Sacerdotes mártires valencianos (X)
Eduardo Muñoz Burgos vio la luz en Benimamet (Valencia) el 16 de septiembre de 1890. Tras estudiar en el Seminario Conciliar de Valencia, se ordenó sacerdote en 1916. Tuvo numerosos destinos en su vida presbiterial: coadjutor de san Vicente de Piedrahita (Alto Mijares, Castellón) en 1916, coadjutor de Campo de Mirra (Alto Vinalopó, Alicante) en 1919, capellán de la ermita del Salvador en Godella (no lejos de Valencia ciudad) en 1920, y coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles en el barrio capitalino de El Cabañal, desde 1921.
Allí permaneció hasta ser nombrado capellán del noviciado que la Orden de las Esclavas de María tenía en el pueblo de Burjasot, también cercano a la ciudad. Recuerdan los que le conocieron su gran confianza en la Providencia, hasta el punto de que su coletilla favorita era “Dejemos hacer a Dios”. El 30 de julio de 1936 fue detenido por orden del comité de Burjasot, ingresando en la cárcel modelo de Valencia. Se conservan cartas desde la prisión a su hermana, en las que le pedía que no hiciesen nada por su libertad, diciéndole: “no te preocupes por mí; el Señor, que se cuida de los pajarillos, sabe lo que ha de hacer conmigo.” A un compañero de reclusión que le aconsejó que no se dejase ver en el patio con el Santo Rosario, para evitar represalias, le respondió “estoy aquí por ser sacerdote, ¿por qué me he de avergonzar o temer por llevar el Rosario en la mano?.” A finales de noviembre del mismo año fue sometido a una parodia de juicio por un comité. El cargo fue el de enemigo de los revolucionarios, del que se defendió afirmando “yo no tengo enemigos”. Al acusarle de haber predicado contra ellos, contestó “yo he predicado siempre y sólo el Evangelio”. Sacado de la cárcel la madrugada del 5 de diciembre de 1936, fue fusilado en el picadero de Paterna, donde muchos otros hallaron también la muerte. Tenía 46 años.
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En Llaurí, pueblo de la comarca de la Ribera del Júcar, no lejos de su desembocadura, nació el 20 de marzo de 1898 José Eugenio Serra Meliá. Estudió en el Colegio de vocaciones eclesiásticas de san José, y en el Seminario Conciliar de Valencia, ordenándose de presbítero en 1923. Fue primero cura de Millares (en la montaña del interior valenciano) nueve meses y posteriormente párroco en Sempere (no lejos de Játiva) hasta 1926, destacando como entregado catequista, y donde comenzó a desarrollar su afición por el canto litúrgico. Tras 7 años como párroco de Benimodo, en la misma comarca que su pueblo natal, fue nombrado cura de Carpesa, cerca de Valencia ciudad. Allí destacó por potenciar la música sacra dentro de las posibilidades modestas del pueblo, formando un coro y componiendo personalmente diversas piezas. Al estallar la guerra civil y cerrarse las parroquias, regresó a su pueblo, donde el comité hizo trabajar a los cuatro sacerdotes hijos de Llaurí desbrozando un secano sin herramientas. Para aumentar su escarnio, muchas noches se divertían los milicianos despertándoles y haciendo simulacros de asesinato junto a las más groseras amenazas.
Un día de verano, mientras visitaba a su hermana, le mostró una fotografía que le habían entregado en la que se veía un pelotón de milicianos fusilando a unos desgraciados, diciéndole: “¿ves, hermana? Así moriré yo. No temo la muerte: podrán quitarme la vida, pero la fe, no.” Cansados de esta diversión, el 10 de septiembre de 1936 un piquete lo sacó de su casa para llevarle al local del sindicato Unión General de Trabajadores, con la excusa de prestar declaración. Unido a los otros tres sacerdotes, fueron llevados en un camión a la playa de El Saler donde unos milicianos de Sueca les asesinaron a tiros. Los presbíteros- sabiendo el fin que les aguardaba- se consolaron mutuamente durante el viaje; murieron perdonando a sus matadores y al grito de ¡Viva Cristo Rey! El cuerpo de José Eugenio fue enterrado en el cementerio de Valencia hasta su traslado a su pueblo natal a la finalización de la contienda. Tenía 38 años.
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Vicente Vallés Ferrer nació en Rafelbuñol (comarca de la Huerta norte de Valencia) el 29 de enero de 1873. Tras estudiar en el Seminario de Valencia recibió la ordenación presbiterial en 1902. Tras ejercer 5 años de coadjutor de Buñol (donde trabajó intensamente en la catequesis de niños y jóvenes), fue nombrado coadjutor de la parroquia de Benigánim (al sureste de Játiva) y, desde 1913, como capellán del Asilo de las Hermanitas de los Pobres de la misma localidad. Al estallar la revolución marxista en la zona republicana tras el Alzamiento del 18 de julio, el comité requisó todos los edificios religiosos y ordenó a los sacerdotes que regresasen a sus pueblos a ponerse a disposición de los comités locales.
Acompañado por el seglar Miguel Alborch, amigo suyo, que se brindó a ejercer de chófer, marchó hacia Rafelbuñol. Teniendo que pasar por la ciudad de Valencia, fueron tiroteados, llegando una de las balas a herir levemente al conductor. En Puebla de Farnals- ya muy cerca de Rafelbuñol- fueron arrestados el 22 de julio de 1936 en un control por no llevar documentación. Al descubrir en la maleta una sotana, creyeron los milicianos haber capturado a dos sacerdotes y les llevaron a la checa local por medio de las calles entre insultos y golpes. A imitación casi de la Pasión de Cristo, una vez en la prisión se mofaron, obligando a don Vicente a cantar varios himnos litúrgicos para su diversión, mientras les encañonaban. Quisieron hacerles blasfemar, pero los presos se negaron. Agotado el entretenimiento, les sacaron para juzgarlos en el Gobierno civil de Valencia (aunque pararon en el cercano pueblo de Albalat para pasearlo vestido con sotana entre burlas y escupitajos de los revolucionarios locales al efecto reunidos). Encerrados en el edificio gubernamental sin agua ni comida durante dos días, fueron finalmente interrogados por uno que allí tenía algo de autoridad. A Miguel Alborch, tras convencerse de que no era sacerdote, le dieron la libertad, pero a don Vicente Vallés le condenaron a muerte “por ser cura”. Entonces tomó la palabra el seglar, que dio testimonio de que cuando los trabajadores del arroz de su pueblo iban a la siega, les pagaba el viaje de su bolsillo e incluso daba víveres a los que no tenían para pagárselos. Por este alegato ambos fueron momentáneamente puestos en libertad.
Trasladado a Rafelbuñol, el comité del pueblo le tuvo desde principios de agosto sacando escombros de todas las imágenes religiosas que habían destruido en la iglesia local. Finalmente, el 27 de septiembre fue encerrado en los locales del incautado Sindicato Católico Agrícola, del que le sacaron al día siguiente, siendo fusilado junto a otros 17 en las tapias del cementerio de Sagunto. Murió perdonando a sus verdugos. Tenía 63 años.
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Vino al mundo Salvador Mafe Chova en Benirredrá (municipio adyacente a Gandía) en 1874. Tras cursar sus estudios en el Seminario Conciliar de Valencia, fue ordenado sacerdote en 1901, llegando a párroco de Castellón de Rugat (en el valle del río Albaida) en 1914, donde era muy querido por los feligreses. Ya antes de la guerra había sufrido todo tipo de amenazas por los marxistas del pueblo, y al desencadenarse la revolución le requisaron todos sus muebles. Auxiliado por una sobrina con la que vivía, trató de obtener un salvoconducto para regresar a su pueblo natal en el comité local el día 8 de septiembre. Allí se produjo un altercado entre el jefe del comité y algunos subordinados. Deseaban estos darle el salvoconducto y embolsarse el dinero que le pedían a cambio, y aquel replicaba “hacedlo vosotros si queréis, yo no lo hago; ya sabéis que tenemos la orden de matar a todos los que llevan sotana”. Finalmente se lo dieron, pero el jefe y otros dos del comité partieron corriendo a buscar milicianos con los que cumplir la funesta orden. Al no hallar disponibles en Játiva, marcharon a Alcira, donde finalmente un pelotón se trasladó a Castellón de Rugat.
A la una de la mañana golpearon la puerta de la casa donde vivía y comenzó el dantesco drama. La sobrina, que le había escondido contra su voluntad, les respondió que no estaba en la casa. Los milicianos iniciaron un despliegue espectacular, rodeando toda la manzana con las metralletas caladas, y amenazando con la muerte a la mujer si no les decía donde se hallaba. Finalmente, alrededor de las cuatro de la mañana fue encontrado. La sobrina y varios vecinos testificaron posteriormente que arrastraron al sacerdote al corral, donde fue golpeado, insultado, retorcidas sus muñecas hasta quebrarlas, pinchándole con diversos objetos punzantes y torturándole con el objeto de lograr que blasfemara, a lo que el mártir respondía una y otra vez “Dios es mi Padre, y contra Él yo, como buen hijo, no blasfemo”. Pidio la muerte antes que la blasfemia, rogando le diesen fin en su querido pueblo. Finalmente subido en un coche, le llevaron, con la excusa de trasladarle a juicio en Valencia, por carretera a las cinco de la mañana. Apenas entrados unos metros en el término municipal del vecino Puebla del Duc (por no darle gusto a su petición), lo sacaron del coche y descargaron escopetas y fusiles sobre él.
Pasaron unos campesinos al amanecer camino de su labor por el lugar, y hallaron aún vivo al sacerdote, que les pidió agua. Al tomarla, les dio las gracias, se encomendó al Señor y murió. Estos labradores avisaron al juez de Puebla del Duc, prestando declaración de lo que habían visto. Este levantó acta y ordenó su entierro en el cementerio local. Tenía 62 años.
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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.
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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros. Mateo 5, 9-12
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13 comentarios
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LA
Estimado Santiago: la información referida a estos sacerdotes, tanto en este artículo como en los anteriores, está sacada de un libro (que cito al final) publicado mucho antes de que se iniciaran las causas de beatificación.
Admito que desconozco si alguno de estos o los anteriores están en causa de beatificación. Tampoco domino el tema como tú, ni pretendía al dar a conocer estos relatos martiriales establecer ningún tipo de hagiografía, sino relatar el testimonio de unos antecesores nuestros en la fe que dieron su vida por Cristo sin odio ni culpa.
Nuestros lectores pueden ver una lista de los mártires españoles en esta dirección.
Por cierto, y aún a riesgo de linchamiento, algún autor (creo que es Preston, aunque lo tengo que mirar), apunta a la posibilidad de que la causa de ese odio irracional desatado contra clérigos, religiosos, etc (y religión en general) sería el haberse sentido traicionados por aquellos que suponían deberían haber estado de "su parte", de la parte de los pobres y miserables (y que había unan gran pobreza en aquél entonces, no se puede negar). Creo que solo eso puede desatar tal furia en un pueblo que tradicionalmente ha sido muy religioso.
Sin afán de polemizar -cosa que además no voy a hacer-, sería de una gran utilidad conocer exactamente qué era lo predicado (no me vale como respuesta, "el Evangelio"). Qué conste no se trata de justificar, pero sí de tratar de comprender, y los simplismos no me sirven.
Cordiales saludos y gracias por tan intere4sante serie, Luis.
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LA
Los milicianos habían apostatado previamente a sus crímenes. El odio no puede venir de sentirse traicionados por alguien en quien no creían. Era común (una práctica introducida por los bolcheviques) que los piquetes encargados del asesinato no conocieran a aquellos a los que iban a ejecutar (normalmente los pueblos cruzaban sus escuadras). Fue así en la mayor parte de los casos. La razón es que los milicianos flaqueaban cuando tenían que matar a curas conocidos.
El pueblo español seguía siendo en 1936 profundamente católico. Los milicianos no eran ni representaban al pueblo, sino a los sindicatos revolucionarios.
Menos del 1% de los sacerdotes españoles estaban afiliados a algún movimiento político en 1936.
El odio a la religión es un axioma del marxismo. Y como tal lo inocula a sus adeptos. No hay explicación racional a eso. Y lo podemos ver en los ataques contemporáneos a iglesias y símbolos sagrados. El odio a la Iglesia no responde a su presunta falta de coherencia (lo cual daría a los milicianos el paradójico papel de puritanos cristianos extremos), sino a su simple existencia, como parte de un sistema alienante que el marxismo quería derribar en la lucha de clases.
Da igual que los curas fueran virtuosos o pecadores: numerosos testimonios (algunos de los cuales están incluidos en esta serie), confirman que las órdenes eran matarlos a todos.
Stanley G. Payne contribuye a explicar en parte lo ocurrido: "La furia anticlerical y el escándalo del silencio [ante los abusos y represalias del bando nacional] están íntimamente conectados. Ninguno ocurrió en el vacío. Para entender el escándalo uno debe relacionarlo con la furia. Y la furia debe conectarse con el anterior escándalo del apoyo clerical a los opresores establecidos".
PD.- "lo podemos ver en los ataques contemporáneos a iglesias y símbolos sagrados".
Bueno, yo no veo tanto ataque; alguna vez algún pirado, alguna exposición blasfema pero nada más. Hoy en día no es el odio hacia la religión lo que impera; es la indiferencia que, por si no lo sabes, es cien mil veces peor.
Y también ha dejado de existir el marxismo en España, han quedado cuatro gatos nostálgicos que más bien lo que provocan es hilaridad, aunque si la crisis no se soluciona pudiera ser que lo volvamos a ver, lo mismo que ya se está empezando a ver a los otros.
Cordiales saludos.
PD2.- Por cierto, lo de la supuesta increencia de los milicianos es eso, un supuesto. Existen bastantes anécdotas en las que se muestra que algunos sí tenían una creencia religiosa aunque fuera tosca, supersticiosa y muy simple.
"A la Iglesia se la perseguía por muchos motivos y en ese terreno hay que tener en cuenta la opinión de sus detractores y perseguidores, aunque lo que declaren expresamente no siempre coincida con sus motivaciones profundas. José Álvarez Junco argumenta que la crítica anticlerical, prolija, reiterativa, llena de matices, «más que a un análisis del poder social de la Iglesia y sus consecuencias, lleva a reproches fundamentalmente éticos». Existía, por supuesto, entre la Iglesia y el anticlericalismo una dura batalla sobre temas fundamentales relacionados con la organización de la sociedad y del Estado. Pero las que originaban manifestaciones y contra-manifestaciones, quema de conventos y violencia contra el clero eran cuestiones «más simbólicas y culturales», de fuerte atracción popular.
Se acusaba al clero católico de «traición al Evangelio», de «fariseísmo», de abandono de los rasgos originarios de fraternidad y pobreza, un asunto recurrente en la prensa anarquista que Gerald Brenan elevó a la categoría de explicación. La violencia anticlerical sería para el antropólogo británico la expresión de una «profunda religiosidad», de un pueblo «intensamente religioso que siente que ha sido abandonado y engañado». Lo pensaba también así Gumersindo de Estella, el capellán de la cárcel de Zaragoza, y los pocos católicos que percibieron que el anticlericalismo no era sólo expresión de la «furia popular» manipulada por políticos demagogos y revolucionarios. «Siempre mantuve que en el fondo eso de quemar las iglesias era un acto de fe», le declaró a Ronald Fraser uno de esos católicos, Maurici Serrahima, abogado y miembro destacado de Unió Democrática, que brindó refugio a once capuchinos del convento de Sarria y ayudó a sacar del país al cardenal de Tarragona Francesc Vidal i Barraquer «Es decir, un acto de protesta porque la Iglesia, a ojos del pueblo, no era lo que debía ser. El desengaño de alguien que cree y ama y es traicionado. Surge de la idea de que la Iglesia debería estar al lado de los pobres y no lo está, como en verdad no lo había estado durante muchos años, exceptuando algunos de sus miembros. Una protesta contra la sumisión de la Iglesia a las clases acomodadas».
Desde el joven Lerroux al obrero anarquista, pasando por las publicaciones anticlericales más corrosivas como El Motín de principios de siglo o La Traca en el período republicano, compartían la idea de que el clero tenía un ansia insaciable de poder y dinero. El clero en general y los jesuitas en particular, muy ricos y con escasos reparos morales. Poseían todo y su codicia siempre les pedía más. Lo escribió Alejandro Lerroux en 1907: «Se apoderan de las herencias, se procuran donaciones piadosas, catequizan a las hijas de las familias ricas y las hunden en sus monasterios».
A los clérigos se les representaba siempre en los grabados de esa prensa anticlerical gordos y lustrosos, rodeados de sacos de dinero que esconden mientras piden limosna. Y ya en la guerra civil, en la arremetida anticlerical del verano de 1936, los mismos milicianos y grupos armados que se llevaban a los obispos para asesinarlos, asaltaban sus palacios episcopales en busca de las grandes fortunas que se suponía tenían en ellos ocultas. Varios millones de pesetas se habrían encontrado, por ejemplo, en el asalto al palacio episcopal de Jaén, según aireó la prensa socialista madrileña. El obispo, Manuel Basulto Jiménez, fue asesinado unos días después.
Pero el tema preferido de los periódicos y revistas anticlericales, según ha demostrado también Álvarez Junco, era la vida sexual de los clérigos, a quienes se atribuye una conducta «antinatural», unas veces por defecto, que les lleva a todo tipo de «aberraciones», o la mayoría de ellas por exceso. «De manera abusiva los periódicos republicanos u obreros reproducen historias, chistes o grabados sobre curas que viven maritalmente con sus amas y tienes hijos con ellas, confesores que acarician lascivamente a las devotas, capellanes que gozan de una vida orgiástica en conventos de monjas». Y la introducción de ese elemento «antinatural» permite contemplar al clero como un grupo social «maldito», una secta frente a la cual se puede actuar porque es algo ajeno a la colectividad, diferente al resto de los mortales, con esas sotanas negras, símbolos externos de su «negro proceder».
La cosa podrá sorprender hoy a muchos, de difícil comprensión si sólo se interpreta el anticlericalismo como un ataque al poder político e influencia social del clero. La historia dice, sin embargo, que en los asaltos a los conventos durante la Semana Trágica y casi treinta años después, durante la guerra civil, la muchedumbre mostraba una morbosa curiosidad por las tumbas de frailes y monjas, donde seguro que ocultaban, según se suponía, fetos o sofisticados artilugios pornográficos. No era normal estar encerrados allí en un convento y de ellos podría esperarse todo. Según Pablo Hall, un argentino superviviente de la matanza de 51 claretianos en la localidad oscense de Barbastro en agosto de 1936, los milicianos exhibían ante los detenidos algunas ropas íntimas femeninas que ellos mismos decían haber encontrado en el seminario. «No odiamos vuestras personas», les decían, «lo que odiamos es vuestra profesión, vuestro hábito negro, la sotana, ese trapo tan repugnante; quitaos ese trapo y seréis como nosotros y os libraremos».
Lo había manifestado también el alcalde republicano de Barbastro, Pascual Sanz, propietario de una tienda de licores en la plaza de la Diputación: como hombres merecían todos los respetos; como sacerdotes debían desaparecer. Y antes de convertirlos en mártires, intentaron hacerles «apóstatas», convencidos sus verdugos de que esos seminaristas jóvenes estaban allí engañados, una especie de esclavos a quienes no se permitía «disfrutar de los goces de la vida». Por eso les introdujeron en la cárcel improvisada para ellos, en el colegio de los Padres Escolapios, «mujeres públicas de Barbastro y de otros lugares (…) que se paseaban ligeras de ropa, y a veces sin ella (…) les hablaban, les tiraban de la sotana, los incitaban con insinuaciones seductoras o simplemente se burlaban». Según el relato del claretiano Pere Codinachs, «ni siquiera uno dudó», pese a que la tentación, o la mofa, duró una semana. Incluso hubo una «mujer pública», «la Pallaresa», que se enamoró de uno de los seminaristas, Esteve Casadevell, de quien decía que se parecía a Rodolfo Valentino. «Casadevell se mantuvo tranquilo, sereno y sencillo, como quien nada sabe».
La vida conventual, explica la historiadora británica Francés Lannon, «constituía un escándalo y una provocación para un gran número de gentes situadas en la izquierda política, que vivían al margen del universo cultural católico». La virginidad de por vida, libremente escogida, era un fenómeno peculiar del catolicismo, tanto para las mujeres como para los hombres, aunque muchas más mujeres que hombres elegían ese camino. Pese a que las cifras de las diferentes fuentes no coinciden, había en España en 1931 unos 115.000 clérigos, en una población que no llegaba a los 23 millones. De ellos, casi 60.000 eran religiosas, 35.000 sacerdotes diocesanos y 15.000 religiosos. En cualquier caso, el número de monjas era tres veces mayor que el de religiosos y superior también a la suma de religiosos y sacerdotes diocesanos.
La hostilidad hacia las monjas se plasmaba en el mismo terreno que la crítica al clero en general, empezando por el control de la enseñanza como poderoso instrumento de reproducción cultural del catolicismo, pero se subrayaba todavía más en ellas ese elemento «antinatural» de renuncia al sexo y a la maternidad. Pero, al contrario de lo que pasaba con los hombres, que parecían tener la capacidad de elegir libremente, en el caso de las mujeres, sobre todo de las más jóvenes, matiza Lannon, «persistía la sospecha (…) de que adoptaban esta opción antinatural bajo coacción, y esto se expresaba en la cultura tanto literaria como popular».
Tenía que haber algo de engaño y coacción para que jovencitas de catorce o quince años entrasen como prenovicias en los conventos. Ese era el mensaje de Electra, la pieza teatral de Benito Pérez Galdós, cuya representación provocó importantes manifestaciones en algunas ciudades españolas en 1901. Electra, estaba basada además en un caso legal contemporáneo en el que los padres de una joven que había entrado en un convento denunciaban que no podía tratarse de una elección libre. Y sintonizaba perfectamente con la noción popular de que el celibato no era normal".
Casanova, Julián; "La Iglesia de Franco". Ed. Crítica.
Como verás, más que ideología, que también, lo que existía de base era mucha ignorancia, mucho analfabetismo y mucha, muchísima miseria.
Cordiales saludos.
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LA
Interesante texto, con datos importantes. Gracias por traerlo. Aunque en él veo muchos más elementos que apoyan la tesis de un rechazo previo a la mera idea de la existencia de clero y religiosos católicos, que a una crítica a su actitud poco evangélica.
El anticlericalismo en España es antiguo (comenzando por el "libro del Buen Amor" del siglo XIV, donde se critican y satirizan los vicios- entre otros- de los clérigos). Pero ese anticlericalismo de un pueblo católico jamás de los jamases hubiese quemado iglesias o conventos. Mucho menos imágenes religiosas, que estaban infinitamente más ligadas a la religiosidad popular que a la clerical (de corte más intelectual). Tampoco se hubiesen cebado con las órdenes humildes como los franciscanos o capuchinos, tan cercanas a la gente común, tan machacadas por las milicias. Esa persecución sañuda incluye un elemento extraño al ser católico español, un elemento que viene directamente de la Rusia dominada por el socialismo real.
No era el clero español del siglo XIX o del XX más colaborador de "las clases acomodadas" que en los 15 siglos precedentes, y sin embargo la violencia inaudita contra la Iglesia no se dio hasta entonces. Fue el liberalismo, primero, y el socialismo, después, los que alimentaron una ideología basada en el odio. En el caso de los primeros por el sostén de la Iglesia a la monarquía y el rechazo al fenómeno religioso; en los segundos, por el papel de la religión como "alienante del pueblo". Había que arrebatar a "los curas" al pueblo sencillo, profundamente católico. Ello se intentó por medio de la propaganda feroz (primero anticlerical y luego ya desveladamente anticatólica). Y los accesos de violencia fueron un epítome lógico al odio sembrado.
Hay un hilo lógico e ininterrumpido entre la expulsión de órdenes religiosas y la incautación de sus bienes del primer gobierno liberal y el decreto de "matar a todos los que llevan sotana" de las milicias marxistas de julio de 1936.
Es curioso constatar como la revolución ha alejado al pueblo español de la Iglesia no mediante la violencia y la persecución (que generaban mayor resistencia y fervor), sino mediante la molicie y la legalización y promoción del vicio.
Un saludo
En este caso, me interesa poco poner caras o nombres a sus verdugos, porque no son ellos los protagonistas, y porque esto no es una sección de historia, sino de apologética cristiana martirial.
Da igual quienes fuesen o las motivaciones superficiales que tuviesen. Las ha habido de todos los colores: el culto al emperador, el seguimiento de Mahoma, la "reforma" cristiana o las ideologías liberales o socialistas; el que no cambia es el Padre que hay detrás de todas ellas.
El odio a la fe comenzó en la Pasión de Cristo, y perdura en el tiempo a través de diversas formas (no olvidemos que el fin del mundo estará precedido por una Iglesia martirial). Tal vez a nosotros también nos toque dar ese testimonio. De ahí la importancia de recordar a quienes nos precedieron en ese camino, y al modo en que murieron.
No olvidar estos ejemplos (no por rencor, o revancha, ni mucho menos) puede ser fundamental para salvar nuestra alma y la de otros, llegado el caso.
"Es curioso constatar como la revolución ha alejado al pueblo español de la Iglesia no mediante la violencia y la persecución (que generaban mayor resistencia y fervor), sino mediante la molicie y la legalización y promoción del vicio".
Es que lo opuesto no es el odio -persecución, violencia- (digas lo que digas, en el odio aún existe un algo y sé que parecerá una barbaridad pero aún existe una "cierta pureza"), es la indiferencia. El odio no niega el ser de aquello odiado; se revuelve contra ello, muchas veces por sentirse herido -sea objetivamente con o sin motivo-, pero no niega su ser, su existencia; en el fondo no. La indiferencia sí; la indiferencia mata, es dejar de existir, es la nada. Es lo peor que existe. Es más, creo que Cristo se refería a eso cuando hablaba de los "tibios".
Si quieres alejar (de verdad) a la gente de la Iglesia, haz que la olviden, que no les importe ni un comino lo que dice o lo que hace. Y para eso nada mejor que potenciar la comodidad, la vida "muelle" y lo que señalas, la molicie y el vicio. Así que olvídate de martirios; si son inteligentes, no volverá a correr ni una gota de sangre; existen maneras mucho más civilizadas y efectivas, más prácticas de conseguirlo. Ya he dicho mil veces, que las grandes causas se alimentan de la sangre de aquellos que caen por ellas; el resultado sería el contrario de lo que pretenden.
Un cordial saludo.
PD.- Te dejo un link por si quieres descargarte el libro (creo que es interesante conocer diferentes puntos de vista), pero antes tienes que instalarte el Torrent (va muy bien y se descarga en segundos o en pocos minutos).
www.epublibre.org/libro/detalle/11978
PD2:- De las órdenes más cercanas al pueblo, no digo nada, pues sí se puede ver la ideología. Pero en cuanto a lo de las imágenes y quema de Iglesias...Si hubiera sido algo frío y calculado, no las habrían quemado; las hubieran destinado a otros usos. Sé que no lo entiendes, pero es lo mismo que cuando se rompe la foto de alguien a quien se ha querido mucho y que después te ha traicionado (o eso crees). Es la misma mecánica; salvaje, primitivo, pasional pero sí, es así.
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LA
Gracias por el enlace.
De acuerdo en lo que dices, salvo en la destrucción de signos religiosos. En ese punto concreto está documentado que había órdenes de las direcciones sindicales muy específicas de no vender los objetos y decoración religiosa, sino de destruirlos. Se pretendía borrar conscientemente los signos de religiosidad en España como paso previo a su descatolización forzosa. Fue una táctica importada de los bolcheviques en Rusia a partir de la revolución de octubre y durante los primeros años de hierro de persecución religiosa.
Tal vez los milicianos como personas fueran pasionales o salvajes, pero esas directrices fueron emitidas de forma fría y calculada por sus mandos, no hubo espontaneidad alguna en la destrucción sistemática de templos y monasterios.
Un saludo.
Cordiales saludos.
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LA
Sin duda, puede doler que un local destinado a motivos tan piadosos acabe así. Con todo, mientras no sea templo consagrado, la naturaleza de un edificio no es sacra, y puede ser usada legítimamente para otros fines. De hecho, yo he visto antiguas iglesias góticas reconvertidas en discotecas (tras desacralizarlas, claro está), y eso sí que da pena.
Un saludo.
Cordiales Saludos.
www.youtube.com/watch?v=NzjQYgcMuZI
Y también el libro (bajar con el Torrent):
www.epublibre.org/libro/detalle/2318
Ya sé que no tiene nada que ver con el post, pero bueno...por si a alguien le interesa. Lo recomiendo vivamente.
Cordiales Saludos y muchas gracias por todo, Luis.
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LA
De nada. Un saludo cordial.
www.epublibre.org/libro/detalle/7528
Cordiales Saludos.
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El primer libro de "Don Camilo".
Gracias. Un saludo
Muy bien contestado a esta interviniente, que obviamente busca retorcidas y extravagantes "explicaciones científicas", además de comprensión y algo de atenuación a una brutal y sin parangón persecución religiosa contra la Iglesia católica. La respuesta es más sencilla y ya la has dado tú. Estaría, en una palabra -la que les cuesta tanto pronunciar- en la revolución, la doble revolución marxista y anarquista.
Es comprensible que haya gente a la que en el fondo les duela que sus antepasados ideológicos llevasen a cabo en pleno siglo XX una persecución religiosa como aquella.
Tener que estar recurriendo a insidias como que habría que ver qué sería lo predicado, pues el evangelio como objeto de predicación no nos vale, pues es eso, una insidia que además no tiene razón de ser, porque a los revolucionarios les importaba un bledo lo que se predicase -que por otro lado claro que era el evangelio-.
Tener que sacar que si en la primera mitad del XIX hubo clérigos asesinados es tratar de embrollar para que la responsabilidad histórica del frente popular y de las izquierdas revolucionarias españolas en general quede un tanto "diluida en la historia". Pero no hubo ninguna persecución religiosa en el siglo XIX ni antes de ese siglo en España. Esas alusiones son como si buceamos en el siglo XIX alemán y descubrimos que se han asesinado a algunos judíos, y alguien que quisiera buscar "explicaciones comprensivas y de tipo científico" hacia el holocausto dijese: es que hubo algunos asesinatos de judíos en la Alemania en tiempos en que ni Hitler ni Goebbels.
Alusiones a estar desconectados del pueblo, estar con los ricos, con el poderoso, cercanos al poder y los privilegiados etc... son eso: retórica marxista-marxistoide justificativa-legitimatoria de la revolución marxista. Casi las mismas palabras usaban los líderes nazis para con los judíos, por no decir las mismas.
Referencias a que si no fuese algo espontáneo no quemarían las iglesias, etc... No sé ni cómo interpretarlo. Habría que ir a intentar razonar científicamente con los revolucionarios que tenían la tea encendida dispuesta a ser lanzada sobre el templo y convencerlos de "no la lances camarada, que es mejor para la causa y peor para los fascistas". Claro, que se corría el riesgo de que a continuación, gente tan ilustrada te fusilase a ti por decirles eso. Por otra parte, claro que se dedicaban templos a otras funciones, como almacenes, sedes de comités, checas, etc..
Deberíamos quitarnos la idea transmitida por cierta historiografía de que la revolución del 36 -que es continuación de la del 34- fue algo así como el cuadro de Delacroix, -la libertad guiando al pueblo-, que a algunos gusta de representarse. De espontaneidad, na de na. Sistematicidad, rigor, organización, y órdenes directas del partido o sindicato a través de los comités de justicia revolucionaria de liquidar o bien sobre la marcha o tras cierto periodo de detención, a los sacerdotes o demás clérigos que se pillaran. En los 300.000 km2 que lograron ocupar los revolucionarios bajo su control, no quedó una sola comarca en la que no se asesinara a algún o algunos sacerdotes y se escudriñara la posible existencia de un monasterio al que asaltar o diversas iglesias que quemar, haciendo buenas piras con innumerables objetos como tallas, crucifijos, retablos, libros, etc... Todo lo cual dice muy poco en favor de la "espontaneidad".
Hay que hacer también un esfuerzo por alejar la idea de que los revolucionarios eran el pueblo, o "su representante". El pueblo era de derechas, centro o izquierda, y el pueblo de izquierdas tampoco coincidía con los revolucionarios exactamente. Ni las izquierdas en general, ni los revolucionarios en particular buscaban ningún tipo de asistencia pastoral, de la que pasaban olímpicamente, sobre todo los revolucionarios, por supuesto.
La creencia de tal autor solo es indicativa de lo poco que conoce en realidad el conflicto español y la realidad de las raíces de tal persecución. Los "pobres y miserables" -miserables sí que lo eran de verdad, pobres puede que también, como la inmensa mayoría del país lo era; pero el caso es no pronunciar la palabra que mejor los definía, que es revolucionarios- no se sentían defraudados por nada de eso, sino simplemente veían en la Iglesia y en la religión una institución y unas creencias incompatibles con su proyecto. En la mentalidad revolucionaria y en la republicana-jacobina, la Iglesia era la infame a aplastar. Esta infamia no procedía de la conducta de sus miembros, sino de su supuesto papel como institución defensora de la superstición y de los intereses reaccionarios, así como traficante del "opio del pueblo", con el que apartaría a numerosos miembros de las clases bajas de sus deberes potencialmente revolucionarios.
En este modo, las conductas virtuosas del clero nunca podían ser reconocidas, por cuanto contribuían a prestigiar una institución marcada, mientras que los defectos eran exaltados y generalizados por una propaganda implacable que sugestionaba a las masas izquierdistas.
Se trataba de erradicar la religión y sus representantes como obstáculo fundamental para la nueva época de la igualdad y liberación social que estaba por llegar. La medida en que el obstáculo eclesial fuera aniquilado señalaba el avance en la buena dirección, y de ahí que la crueldad apareciese a los ojos de muchos como un mérito y no como prueba o indicio de una perversión.
Incluso los izquierdistas más moderados mostraron indiferencia, atribuyendo las matanzas al pueblo, nada menos.
Eran los gobernantes del signo que fuese los que debían dedicarse a la solución de los problemas de pobreza, no la Iglesia, que bastante hacía con su asistencia social de la época. Si esa fuera la causa de tales odios, se hubieran desatado contra jerarquías eclesiásticas en exclusiva, o en zonas geográficas o barrios más prósperos. Lo expongo únicamente de tratar siempre de aplicar el beneficio de la duda. Pero no había tal cosa, porque la Iglesia fue marcada, señalada para su exterminio y erradicación, y de ahí que lo mismo fueran asesinados en unas zonas que otras, curas de pueblo, que monjas que cuidaban enfermos o enseñaban a leer a hijos de pobres y miserables precisamente.
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