Los mártires de Córdoba (I)
Los cristianos en el emirato de Al Andalus
La conquista del reino de España por el califato de Damasco fue una guerra de raíz fundamentalmente religiosa, y en su mayoría se llevó a cabo por medio de pactos de rendición con los nativos. La Iglesia hispana perdió casi todas sus posesiones y sus principales templos, que fueron convertidos en mezquitas. Muchos nobles hispanogodos huyeron al reino de los francos, o se unieron a los rebeldes astures y cántabros en las montañas del norte, pero la inmensa mayoría prefirió pactar con los invasores, allanándose a su dominio, a cambio de conservar sus posesiones y fe.
Los árabes se enriquecieron con el patrimonio incautado a la Iglesia y a los nobles huidos o que habían presentado resistencia. El califato estableció con los no musulmanes las disposiciones coránicas, que no perseguían a los dhimmi (“gentes del libro”, judíos y cristianos), pero sí los discriminaban. Les estaba vedado el acceso a cualquier cargo público, y debían satisfacer un impuesto especial (jaray). Las comunidades cristianas estaban bajo la autoridad de funcionarios propios con títulos latinos que respondían ante la autoridad civil islámica. Al jefe local se le llamaba protector, y muy frecuentemente, conde. Personajes importantes ostentaron ese cargo. Los tres hijos de Vitiza, por ejemplo, conservaron su fe, y se establecieron en el emirato: Agila (el rey depuesto), en Toledo, Olmundo en Sevilla y Ardabasto en Córdoba. Este último fue “conde de los cristianos” de la ciudad, consejero de los emires y se dice que se intitulaba “rey de los cristianos de España”, recibiendo en un trono chapado de oro y plata en su palacio de la ciudad. El jaray era cobrado por un agente llamado exceptor. El propio Pelayo ejerció esa tarea en una ocasión, llevando el impuesto de los astures hasta Córdoba, antes de escapar a la montaña cantábrica e iniciar desde allí su lucha contra los musulmanes. Los litigios entre cristianos eran juzgados por un magistrado propio, el censor, llamado por los musulmanes kadí en-nasara, que aplicaba el Liber Judicum visigótico.
La realidad es que el afán por añadir la influencia política a la riqueza patrimonial, llevó a muchos nobles a convertirse al Islam en las décadas que siguieron a la conquista. Notables aristócratas godos lo hicieron tempranamente, como la familia de los Banu Kasim, acaso descendientes de un Casio, que dominaban el Alto Ebro al sur de Pamplona, y que jugarían un papel muy importante en la política del emirato. Algunos conservaban sus nombres latinos o godos, como por ejemplo las familias nobles de los Banu Angelino o los Banu Sabarino de Sevilla. A los hispanogodos que se convertían se les llamó musalima (“musulmanes nuevos”) o más frecuentemente muwalladun, muladíes (“conversos”). Como suele ocurrir, los padres se convertían por conveniencia, y los hijos, educados en el islam, lo eran ya convencidamente. Con frecuencia, más radicales en su fe que los “musulmanes viejos”. A finales del siglo VIII la mayoría de los hispanogodos ya formaban parte del grupo de los muladíes, el más numeroso de la península.
A los hispanogodos que permanecieron en la fe de sus padres se les llamó acham (“extraños”), y en el caso de los cristianos, musta´rib (“arabizados”), es decir, mozárabes. Cada vez más minoritarios y discriminados, los mozárabes hallaron su unidad, más que en los funcionarios, en su fe y en la Iglesia. Ya no habían más reyes en Toledo, pero los obispados seguían existiendo, y el metropolitano toledano seguía viendo reconocida su primacía, y ejercía de ese modo un papel aglutinador de las esperanzas y padecimientos de todos los cristianos de España.
Los faquíes (maestros coránicos) motejaban con frecuencia a los gobernadores de malos musulmanes por tolerar la fe cristiana y no alentar la conversión de los mozárabes al islam. Les acusaban con razón de querer monopolizar los cargos públicos y enriquecerse con el impuesto a los cristianos, pues de haber existido una conversión masiva el tesoro público se hubiese visto mermado gravemente, y por ley los árabes hubiesen debido compartir los puestos funcionariales con los hispanogodos musulmanes. Ocasionalmente, un emir piadoso prestaba oídos a estas reclamaciones y prohibía reparar iglesias, repicar campanas, llevar a cabo el culto o hacía oídos sordos a las quejas de los condes cristianos por los abusos y maltratos de los musulmanes. Así, periódicamente, grupos de mozárabes se refugiaban en el pujante reino astur-leonés, llevando con ellos su saber latino y su rencor hacia los musulmanes. Las huidas y las conversiones iban menguando las comunidades cristianas en el emirato de Al Andalus.
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Los mozárabes de Córdoba
Las comunidades cristianas más pujantes eran las de Toledo y Sevilla, pero también tenía mucha importancia, tanto por su número como por hallarse en la capital emiral, la de Córdoba. Aunque habían visto confiscada su catedral y otras iglesias importantes para ser convertidas en mezquitas, los cristianos cordobeses poseían varios templos. El principal estaba dedicado a san Acisclo, patrón de la ciudad desde tiempos romanos. También destacaba el dedicado a san Zoilo. Se conservaban también algunos monasterios alrededor de la ciudad, entre los que destacaba el de Guadimellato, en la carretera a Toledo.
Los cristianos de la comarca ya habían sufrido persecución. En 822, dos hermanos hijos de un matrimonio mixto de musulmán y cristiana (que por ley eran considerados musulmanes), llamados Adolfo y Juan, declararon públicamente su fe cristiana y fueron ejecutados como apóstatas. También la monja Pomposa, del monasterio de san Salvador de Peñamelaria (a unos seis kilómetros de la capital), había sido decapitada por escapar del mismo y presentarse ante el cadí proclamando su fe cristiana, en 835.
En 850, siendo emir el omeya Abd-ar-Rahman II y visir el eunuco Nasar, un hispanogodo converso del cristianismo, los mozárabes cordobeses estaban intranquilos. En años recientes habían ocurrido numerosas revueltas en el emirato, y entre ellas, conspiraciones de cristianos en Toledo, Mérida y Málaga. El faquí Yahya, un berberisco fanático, era el consejero espiritual del emir, y le alentaba a islamizar definitivamente a todos sus súbditos, sin excluir la conversión forzosa. En esas circunstancias, dos hermanas, hijas de otro matrimonio mixto, llamadas Flora y Baldegotona, escaparon de su hogar para poder conservar su fe cristiana. Su hermano, musulmán devoto, las fue a buscar al barrio cristiano, donde Flora le confesó su religión, no pudiendo ser convencida ni con palabras ni con golpes del peligro que su vida corría por apóstata a ojos del Islam. Llevada ante el cadí (juez musulmán), este ordenó que fuese azotada e instruida por su hermano. Evadida de nuevo, se refugió en la casa de Anulona, la hermana monja del sacerdote Eulogio, que junto al noble seglar Álvaro era discípulo destacado del abad Spera-in-Deo, autor de una refutación de las doctrinas de Mohammad.
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El martirio de Perfecto
Poco después, Perfecto, sacerdote de san Acisclo, fue acusado de haber insultado al profeta Mahoma y llevado ante el cadí, que decidió su muerte. El visir Nasar quiso que esta ejecución fuese ejemplarizante, y preparó un cadalso público para el día 18 de abril, la fiesta que seguía al Ramadán. Perfecto, llorado por los cristianos e insultado por los musulmanes, puso su cabeza en el hacha del verdugo, maldiciendo de las enseñanzas de Mohammad y anunciando que el visir no vería el aniversario de aquel día. Los mozárabes enterraron con gran solemnidad el cuerpo decapitado de Perfecto.
Unos meses después, Nasar prometió ayuda a Tarub, la favorita del emir, que deseaba que este entregara el trono a su muerte a su hijo Abd Allah, en perjuicio del primogénito, habido en otra mujer. El visir entregó mil dinares de oro a un famoso médico venido de Oriente para que le preparara un veneno. Este cumplió su encargo, pero sospechando, avisó secretamente al emir. Cuando Nasar le entregó el brebaje a Abd-ar-Rahman, recomendándolo como tónico, este le obligó a beberlo. Así murió Nasar, envenenado por la ponzoña que había preparado para el emir. Los cristianos de Córdoba vieron en su muerte violenta el efecto de la justicia divina y el cumplimiento de la profecía de Perfecto, y su fe se hizo más ardiente.
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La primera era de los mártires
Poco después un mercader cristiano llamado Juan sufrió un terrible castigo de cuatrocientos latigazos y un paseo burlesco a lomos de asno por las calles de Córdoba, donde el populacho le insultaba, escupía y arrojaba basura.
Este fue el detonante de la rebelión pacífica de los cristianos cordobeses. La encabezó Isaac, perteneciente a una rica familia local, que poseía una gran cultura, y además del latín o romance, hablaba con fluidez el árabe. Ello le valió ocupar (pese a ser cristiano) el cargo de katib adh-dhimam, o administrador del patrimonio público del emir. Llevado por su fe, en 848 había renunciado a todo para hacerse monje monje del monasterio de Tábanos, a dos leguas de Córdoba. Allí había predicado ante su tío el abad Jeremías, fundador del monasterio, a favor del testimonio abierto de Cristo, pese a las leyes musulmanas que lo prohibían. Convenció al anciano abad y a muchos monjes, de Tábanos y de san Zoilo. También a un paje alavés del emir, llamado Sancho, capturado de niño en una expedición andalusí, que había servido en su guardia personal y a quién Isaac conoció en palacio.
El grupo, encabezado por Isaac, marchó a predicar a Cristo por las calles de la capital. Fue inmediatamente arrestado y condenado a muerte. Al no retractarse, el emir ordenó que fuese colgado por los pies y quemado vivo el 3 de junio de 851. Sus cenizas fueron esparcidas, para que no se repitiera la veneración pública otorgada al sacerdote Perfecto. Sancho, que repitió las prédicas de Isaac, fue bárbaramente empalado el 5 de junio de 851, su cuerpo quemado y sus cenizas arrojadas al Guadalquivir.
Las autoridades religiosas arrestaron a todo el grupo. Pedro de Écija había sido abad del monasterio de Santa María de Cuteclara antes de retirarse a Tábanos; habló ante el cadí en nombre de todos, confirmando su fe en Cristo y los errores de Mahoma. Fue condenado junto al diácono Walabonso (paisano y amigo de Pedro, y ambos discípulos del abad Frugelo), los monjes de san Zoilo, Sabiniano y Wistremundo, el monje de san Cristobal, Habencio, y el abad Jeremías. El 7 de junio el anciano fue azotado hasta la muerte, Pedro ahorcado y el resto decapitados. Sus cuerpos fueron arrojados al río.
Los exasperados musulmanes decapitaron poco después a Pablo, diácono de san Zoilo, que había confortado con sus prédicas a los mártires durante su estancia en prisión, animándoles a perseverar en su fe. A él le siguieron al poco Sisenando de Badajoz, sacerdote de san Acisclo y Teodomiro, monje de Carmona.
En solo dos meses once mártires habían sido cruelmente ejecutados por dar testimonio de su fe y proclamar la falsedad del islam. Muy pronto fueron venerados con orgullo por los más fervorosos cristianos, mientras otros consideraban una locura buscar así la muerte, conociendo las disposiciones religiosas del emirato. Eulogio se convirtió pronto en la cabeza del grupo “martirial”, y escribió contra los críticos el “Memorial de los Santos”, por el que conocemos este episodio.
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El Concilio de Córdoba de 851
Abd ar-Rahman II y sus ministros se alarmaron ante aquella efervescencia apostólica de los mozárabes cordobeses, que no temían la muerte. Juzgaron que sería mejor camino para dominarla alentar la división dentro de la comunidad cristiana, con la convocatoria de un concilio que prohibiera la predicación y los ataques a Mohammed. En su representación envió a Gómez, conde de los cristianos, hijo de Antonino, un hombre venal que de cristiano no tenía más que el nombre, pues practicaba la poligamia y había cedido a la sodomía y otras perversiones comunes entre los ismaelitas de alto rango. El concilio cordobés fue presidido por Recafredo, obispo de Sevilla y metropolitano de la provincia eclesiástica Bética (la Iglesia conservaba la división provincial del antiguo reino hispanogodo). Gómez expuso la situación a los congregados, anunciando las funestas consecuencias del celo de los que ofendían al Corán, y recomendando que fuesen anatemizados, por exponer a todos los cristianos a una terrible persecución, prohibiendo a los fieles seguir su ejemplo. Solicitaba que si los jefes del partido exaltado (refiriéndose a Eulogio) desconocían las decisiones del concilio, fuesen denunciados a las autoridades y encarcelados.
De los obispos que hablaron únicamente Saúl, titular de Córdoba, salió en defensa de los mártires. El resto, anteponiendo la salud corporal de sus propias comunidades, aprobó las recomendaciones del conde Gómez, prohibiendo a los cristianos buscar la muerte sagrada, y Recafredo prometió medidas enérgicas contra los que no acatasen las decisiones conciliares.
Dicho y hecho: pronto fueron buscados y encarcelados tanto el obispo Saúl como Eulogio y Álvaro, junto a otros acólitos. En la cárcel conoció a Flora, que había sido arrestada de nuevo mientras rezaba en la iglesia de san Acisclo, y a María, otra hija de matrimonio mixto, que decidió entregarse junto a su amiga. Eulogio les dedicó en prisión el Documentum martyriale, en el que exaltaba el martirio como elevada virtud cristiana. También terminó el “Memorial de los Santos”, escribió una carta a su amigo Viliesindo, obispo de Pamplona, y hasta redactó un tratado de métrica. Ante el tribunal, Flora y María repitieron su condena de la enseñanza musulmana, y fueron condenadas por renegadas a decapitación el 24 de noviembre de 851.
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La persecución de 852 y la muerte del emir
Cinco días después fueron puestos en libertad el resto de encarcelados. El obispo Saúl se plegó desde ese momento a las disposiciones del metropolitano Recafredo, pero Eulogio y Álvaro siguieron alentando el testimonio de los cristianos.
Natalia era hija de padres musulmanes, pero su madre enviudó pronto y se casó con un cristiano, que la educó secretamente en el cristianismo. Llegada a la adultez, casó con Aurelio, también cristiano secreto, y ambos habían sido testigos de la tortura del mercader Juan, que les impresionó vivamente. Animados por las prédicas de Eulogio, ambos decidieron, en unión de Félix (primo de Aurelio) y su esposa Liliana, hijos de matrimonios mixtos, proclamar públicamente su fe cristiana ante las autoridades. Fueron encarcelados junto a un monje palestino llamado Jorge, que les acompañaba. Este fue perdonado por ser extranjero y liberado, y a los dos matrimonios se les dio cuatro días para retractarse. Mas estos no lo hicieron y Jorge se presentó voluntariamente para denunciar el Islam como falso. Los cinco fueron torturados y finalmente decapitados el 27 de julio de 852. Sus cuerpos fueron guardados en el monasterio de Pinna-Mellaria.
No paró allí la persecución: El diácono Emilas y su compañero Jeremías fueron arrestados poco después por los mismos motivos, y decapitados el 16 de septiembre de 852. El mismo día hallaron la muerte el sacerdote Gumersindo y los monjes Servuodeo (sirio), y Rogelio, que habían entrado el viernes en la mezquita mayor de Córdoba a predicar el Evangelio durante la oración, siendo golpeados por los encolerizados presentes. Abd ar Rahman II ordenó ahorcarlos en un patíbulo que salía a contemplar desde su terraza todas las mañanas. A los seis días de expuestos los cuerpos, ordenó que fuesen descolgados de las horcas y quemados. A las pocas horas sufrió una apoplejía que le llevó a la muerte. Los cristianos no podían sino ver signos divinos en las muertes de Nasar y Abd ar-Rahman, pero las pruebas que habían de soportar aún habían de ser mayores.
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10 comentarios
Muy buen artículo, y es una alegrón que sigas con la serie sobre este tiempo de la historia sobre la que tantos, tanto desconocemos. Además, esto viene bien para desmontar los mitos de la convivencia pacífica y demás trolas que nos han querido vender.
Muchas gracias y un cordial saludo.
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LA
Gracias por tus amables palabras. Lo cierto es que las persecuciones como esta fueron puntuales, y no constantes en la España musulmana hasta la llegada de las invasiones africanas de almorávides y almohades. No obstante, coexistencia pacífica no quiere decir lo mismo que justa o respetuosa. Sencillamente, las minorías debían conformarse con la discriminación legal y tratar de sobrevivir en un ambiente desfavorable y a veces hostil.
Un cordial saludo.
Muchas gracias por la aclaración. Una de las cosas que más me llama la atención es lo que apuntas de la conversión de muchos al Islam, sobre todo teniendo en cuenta toda la historia anterior. Ya sé que es muy distinto, pero me recuerda bastante a la época reciente y la influencia que han tenido distintas ideologías que se han desarrollado y de desarrollan actualmente y que llevan al abandono de la religión cristiana. Me gustaría saber (pero no me gustaría verlo) que ocurriría si se volviera a sufrir algo así (y no me refiero a los católicos precisamente); aunque pertenezca a la historia-ficción, ¿se convertirían los políticos al Islam?.
Un cordial saludo.
Supongo que estos que murieron aquí tambien son mártires y no me refiero a los que atacaban.
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LA
No es comparable la guerra a la paz. Cuando los otomanos tomaron Constantinopla desencadenaron una terrible matanza de cristianos, sin compasión de mujeres o niños. El mismo califato de Córdoba lanzaba, siempre que podía, expediciones anuales (aceifas) contra el reino de León, en las que las matanzas, saqueos, destrucciones y captura de esclavos eran la norma.
Aquí me refiero a autoridades civiles que mandaban matar a ciudadanos indefensos por tener una fe y/o proclamarla en público
Me temo que su intento de equiparar cosas distintas tiene un vuelo muy corto.
Y no, no era una guerra, porque no había provocación.
Era la peregrina idea de que los santos lugares deberían pertenecer a los europeos en vez de a los musulmanes!!??
Pero lo dicho, como eran infieles, que les den....
Gracias por ofrecer tu punto de vista.
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LA
"como eran infieles, da igual si los mataban, total, que importan"
¿Cómo se llama esa falacia argumental de atribuir a otro pensamientos que no ha expresado y atacarle por ello? ¡Ah, sí! la falacia del hombre de paja. Buen intento.
Sí, era una guerra, declarada y combatida por ambos bandos. Si dedica algo de tiempo a informarse, descubrirá que la invasión de Palestina por los turcos seljúcidas desencadenó una persecución de cristianos orientales y la prohibición de peregrinación a Tierra Santa; peregrinación que sí habían permitido los árabes del califato anteriormente. Los turcos no habían sido "provocados" a invadir Siria o Anatolia. Sencillamente eran un pueblo invasor, de fanática fe musulmana; estaban persuadidos de que debían difundirla a punta de espada y habían ganado las batallas. Entonces las cosas funcionaban así.
Precisamente por aquellos mismos años los también musulmanes almorávides hacían algo parecido en España y el norte de África.
Fue el emperador de Oriente, Alejo Comneno el que, con esa razón, pidió la ayuda del papa para expulsar a los turcos seljúcidas de Anatolia, que habían conquistado al imperio unos años antes. Hasta aquí, ningún europeo a la vista (en aquella época no se conocía esa expresión, se empleaban otras como "Cristiandad").
Y fue en el concilio de Clermont en el que Urbano II, atendiendo las peticiones de los cristianos de Oriente, convocó la Cruzada para recuperar los Santos Lugares de manos de los turcos.
Si usted espera que la guerra en la edad media se condujera por el convenio de Ginebra o algo parecido, es que lleva varios siglos de adelanto. Tal vez le convendría también aprender que el concepto de guerra santa es de origen islámico (uno de los cinco pilares del buen musulmán), y que los cristianos no hicieron sino copiarla... con mucha menor frecuencia, por cierto.
Lo de "los santos lugares debían pertenecer a los europeos [¿¿¡¡!!??] en vez de a los musulmanes"- dejando de lado la errónea contraposición entre un lugar (Europa) y una religión (islam)- es también deliciosamente anacrónico. Creo que confunde usted las cruzadas con el congreso de Berlín de 1878, que ese sí fue un reparto "europeo" de un trozo del mundo, sin razón religiosa alguna, sino únicamente crematística y política. Las bellezas de la libertad revolucionaria y del siglo anticristiano.
Por supuesto, todo esto es jocosamente off-topic, pero mientras no trolee usted mucho, no le censuraré.
Gracias por ofrecer su punto de vista y sus anacronismos.
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LA
A mí personalmente no me importa que se investigue o se hagan programas divulgativos sobre la guerra civil, las guerras carlistas o la guerra de sucesión, siempre que se expongan hechos veraces y se extraigan conclusiones positivas de la historia, de forma que nos puedan aprovechar a nosotros para hoy en día no caer en los mismos errores, y procurar repetir los mismos aciertos.
De hecho, creo que el desconocimiento de nuestra historia (o su empleo deformado como arma ideológica o simplemente demagógica) es una de las razones más importantes de que los españoles seamos una sociedad en general bastante ignorante y sin unas bases sólidas como nación.
A veces los problemas que tenemos delante de nuestras narices ya los vivieron, de forma mucho más similar de lo que nos pensamos, nuestros antepasados de la época de los almorávides, o de los mártires de Córdoba.
Vale la pena prestar atención, quizá podamos extraer alguna enseñanza de su experiencia.
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LA
Gracias por su amabilidad.
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