La Prudencia
La tercera de las virtudes cardinales es la Prudencia (contracción del latín Providentia, mirar hacia el futuro). En Etica nicomaquea, Aristóteles la definía como phronesis “la recta razón en el obrar”, esto es, la virtud natural que permite que nuestra razón gobierne las propias acciones en orden al Bien.
La prudencia es virtud superior, pues rige a todas las otras virtudes, indicándoles regla y medida, buscando su justa aplicación en cada momento y lugar, impidiendo los extremos desordenados. Por ejemplo, la prudencia modula a la fortaleza, evitando que caiga tanto en la temeridad como en la cobardía. Es por ello que se le llama “auriga de las virtudes”.
Según Santo Tomás de Aquino (en la Summa Theologiae), las funciones de la prudencia son: el consejo que indaga las razones para obrar correctamente, el juicio o conclusión que determina como deben emplearse los medios hallados por el consejo, y el imperio que ordena ejecutar el acto decidido por el juicio.
En el Antiguo Testamento se ensalza la virtud de la prudencia: “El hombre cauto medita sus pasos” (Proverbios 14, 15); “Se alaba al hombre según su prudencia, el de corazón torcido será despreciado” (Proverbios 12, 8). Se considera a la prudencia una virtud natural cuya fuente es sobrenatural: toda prudencia proviene de Yahvé, que es quién la otorga al hombre: “Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he inventado la ciencia de la reflexión” (Proverbios 8, 12), “Yahvé es el que da la sabiduría, de su boca nacen la ciencia y la prudencia” (Proverbios 2, 6). Asimismo, el hombre está en la obligación de poner todos los medios para adquirirla: “el comienzo de la sabiduría es: adquiere la sabiduría, a costa de todos tus bienes adquiere la inteligencia” (Proverbios 4, 7), “por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de sabiduría” (Sabiduría 7, 7). En el Nuevo Testamento, sin embargo, la prudencia es virtud que se supedita al auxilio sobrenatural. Cristo pone en guardia al fiel contra la confianza en la prudencia humana sin iluminación divina: “Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y las has revelados a los sencillos” (Mateo 11, 25). También se entiende que la prudencia natural puede ser útil a los creyentes: “sed pues, prudentes como las serpientes y sencillos como palomas” (Mt 11, 25), o como en la parábola de las vírgenes prudentes (capítulo 25 de Mateo). San Pedro la recomienda a los primeros cristianos: “Sed pues sensatos y sobrios para daros a la oración” (1 Pedro 4, 7)
La prudencia es una de las herramientas que el Magisterio de la Iglesia indica para formar la conciencia y discernir la Voluntad de Dios a la hora de tomar un juicio moral, junto a la experiencia, los consejos de personas entendidas y bajo la ayuda de los dones del Espíritu Santo (CIC 1788). No sólo interesa el empleo de la prudencia a cada hombre, sino también a las sociedades y sus rectores en orden a alcanzar el Bien Común (CIC 1906). Así, la prudencia se convierte en una de las virtudes naturales más importantes a la paz y prosperidad social.
Ocho son las partes integrales que se le reconocen a la prudencia: la experiencia o memoria de lo pasado; la inteligencia de lo presente; la providencia para ver las consecuencias del acto en el futuro y ordenarlo a su buen fin (esta se considera la más importante de las cualidades de la prudencia, y de hecho, le da nombre); la docilidad a los consejos de las personas más expertas; la sagacidad o disposición pronta para resolver acertadamente aquellos casos urgentes que no pueden esperar a un proceso más elaborado de discernimiento; la razón que se deriva del examen y reflexión de los conocimientos acumulados sobre la cuestión cuando no obra urgencia; la circunspección que atiende a las circunstancias que rodean al acto moral y que podrían modificar la decisión a tomar; y la cautela o precaución frente a elementos externos previsibles que pueden ser obstáculo para el buen fin.
La consideración detenida de estas cualidades a la hora de tomar una determinación con carácter moral, tanto más importante cuanto más trascendente sea el acto, nos lleva a tomar decisiones prudentes que nos acercan más a la Voluntad de Dios.
La prudencia, asimismo, posee dos partes subjetivas: la prudencia personal, que rige los actos individuales, y la prudencia social, que se dirige al Bien Común y abarca desde la prudencia familiar a la gubernativa, pasando por la cívica, la profesional o o la militar. Todas ellas se sujetan también a los ocho partes integrales de la misma, y en el caso de la social, es fundamental para el orden y la felicidad de los pueblos
Como toda virtud natural, la prudencia presenta en el ánimo del hombre vicios contrapuestos a ella que Santo Tomás, siguiendo en esto a San Agustín, dividía en opuestos y falsamente parecidos.
Dos son los vicios opuestos. La imprudencia es su contrario manifiesto, y se presenta de tres formas: como precipitación que obra temerariamente al impulso de la pasión o capricho; como inconsideración que descuida el consejo, la sensatez y la equidad a la hora de formarse juicio; y como inconstancia que abandona fácilmente los buenos propósitos dictados por la prudencia (se asocia a pereza y la indolencia).
El otro vicio opuesto es la negligencia, que supone una no implementación de las disposiciones que la prudencia hubiese aconsejado.
En cuanto a los vicios falsamente parecidos, se señalan cinco: la prudencia de la carne es habilidad para satisfacer las pasiones de la carne, por encima del Bien, es parodia de la verdadera prudencia, pues emplea los mismos medios para un fin inferior. La astucia emplea medios malvados para obtener un fin (incluso si el fin es bueno no justifica el camino torcido empleado). El dolo añade a la astucia la falsedad en las palabras. El fraude añade a la astucia la falsedad en los hechos. La solicitud por las cosas terrenales supone una perversión de la providencia, pues emplea la inteligencia en el cuidado por el futuro de las cosas terrenales, olvidando o postergando la confianza en la divina Providencia.
Los vicios falsamente parecidos parten principalmente del pecado capital de la avaricia, que anhela acumular bienes en este mundo (poder, posesiones, dinero, honores, influencia sobre los demás), no reparando medios para acrecentarlos y asegurar por medio de inquietudes y preocupaciones, su futuro. Es cualidad de personas y sociedades apóstatas, que han perdido la confianza en las promesas de Cristo y han puesto su corazón en lo terreno y material (“no acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen, y donde los ladrones los roban” Mateo 6, 19). La búsqueda de la Voluntad de Dios se quiebra, y es sustituida por el egoísmo (o la suma y competición de ellos que se confunde hoy día con la “voluntad popular") y la soberbia del hombre, convertido cada uno en su propio dios.
La prudencia es virtud cardinal muy cristiana, importante para modular nuestros actos y los de nuestra comunidad eclesial. Jamás se ha de confundir con la cobardía de no actuar frente al mal, sino que debe regular nuestro entendimiento y conciencia para obtener de la forma más directa, plena y simple el Bien que Cristo quiere, y nos enseñó en nuestra vida y la de nuestra sociedad. Como todas las virtudes, a ejemplo del rey Salomón, podemos y debemos orar implorando el auxilio sobrenatural para que nuestras acciones estén regidas por la prudencia, de forma que seamos ante los hombres ejemplo de la sabiduría de Dios y no de la necedad, precipitación y malicia del príncipe del Mundo.
_
_
_
Se permite la reproducción (inmodificada) parcial o total de este artículo, siempre que se haga de forma libre (lo que gratis recibisteis, gratis dadlo) y se haga constar el nombre del autor, la bitácora y el portal que lo aloja.
8 comentarios
Muy buen artículo, muy oportuno y necesario en los tiempos que corren y tal y como están las cosas (esperemos que esto no vaya a más), pues es precisamente en los tiempos de crisis y convulsos cuando más falta hace esta virtud, sobre todo en aquellos que tiene grandes responsabilidades, y luego cada uno a nivel personal, para evitar dejarse llevar.
Un cordial saludo y gracias por tratar el tema.
"La astucia emplea medios malvados para obtener un fin (incluso si el fin es bueno no justifica el camino torcido empleado)"
porque no hay que entender la astucia solamente como algo malo; puede ser algo bueno, si utiliza medios buenos y para fines loables.
De hecho, es el consejo evangélico: "sed astutos como serpientes."
Gracias por el artículo.
----------------
LA
Gracias por tus elogios, Menka.
El tratado de moral Royo Marín define a la astucia como yo la he puesto en el artículo. El fragmento evangélico (como también he reproducido) se suele traducir de diversas maneras, y una de ellas es "prudencia", entendido como prudencia natural (no sobrenatural), que algunos escriturólogos, efectivamente, traducen como "astucia". Es un problema léxico, y no teológico: en otros textos se traduce por "sed sagaces" o incluso "sed sabios".
Al vicio falsamente parecido que emplea las cualidades de la prudencia para un mal fin, se le ha denominado en los tratados morales como "astucia", pero la palabra astucia, en sí, puede emplearse en diversos contextos, sin significar exactamente lo mismo.
Un saludo.
Debemos de volver a estudiar las cuatro virtudes cardinales, y sus derivadas, pues son el camino que nos llevan a la santidad.
Hay una astucia don de Dios, empleada con medios lícitos y para buen fin, como la hay maliciosa.
Lo de los nombres y algunos matices es cosa cambiante entre autores, no es cosa de ser en exceso puntilloso.
Otro autor confiable y excelente para la educación nuestra y de nuestros hijos hoy en dia en David Isaac, de la Universidad de Navarra. Es referente mundial y por supuesto confiable.
Te animo hermano a seguir con toda la serie de virtudes.
----------------
LA
Gracias catholicus. Leeré a David Isaac, al que no conocía.
Me hacia falta para seguir por el camino recto
Podrías de irme en Que libro de Santo Tomás esta tratada la prudencia? Por favor 5531468526
Dejar un comentario