Sacerdotes mártires valencianos (VI)

Don Antonio Bueno Muñoz nació en Foyos el 12 de abril de 1874. Tras estudiar en el seminario conciliar de Valencia fue ordenado presbítero en el año de 1900. Fue coadjutor en varios pueblos del sur de la provincia valenciana. Nombrado párroco de Alfafar, levantó una nueva iglesia y como alegoría de la edificación arquitectónica, edificó también un espíritu nuevo en la feligresía, pasando a ser conocido el pueblo como uno de los más piadosos de la provincia.

Similar tarea llevó a cabo en Corbera, donde restauró el templo parroquial. Particular recuerdo dejó en su última misión rural, en el pueblo de Albuixech, donde todavía es recordado por su caridad, su piedad y sus frecuentes mortificaciones. Su quebrada salud y avanzada edad hicieron a sus superiores otorgarle un beneficio en la parroquia de san Nicolás de Valencia, donde disfrutó de una vida más reposada un breve tiempo. El 18 de julio de 1936 fue reclamado por el comité de su pueblo natal, Foyos, donde (sin consideración a su avanzada edad) fue destinado a la limpieza de los albañales y acequias, tarea que nadie quería y donde trabajó de sol a sol durante varios meses, bajo constantes burlas, escarnios y amenazas de sus vigilantes. Torturado finalmente en una checa instalada en un chalet a las afueras de la población, fue sacado de la misma el 29 de octubre de 1936 con la excusa de llevarle a unas diligencias en el Gobierno Civil de Valencia, y ametrallado cerca de Gilet. A la mañana siguiente su cuerpo abandonado fue hallado en medio de un charco de sangre. Entre las manos llevaba fuertemente apretado un Santo Rosario. Tenía 62 años.

En la localidad de Alcudia de Carlet nació el 21 de abril de 1900 don Antonio Marqués Boix. Se ordenó sacerdote en 1923, ejerciendo su ministerio en la iglesia parroquial de Torrente durante un año. Destacado estudioso, ganó las oposiciones a beneficiado de la parroquia de san Nicolás de Valencia, donde fue vicario. Pese a su juventud, destacó por su vida austera, que más parecía de monje que de clérigo secular y por el programa de enseñanza de la doctrina cristiana que puso en marcha. Su historia al estallar la revolución marxista en retaguardia es digna de una novela de aventuras, aunque apenas conservemos detalles de la misma. Huyó a Foyos, donde permaneció un mes. Al ser descubierto por los miembros del comité, huyó a Algemesí y de allí, a pie hasta Alcudia, donde buscó refugio en casa de sus padres. Para entonces, en medio de una guerra que azotaba toda España, las autoridades del Frente Popular dedicaban esfuerzos, hombres y recursos al asesinato de sus enemigos políticos en retaguardia. La orden de búsqueda del cura fugitivo llegó a su pueblo natal. Don Antonio huyó a Chulilla por caminos secundarios. Tras quince días anduvo de noche hasta Valencia y luego otra vez a Alcudia. Allí le llamó definitivamente el Señor, pues los miembros del comité fueron a su casa y lo sacaron, encerrándolo en la cárcel local. El 11 de septiembre de 1936 fue sacado y llevado hasta el término de Almussafes. Rechazó que le vendasen los ojos y alzando los ojos repitió las palabras de Cristo en la cruz: “Dios mío, en tus manos encomiendo mi espíritu. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Fue abatido a tiros. Tenía 36 años.

Mauricio Martínez Ribera nació en Bañeres el 7 de septiembre de 1885. Curso estudios en el colegio de vocaciones eclesiásticas de San José, ordenándose en 1909. Su primer cargo fue el de coadjutor en Onil, donde se le recuerda como un santo en vida. Muy dedicado a los jóvenes y niños, y de talla baja, apenas era más alto que aquellos, de los que siempre se le veía rodeado. En el pueblo le llamaban el vicariet (el vicarito). Tras ser vicario en Castellar un breve tiempo, se unió en 1916 a su hermano Agustín Martínez Ribera, también sacerdote en la parroquia valentina de santa Mónica. De su causa de beatificación rescatamos el testimonio de un compañero sacerdote: “fueron modelo de humildad, de celo apostólico y de caridad para los pobres, haciendo el bien calladamente; nunca les oí murmurar de las disposiciones y mandatos de los superiores ni del prójimo”. La comunidad de las Salesas de Godella, donde ejerció como confesor desde 1925, remitió al expediente la siguiente carta: “en su ministerio confesor se distinguió siempre por su profundo respeto y verdadera caridad con que trataba a las religiosas, así como por la grandísima paz que procuraba a las almas, quitando de ellas todo escrúpulo. Su porte y dignidad sacerdotal revelaban su santidad que confirmaban sus palabras llenas de unción”. Vale la pena también leer el escrito de sor Margarita, reverenda madre abadesa del monasterio de Nuestra Señora de Gracia del Císter en Valencia, donde también ejerció de confesor: “si preguntamos a los que lo trataron, todos responderán lo mismo: era un santo […] En tratándose de conducir almas a Dios, era sacrificado sin límites, y siempre con tanta amabilidad, que atraía. Él no era capaz de decir una palabra dura, porque era el mismo reflejo de Jesús sobre la tierra. Si hacía una observación, una advertencia o corregía, siempre era con la amabilidad que le caracterizaba. […] Encontrábamos en él un padre interesado por toda necesidad. Sólo verle edificaba. […] Apuntaba al martirio y Dios se lo concedió. A él acudimos en muchas necesidades para que nos proteja con su valiosa intercesión desde el cielo”. Por último, un testimonio de uno de sus superiores: “Referente a su vida ejemplar hemos de notar entre sus principales virtudes un celo apostólico grandísimo. […] La humildad era la característica entre sus virtudes sacerdotales, y la limosna acompañó siempre su labor sacerdotal”.

Vale la pena detallar este martirio, pues nos da una imagen acabada del proceder de los enemigos de Cristo en aquellos días, gracias a que consta en el procedimiento el testimonio del juez municipal de Biar en aquellos días, don Francisco Candela Martínez, testigo ocular de los hechos. El 18 de julio, al desatarse las turbas contra las iglesias, ambos hermanos recogieron el Santísimo Sacramento, ocultándolo en su casa hasta que se trasladaron a la de un amigo. Planearon refugiarse en una masía conocida en las proximidades de su pueblo, para lo cual salieron el 23 de agosto en tren desde Valencia hacia Onil. Delatados antes de partir, fueron detenidos y bajados del vagón en Sax. Tras una breve detención cuyos detalles no se conocen, y custodiados por nueve milicianos, fueron subidos en un automóvil que se detuvo en el puerto de montaña de Biar, esa misma noche. Alineados como a unos cuatro metros el uno del otro, en la linde de una viña, son fusilados y caen al suelo. Uno de los dos tiene suficiente fuerza para arrastrarse hasta su hermano, junto al que muere abrazado. Ambos son subidos a un carro y trasladados hasta el centro de Biar, donde son recibidos con gran alborozo y expectación por los marxistas, por ser los primeros asesinados allí. Los testigos contaron 16 disparos de bala en el cuerpo de cada uno, así como innumerables de balines. Tras su muerte, les habían abierto el cráneo a hachazos. Dejados los cuerpos a la puerta del café de la Bombilla, en la carretera que une Villena con Alcoy, sus asesinos fueron homenajeados por los miembros del comité y muchos simpatizantes rojos. Finalmente fueron trasladados al cementerio y abandonados en el suelo a pleno sol, donde permanecieron toda la mañana. A las cuatro de la tarde llegó el juez local con el médico titular. Aquel ordenó que se les hiciera una fotografía para poder reconocer los cadáveres, pero la escolta de milicianos lo prohibió y le amenazó de hacerlo, pues afirmaban que la quería para “exhibirla en el extranjero”. Un vecino natural de Bañeres, Ramón Belda, identificó a ambos cadáveres. El juez relata como al llegar al cementerio los cuerpos estaban morados y en el hueco del cráneo había millares de avispas que se habían atiborrado de los sesos y no pudieron volar cuando el sepulturero movió los cadáveres para arrojarlos a una fosa de unos dos metros y medio. Al caer notó que uno de los dos llevaba unos zapatos nuevos, por lo que se metió en la sepultura para arrebatárselos. El médico, doctor Herráez, le dijo al juez “¿quieres que les recemos un poco?”. El testimonio termina con las siguientes palabras “y les rezamos tres padrenuestros muy calladamente, en evitación de ser tratados de igual manera”. Un mes después del fin de la guerra los familiares lograron identificarles, con grandes dificultades por la corrosión de la cal, y fueron enterrados honrosamente en su pueblo natal. Agustín tenía 61 años y Mauricio, 51.

Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.
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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros.
Mateo 5, 9-12

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3 comentarios

  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por traernos el relato del martirio de estos santos sacerdotes; son todo un ejemplo.

Lo que me gustaría es que alguien me explicara como fue posible que ocurriera ese ensañamiento, del que el caso de los hermanos Martínez Ribera es toda una muestra. A ver, y con esto no quiero escandalizar a nadie, pero si es por odio, con el disparo es más que suficiente, ¿a cuento de qué viene emprenderla a hachazos?, ¿alguien me puede explicar que pasaba por esas tierras para que se dieran tales barbaridades que van más allá del "simple" asesinato?. Es que no entiendo nada, pero es que nada de nada.

Un cordial saludo.

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LA
Yo no tengo ninguna duda: el triunfo de ciertas ideologías que propugnaban el odio y la eliminación física de los enemigos como medio para alcanzar el "paraíso terrenal". El Bien y el Mal tienen nido en el corazón de cada hombre; si lo que se promueve es el odio (hijo predilecto del Mal) so pretexto de metas elevadas, sale de dentro del alma la parte más bestial y cruel de cada uno, amordazada la conciencia con la excusa de un bien superior. Tengo claro que el principal enemigo no es el hermano que hace el mal, sino el mal que el hermano hace. Detrás del odio siempre está satanás.

Un cordial saludo.
23/01/12 9:08 PM
  
Ano-nimo
"Tengo claro que el principal enemigo no es el hermano que hace el mal, sino el mal que el hermano hace. Detrás del odio siempre está satanás ".

Muy bueno Luis, realmente muy bueno. Me lo apunto ya que has dado en el centro de la diana.

Muchas gracias. Un cordial saludo.
23/01/12 10:44 PM
  
Carlos
Aqui otro link interesante sobre el tema:

http://testigosdelafeorihuelaalicante.blogspot.com/
29/01/12 5:45 PM

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