapado en la controversia terrible contra el rey Felipe IV de Francia, y apenas se ocupó de nuestro visionario, salvo para imponerle una pena canónica desconocida.

Reunido el cónclave en Perusa para elegir sucesor, allí se presentó Arnaldo de Vilanova el 18 de julio de 1304, importunando al camarero pontifico con sus escritos y reclamaciones. Nuevamente volvió a pasar unos días en la cárcel por su insistencia, pero la intercesión del cardenal de Santa Sabina y otros amigos logró su liberación. De allí partió a Sicilia. Poco después, fue elevado al solio el arzobispo de Burdeos, que conocía y estimaba a Arnaldo, con el nombre de Clemente V. Siendo fiel vasallo del agresivo rey francés, el conflicto en la Santa Sede se aquietó, al menos durante unos años.

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Arnaldo consejero espiritual y temporal de los reyes de Aragón y Sicilia

Arnaldo tenía por aquellas fechas la formidable edad para la época de más de 60 años. En aquellos tiempos eso suponía la senectud, pero el viejo maestro de médicos, tal vez por seguir sus propias prescripciones sobre higiene y hábitos de vida, se hallaba pleno de facultades.

En Sicilia fue recibido calurosamente por Fadrique II, hermano menor de su protector Jaime II de Aragón. A él dedicó ese año Allocutio christiana, breve tratado acerca de los medios para conocer a Dios que tiene la criatura racional. Encarece las buenas obras y da algunos consejos para el buen gobierno, condenando la tiranía. Poco después escribió un curioso tratado médico-teológico prohibiendo las carnes a los cartujos enfermos.

El influjo de Arnaldo como consejero se hizo sentir pronto, y Fadrique II escribió poco después una carta a su hermano el rey Jaime II de Aragón recomendándole una vida piadosa y adjuntando dos escritos de Vilanova, Interpretatio facta per magistrum Arnaldum de Villanova de visionibus in somniis dominorum Iacobi Secundi, regis Aragonum, et Friderici Tertii, Regis Siciliae, eius fratris, y Letra tramesa per lo Rey Frederich de Sicilia al Rey en Jaume Sigon son frare. La temática versa sobre las visiones que desde niño el rey había tenido, en las que su difunta madre, con el rostro velado, le daba su bendición y le pedía que “fuese esclavo de la verdad”. Según la carta, el monarca creyó siempre que eran alucinaciones suyas, y puso sus dudas de fe (provocadas por los malos ejemplos de los clérigos) en conocimiento de diversos teólogos, hasta que su madre se le apareció de nuevo recomendándole consultar al “maestro Arnaldo”. Recién llegado a Mesina, este puso en su conocimiento cómo había interpretado otros sueños del rey don Jaime II.

La interpretación de Arnaldo repite sus tópicos: la corrupción de clérigos seglares y regulares, y la excesiva confianza de los teólogos en su ciencia y el abandono de las verdades evangélicas. Se sigue de una corta obrita didáctica para regir la casa del rey, incluyendo consejos devocionales, higiénicos, espirituales, de buen gobierno, e incluso de educación de sus hijas (a las que no había de permitirse leer romances y vanidades mundanas). Asentado con honores en la corte siciliana, Arnaldo escribió Antidotum contra venenum effusum per fratrem Marthinum de Atheca, contra el fraile aragonés que había refutado su De adventu Antichristi.

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Últimos años de Arnaldo de Vilanova

En 1305, Arnaldo marchó a la corte de Clemente V, el primer papa que residió en Aviñón. Allí vindicó una vez más la ortodoxia de sus opúsculos, y rogando se examinasen. Clemente V le prometió atender sus peticiones, llamándole “hijo suyo querido” y alabando tanto su ciencia como su sumisión a la autoridad de la Santa Sede. Al regreso de Aviñón tenemos noticia de su paso por Tolosa. De esta época data la excomunión por Guillermo de Colliure, inquisidor de la diócesis de Valencia, de Gombaldo de Pilis, criado y familiar del rey don Jaime II, por poseer libros de Arnaldo de Vilanova. Se armó no pequeño revuelo cuando el monarca amenazó a Eymerich, inquisidor general de la Corona, con graves represalias sobre su orden si no retiraba la sentancia, que consideraba anticanónica.

Durante varios años, retraído en Sicilia, escribió varias obras milenaristas más. En 1309 regresó a Aviñón para defender finalmente ante el papa y los cardenales sus interpretaciones de las visiones de los reyes don Jaime o don Federico, en un Rahonament. Es un demoledor alegato que insiste en que en aquel siglo acabaría el mundo y el anticristo cumpliría su carrera en los primeros 40 años de aquella centuria. Sus palabras se dirigen amargamente contra la perversidad de los cristianos, principalmente prelados y religiosos, la venalidad de los oficiales reales, la tiranía e impiedad de los nobles, la falsedad de los consejeros del rey, la negligencia de los príncipes, y los sofismas y bajezas de los predicadores. Anunciaba las reformas en la casa de la reina de Aragón, y los propósitos de cruzada en Tierra Santa de los reyes Jaime II y Fadrique II. El aragonés había hecho ya armas contra el reino moro de Granada, y el siciliano había establecido en su reino escuelas de doctrina cristiana y lenguas orientales para convertir sarracenos y judíos.

Arnaldo defendió abiertamente a los laicos que querían vivir en hábito y con votos como los religiosos (llamados beguinos o begardos), como los auténticos reformadores de la Iglesia. Estos tenían rasgos en común, y en ocasiones eran acusados junto a valdenses, pobres de Lyon, insabatos o arnaldinos, movimientos laicizantes considerados heréticos por no sujetarse ni reconocer la autoridad del clero. Privados de formación teológica, no tardaron en caer en errores doctrinales muy similares a los de los cátaros, aunque en principio sin el esoterismo de estos.

Huelga decir que semejante apoyo privó a Arnaldo de las pocas simpatías que aún conservara en la corte papal (donde había, ciertamente, escasos defensores de la pobreza del clero). Sus tesis milenaristas fueron rechazadas, y sus propósitos de reforma del clero mundanalizado, sospechos de heterodoxia. Fue el papa el más conciliador, puesto que mientras Felipe IV de Francia ya incluía los escritos de Vilanova entre los textos heréticos de su proceso post mortem contra el difunto papa Bonifacio, Clemente V se limitó a desautorizar los argumentos de Arnaldo, al que seguía viendo con simpatía. Como su predecesor, le recomendó que se centrase en los asuntos de medicina y diplomacia, en los que era hábil, y dejase la teología. Incluso le encomendó formar parte de la comisión papal nombrada para la reforma educativa en las universidades pontificias, reconociendo en ello el prestigio de sus años de profesor en Montpellier.

Pero sus viejos enemigos los dominicos no fueron tan indulgentes. Fray Romano Ortiz, ministro de la Orden de predicadores en Aragón, escribió al rey don Jaime II trasladándole un comentario de Arnaldo sobre lo dudosos en la fe que eran él y su hermano (no así los elogios hechos a ambos), pidiendo que no volviera a enviar a Arnaldo de Vilanova como procurador, por el riesgo que existía de que le asociaran con un hombre al que ya se empezaba a acusar abiertamente de herejía.

Jaime II comprobó la veracidad de dicho comentario al hacerse entregar una copia de la declaración de su antiguo familiar por mano del cardenal obispo de Túsculo. El monarca, olvidado del antiguo afecto, decidió salvar su pellejo (estamos en los años del proceso y disolución de la antaño poderosa Orden del Temple acusada de herejía y blasfemia), y escribió numerosas cartas al papa, cardenales y a Fadrique, en las que niega los sueños que le atribuye Arnaldo, y lo trata de embustero. Clemente V le tranquilizó en una misiva afirmando que “absorto en negocios más graves, no he prestado atención al razonamiento de Arnaldo de Vilanova, ni le doy importancia”. Fadrique de Sicilia contestó a su propio hermano, reprochándole que abandonase en el trance a nostre natural e domestich, qui es gelós de ver christianisme, y que en nada les faltaba con sus palabras, sino en encarecerles a ser mejores cristianos.

Abandonado del poderoso rey de Aragón, y dudoso de la actitud del papa, Arnaldo regresó a Sicilia, donde hallaba protección, a finales de 1310. De este año son suyas unas constituciones para el reino de Sicilia sobre esclavitud, juegos y derecho eclesiástico, que Fadrique le encargó y dio fuerza de ley promulgándolas el 15 de octubre de ese año. Poco después dirigió una embajada siciliana a la corte del rey Roberto de Anjou en Nápoles (cuya motivación auténtica alimentó la imaginación de generaciones futuras de alquimistas). A principios de 1311, con más de 70 años de edad, todavía le mandó nuevamente Fadrique de embajada a la corte de Aviñón, pero murió en el mar durante el viaje, siendo enterrado en Génova.

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Inquisición de los escritos de Arnaldo de Vilanova

Con la muerte de Arnaldo no concluyó la polémica. Su popularidad como autoridad en medicina y su privilegiada relación con la corona, hizo los libros de Arnaldo (muchos de ellos escritos en lengua romance) extraordinariamente difundidos y, por ello, potencialmente peligrosos. En Aragón, esto preocupó especialmente a sus viejos adversarios (y primeramente hermanos) dominicos. La orden de predicadores montó una impresionante inquisición con más de 20 teólogos, dirigidos por Jofre de Cruilles, prepósito de Tarragona, y Joan de Lletger, inquisidor, que durante varios años estudiaron los escritos del galeno. Reunidos en la sala capitular de la sede de la orden en el Reino, y con la asistencia de los abades de Poblet y Santes Creus, dictaron resolución condenatoria de varias proposiciones contenidas en sus obras, dada el 8 de noviembre de 1316.

Entre las propuestas condenadas figuran: que la naturaleza humana de Cristo es igual a la divina, y puede tanto como esta; que el saber pertenece a la persona y no a la naturaleza (por lo que la naturaleza divina de Cristo no lo poseía); que el pueblo cristiano había perdido completamente la fe, quedando únicamente apariencia de ella, contra lo prometido por Cristo “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”; que los religiosos faltan a la caridad, adulteran la doctrina cristiana y se condenan; que era dañoso el estudio y aplicación de la filosofía a la teología (anti-escolasticismo); que la revelación privada de san Cirilo es tan válida como las Escrituras; que las obras de misericordia agradan más a Dios que el sacrificio de la misa (esto suena muy moderno, ¿no es cierto?); que son inútiles las misas y sufragios por los difuntos (herejía albigense y posteriormente protestante); que en la limosna se representa mejor la pasión de Cristo que en la misa; que las constituciones papales versan sobre disciplina y no sobre dogma; que Dios jamás ha amenazado con la condenación a los pecadores, sino a los que dan escándalo (esta proposición se halla rechazada en las propias Escrituras); que son condenables todas las ciencias salvo la teología (esto resulta contradictorio con todas sus obras acerca de medicina y química, y posiblemente sea una extrapolación de los inquisidores no correspondiente con su verdadero pensamiento); que la venida del Anticristo y el fin del mundo pueden ser previstos, y de hecho lo han sido por él.

Se pueden resumir sus yerros en varias grandes líneas: milenarismo, errores de cristología, puritanismo, antiescolasticismo o antifilosofismo, laicismo eclesiástico (de corte valdense) y cierto resabio anti-sacramental contra la eucaristía que tiene un sabor muy contemporáneo entre los herejes hodiernos.

Los inquisidores mandaron entregar para su destrucción todos los ejemplares habidos en el reino de una lista de sus obras religiosas (entre las que constan algunas no conocidas de otro modo y, curiosamente, faltan otras de mayor relevancia), la mayoría en romance lemosín.

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Epílogo

Entre lo que el sedimento del tiempo nos deja de la figura de Arnaldo de Vilanova, destaca sobre todo su portentosa obra médico-química, propia de uno de los grandes autores del empirismo clínico medieval: erudito, compilador, describidor minucioso de patologías y cuadros clínicos, higienista adelantado a su tiempo, traductor de obras griegas desde el árabe, o de autores árabes, desconocidos para la Cristiandad de otra forma, e incluso experimentador precoz y descubridor para Occidente del espíritu del vino o licor. Se trata de una de las glorias médicas de la ciencia aragonesa, española y católica. No en vano ha dado su nombre a dos centros hospitalaros modernos en las ciudades de Valencia y Lérida, en territorios contemporáneos de la antigua Corona de Aragón (amén de patrón oficioso de los alquimistas).

Su obra teológica es mucho más controvertida, y a la vez más sugestiva. Entre la lista de sus errores hay de todo. Por ejemplo, su milenarismo y su fe ciega en las revelaciones privadas de san Cirilo, caen casi dentro de la monomanía, llegando a importunar y aburrir hasta a los más simpáticos de sus protectores. Las teorías sobre el fin del mundo eran ya asunto del pasado dos siglos antes de la época de Arnaldo, y sorprende mucho su insistencia en reivindicar a Joaquín de Fiore tanto tiempo después del ocaso de sus elucubraciones y la demostración de lo errado de sus cálculos.

Más cautivador resulta su ardiente deseo de reforma eclesiástica y religiosa, lleno de celo y piedad sincera, pero también de excesiva vehemencia, e incluso injusticia, como cuando condena de plano a todo el estado clerical y religioso como corrompido, lo cual es manifiestamente injusto. Sus deseos de retorno a la pureza y ascesis evangélica no pueden sino resultar simpáticos al hombre del siglo XXI, principalmente porque se dirigían a clérigos que vivían como señores seculares, faltando con frecuencia a sus deberes como pastores de la Iglesia. Pero los mezclaba habitualmente con tendencias laicizantes, anticlericales e incluso anti sacramentales, que empañan sus buenas intenciones. Sin duda, se puede argumentar que no vivió para conocer el pandemonium de herejías sin fin que produjo la plasmación real del laicismo que predicaba con el triunfo del protestantismo. Sin embargo, ya era patente en su época que movimientos similares (los cátaros, parcialmente, o los valdenses) habían caído en heterodoxia, por lo que no es posible eximirle completamente de responsabilidad en la propagación de tales ideas.

Incurrió también en otros errores teológicos de menor repercusión (aunque no gravedad). En vida no fue condenado, pero principalmente por su posición social preeminente, su prestigio como médico y, ¿por qué no decirlo? la escasa importancia que dieron a sus elucubraciones los diversos papas a los que apeló (los cuales, en general, le profesaron genuino cariño). No ocurrió así con sus archienemigos, los dominicos, a los que acusaba de contaminar de filosofía la teología, y de ser “odres hinchados con su ciencia” y alejados del Evangelio. Su póstuma venganza vino con la condena inquisitorial en 1316 de una lista de proposiciones de Arnaldo, y la destrucción de varias de sus obras teológicas, tras un minucioso proceso. La mayoría de dichas condenas pueden suscribirse perfectamente hoy en día, por lo que cabe incluir a Arnaldo de Vilanova en el elenco de herejes hispanos.

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Bibliografía

El cuerpo principal de este artículo está basado en el capítulo “Arnaldo de Vilanova” de la monumental “Historia de los heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez y Pelayo, fundamentalmente en la parte teológica y parcialmente en la médica. Sobre esta última se puede consultar “Arnau de Vilanova y el pensamiento islámico” de Pedro Santonja, “Estudio sobre Aranu de Vilanova” de Gascón Villaplana, o “Estudios y notas sobre Arnau de Vilanonva” de Juan Antonio Paniagua, entre otros muchos.

6 comentarios

  
josep
no es Arnau de Vilanova???????????
07/05/16 12:38 PM
  
Neurodiverso
"su milenarismo y su fe ciega en las revelaciones privadas de san Cirilo, caen casi dentro de la monomanía, llegando a importunar y aburrir hasta a los más simpáticos de sus protectores."

Esa conjunción de ideas obsesivas y total falta de tacto para las relaciones interpersonales me recuerda el caso de Galileo, que además de los episodios ya conocidos de provocación gratuita a las autoridades eclesiasticas, caia sin invitacion con su telescopio a las fiestas de la nobleza invitando a los nobles a mirar por él. (La idea obsesiva de Galileo no fue ante todo el heliocentrismo, sino la noción, equivocada obviamente, de que las mareas probaban el heliocentrismo, como narra el libro de Koestler "Los Sonámbulos".) Dado que también comparte con Galileo la extraordinaria capacidad intelectual, me pregunto si no le será aplicable el diagnóstico neurológico retrospectivo que ya he arriesgado para Galileo, al cual no nombraré directamente pero un entendido en psiquatría puede captar.

Es interesante mencionar que un caso a mi juicio aún más probable de este cuadro es el escritor favorito del tradicionalismo católico argentino, también con alta capacidad intelectual, ideas idiosincráticas, (de hecho el milenarismo, no el joaquinista sino el de los Ss. Papías, Justino e Ireneo,) y total falta de habilidad para las relaciones interpersonales, puesta de manifiesto cuando, tras viajar a Roma para presentar a las autoridades de su Orden su punto de vista de lo que estaba mal en ella, estas autoridades ordenaron su reclusión como enfermo psiquiátrico, de la cual se fugó tras dos años.
07/05/16 8:47 PM
  
Juan Mariner
Menéndez Pelayo, si aporta diversos documentos en los que el autor da a entender que es catalán y nació cerca de la costa, podía considerar Vilanova d'Escornalbou (con su Monasterio de Sant Miquel) a escasos quilómetros del mar, o Vilanova de Prades, ya más lejos del mar y cerca de los monasterio cistercienses de Poblet y del de Santes Creus o Vallbona de les Monges (en Tarragona).
07/05/16 9:42 PM
  
Neurodiverso
El dato de Galileo cayendo sin invitación con su telescopio a las fiestas de la nobleza lo saqué de esta fuente (comentario 330, Benjamin Keil, February 18th, 2012 11:24 am):

www.calledtocommunion.com/2012/02/an-opc-pastor-enters-the-catholic-church/#comment-27425

"I TAed for" = trabajé como ayudante de cátedra (Teaching Assistant) para
07/05/16 9:47 PM
  
Alfonso Gerona Lérida
Si Arnaldo era de VILLANUEVA DE JILOCA, Zaragoza, el nombre correcto sería ARNALDO DE VILLANUEVA.

Y si escribimos en español una noticia, se dice Monasterio de Pueblecito, no Poblet, y Monasterio de Santas Cruces, y no Santes Creus, del mismo modo que en los escritos en catalán dicen Santuari de Torreciutat a Osca, Monestir de Sant Joan de la Penya a Osca, Santuari de Loiòla a Guipúscoa, Palau de la Sarsuela, Monestir de Vilanova de Sixena a Osca, La Seu a Saragossa, Monestir de Sant Llorenç de L´Escorial, La Cartoixa Baixa a Saragossa, Mont Perdut a Osca, Badia d´Algesires, La Vall dels Caiguts a Madrid, Les Cases Penjades a Conca, Ciutat Reial a Castella La Manxa, Les Mèdules a Castella i Lleó, Monestir de San Pere el Vell a Osca, etc., etc.

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LA

Arnaldo siempre firmaba como Arnau de Vilanova, o Arnaldus villanovanus. Aunque he castellanizado el nombre de pila, por tratarse de un artículo en castellano, mantengo el nombre de su lugar de origen que él mismo usaba en lengua romance.

En cuanto a su pueblo de origen, actualmente no se puede afirmar nada seguro al respecto.

08/05/16 9:47 AM
  
Xavi Barcelona Covadonga
Alfonso, te doy bastante la razón. Pero sobre Poblet te equivocas, no viene de poble (pueblo) sinó de un árbol (del género populus:álamos y tal).

Creo que en catalán a menudo se respetan nombres castellanos (hay de todo, tambien dependiendo de cada cosa, por ejemplo no es raro las referencias a la Vall dels Caiguts coml simplemente "el Valle").

En cualquier caso, no hay que hacer una montaña de un grano de arena.
10/05/16 4:33 PM

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