El falso derecho a la maternidad
Introducción
El lenguaje del pensamiento modernista crea conceptos para nuevas realidades. En los últimos años abusa del término “derecho” para legitimar diversas actitudes cuyo trasfondo moral se obvia, disimulado por el sentido intrínsecamente justo de aquel. La palabra proviene de la voz latina directum, que se podría traducir también por “recto” o “lo que no se desvía”. Los inventores del derecho ya entendieron que este normaba una conducta moral correcta.
Estos nuevos “derechos” con frecuencia esconden simples hechos vitales cuya fuente no son los usos comunes en la sociedad humana codificados en leyes. Así, escuchamos en los últimos tiempos acerca de “derechos” a la muerte, a la salud, a la ruptura conyugal, etc.
Entre estos supuestos actos positivos cuya protección legal los modernistas pretender consagrar, destaco hoy uno de los más absurdos por su propio significado: el llamado “derecho a la maternidad”. Hemos de remarcar el género femenino del término: la filosofía contemporánea subordina la voluntad del padre a la de la madre, cuando no la excluye completamente. La maternidad, en si misma, no es sino la consecuencia lógica de la cópula natural. Por tanto, no es un acto voluntario que un código de leyes pueda conceder o negar, sino una realidad biológica.
Por afinar más, concretemos que cuando el lenguaje progresista habla del “derecho a la maternidad” está queriendo establecer el “derecho de la mujer a regular su sexualidad y la consecuencia natural de la misma”. Por tanto, forma parte del entramado ideológico del liberacionismo sexual que ha impregnado (por desgracia) el feminismo moderno. Propone que la mujer contravenga las reglas que establece su función reproductora como asiento del feto en desarrollo; es decir, de su maternidad natural. En esta ideología, la mujer regula a voluntad fertilidad, infertilidad y embarazos. Para ello se emplean medios artificiales fácilmente disponibles en la actualidad: métodos anticonceptivos, fecundación in vitro y aborto (matar al embrión ya concebido). Todos ellos son arsenales diversos del mismo concepto filosófico.
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Las tres rupturas
Se trata del triunfo de la voluntad de la mujer acerca de su sexualidad sobre cualquier otra consideración, concebido como objetivo ideal. Es frecuente escuchar la definición de esta actitud como liberación o libertad. En realidad se trata de una triple ruptura, muy alejada de la verdadera libertad.
En primer lugar, ruptura con respecto a la naturaleza, que establece la función reproductora como consecuencia inherente al acto carnal. El liberacionismo establece que la cópula es únicamente expresión de apetito sexual o expresión de sentimiento. De ese modo, se fractura la relación originaria cópula-reproducción, y por consiguiente, se enuncia una negación directa del plan de Dios para nuestra vida, y de Dios mismo. El liberacionismo sexual supone un acto franco de apostasía. En la sociedad actual, debido a la falta generalizada de formación, suele estar atenuada por una ignorancia no invencible.
En segundo lugar, ruptura con respecto a la biología propia de la mujer, que establece ciclos, ritmos, variaciones hormonales y fisiológicas con vistas a dar lugar a una nueva vida por medio de la cópula. No existe otra función normal (no patológica) del cuerpo humano tan agredida por fármacos, instrumentos y dispositivos como el sistema reproductor de la mujer sana en nuestra sociedad actual. Con frecuencia se olvidan las consecuencias negativas para la salud que esto puede tener. Y que no se resuelven simplemente con mejoras técnicas. La obligación de velar por la propia salud subsiste en toda persona.
En tercer lugar, ruptura con el varón. Toda ideología introduce un elemento de conflicto (cuando no directamente de odio) para triunfar, el concepto del “enemigo ideológico”; es un mecanismo clásico de autojustificación ideológica. En este caso, se trata de crear el conflicto o lucha entre sexos, una guerra que la mujer debe vencer para alcanzar la libertad (la emancipación a través de la violencia es un tema clásico del pensamiento revolucionario), entendida como separación de dos entes distintos y contrapuestos, frente a la doctrina de los dos sexos como mitades complementarias de un todo. El varón es eliminado injustamente de la decisión sobre la transmisión de la vida, pese a que por naturaleza resulta tan indispensable como la mujer para ella. Asimismo, como mitad del contrato conyugal y de las obligaciones de la crianza, se le priva de su papel como padre, que será siempre subsidiario y concedido de gracia por la mujer, y no resultado fundamental de su función. En resumen, se quiebra el concepto clásico de matrimonio (institución creada, precisamente, para la generación y crianza de los hijos). Como el matrimonio también es sacramento, por este motivo se ofende también a Dios. Para lograr esta tercera ruptura se echa mano de las técnicas de fecundación artificial, que consagran el uso de “donantes” de gametos masculinos, para que una mujer, al estilo de una hembra de ganado, quede preñada sin concurso de varón.
El resultado de esta filosofía es que los hijos se convierten en un hecho vital que la mujer decide a su albedrío. Por medio de la técnica, impide la fecundación natural o la fuerza de forma artificial, según sus criterios. Así, establece un plano de dominio sobre el origen y también el destino de la persona que es su propio hijo. No es más que uno de los desarrollos contemporáneos de la utopía humana de “tener en sus manos el destino”. Una variante del non serviam; la actualización del “seréis como dioses”.
Aunque algunos de mis lectores se escandalicen, el sentido de dominio sobre la progenie que esta mentalidad propugna no es muy distinto, en su fundamento, a la posesión de un animal de compañía, hacia el cual se puede, sin duda, sentir cariño, pero sobre el que se ejerce una propiedad efectiva desde el momento de su adquisición voluntaria.
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La enseñanza cristiana sobre cópula conyugal y procreación
Radicalmente opuesta es la enseñanza del magisterio católico a propósito del origen de la vida. Seguiremos en este artículo fundamentalmente la recensión magisterial de la Instrucción Donum Vitae publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1987, la carta encíclica Humanae Vitae, publicada por S.S Pablo VI en 1968, y el Catecismo de la Iglesia Católica, en sus puntos 2366 a 2379.
Ante todo, establece el sentido de la sexualidad, orientada a fortalecer el amor entre los esposos. El acto carnal se erige en una donación mutua, correspondencia física respecto a la unión espiritual que el amor conyugal supone, adquiriendo así una importancia capital. En segundo lugar ese acto unitivo debe ser procreativo, esto es, abierto a la vida que de forma natural supone la fecundación, según el diseño divino. Esta ligazón irrenunciable amor-sacramento-cópula-donación-procreación es fundamental para entender la postura cristiana en el tema de la maternidad.
Diremos aquí que la apertura a la vida no supone necesariamente que esta deba producirse para la validez moral del acto: basta con que los esposos deseen y no pongan obstáculo a que la fecundación natural se produzca, aunque en el momento del acto carnal sean, efectivamente, la expresión del sentimiento amoroso o la búsqueda del goce físico las que lo motiven.
El magisterio enseña que al procrear, varón y mujer transmiten el valioso don de la vida sin el que la humanidad desaparecería, y por tanto su importancia social es mayúscula. Pero, además, siendo el ser humano asiento del alma insuflada por Dios, son así también cooperadores al plan divino (CVII, CP Gaudium et Spes, AAS 58 (1966) 1070-1071). Cada hijo de hombre es también hijo de Dios. Por ello la cópula matrimonial reviste una significación trascendente que pocos actos humanos pueden alcanzar.
Es legítimo y bueno que los esposos deseen tener hijos, pero ha de quedar claro que este buen fin no se justifica por cualquier medio, sino siempre partiendo del primer axioma magisterial: el acto sexual debe ser unitivo y procreativo, y la procreación debe tener su origen en el acto conyugal que une y conserva su naturaleza.
Y es que una de las cualidades que distinguen netamente al pensamiento cristiano del modernista, en este punto, es que mientras en el progresismo voluntarista una mujer tiene los hijos según su plan, en la teología católica, unos esposos reciben a los hijos según el plan de Dios. Es decir, el cristiano no hace un hijo, sino que lo recibe como un regalo. Esta cosmovisión supone una oposición frontal al pensamiento modernista: el supuesto “derecho” de una mujer a ver satisfecho su afán de maternidad se ve sustituido por el real derecho de todo hombre a provenir de un acto de amor, a tener un padre y una madre, al cuidado, protección y enseñanza que la crianza en una familia natural conlleva.
El cristianismo orienta este proceso en un sentido pleno de amor mutuo: los padres conservan la autoridad sobre los hijos menores, obligados a ejercerlo siempre en bien de estos; los hijos se hallan sujetos al cuarto mandamiento que ordena honrar al padre y a la madre. La familia es entonces comunidad de amor humano, iglesia doméstica, como receptáculo y escuela de amor a Dios y al prójimo.
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La maternidad artificial contemporánea
Me detendré en una costumbre antinatural que se ha abierto camino en nuestra sociedad occidental, la de buscar los hijos al margen del plan de Dios. La primera modalidad es la de los esposos que se someten a la fecundación in vitro (o a la inseminación artificial), al no haber logrado el deseado embarazo por medios naturales. Más reciente pero cada vez más frecuente es la de mujeres solteras que se someten a la misma intervención por medio de donantes de esperma, para tener un hijo que será únicamente suyo. La práctica, sin el componente instrumental, ha sido empleada ocasionalmente en la historia por mujeres que se unían a hombres sin amor por ánimo de ser madres, así que no es totalmente nueva. También algunos hombres, generalmente homosexuales, emplean la técnica para satisfacer su deseo de paternidad, empleando lo que se ha venido en llamar “vientre de alquiler”, es decir, una mujer que cobra por permitir que su útero, en lugar de ser asiento del desarrollo de su propio hijo, sea cuna de paso de un hijo ajeno, al someterse ella a esa técnica con esperma del “dueño”.
Todas ellas, en diversos grados, incurren en pecado de egoísmo.
Vale la pena recordar que el aumento numérico de estas prácticas va indisolublemente asociado al uso masivo de métodos anticonceptivos en las edades más fértiles de la mujer, que con frecuencia conducen a que cuando esta desea dar cauce a su afán natural de ser madre a edades tardías, su cuerpo ya no se halle naturalmente dispuesto. Asimismo, hay una asociación directa con los fracasos en relaciones varón-mujer, cada vez más vacías de compromiso y generosidad mutua, que conducen a una frustración vital que se cree resolver, en el caso de las mujeres solas, forzando artificialmente la maternidad.
Las objeciones morales a estas prácticas, cada vez más populares, son múltiples. Primordialmente, como ya se ha dicho, todas ellas contravienen la naturaleza unitiva y procreativa de la cópula. Esta ruptura con la naturaleza y enseñanza divina, por sí sola, ya las deslegitima. Secundariamente, los niños nacidos por métodos artificiales han sido privados de la posibilidad de ser concebidos en un acto de compromiso amoroso como es el matrimonio, se les ha negado un padre y/o una madre biológicos (y en el caso de los solteros, también un progenitor adoptivo). En tercer lugar, las técnicas de fecundación in vitro contemporáneas incluyen, en la mayoría de legislaciones actuales, la destrucción de embriones fecundados que los padres rechazan tras haber logrado el embarazo deseado. Por tanto, incurren también en pecado de homicidio. Añádase que actualmente se está procediendo a seleccionar embriones con características genéticas específicas por lo que aquellos que no las poseen son eliminados sin oportunidad alguna.
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Respuesta cristiana al deseo frustrado de ser padres
El deseo de tener hijos es moralmente bueno, y en el caso de los esposos, edificante. Por desgracia, no siempre ese fin conyugal puede obtenerse de forma natural. La esterilidad en el matrimonio, vía correcta para alcanzar la paternidad, es una causa de gran sufrimiento.
“¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos”, se lamenta Abraham ante Yahvé en Gn 15, 2, y “dame hijos, o si no me muero” dice Raquel a su esposo Jacob en Gn 30, 1. Similares congojas vemos en la historia de la madre de Sansón (Jue 13, 2-3) y de Isabel, madre de Juan el Bautista (Lc 1, 7).
En muchas ocasiones se halla una causa de infertilidad en uno o ambos esposos. Es moralmente lícito emplear todos los medios que la medicina proporciona para corregir esa falta de fertilidad natural, incluyendo tratamientos farmacológicos, cirugías o técnicas varias. No obstante, es importante recordar que en muchos casos no se encuentra causa objetiva que impida la concepción. Y es que la infertilidad es una patología, pero no tener hijos no lo es, puesto que hay matrimonios sanos que no los tienen.
El principio anterior es fundamental para comprender porqué la licitud del tratamiento de la infertilidad se troca en ilicitud cuando lo que se hace es sustituir la cópula para lograr el deseado embarazo. En el primer supuesto se intenta curar una enfermedad, en el segundo se rompe la ley natural para concebir.
Un hijo no es un derecho, es un don. Es una consecuencia del amor físico de los esposos, no un desarrollo personal voluntarista. Como tal se ha de recibir, no crear; se ha de aceptar, no buscar. Por tanto, un matrimonio católico por muy lícito que sea su deseo de procrear, no está autorizado a tomar el atajo inmoral de la fecundación in vitro, pues en su vida (en este como en cualquier otro aspecto) no prima su deseo, sino el plan de Dios. No les está permitido emplear medios inmorales para alcanzar un fin moral.
Con mayor sentido, un soltero debe comprender que primeramente ha de aprender a construir un matrimonio de amor y respeto para dar cauce natural a su deseo de paternidad. El empleo de estas técnicas por su parte supone un mayor egoísmo e instrumentación hacia su hijo que el de un matrimonio que echase mano de ellas.
Ante el sufrimiento de no ver llegar los hijos deseados tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, los esposos están llamados a considerarlo como una carga como aquellas en que Nuestro Señor en ocasiones permite que seamos probados. Tomar la cruz de Cristo que a todos se nos presenta en la vida es signo de auténtica vivencia cristiana. Nada ha de haber en nuestra vida por encima de querer cumplir la voluntad de nuestro Padre del Cielo, y conformarnos a ella. La oración y los sacramentos ayudan a ello. La entrega y amor mutuo de los esposos consuela de esta lógica frustración; si la no llegada de los hijos esperados erosiona el amor conyugal, en lugar de ser motivo para reforzarlo, entonces ese matrimonio debe completar su vivencia amorosa para adecuarla al voto auténticamente cristiano: amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas.
Al igual que los personajes bíblicos que hemos citado arriba, los estériles deben encomendar al Señor su anhelo, en la esperanza de que siempre pueden ser escuchados, pues para Dios nada hay imposible. Asimismo, pueden expresar su amor y entrega acogiendo como padres adoptivos a niños que hayan quedado privados de sus padres o hayan sido abandonados por estos, pues de todo mal se puede sacar un bien, y el deseo de un hijo de un padre, y la necesidad de un padre de un hijo pueden complementarse para el bien de ambos. Precisamente la socialización del aborto ha provocado que la inmensa mayoría de niños abandonados sean asesinados antes de nacer, aumentando así el sufrimiento de muchos cónyuges que no pueden mostrar su amor adoptándolos y dándoles la oportunidad de vivir. El Magisterio católico alienta también los trabajos sociales a favor de niños desfavorecidos o minusválidos como una forma de canalizar el deseo de paternidad no logrado por medios naturales. La comunidad cristiana debe sostener y consolar a los esposos que sufren este duro trance.
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Conclusiones
Solo entendiendo que los padres, por medio del acto carnal unitivo y procreativo, no son sino cauce para manifestar el plan de Dios, servidores y no dueños de su obra, cooperadores privilegiados de la donación de la vida, se puede comprender que no existe un derecho a la maternidad, sino el regalo de los hijos. Que son los niños los que tienen el derecho a recibir una paternidad amorosa y responsable.
Aquella mujer que se somete a técnicas artificiales para concebir, está rompiendo la vía natural de paternidad, mostrando su desconfianza o desprecio en los planes de Dios (por tanto, apostatando), tomando título de propiedad sobre la nueva vida, al decidir el cuándo y el cómo, y manifestando una clara conducta egoísta al anteponer sus deseos a cualquier consideración de legitimidad moral. Esta ilicitud se agrava cuando además lo hace sin contar con esposo, negando a su hijo no solo un origen natural, amoroso y digno, sino también un padre, siquiera adoptivo.
El amor de Dios hacia todos nosotros es el gran maestro del amor que hemos de tenernos como hermanos. La misericordia de Dios es infinita, y ama toda vida humana, incluyendo aquella que no se genera según sus designios (no es muy distinta desde este punto de vista la fecundación artificial a los hijos engendrados en adulterio). En nuestra sociedad este tipo de prácticas se han extendido ampliamente en buena medida porque no ha habido una contestación moral; mayor responsabilidad tenemos los católicos, ya que nuestra Iglesia enseña con gran profundidad cuál es el camino natural y enriquecedor, y cuál el utilitarista y egocéntrico. Mas pastores y seglares callamos en público, y reservamos la doctrina de la Vida para círculos privados (y no siempre). Mal hecho, pues cooperamos con un mal y justificamos la ignorancia de la sociedad.
Cristo dijo que no se encendía una lámpara para ocultarla. En esto, como en todo, sus palabras son palabras de Vida Eterna, y estamos en la obligación de vivirlas coherentemente y enseñarlas a los que no las conocen. Con mayor motivo a los impíos.
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Abraham, apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que él llegaría a ser padre de muchas gentes, según el dicho: “así será tu descendencia”. Y no se debilitó su fe, considerando que su cuerpo estaba ya sin vigor al tener casi cien años, y que el seno de Sara estaba ya como muerto. Y ante la promesa de Dios no vaciló con incredulidad, sino que fue fortalecido en la fe, dando gloria a Dios, estando bien convencido de que él es poderoso para cumplir lo que ha prometido, y por esto fue reputado como justo.
Carta de san Pablo a los Romanos, capítulo 4, versículos 18 a 22
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29 comentarios
Un gran artículo que da para mucho, y estando de acuerdo con lo que señalas, sobre todo en la conclusión, quisiera hacer alguna puntualización, como es la siguiente y es que también antes, en muchos casos, los hijos eran tomados como una propiedad, y generalmente del padre (y por cierto, también se consideraba así a la mujer, como propiedad del marido).
Además, si bien la mujer no tenía tal "derecho" a la maternidad, sí que existía casi la "obligación" de la maternidad, fundamentalmente mediante la presión social.
Bueno, ciertamente estas observaciones van referidas al pasado; respecto al presente, pues francamente, no acabo de entender esa desesperación de algunas mujeres cuando no pueden tener hijos; como bien señalas, los hijos son un don de Dios, y si El quiere enviarlos pues estupendo, pero en caso contrario pues siempre se puede adoptar o comprometerse en alguna actividad dedicada a la infancia...no sé, pero me resisto a creer que existe un "instinto maternal" que en caso de no verse realizado por la propia sangre (descendencia propia) puede llegar a ser tan enloquecedor y frustrante como para acabar mal de la cabeza. No me lo creo, no lo puedo creer. También a mi me suena a egoísmo y vaciedad existencial.
Un cordial saludo y gracias por tan interesante y profundo artículo.
"Se trata del triunfo de la voluntad de la mujer acerca de su sexualidad sobre cualquier otra consideración, concebido como objetivo ideal. Es frecuente escuchar la definición de esta actitud como liberación o libertad".
Por supuesto que entiendo en qué sentido se está hablando, pero esto me ha dado pie para la siguiente reflexión, y es que el triunfo de la voluntad sobre la naturaleza en realidad debería considerarse como el sometimiento de las pasiones y del instinto a la razón. Y eso es lo que siempre debería ser. La verdad, no considero que en ese sentido se haya conseguido alcanzar ninguna libertad; más bien se han eliminado y se eliminan las consecuencias de haberse dejado llevar por las pasiones. Pero eso no es regular la sexualidad, eso es someterse más aún a ella.
Un cordial saludo.
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LA
En efecto, Ana. Y eso es porque ir contra la Ley Natural no es someter a la naturaleza. Echar mano de la técnica para poder eliminar las consecuencias de obrar desordenadamente nunca es la solución. Primero, porque la ofensa a Dios no queda impune, solo sus consecuencias, y solo temporalmente. Segundo, porque sólo a través del compromiso y la donación, tanto en el matrimonio como en la paternidad, se alcanza el verdadero amor, y la felicidad. El amor nunca puede nacer del egoísmo vital.
Tercero, porque el anhelo de control es una ilusión: se vende una sexualidad sometida completamente a voluntad gracias a la tecnología, y nunca se enseña la letra pequeña de sufrimientos y fracasos; no es oro lo que reluce.
Dado que en este punto de moral el fin que se pretende es más o menos borrosamente bueno, y lo que falla es el empleo de medios inmorales, se hace necesario el acogimiento y la misericordia más extremas, pero siempre sin faltar a la Verdad.
A los matrimonios que sufren por falta de hijos y terminan cayendo en el camino ancho y llano de procurárselos al margen de Dios (muchos de ellos católicos), enseñar una y otra vez los objetivos y fines del sacramento, reforzar su amor mutuo y consolarlos fraternalmente en su humana tristeza, ayudándolos a llenarla de sentido.
A los solteros que encargan hijos como si se trataran de un producto de consumo, catequizar adecuadamente, para que entiendan que un hijo es por naturaleza el maravilloso regalo y consecuencia de un amor humano, y que si no se logra el compromiso vital de ligarse a una persona, mucho menos se está preparado para el de educar adecuadamente un hijo.
Y orar siempre abundantemente por todos.
Gracias por tu participación, Ana. Un cordial saludo.
Son demasiados miedos los que me asaltan como para "arriesgarse" (confiar, fiarse de la providencia): no poder hacer frente a la educación y mantenimiento de la prole, falta de tiempo e incompatibilidad de los horarios conyugales, una hipoteca asfixiante,posibilidad real de perder el trabajo, adquirir una monovolumen de 6-7-9 plazas... etc.
Y es que comprendo que la fe es un riesgo, pero...
Claro que si viviéramos en una auténtica comunidad cristiana estos miedos se compartirían entre todos al igual que la fe y los bienes.
Dada esta situación y sabiendo que no todos los moralistas explican estas cuestiones con tanta contundencia... uno tiende a complacerse con la interpretación que más le conviene. Parece que como ya soy padre... "he cumplido" con el compromiso matrimonial y sigo adelante con los demás, pero al leerte no puedo dejar de escrutar mi conciencia y preguntarme si realmente es lo que debo hacer, es lo que Dios quiere.
Con la exposición de estas circunstancias habituales en muchos matrimonios no te estoy pidiendo un juicio moral, sólo quería recalcar las dificultades que tiene el estar abierto a la vida y mantener una paternidad responsable.
Paz y Bien.
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LA
Estimado Kairós, comentas aquí un asunto que en absoluto es baladí, las dificultades de la crianza responsable de los hijos según la enseñanza magisterial. Sería un poco lo opuesto al tema que trata este artículo: las consecuencias de la generosidad de los esposos que acogen los hijos que llegan, frente al egoísmo de los que desean controlar por completo la venida de sus hijos.
La Iglesia es Madre y Maestra, está iluminada por el Espíritu Santo y tiene 20 siglos de experiencia pastoreando al Pueblo de Dios. No es en absoluto ajena a la problemática práctica de las familias numerosas, y en los puntos 2368 a 2370 del Catecismo de la Iglesia Católica se aborda esta coyuntura. La oración, el sacrificio y la unión familiar (fundamentalmente de los esposos), junto a, como bien dices, la ayuda de la comunidad, deberían ser (y son, cuando existen) suficientes para superar la mayor parte de las situaciones adversas.
No obstante, cuando existen amenazas severas al bien del matrimonio o los hijos (y una crisis económica como la actual, en la que ambos cónyuges pueden quedar en paro y tener problemas para, literalmente, alimentar a sus hijos, es obvio que puede serlo), puede ser conveniente espaciar la posibilidad de traer más al mundo, pues la paternidad también ha de ser responsable por parte de los padres. Esta "regulación" se debe hacer tras un profundo examen de conciencia para establecer la verdadera necesidad, solicitando consejo espiritual si es preciso, y por motivos verdaderamente justificados, siendo siempre algo temporal y nunca una actitud vital del matrimonio. La Iglesia enseña que se ha de respetar siempre la naturaleza unitiva y procreativa del acto sexual, por lo que esa "regulación" se basa en la castidad de los esposos, normalmente llevada a cabo en los períodos de fertilidad de la mujer.
Escribí este artículo sobre lo que comentas hace un par de años. Te aconsejo que no dejes de lado la discusión, pues se trató en profundidad dudas como las que comentas, desde diversos puntos de vista.
Paz y Bien.
En una palabra, querido doctor, al igual que el uso de la higiene y, algo más artificial, la vacuna pueden atemperar los efectos de una "natural" epidemia el hombre puede usar de las técnicas que usted aprendió para mejorar y corregir los fallos, no de Dios, sino de la evolución. Y lo hace gracias a esa chispa de sabiduría que Dios le dió para que colaborara en la Creación.
Un cordial saludo.
El tema es que el ser humano no solo es instinto; de acuerdo que es imposible hacerlo desaparecer, pero siempre los puede dominar y hacerse dueño de ellos; sinceramente, lo contrario me parece que es dejarse dominar por esos instintos, y creo que el ser humano siempre debe estar por encima de los dictados de la naturaleza (o especie o genes).
Un cordial saludo.
El hombre no debe conformarse con ninguna práctica inmoral. Agar no fue útero subrogado, sino concubina, y su hijo Ismael hijo natural de Abraham. No hay, por tanto, ruptura de la unicidad y procreación del acto carnal, como enseña la Iglesia.
Como es obvio, las prácticas legales ancestrales del pueblo hebreo con respecto a los hijos de esclava que se reconocían como hijos del ama estéril, abrogadas mucho antes de la venida de Cristo, no tienen papel alguno en la Revelación de la Palabra de Dios. Se trata de simples tradiciones (de inspiración mesopotámica) que actúan de marco para desarrollar la catequesis de los planes de Dios. Por ejemplo, el patriarca Judá entra en su nuera Tamar, tomándola, sin conocer su identidad, por una prostituta. Su historia se emplea con un fin edificante, ello no supone sanción religiosa de la prostitución, ni nadie lo considera así.
En cuanto a la concepción de Isaac, se trata de un milagro del propio Yahvé. ¿Está usted estableciendo que nosotros podemos con la técnica emular los milagros de Dios? ¿tal vez nos asoma la patita del "seréis como dioses" al que hago alusión en el artículo?
No, la técnica médica no está para "corregir los fallos de la evolución", con toda la ambigüedad que esa expresión puede contener (¿eliminar a razas inferiores?¿acabar con los miembros más débiles de la sociedad?), sino para tratar y curar, si es posible, las enfermedades. Como ya advierto en el texto, explícitamente, la infertilidad es una patología; no tener hijos, no lo es.
En cuanto a su personal interpretación de la divinidad con respecto a la genética poblacional y la evolución, no deja de ser una teosofía personal. Los cristianos conocemos que el plan de Dios ha sido revelado al hombre a través de la ley y los profetas inicialmente, y por Jesucristo en su plenitud. En sus puntos fundamentales, sin participación ni inteligencia de la humanidad. Y esa es la enseñanza que vivimos y transmitimos.
Un saludo.
La consciencia de la que está dotado el hombre puede llevarle a cuestionarse la necesidad de comer o respirar. El uso de la razón, el sentido de la realidad, le lleva inmediatamente a aceptar su condición, no es un espíritu puro, y no estimular una cultura de rechazo de la nutrición. Debo aceptar que por influencia de los cultos mistéricos en los cuatro primeros siglos del primer milenio y de Pablo de Tarso se desarrolló, en nuestra cultura, una obsesión exagerada patológica contra la sexualidad. Triunfó Pitágoras o Platón frente al naturalismo Aristotélico. La fantasía de la dualidad cuerpo alma. El desprecio hacia el cuerpo y la negación de nuestra pulsión sexual junto con la valoración del dolor, del sufrimiento lleva a la locura y al continuo incumplimiento de un plan angélico de vida, irreal. Renunciar a la técnica es ridículo. Forma parte de nuestra cultura. El Dr. Gregory Goodwin Pincus ha permitido que la sexualidad pueda separarse realmente de la reproducción y esto ha sido una revolución para la mujer. Dejó de ser el "coito interrumpido" el "método católico" para ejercer la paternidad responsable. Bla, bla, más naturalismo, menos sobrenaturalismo.
Más bien el uso de la razón lleva al ser humano a moderar y controlar sus instintos y necesidades; la necesidad de comer se reconoce como lo que es, pero de eso a la gula o a los desórdenes alimenticios existe un buen trecho. Lo mismo por lo que se refiere a la sexualidad; no somos bonobos. Y por cierto, recuerde el relato del auriga y los dos caballos.
Por otra parte, el que gracias a la técnica se pueda separar sexualidad de reproducciíon, a lo único que ha llevado es a que la mujer se acabe instrumentalizando. Comprendo que sean los hombres (en general) los que pretendan hacernos ver a las mujeres las "maravillas" de tal "liberación", pero eso a lo único que lleva es al empobrecimiento y al embrutecimiento de la persona y desde luego, de la relación.
Miguel, no se rechaza ni al cuerpo ni a los sentidos, pero al menos por mi parte, lo que sí rechazo de lleno es la animalización de cualquiera de sus facetas y en cualquiera de sus actividades, sean instintivas o lo que sean.
Un cordial saludo.
"Que el marido dé a la mujer lo que es debido y de igual modo la mujer al marido. La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo, sino la mujer. No os privéis uno del otro, si no es de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaros a la oración; después volved a estar juntos, no sea que Satanás os tiente de incontinencia" (1Cor 7,3-5). Y todo en caridad, y por tanto, en castidad. "No como hacen los gentiles, que no conocen a Dios" (1Tes 4,5).
Es uno de los más hermosos que se han escrito sobre el tema de las relaciones sexuales, ya que de lo que se trata es de la donación mutua, de generosidad recíproca, no de instrumentalización del otro. Y es que los católicos, Miguel, podemos ser muy exquisitos.
Un cordial saludo.
Interpreta usted erróneamente la enseñanza de la Iglesia con respecto a la sexualidad: no hay desprecio hacia el cuerpo, sino respeto profundo; no hay negación de la pulsión sexual, sino integración de la misma en un marco de amor, donación mutua y apertura a la vida. Es decir, elevación de un plano puramente animal, a uno espiritual.
Tampoco hay ningún tipo de exaltación del dolor o el sufrimiento, sino su aceptación como algo inherente a la vida, y su comprensión desde un punto teológico vital (eso es lo que significa "tomar la cruz de Cristo"). Muy al contrario, la búsqueda exclusiva del placer (sea sexual o de otro tipo) y la evitación a toda costa de cualquier sufrimiento, esto es, el hedonismo, conduce a la irresponsabilidad y la pérdida de comprensión del sentido de la vida.
El coitus interruptus no es ningún "método católico", y de hecho ofende usted la enseñanza magisterial con tal afirmación, pues la Iglesia considera explícitamente inmoral y desaconsejable todo acto sexual que separe los fundamentos unitivo y procreativo, como hace esta práctica. En el Génesis, Onán lo practica y Yahvé le castiga nada menos que con la muerte (Gen 38, 8-10).
La mentalidad voluntarista antepone la decisión individual de la mujer sobre el amor conyugal y el plan de Dios. Sus consecuencias ya las estamos viendo: descenso catastrófico de la natalidad, matrimonios quebrados, hijos sin padre, criados en hogares rotos, fracaso vital y amargura en infinidad de personas. Desde el punto de vista humano, un rotundo fracaso; desde el punto de vista teológico, fiar más en la inteligencia personal que en la sabiduría divina. Apostasía.
Los métodos anticonceptivos, como los anovulatorios, han roto la relación natural que existe entre cópula y procreación, y lo han hecho por medio de elementos artificiales que actúan sobre una fisiología natural y sana. Su defensa y promoción resulta muy incoherente para alguien que demanda "más naturalismo".
Un saludo.
De todas formas, a lo largo de la historia se han cargado tanto las tintas sobre este último aspecto que no me extraña la frustración y desesperación de algunas.
Un cordial saludo.
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LA
"Nosotros somos menos animales, más hombres y transcendemos a un sexo concebido como pura reproducción". Cierto; a un sexo que sin romper con su naturaleza reproductiva, trasciende a una unión de amor y compromiso sacramental.
"El placer está integrado en el hombre y en sus funciones". Cierto, integrado, y no disociado. Integrado con su amor conyugal, con su compromiso y con su marco fisiológico.
"El pecado de Onan consistió en negar la semilla a la cuñada privando al hermano muerto de descendencia. Si con su mujer no lo condenarían a muerte". Falso. No, Miguel usted no sabe eso, hace usted una afirmación sin fundamento, porque el único lugar en la Biblia donde se cita una práctica de sexo disociativo es esa, y el que la hace es condenado a muerte por el mismo Dios. Normal, ya que los hebreos, como todos los antiguos, como todos los pueblos de la historia hasta la aparición del modernismo filosófico, consideraban la fecundidad una bendición, y jamás se les hubiese pasado por la cabeza intentar evitar la naturaleza procreativa del acto carnal cuando tenían relaciones conyugales. Como mucho, se lo planteaban cuando estas eran adúlteras. La tortura retorcida de textos sagrados para justificar la anticoncepción o la fecundación artificial pertenecen a nuestro tiempo, dominado por el voluntarismo anticristiano.
"El nombre de "método católico" no lo inventé yo. Se llamaba así hasta mediados del siglo pasado". Evasivo. Me da igual quién o cuando lo llamara así, Miguel. Jamás la Iglesia ha enseñado tales prácticas como admisibles para un católico. El que una calumnia sea muy antigua no le da más autoridad.
"Cuando digo naturalismo lo digo VS sobrenaturalismo". Erróneo. Precisamente una característica del pensamiento modernista es el "aut, aut", la obligación innecesaria de escoger entre dos bienes, o dos males, cuando la Tradición católica es claramente "et, et". Dios creó la naturaleza, por tanto, no hay contraposición en seguir los dictados de la Ley natural y los de la Ley divina, ambos emanan de la misma fuente. La contraposición existe entre el Bien (seguir los mandatos de Dios) y el Mal (erigirse el hombre en dios y rechazar aquellos). Respetar el orden natural procreativo del acto sexual es perfectamente coherente con mantener la naturaleza unitiva conyugal del mismo.
"... como dice Juan Enrique Newman, y recoge el Catecismo, es el primer Vicario". Bien traído. Me agrada que cite usted el Catecismo de la Iglesia Católica como fuente de autoridad. Aplíquese el consejo y siga sus indicaciones sobre este punto, que hallará recogidas en sus puntos 2366 a 2379.
"Quienes no lo entiendan así que actúen según su conciencia". Incompleto. Conciencia debidamente formada. Si la conciencia la forman filósofos o teólogos que propugnan el antropocentrismo, el panteísmo y la errancia de Escrituras o Magisterio de la Iglesia, entonces tal conciencia no está formada según la enseñanza dos veces milenaria del cristianismo, y conducirá a la increencia, el error y la perdición.
4º párrafo. Citaré a Garrigou Lagrange:
“La Iglesia es intolerante en los principios porque cree; pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen; pero son intolerantes en la práctica porque no aman”.
La dirección espiritual orienta y dirige al acólito en la práctica. Tiene en cuenta muchas circunstancias que un conjunto normativo no puede regular. Ante la demanda del débito conyugal, la inconveniencia de incrementar la prole y la dificultad de aplicar los métodos llamados naturales no era raro, esa el la leyenda, que se sugiriera el "coito interrumpido". Probablemente sea una leyenda urbana y lo que supongo recomendaría el buen confesor, percibida la imposibilidad de la abstinencia, sería un preservativo.
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Entiendo mejor lo que quiere usted decir. Con todo, estaría bien si me pudiese indicar algún tratado de dirección espiritual en el que un autor católico (con su nihil obstat, se entiende) aconsejara en alguna circunstancia recomendar a los fieles la práctica del onanismo conyugal. En cuanto a lo que diga un buen sacerdote en el sacramento de la confesión, me va a permitir que me acoja al mismo argumento que emplea usted para no afirmar dogmáticamente la veracidad de profecías y milagros: a mí jamás me lo ha dicho ninguno, ni conozco a nadie que se lo haya dicho. Por tanto, como persona que percibe y opina, no tengo constancia de esa práctica en toda la historia de la Iglesia.
Sabrás que que, siempre, estás obligado a seguir, por encima de todo, a tu conciencia. Toda persona escucha, reflexiona y resuelve. Eso es todo.
Es ridículo decir que si la conciencia no resuelve como tu crees que debe está mal formada y pierde su imperio sobre la propia voluntad.
Sería posible que un líder de una secta pueda influir tanto en la conciencia de un acólito que pierda su identidad. Estaríamos ante un estado cuasi-patológico y muy grave. Así que la conciencia se forja con la formación, el estudio, escasos o mejor nulos contactos con gurús, y procurando amar y ser amado. Y libertad, mucha libertad, leer textos y escuchar muchas opiniones distintas. Recuerdo el discurso de Jidu Krisnamurti al disolver, el día de su inauguración, la "orden de la estrella de oriente". Maravilloso mensaje.
La conciencia bien formada por las autoridades nacional socialistas hizo que se embotara la conciencia individual de muchos alemanes.
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"Es ridículo decir que si la conciencia no resuelve como tu crees que debe está mal formada y pierde su imperio sobre la propia voluntad"
¡Exacto! Por eso la formación de la conciencia no puede quedar en manos de una única inteligencia humana, por muy elevada que sea. Por eso, para esa labor, los católicos seguimos los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo, Dios hecho hombre, Salvador y Redentor del Mundo, y las enseñanzas de la comunidad de sus apóstoles, que pervive a lo largo de la historia y hasta su fin en la Iglesia.
Eso es, precisamente, lo que nos protege de gurús, sean orientalistas, esotéricos o nazis.
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Hace usted una valoración personal, y me habla de directivas, más o menos ocultas, de las cuales no aporta pruebas, ni referencias. Viene a pedirme que fíe en su palabra, pese a que la doctrina oficial de la Iglesia se pronuncia solemnemente en contra de esas prácticas, de origen ignoto (¿quién las recomienda?) y supuestamente recomendadas "para los padres espirituales". De nuevo, no me queda decirle sino que, "como persona que percibe y opina, no tengo constancia de esa práctica en toda la historia de la Iglesia".
Y si es así, sería mejor que no lo mencionara, no sea que pase lo mismo que cuando se supo lo de la píldora y las mujeres en grave riesgo de sufrir violación. Para algunos fue un auténtico escándalo, así que en boca cerrada, ya sabe...
Un cordial saludo.
Hay división de opiniones pero, considerando que la muerte por un "coitus interruptus" es excesiva me inclino por la mía. Copio a Voltaire:
"Judá había casado a su hijo primogénito Her con Tamar la fenicia. Her murió «por haber sido perverso». El patriarca quiso entonces que su segundo hijo Onán se casara con la viuda del primogénito, obedeciendo la antigua ley de los egipcios y de los fenicios; esto se llamaba «hacer» salir hijos a su hermano. El primer hijo del segundo matrimonio tenía que llevar el nombre del marido difunto de la mujer, y esto es lo que Onán no quería. Odiaba a su hermano, y por no tener un hijo que llevase el nombre de Her, dícese que «echaba el semen en el suelo»."
Tomado de:
http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Voltaire/Onan-onanismo-Diccionario-Filosofico.htm
He visto que se forzó tu interpretación para tener algo del AT contra "restringir la procreación". No lo encontrarás estaba tan claro que lo que hay es innumerables incumplimientos de "pacatería sexual" en pos de obtener descendencia ( Hijas de Lot ...)
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No sé si existe división de opiniones. Sé lo que enseña la Iglesia sobre esta práctica. Sé también que Onán ejerció esa práctica por egoísmo (no querer darle un hijo legal, aunque no natural, a su hermano muerto). Pero no quiso privarse del placer o la expresión de afecto que la cópula conlleva, puesto que de otro modo sencillamente se hubiese abstenido de yacer con Tamar.
Es decir, exactamente los mismos motivos que llevan hoy en día al onanismo. Corresponde en pura lógica, la misma condena.
Voltaire es un autor interesante como filósofo. Como autoridad moral, para un católico, es en su conjunto, maestro de anticristianismo.
En cuanto al ejemplo de las hijas de Lot (Gn 19, 30-38), no comprendo porque lo trae en su defensa: cometen incesto (explícitamente condenado en Dt 17, 20) embriagando a su padre (con lo que además violan el cuarto mandamiento). De hecho, este texto trata de alejar a los israelitas de los pueblos de Amón y Moab, en base a su origen corrupto.
Es decir, precisamente este episodio es un ejemplo claro de conducta humana negativa que reprueba Yahvé. No puede justificar esta práctica, sino más bien fortalece su condena.
Además, la disociación que hacen las hijas de Lot del acto carnal es en su sentido unitivo, no en el procreativo; es decir, al revés que Onán.
No me refería a ese uso, que más o menos todos aceptan. No, me refiero al uso cuando existe grave riesgo de violación, sean ellas lo que sean (vírgenes o no). Y chitón.
Un cordial saludo.
Los preceptos morales de muchas religiones suelen coincidir. En lo esencial. También coinciden, salvo las sincretistas, en que cada una niega la legitimidad de las otras. Hay reuniones entre confesiones para definir ese máximo común divisor que sería algo así como la "Ley Natural". Otra fuente podría ser las solemnes declaraciones de organismos internacionales. Pongamos el ejemplo de sumo talento y racionalidad (naturalismo) de Averroes viviendo en una sociedad con una religión fundamentalista y teocrática como es el Islam. La salida del cordobés fue postular la "doble verdad" una para lo racional y otra para la Fe. Guillermo de Ockham creo que la reformuló y el Aquinate la rechazó. No parecen muy coincidentes en cuando se abandona lo moralmente nuclear.
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La Ley natural viene definida como el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la pura razón la diferencia entre el bien y el mal. Por eso en todas las civilizaciones, antes y al margen de la revelación de Dios, han existido una serie de normas morales comunes: la condena del asesinato o el robo, la apreciación de la verdad, la protección de los hijos, etc. Es decir, que incluso antes de la revelación divina, el hombre tiene un rudimento moral que le distingue de los animales.
No encuentro en ningún autor cristiano la definición de Ley natural como "mínimo común denominador de las religiones". La religiosidad es la expresión filosófica y material del anhelo que todo hombre tiene por hallar a Dios. Es un término un tanto difuso que incluye, desde supersticiones o adoración de fenómenos naturales a la teosofía, los rituales o la verdadera revelación de Dios. Tratar de llegar a una equidistancia entre este combinado de cosas diversas y hasta contrapuestas nos hace poner a la misma altura Verdad y error. Máxime cuando empleamos nuestra imperfecta inteligencia como máximo criterio. Cristo nos ahorró hacer ese trabajo: ya lo tenemos hecho.
La cita a Averroes, como la de Voltaire, nos introduce en el mundo de la filosofía racionalista (que no es equivalente, por mucho que se empeñe el ateísmo ideológico, a la Razón; del mismo modo que no es lo mismo Ciencia y ciencismo). Hay que estudiar a estos autores, pero siempre teniendo claro que la autoridad teológica que está por encima de ellos es la de los autores que han reconocido la revelación divina a lo largo de la Historia, culminada en Jesucristo. Eso es lo que creyeron los primeros discípulos de Jesús, y que seguimos creyendo los cristianos de hoy en día.
Eso es lo que define a un católico.
Salutaciones múltiples con cabriolas y mucha paz del Señor.
Sabes perfectamente que estaba obligado a dar descendencia a su hermano, a yacer con su viuda. El no hacerlo le hubiera acarreado la misma pena que hacerlo tirando la simiente al suelo.
Tu empeño es culpar la masturbación. El padre Francisco de Vitoria en sus "Relecciones Teológicas" deja claro la inocencia "per se" de la fornicación. Es por ser la causa de la procreación por lo que debe limitarse a los casos en los que se puede hacer frente a la educación de la prole. Sabias palabras.
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Gn 38, 1-26. Judá obligó a Onán a "entrar" en su nuera Tamar la cananea, viuda de su primogénito Er, para que este tuviese descendencia legal, según la norma del levirato. Onán no deseaba engendrar hijos que no fuesen suyos, y practicaba el onanismo (que no deja de ser una suerte de masturbación, de forma que durante mucho tiempo se les han considerado palabras sinónimas). Dios le castiga por ello con la muerte.
Como ya digo en un comentario anterior, es obvio que una de las causas del castigo es el egoísmo de Onán hacia su hermano. Es difícil saber qué castigo le hubiese procurado negarse a cumplir con la ley del levirato, pero eso no son más que conjeturas, pues Onán trata de cumplir aparentemente la encomienda de su padre, empleando un engaño que provoca la disociación entre la unicidad y la procreatividad del acto carnal.
Todos los comentaristas católicos están de acuerdo en que también el medio empleado es inmoral (no es "un empeño mío"), y también es merecedor de castigo. No encontramos en el AT otro ejemplo similar, ni para justificarlo ni para condenarlo, y el único es este, y está condenado con la muerte.
Lo más parecido se halla en Levítico 16, 15, donde se determina la impureza del varón que tuviera efusiones seminales, aunque no queda claro si se refiere únicamente a las involuntarias, o también a las provocadas. En el caso de Onán, no obstante, hay una diferencia, puesto que ese "derrame" se produce durante la cópula conyugal, y es evidentemente voluntario.
No he leído esa obra del padre Vitoria, así que no puedo opinar, dado que desconozco el texto y el contexto. Sobre la maldad de la fornicación yo me atengo a lo que mandó Nuestro Señor Jesucristo en Mt 15, 19: "porque del corazón salen las intenciones malvadas: asesinatos, adulterios, fornicaciones..."
"Es ridículo decir que si la conciencia no resuelve como tu crees que debe está mal formada y pierde su imperio sobre la propia voluntad"
"como tu crees" se refiere a vos, el que escucha, no al que dice la frase.
Un ejemplo de leer de todo es citar a Voltaire. En lugar de leer lo que dice, protestas que no te gusta porque te han dicho que ha escrito contra la Iglesia.....Yo además se lo que dicen Libros y tradición de la Iglesia.
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LA
No puedo evitar una sonrisa al leer: "como tu crees se refiere a vos, el que escucha, no al que dice la frase". Me pregunto ¿por qué no aplicársela también al que dice la frase? ¿acaso tu inteligencia está más dotada que la mía (o la de cualquier otro) para formar la conciencia? ¿puedes tú formar la conciencia de otros? y, sobre todo ¿puedes hacerlo mejor que veinte concilios generales y cien papas?
Por cierto, usted no sabe cuánto he leído o no de Voltaire. ¿No teme equivocarse al aventurar una opinión sobre lo que yo sé o no de Voltaire?
No creo que Luis critique a Voltaire sin haberlo leído; no es su estilo. Y efectivamente Voltaire era racionalista, un ilustrado; creo que estaremos de acuerdo en que una cosa es el racionalismo y otra la Razón. Y de sobra sabemos todos que el racionalismo no puede admitir la fe; la Razón sí ya ésta puede tener y de hecho tiene distintos puntos sobre los que enfocar y abarca muchísimo más (bueno, puede abarcarlo todo), cosa que no ocurre con el racionalismo, que es estricto, muy estricto. Y estará conmigo, supongo, en que una cosa es ser racional y otra muy distinta, ser racionalista.
Un cordial saludo.
Un cordial saludo.
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