La Iglesia de Oriente (I)
Introducción
Inicio con este artículo una nueva serie temática: la de la historia y características de las iglesias orientales. Reconozco que se aleja notablemente de las coordenadas de esta bitácora, pero no puedo ocultar el interés que siempre he tenido hacia aquellas iglesias separadas de la comunión con Roma (y con frecuencia, de la comunión entre ellas), comunidades con una riqueza espiritual, mística y litúrgica desconocida en occidente, que con frecuencia han sufrido enormemente por mantener la fe en Cristo en ambientes hostiles, mereciendo con justeza ser llamadas iglesias mártires. Espero que mis lectores conozcan algo mejor estas comunidades, y que, con la acción del Espíritu Santo, puedan reintegrarse (como algunas han hecho) a la plena comunión con el papa y los obispos latinos, para ser Una, como Cristo quiso que fuéramos uno con el Padre.
Y el primer artículo lo dedico a la llamada, precisamente, Iglesia de Oriente; probablemente la más desconocida de todas, con frecuencia llamada “iglesia nestoriana” de forma peyorativa. La razón de comenzar por ella es que concita dos circunstancias particulares que así lo ameritan: es la más oriental, geográficamente hablando, y fue la primera en separarse de la comunión de la Iglesia, cronológicamente hablando. Una iglesia que ha saltado a la actualidad por haber sufrido (y estar sufriendo) persecución en sus países de implantación en las guerras de Oriente medio de las ultimas décadas, con un éxodo tal que algunos apuntan ya a una agonía. Una Iglesia mártir, siempre minoritaria en su tierra, siempre perseguida de un modo u otro, siempre testimoniando a Jesucristo; una Iglesia históricamente misionera cuyas comunidades vestigiales puntean buena parte de Asia. La Iglesia del fantástico Preste Juan y la que evangelizó a chinos e indios.
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Los cristianos de Santo Tomás
Según Eusebio de Cesarea (Historia ecclesiae 1.13; III.1), el rey Agbar V de Edesa sufría una enfermedad incurable. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió por medio del archivista de la corte, Hanán, una carta, rogándole que acudiera a Edesa a sanarle. Cristo, que se hallaba en Jerusalén en vísperas de su Pasión, habría dictado a Hanán una contestación anunciando su inmediata misión redentora, pero prometiendo enviar un mensajero dotado con su poder tras su epifanía. Mientras permanecía junto a él, Hanán (aficionado a la pintura), habría hecho un retrato en vida del rostro de Jesús. Eusebio estaba convencido de que el retrato y la correspondencia (escrita en sirio) se guardaba en la ciudad de Edesa en su época. Poco después de la Ascensión, en el año 29 o 30, cumpliendo esta promesa, el apóstol Tomás envió al rey Agbar, a uno de sus discípulos, un judío edesano llamado Addai, o Tadeo (no confundir con el apóstol del mismo nombre). Tras recibir el Evangelio, el rey quedó limpio y se convirtió de inmediato, siendo el primer monarca cristiano conocido.
En el siglo I, Edesa era la capital del pequeño principado sirio de Osroene, en la cuenca alta del río Éufrates, junto a su afluente Balik (sus ruinas están en el sudeste de la actual Turquía). El análisis de las copias de las supuestas cartas que han llegado a nosotros concluye que se trata de apócrifos escritos en torno al siglo II, pero tanto el icono como éstas fueron conservados celosamente en la ciudad como prueba de su ancestral celo cristiano y protección divina, hasta su toma por los persas en el siglo VII.
Efrén el Sirio y la monja Egeria en su Itineraria Egeriae, hablan de la veneración por el apóstol Santo Tomás y la basílica a él consagrada en Edesa. La tradición afirma también que predicó a Cristo “entre los partos”, que en aquella época (por el gobierno que la nobleza parta ejercía) equivalía a decir “el imperio persa”. Su periplo le llevó finalmente a la India. En la región de Kerala, bajo el gobierno del rey indoario Gondofares, se le atribuye la construcción de las “Siete iglesias y media” y la conversión de numerosos nativos del pequeño reino. Según la misma tradición murió martirizado el 3 de julio del año 72. A su sepultura se le atribuyen varios milagros, tanto en la India como en Edesa, donde otra tradición afirma que fue llevado de vuelta tiempo después. Aparentemente, su misión en la India no llegó a arraigar, ya que se perdieron tanto las iglesias como la organización de la comunidad cristiana india tomasiana. No obstante, su recuerdo no murió, y muchos indios se siguieron considerando cristianos de Tomás, aunque completamente desvinculados de la doctrina del resto de la Iglesia.
De los primeros siglos de la presencia cristiana en el Oriente nos quedan las tradiciones escritas por varios escritores siríacos de la baja edad media, entre los que destaca Bar Hebraeus, la principal fuente. En Edesa, Addai/Tadeo quedó a la cabeza de la naciente iglesia. A su muerte (se cree que en torno al año 66), dos discípulos suyos, Mari y Aggai, continuaron predicando y formando comunidades. Mari se encargó de evangelizar las ciudades mesopotámicas, y Aggai, que parece haber ocupado la posición preeminente, viajó por Partia, Media, Elam, Persia y hasta los confines de la India, siguiendo los pasos de su maestro Tomás. Regresó en el año 87 a Edesa, preocupado por las supersticiones del hijo y sucesor de Agbar V, que vacilaba en la fe. A manos de este fue torturado en una iglesia, rompiéndole las piernas hasta que murió. Para entonces la Iglesia ya estaba firmemente establecida en la región.
Esta introducción acerca de las tradiciones tomásicas es importante, puesto que la posterior Iglesia de Oriente casi calcó el área de influencia de la predicación de Tomás, por lo que, con justicia, sus miembros se pueden considerar los “cristianos de Santo Tomás”, del mismo modo que los italianos se consideran de Pedro y Pablo.
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La iglesia siríaca
La misión apostólica oriental arraigó con fuerza en Mesopotamia, y dependía canónicamente del patriarca de Antioquía del Orontes, capital administrativa de Siria y segundo patriarcado más antiguo, después de Jerusalén. San Pedro, san Pablo y san Bernabé habían sido sus primeros obispos (Hech caps. 11 y 15, y Gal, cap. 2). Era en aquella ciudad donde por primera vez a los seguidores de Jesús se les había llamado “cristianos”. Aunque helenizada desde el siglo IV a.C, Antioquia poseía una fuerte personalidad: su liturgia tenía como idioma litúrgico al siríaco, una variante culta del arameo que emplearon Jesús y sus discípulos. Asimismo, el rito siríaco introducía infinidad de pequeños detalles y variaciones que le diferencian del rito griego: número de lecturas (cinco), uso de su propia versión en siríaco de la Biblia, llamada Peshitta (distinta de la Vulgata), salmo de introito, una redacción del credo ligeramente variable con respecto al niceano, etc, etc.
A finales del siglo II el sacerdote Luciano el mártir fue el primer precursor de la Escuela teológica antioqueana, caracterizada por una interpretación literalista y aristotélica de las Escrituras, en contraposición al alegorismo y neoplatonismo de la Escuela alejandrina representada por Orígenes o Clemente. Brilló pronto con luz propia, y entre sus discípulos se contaron muchos nombres ilustres, algunos ortodoxos, como san Juan Crisóstomo, y otros heréticos, como Arrio. Uno de los más relevantes fue Teodoro de Mopsuestia (350-428), que en sus controversias contra los arrianos propugnó una cristología que separaba de forma bastante tajante la naturaleza divina de Cristo de la humana: afirmaba que no hay “comunicación” entre las dos naturalezas de la persona de Cristo, viniendo la divina a habitar en la humana como en un templo, sin poder relacionarse: lo que se afirma de la naturaleza divina no puede afirmarse igualmente de la humana, y viceversa. Esta ambigüedad en la hipostasis de Cristo prefigura un difisismo incipiente (existencia de dos naturalezas en dos personas distintas). No obstante, murió en el seno de la Iglesia, sin que sus tesis fuesen refutadas ni condenadas en vida.
La Iglesia de Oriente aportó otras particularidades añadidas al ya peculiar rito siríaco, sobre todo la llamada “liturgia de Addai y Mari”, atribuida a estos fundadores pero de origen posterior al siglo II. Incluye himnos de san Efrén, y presenta una anáfora o plegaria eucarística única, que no incluye el “relato” o “palabras” de institución de Cristo, y que ha creado no poca controversia, pues para el resto de comunidades cristianas, sin esas palabras dichas por Cristo en persona, es muy dudoso que la consagración sea eficaz. Se desconoce si esta particular anáfora se hallaba desde el principio o si las palabras de institución fueron eliminadas posteriormente (algunos creen que en el siglo VII). Por esta y otras diferencias, se creó progresivamente una variante del rito siríaco que (a partir del año 200 d.C aproximadamente) se dio en llamar “rito siríaco oriental”, para distinguirlo del antioqueano formal u occidental, y que en cierto modo se convirtió en símbolo de la Iglesia de Oriente.
Todos los primeros evangelizadores orientales fueron canonizados. La palabra en siríaco para apocopar a un santo es “Mar” (san).
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Los primeros siglos de cristianismo en Mesopotamia
Tras el martirio de Mar Aggai, su condiscípulo Mari se convirtió en cabeza de la comunidad oriental hasta aproximadamente el año 120 d.C. La cabeza de esa comunidad pasó de la protosede de Edesa al obispado de Ctesifonte (la antigua Seleucia, muy cerca de Babilonia, en la Mesopotamia media), la capital del reino parto. La tradición conserva una lista semilegendaria de obispos. Los tres primeros supuestamente fueron de la familia de José, el padre adoptivo de Jesucristo; judíos traídos por revelación desde Palestina y a los que se atribuyen las mismas virtudes de aquel santo: humildad, justicia y castidad. Son Abris (120-137 d.C), Abraham (137-171) y Yacub (o Jacob, 171-190). Fue un discípulo de este último, Ahadabui, enviado a Antioquía para formarse con el patriarca, el que logró sobrevivir a la persecución desatada allí por el gobernador romano, y sucederle entre 204 y 220.
La tradición afirma que a partir de Ahadabui los obispos mesopotámicos eligieron entre ellos al primado sin la necesaria consagración del patriarca de Antioquía (autocefalia). No obstante, se trata probablemente de una interpolación de varios siglos después que tratara de reforzar la antigüedad de la autonomía de la Iglesia en Persia. Lo que sí es cierto es que desde entonces los obispos de Ctesifonte ya fueron naturales del país, como hicieron con su sucesor, Shahlufa (220-224). Un personaje relevante en esa época fue Bardasaines de Edesa, un filósofo bautizado en 179, preceptor del rey de su ciudad, que posteriormente derivó hacia el gnosticismo de la escuela valentiniana, siendo muy populares sus cantos apologéticos en la Alta Mesopotamia durante varios siglos. Se desconoce si finalmente regresó a la ortodoxia antes de morir en Armenia.
La dinastía parta de los arsácidas había gobernado Persia durante 400 años. De origen semibárbaro, eran bastante tolerantes en temas religiosos. En 224 su último rey murió en combate al enfrentarse a Ardacher, que inauguró la dinastía genuinamente persa de los sasánidas. Estos pusieron sus ojos sobre todo en el Oeste, y se puede decir que durante 4 siglos sostuvieron en guerra casi permanente con el imperio romano, salpicada de transitorias treguas. Mesopotamia, junto a Armenia y Siria, fueron los campos de batalla habituales de estas guerras. Los primeros shahan-shah (rey de reyes) sasánidas fueron tolerantes y erráticos en materia religiosa (Sapor I incluso favoreció el maniqueísmo y el judaísmo), pero a partir del siglo IV, con el ascenso de Sapor II (en el año 309), el zoroastrismo fue la religión oficial, y el resto de cultos discriminados y perseguidos.
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La Gran persecución de Sapor II
Hasta 280 la sede primada permaneció vacante, cayendo la Iglesia en Mesopotamia en la desorganización y decadencia. Ese año, el obispo de Arbil (Alto Tigris) y el de Susa (capital de Elam, entre Mesopotamia y Persia), elevaron a Papa bar Aggai como obispo de Ctesifonte-Seleucia. Es el primero del que se tiene constancia histórica, más allá de la tradición, y ha pasado a la historia como el organizador de la Iglesia en Mesopotamia. Fue nombrado oficialmente por la corte como melet-bashi, esto es, dirigente de la minoría religiosa, pues el shah Bahram II toleraba el cristianismo. Se sabe que alrededor de 285 el obispo David de Maishan dejó su cargo para ir a buscar a los cristianos de santo Tomás en la India, aunque no se conocen con exactitud los detalles de su misión.
Mar Papa ejerció de forma efectiva su autoridad: los demás obispos, resistentes a perder la autonomía disfrutada durante 60 años, convocaron un sínodo en 315 (el primero oriental del que se tiene constancia), acusándole de varias faltas personales. Uno de ellos juró sobre los Evangelio que los cargos eran ciertos. Indignado, Papa rompió el libro sagrado y al instante cayó fulminado por un infarto cerebral. El sínodo, espantado por lo que se interpretó como un signo divino, le juzgó culpable y lo depuso, elevando en su lugar a su coadjutor Simeón Bar Sabae (hijo de un batanero de Kirkuk, Alto Tigris), que rechazó el nombramiento. El caso es que Papa recuperó la salud (aunque le quedó una parálisis en un brazo), y con el apoyo de algunos obispos logró recuperar su posición como arzobispo, deponiendo a su vez (o al menos intentándolo) a sus acusadores, hasta su muerte en 328. Entonces fue sucedido efectivamente por Mar Simeón.
Simeón desarrolló durante muchos años el crecimiento de la Iglesia organizada por su predecesor. El nuevo shah Sapor II toleraba con muchas reservas a los cristianos, pero la situación dio un giro radical en 337. Ese año, el emperador romano Constantino fue bautizado en su lecho de muerte, y sus hijos (que se repartieron el imperio) se convirtieron en cristianos. Ese fue el año elegido por Sapor II para romper la última tregua acordada y declarar una nueva guerra al emperador oriental, Constancio II. Durante muchos años los únicos movimientos militares fueron el asedio de las grandes plazas que los romanos conservaban en la Alta Mesopotamia desde la época de Trajano. Entre ellas se hicieron famosos los tres sitios infructuosos de Nisbis (Alto Tigris) por las tropas persas.
Constancio II cayó en la herejía arriana, y el obispo Simeón le escribió en varias ocasiones con objeto de retornarle a la fe ortodoxa. Para su desgracia, la correspondencia cayó en manos del shah. Sapor, ignorante de las sutilezas teológicas, sólo vio en ella una comunicación con el monarca enemigo, correligionario de algunos de sus súbditos mesopotámicos. La conversión de los emperadores a la fe cristiana, que significó el triunfo humano de la Iglesia en el Imperio, supuso para los cristianos de Santo Tomás el inicio de un prolongado calvario, ya que el shah desató contra ellos la Gran persecución, dándoles como única alternativa la apostasía o la muerte.
Arrestado por orden del shah, Mar Simeón alcanzó la palma del martirio al ser decapitado junto a varios cientos de sacerdotes y monjes en 341, acusado de traición. Su sucesor fue su sobrino y paisano Shahdost (cuyo nombre persa significaba, irónicamente, “amigo del rey”), elegido clandestinamente; fue descubierto y detenido junto a 128 cristianos (incluyendo algunos obispos y clérigos) en 343. Encerrados y torturados para que abjuraran durante 5 meses, fueron todos ejecutados, salvo Shahdost y las mujeres. Llevado a presencia del shahan-shah, este le preguntó “Yo mandé matar a Simón ¿cómo has osado convertirte en la cabeza de un pueblo que tanto detesto?”, a lo que el primado contestó “la cabeza de los cristianos es Dios Altísimo. No puedes destruir al cristianismo, cuantos más ejecutes, más se convertirán”. El rey le ofreció un puesto de sacerdote y noble (mago), pero al rechazarlo aquel, ordeno su muerte, junto a la de sus familiares. Clandestinamente, se eligió como obispo de Ctesifonte a otro sobrino y paisano de Simeón, Barba´shmin (“el de los cuatro nombres”). Capturado en 346, junto a 30 sacerdotes y diáconos, fueron encarcelados y torturados regulares durante 3 meses. Nuevamente, el shah les prometió riquezas y puestos de honor si se convertían al zoroastrismo, y nuevamente aquellos alcanzaron el martirio tras negarse, y replicar al rey: “Cuantos más cristianos mates, más aumentará su número”.
Tras los martirios de Simeón y sus sobrinos (los Bar Sabae), la Iglesia clandestina decidió no nombrar otro primado en la capital. La terrible persecución (más sostenida en el tiempo y crueldad que la del peor de los emperadores romanos) causó el martirio de entre 16.000 y 30.000 cristianos, según las fuentes contemporáneas. Finalmente, en el año 363 el emperador romano Juliano (providencialmente, un pagano) invadió Mesopotamia. En la batalla culminante, en Ctesifonte, cuando la derrota del shah era inminente, Juliano fue alcanzado mortalmente por una flecha, librándose el imperio persa de su destrucción. Dicen que Sapor II entendió que su enemigo había muerto castigado por Dios por perseguir el cristianismo, y se arrepintió de sus crímenes. Sea por esa u otra razón, firmó la paz con el Imperio romano, y desde ese momento el cristianismo fue permitido en el imperio sasánida, poniéndose fin a 22 años de martirio, en los que la Iglesia en Mesopotamia había demostrado sobradamente su fidelidad a Cristo. Sapor II ganó con justicia el sobrenombre el Diocleciano de Oriente.
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El “arpa del Espíritu Santo”
Entre las cláusulas del acuerdo de paz se hallaba la entrega a Sapor de la ciudad de Nisbis, que había soportado heróicamente tres largos y duros asedios persas. Se hallaba en todos ellos Efraím el diácono, o Efrén de Siria, nacido en la ciudad en 306, y bautizado por el obispo san Jacobo en 324. Hombre austero y lleno del Espíritu Santo, había dedicado muchos años a la apologética contra los errores gnósticos de Bardasaines. Copiando su método de componer himnos apologéticos, creó los primeros himnos litúrgicos de la Iglesia, que posteriormente se extenderían hacia occidente, dando lugar a las corales. En 363, al ser entregada la ciudad al shah, huyó de Nisbis como la mayoría de los cristianos, aterrorizados por la conocida crueldad de Sapor contra la Iglesia. Se instaló como anacoreta en una cueva cercana a Edesa. Vestía con andrajos y apenas comía, predicando con frecuencia en la ciudad, donde dejó escritas, en siríaco, cientos de obras de temática muy variada: la devoción por los títulos de la Santísima Virgen María, el misterio redentor de la Cruz, comentarios al Antiguo y Nuevo Testamento, muchísimos himnos teológicos, etc.
En 370 visitó en Capadocia a otro coloso, el venerable san Basilio, a quién admiraba profundamente. Rechazó siempre cualquier dignidad eclesial por considerarse indigno, y sólo al final de su vida consintió en ser ordenado diácono, el título por el que más se le conoce. Murió en la pobreza en que había vivido en el año 373. Los autores orientales siempre le tuvieron por uno de los grandes y más inspirados teólogos cristianos, dándole el apodo de “arpa del Espíritu Santo”. Venerado como santo desde muy pronto, es patrón de los directores espirituales, y el papa Benedicto XV le proclamó doctor de la Iglesia en 1920. Es el único cristiano oriental que ha alcanzado tal reconocimiento.
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La separación de la Iglesia de Oriente
El nuevo y tolerante Sapor permitió la elección pública de un nuevo primado en Ctesifonte. Fue elevado Tomarsa o Tamuza (el nombre del planeta Marte en caldeo), obispo de Kaskar (hoy Wasit) en el Bajo Tigris, que se entregó a la tarea de restaurar la Iglesia: reedificó y reparó numerosos templos destruidos, prohibió el concubinato- que se había extendido entre los relajados cristianos- obligando a contraer matrimonio, y durante un periodo prohibió a los jóvenes tomar las órdenes monásticas, pues deseaba que tuviesen hijos para recuperar el número de fieles, muy disminuido por las matanzas de los magos. Tamuza murió en 371 y el nuevo shah, Bahram (hijo de Sapor), entró en guerra con los romanos y volvió a prohibir la Iglesia. Para el gobierno persa, el cristianismo se había convertido en la religión de su principal enemigo (en 381 Teodosio la declaró culto oficial), y sus fieles, en traidores potenciales.
Temerosos de la persecución, los obispos dejaron la silla de Seleucia vacante hasta 377, cuando se vio que la anarquía se extendía entre la comunidad cristiana. Contra su voluntad, fue elevado Qayyoma, un sacerdote ignorante y poco dotado, que llevó a cabo su tarea lo mejor que pudo.
En 399, Arcadio, hijo de Teodosio y emperador de Oriente, envió al obispo Marutha de Diyarbakir (la antigua capital armenia Tigranocerta, en el curso alto del Tigris) para ajustar una nueva paz. El nuevo shah (casado con una judía) deseaba liberarse de la tutela de los magos, y la Iglesia volvió a ser autorizada. Qayyoma (que era consciente de sus limitaciones) obligó a los obispos a aceptar su renuncia. Fue elevado Isaac (familiar y paisano del difunto Tomarsa), que en 410 convocó el sínodo de Seleucia-Ctesifonte que, aconsejado por Marutha, aprobó las condenas al macedonismo del Concilio ecuménico de Constantinopla de 381, reafirmando la consubstancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo. Asimismo estableció nuevas disciplinas para el clero. Asimismo, el sínodo confirmó los títulos de “primado” y “Gran metropolitano” al obispo de Ctesifonte anticipando una autocefalia completa. La tolerancia permitió un florecimiento de la Iglesia: en Nisbis, por ejemplo, la labor del obispo Marutas había logrado convertir a casi toda la población al cristianismo.
A Isaac le sucedieron Ahai (410-414), un austero monje que escribió las actas de los mártires de Sapor; Yahballaha (415-420), a quién se atribuía la resurrección de un muerto; y Mana (420), obispo de Fars (Persia). Creyeron los cristianos agradar al shah eligiendo un primado de raza y lengua persa, pero no fue así. En 420 el obispo Abdas de Susa (Persia) tuvo una disputa con el clero zoroastriano local, que acabó con el incendio del templo de Ahura Mazda por parte de un grupo de cristianos. El shah ordenó que Abdas reconstruyera el templo a sus expensas. Este se negó, alegando que esa sería una forma de idolatría. Yadegard ordenó el martirio de Abdas (apaleado hasta la muerte), así como la de dos sacerdotes (entre ellos Isaac, que había sido secretario de Mar Efrén el Diácono), y varios laicos, incluyendo familiares del obispo. Luego llamó al primado y varios obispos, conminándole a convertirse al zoroastrismo, alegando que “el cesar es señor absoluto en su reino, y yo lo soy en el mío, donde se hará lo que yo disponga”. Narsai, presbítero de Seleucia, le recordó que el cesar cobraba impuestos y mataba a sus enemigos, pero que no tenía poder para forzar a sus súbditos a cambiar de religión, poniendo como ejemplo la presencia de judíos, paganos y herejes en el Imperio. Indignado, el shah ordenó que fuese decapitado si no abjuraba, como así ocurrió. Dos obispos que quisieron interceder por él fueron desterrados. Mana salió en su defensa, y el rey le destituyó. Poco después ordenó su ingreso en prisión de por vida. Ese mismo año el shah fue asesinado por nobles persas. La Iglesia de Oriente cayó en el caos: Marabokht (421), obispo de Fars, sobornó a los cortesanos del nuevo shah Bahram, para que obligara a los obispos a elevarle al Primado. Tras un año lo depusieron y eligieron a Dadisho.
Estamos en el año 424. Para evitar la persecución con que Bahram V les amenazaba y probar su lealtad al shah-in-shah, el primado convocó a los obispos de su territorio en el sínodo de Ctesifonte, y no hallaron mejor medio que declarar la independencia con respecto a Antioquía y, en conjunto, con el resto de patriarcados. Todos los obispados al oriente del Éufrates se constituyeron en iglesia autocéfala. Dadisho fue elevado como Patriarca de Oriente, comenzando a llevar también el título de Catholicós. Fue el primer cisma de la Iglesia universal. Gracias a este sometimiento a la autoridad política, la Iglesia de Oriente pudo subsistir. Parafraseando a Churchill con respecto a la libertad y la guerra, se podría decir que los cristianos de Oriente se sometieron para evitar el martirio, y acabaron teniendo sometimiento y martirio.
(continuará)
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6 comentarios
¿Me recomiendas algúna obra sobre todo esto?
Gracias.
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LA
Estimado Cesar: estoy sacando toda la información de artículos de internet. No obstante, en el último artículo de esta serie haré una lista de referencias bibliográficas.
Gracias Luis por estos 'recuerdos'.
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LA
Gracias a tí.
Dios te bendiga en abundancia.
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LA
No las merecen, Miguel. Me alegro de que te guste.
Dios te bendiga.
Pero me parece más bien que usted se refiere a la famosa sentencia de Churchill cuando dijo a Chamberlain y al resto de partidarios de la política de apaciguamiento: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Elegisteis el deshonor, y ahora tendréis también la guerra" IHS
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LA
Efectivamente, mi cita no es exacta. gracias por el aporte.
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