El tirano y su hijo

Chindasvinto (Khindaswinths) fue ungido por los obispos como rey legítimo de Hispania el 30 de abril de 642, al poco de entrar en Toledo, donde había hecho tonsurar y encerrar en un monasterio a su joven predecesor Tulga, hijo de Chintila.

Su primera acción de gobierno fue la de desencadenar la más brutal represión de la nobleza a la que había asistido el reino en su historia. Promulgó una ley contra los traidores por la que se condenaba a muerte (por primera vez en la legislación goda) a todos los conspiradores y exiliados (refugae) desde los tiempos de Sisenando, a confiscación de todos sus bienes y al destierro de sus familias. Obligó a todos los principales del reino (magnates, obispos, jueces, incluso sus propios sucesores) a prestar juramento a esta ley, prometiendo no perdonar jamás a los traidores a la corona. Durante los primeros años de su reinado practicó un auténtico exterminio de la turbulenta nobleza goda. Se calcula que en total hizo ejecutar a unos 200 optimates (alta nobleza) y unos 500 mediogres (nobleza media). Chintila había inaugurado la práctica de encarcelar a sus oponentes; Chindasvinto llenó literalmente las cárceles de ellos. Otros fueron desterrados, todos perdieron sus posesiones, y no pocos sufrieron el bárbaro procedimiento de ver a sus mujeres e hijas entregadas como esclavas junto a sus antiguas posesiones a los partidarios del rey. Este proceso de terror cuasi estalinista provocó como consecuencia que muchos miserables denunciaran falsamente, bien para ganar el favor del rey presentándose como leales, bien para aprovechar la coyuntura eliminando enemigos personales. Atascados los tribunales con tantos procesos por traición, Chindasvinto hubo de promulgar años más tarde otra ley castigando a los falsos acusadores con la pena que hubiesen merecido los acusados inocentes.

Además del drama personal de ejecuciones, prisiones y exilios, la persecución real tuvo otro efecto importante: una inmensa masa de patrmonio privado cayó en manos de la Corona en concepto de confiscación. Con el numerario incautado se saneó el Tesoro público. En cuanto al patrimonio inmueble, como los reyes precedentes (aunque a una escala muy superior), Chindasvinto donó la mayor parte de esas tierras y propiedades a familiares o fieles suyos, creándose así un partido que en el futuro apoyaría la sucesión real dentro de su estirpe. También tomó una iniciativa regalista sumamente interesante, la de donar no poco de ese patrimonio incautado a esclavos del Tesoro de su confianza. Se ha de aclarar que un siervo no necesariamente había de ser inculto o incapaz. La mayor parte de los esclavos de la corona llegaban a esa situación por no afrontar sus deudas con el Tesoro (principalmente impuestos atrasados), al que pasaban a pertenecer como compensación. No pocos habían sido con anterioridad personas cultas y como siervos de la Hacienda ocuparon puestos funcionariales importantes, en los que demostraban su valía. Chindasvinto convirtió a esos “esclavos ricos” en una nueva nobleza experimentada en la gestión pública, que no debía su fortuna a sus rancios abolengos sino a la munificencia del rey. En pleno proceso de feudalización el astuto anciano se creaba toda una casta de aristócratas adictos a su persona.

En 643, Chindasvinto impulsó el que iba a ser segundo eje de su política de gobierno: la reforma del código legal visigodo, que había comenzado en tiempos del viejo rey Eurico, y que Leovigildo y Recaredo habían sistematizado y reformado, con el nombre de Codex Revisus. El rey encargó a una comisión de juristas y clérigos la revisión del viejo código, ya 50 años en uso, supervisando personalmente que se eliminaran las leyes obsoletas, se conservaran las útiles (que pasaron al nuevo código con el nombre de antiquae) y se añadieran las necesarias. Su objetivo era que el nuevo código (como ya había ocurrido con las últimas leyes de Recaredo) fuera aplicable a toda la población del reino, eliminando la vieja distinción legal entre godos y romanos, obsoleta en la práctica.

El principal problema militar al que se hubo de enfrentar Chindasvinto fueron los vascones. Unificados como no lo habían estado en mucho tiempo, iniciaron ya en el otoño de 642 una serie ininterrumpida de ataques contra el rico valle del Ebro. Superando la ciudad amurallada de Pompaelo (Pamplona) y las fortalezas de Ologitum (Olite) y Victoriacum (Vitoria), tradicional línea defensiva de los godos, se lanzaron a saquear las haciendas del Alto Ebro. Por una lápida funeraria sabemos que el 12 de septiembre de 642 se enfrentaron las tropas reales a los vascones, hallando la muerte un noble cordobés llamado Oppila. En 646 se repetirían las incursiones que afectarían hasta las cercanías de Zaragoza.

Ese año de 646 murió el metropolitano Eugenio de Toledo. Para entonces, la sede regia ya era el obispado más importante del reino. El rey eligió como sucesor a otro Eugenio, un poeta que ejercía de diácono del obispo de Zaragoza. Diez años atrás, Braulio había acaudillado a los obispos en el V concilio de Toledo, pero ahora se sentía viejo y escribió a Chindasvinto pidiendo que no le privase de su principal apoyo para dirigir su diócesis. Cortés pero tajantemente, el rey le contestó recordándole su autoridad y confirmando su decisión. Eugenio II fue consagrado en Toledo y nada más llegar se encontró con un caso realmente grave y delicado que resolver. Su predecesor se había visto presionado por el rey Chintila para ordenar sacerdote a un hombre a quién consideraba indigno del sagrado ministerio. En lugar de resistirse, o simplemente obedecer al rey, el difunto metropolitano pervirtió la ceremonia de ordenación, no pronunciando la fórmula necesaria en el altar, y haciendo que el coro cantase una maldición, en lugar de una bendición, en ese momento. Había prohibido a los horrorizados testigos que dijeran nada, pero ahora, ya fallecido, se confesaron al nuevo obispo, añadiendo otras ordenaciones poco honestas (aunque válidas), como la del diácono Lucidius, un hombre inmoral a quién sus poderosos amigos habían logrado hacer sacerdote. Eugenio II quedó turbado al conocer tales prácticas de su predecesor, y escribió a su maestro Braulio, exponiéndole el caso y pidiéndole respuesta a las preguntas de si la ordenación de aquel sacerdote había sido válida, y si lo eran los sacramentos por él administrados. A ambas preguntas el obispo zaragozano contestó afirmativamente. Eugenio II impulsó y engrandeció la escuela catedralicia que, a imitación de la sevillana, había fundado su predecesor Eladio, y en la que se formaron excelentemente muchos sacerdotes, entre los que ya descollaba un godo llamado Ildefonso, que sería nombrado abad del monasterio agaliense del arrabal de Toledo en 650. El obispo toledano, erudito poeta, editó por orden de Chindasvinto la obra De laudibus Dei del también poeta africano Dracontius, y escribió la obra De Trinitate, compendio de refutación de todas las herejías sobre la Trinidad (desde el arrianismo al monofisismo, pasando por el nestorianismo y el monotelismo). Tuvo la desenvoltura de señalar en el preámbulo que la obra estaba destinada a “circular por Oriente” para ilustración de los cristianos de allí, entre los que se que contaban los más eminentes teólogos de su tiempo.

Los cristianos orientales tenían desde luego preocupaciones más serias que esa en aquellos momentos. Para 642 los árabes habían conquistado todo Egipto y la Armenia romana. Construyendo una flota, hostigaron las islas bizantinas y en 649 tomaron Chipre. Mientras las derrotas se sucedían, los hijos del emperador Heraclio pasaron años sumidos en luchas por el trono, que solo cesaron con la mayoría de edad de Constante II, su nieto, en 648. En el plano teológico, Constante siguió la doctrina monotelita de su abuelo, mereciendo la condenación no solo del metropolitano toledano, sino también de los papas Martín, Eugenio y Vitaliano, con los que tuvo numerosas disputas.

Poco más que ecos llegaban a la península ibérica de los dramáticos sucesos del oriente, aunque junto a ellos también llegaron no pocos exiliados sirios y egipcios que huían del avance ismaelí, y que se refugiaron junto a familiares suyos presentes en España como comerciantes desde hacía mucho. Precisamente, con uno de ellos afincado en Toledo casó una joven prima del rey Chindasvinto. No mucho después tendrían un hijo llamado Ervigio, del que oiremos hablar de nuevo.

Con su protegido dirigiendo la sede real, Chindasvinto autorizó la convocatoria del VII concilio general de Toledo, inagurado el 18 de noviembre de 646. A él acudieron 31 obispos dirigidos por Eugenio II, y fue un acabado ejemplo de concilio cesaropapista. Nada de un monarca postrandose e implorando las bendiciones y consejos de los reunidos como en el pasado. Chindasvinto ni siquiera acudió, limitándose a enviar un tomo con su ley sobre la traición, que los obispos confirmaron sumisamente (y muy particularmente en lo concerniente a clérigos que incurriesen en ese delito, que sufrían excomunión y severas penitencias). En sus pocos cánones apenas hay unas breves normas disciplinares, principalmente sobre el buen gobierno de los obispos en sus diócesis. A mayor abundamiento, aceptaron una imposición del rey que obligaba a los obispos de sedes cercanas a Toledo a pasar un mes al año en la sede regia, para “consuelo del metropolitano y en honor y reverencia al rey". Esta curiosa disposición se ha querido ver como un embrión de asamblea regular de obispos para aconsejar al monarca fuera de los concilios. O tal vez simplemente Chindasvinto quisiera tenerlos vigilados.

No debemos olvidar que tras esta sumisa uniformidad jerárquica bullían pasiones mucho más vivas de lo que los documentos pudieran revelar. Junto a una parte del episcopado adicta a Chindasvinto y sus maneras tiránicas, no pocos obispos y abades hacían sorda resistencia. También ellos se hallaban ligados por relaciones familiares o de amistad con los poderosos de sus diócesis, muchos de ellos represaliados por el viejo refugae elevado al trono.
En 648 los vascones llevaron a cabo una nueva y agresiva campaña sobre la provincia Tarraconense. Con esa excusa, los obispos Braulio de Zaragoza y Eutropio, y el duque de la provincia Celso escribieron una carta al rey, pidiéndole que asociase al trono a su hijo primogénito Recesvinto, para que soportase los esfuerzos de la guerra mientras durasen los ataques.

Puede imaginarse la indignación que entre muchos nobles y obispos causaría tal petición, que violaba abiertamente la ley sucesoria del canon 75 del VI concilio. Pero el miedo a la persecución real era demasiado fuerte, y nadie alzó la voz públicamente cuando el 20 de enero de 649, Chindasvinto asoció al trono a su hijo Recesvinto (Reikaswinths), poniendo en práctica el enésimo intento de fundar una dinastía visigoda. Hay que admitir que su dureza en reprimir a los nobles colocaba a su sucesor en una posición mucho más prometedora que la mayoría de sus predecesores.
Contando la fabulosa edad para aquel tiempo de 86 años, Chindasvinto (tal vez abatido por la senilidad) practicamente desapareció de la vida pública a partir de ese momento. En sus últimos años donó numerosas tierras a la Iglesia y junto a la reina fundó el monasterio de san Romano, en el actual pueblo de Hornija (Valladolid), encargando la tarea al abad Fructuoso, con el objeto de que los restos de ambos esposos reposaran allí tras su muerte. De ella había tenido 3 hijos varones y una hija. Aparte de Recesvinto solo conocemos el nombre de Teodofredo, al que la mayoría de autores consideran más bien su nieto (de un hijo cuyo nombre no se ha conservado), dada la diferencia de edad. Teodofredo recibiría con el tiempo el título de conde de Córdoba.

Recesvinto era sin duda un hombre ya maduro al acceder al torno. Su carácter era mucho más apacible que el de su padre, pero también menos recto (un autor de la época le llama “el amable pervertido"). Su primera tarea fue concluir la revisón del código iniciada 7 años atrás. El trabajo de la comisión (incluyendo las adiciones de Chindasvinto y Recesvinto) tocaba ya a su fin. En la última fase se enviaron los tomos al obispo Braulio de Zaragoza, considerado el más erudito del reino, para su revisión. Se conservan cartas entre obispo y corregente del año 650, en las que el eclesiástico se queja de la enormidad de la tarea encomendada y de las muchas correcciones que precisaba el texto, hasta el punto de llegar a desesperar de concluir la tarea antes de morir. Recesvinto le contestaba animándole a perseverar y no desfallecer. A finales de año estuvo el códice completamente terminado; Braulio fallecería en 651, siendo sustituido por Tajón.

Es dificil exagerar la importancia del nuevo código legal, sustituto del Codex Revisus de Leovigildo y Recaredo, que recibió los nombres de Liber Iudicorum (libro de los juicios), y tardíamente Lex visigothorum (ley visigoda), y pasaría a los reinos cristianos de España con el nombre de “Fuero juzgo", influyendo de forma sustancial en los fueros y leyes del medievo español, particularmente en Galicia, León y Castilla. Estaba dividido en un título preliminar y doce libros, subdivididos en 54 títulos. Contenía un total de 578 leyes, 324 provenían del Codex Revisus de Leovigildo (aunque varias fueron corregidas), 99 fueron elaboradas durante el reinado de Chindasvinto, 87 por Recesvinto, 3 de Recaredo y 2 de Sisebuto. Abarcaba toda la legislación civil y criminal, desde el legislador y la administración de justicia hasta las leyes relativas a herejes y judíos, pasando por derecho matrimonial, sucesiones y herencias, compraventas y donaciones, crímenes, robos y fraudes, derechos de propiedad, comercio, derecho militar y eclesiástico. Este documento merecería por sí solo un artículo, pero baste decir que oficializaba la supresión de la distinción legal entre godos y romanos, que debían regirse a partir de entonces por el nuevo código. Abolía el breviario de Alarico y cualquier otro texto legal romano previo. Suprimió todos los cargos públicos que afectaban a la población romana: las tareas del gobernador provincial romano las asumiría el duque provincial, las de los jueces romanos, los jueces militares godos, y las curias ciudadanas disolvían su función en la de los condes (comes civitatis). Su inspiración legal es mixta, pero predomina la herencia romana de los códigos de Teodosio y Justiniano. A la vez que eliminaba la diferencia legal entre godos y romanos, establecía la distinción ante la ley entre ricos y pobres, cuyo testimonio era tenido por menos fiables y cuyas penas se cumplían con castigos corporales, en vez de dinero.

Recesvinto tenía un talante más conciliador que su padre y es probable que suavizara en buena medida las persecuciones a la nobleza. Conservamos una carta de 652 escrita por el abad Fructuoso, cercano a la familia real, en la que intercede por varios nobles galaicos que se hallaban en prisión condenados por rebeldía desde los tiempos de Chintila. Sabemos positivamente que no era la primera vez que escribía al rey en este sentido.

La transigencia del rey iba a provocar la reaparición de una vieja costumbre goda no vista desde hacía 10 años: la rebelión nobiliaria. Hubo una característica novedosa e inquietante en la nueva conjura. Al parecer, muchos de los refugae no habían marchado al tradicional exilio galo, sino que habían hallado asilo entre los vascones, y no sabemos hasta que punto las numerosas incursiones de los montañeses en el valle del Ebro a partir del ascenso al trono de Chindasvinto no habían sido inducidas por aquellos. Sea como fuere, en el verano de 653 un noble godo exiliado, llamado Froya, se rebeló contra los corregentes y apareció en el valle del Ebro al mando de un nutrido ejército de vascones. La campaña del usurpador fue particularmente cruel, debido al carácter de los guerreros en que se apoyó. Dado que los vascones seguían siendo paganos (como probablemente aún lo eran la mayoría de astures y cántabros), además de los saqueos y destrucciones habituales, se caracterizó por el incendio de numerosas iglesias y el asesinato de sacerdotes. Froya llegó hasta Zaragoza y la sitió. Conocemos algunos pormenores del asedio gracias al relato del obispo de la ciudad, Tajón (otro erudito que escribió 5 libros de sentencias atribuidas al papa Gregorio Magno), en sus cartas al obispo de Barcelona, Quirico. Al parecer, los indisciplinados vascones se dedicaban más tiempo a saquear la campiña que a vigilar los muros. Recesvinto convocó al ejército y se llevó la desagradable sorpresa de que muchos nobles hicieron oídos sordos o enviaron muy pocos hombres. Con todo, la desorganización de la expedición de Froya era tal que el ejército real no tuvo problemas en derrotarlos, ponerlos en fuga y capturar y decapitar a su cabecilla.

El 30 de septiembre de 653 murió finalmente el rey Chindasvinto, a los 91 años, siendo enterrado en el monasterio de san Romano que hiciera fundar. Había trabajado con energía y crueldad por asegurar a su hijo y su descendencia un trono fuerte, con la esperanza de fundar una dinastía perdurable. Como curiosidad, podemos citar el epitafio que el metropolitano Eugenio II escribió sobre el difunto rey. Al igual que Procopio con Justiniano, el obispo describió al monarca como “impío, obsceno y culpable de todo tipo de delitos”, en un texto suponemos secreto durante muchos años. Es una lástima desconocer cuales eran los rencores que Eugenio podía sentir hacia quién le había encumbrado al más ambicionado cargo en la Iglesia del reino.

Por cierto, que la historia nos muestra con frecuencia lo alejados que están los estereotipos de la realidad: el tiránico y despiadado Chindasvinto ignoró a los judíos; su amable y tolerante hijo, sin embargo, reactivó la persecución hacia los mismos. Redactó un corpus de nuevas leyes contra los judíos, el más radical de cuantos se habían aplicado jamás: prohibió a todos los judíos, fuesen conversos o no (era evidente que el problema de los falsos conversos no había hecho sino crecer desde el reinado de Chintila, y ahora ya nadie confiaba en ellos), celebrar sus festividades o poseer libros que atacasen la fe católica, bajo pena de muerte, o en su defecto confiscación, esclavitud y azotes. Su testimonio no tenía valor en los tribunales, los cristianos que les ayudasen a sus impías prácticas sufrirían la excomunión y la pérdida de un cuarto de sus bienes. Se conserva un placitum (conversión forzada) del 18 de febrero de 654 (muy similar a los de Sisebuto o Chintila) en el que los judíos abjurados de Toledo volvían a acusarse de impiedad y a jurar comer cerdo, no celebrar sus fiestas ni hablar mal de los cristianos, comprometiéndose a quemar en la hoguera a aquel de ellos que violase este juramento. A partir del reinado de Recesvinto, la obsesión por la cuestión judía alcanzaría en el reino características de paranoia.

El 16 de diciembre de 653, resuelta la rebelión de Froya, el rey inauguró un nuevo concilio general, el que hacía VIII de Toledo. Se celebró en la iglesia de Santa Leocadia, y a él acudieron 60 obispos o representantes. Recesvinto lo presidió en persona, y solicitó a los padres conciliares su asentimiento para varios asuntos. Ante todo, la aprobación del nuevo código de leyes, a lo cual accedió con placer la asamblea, sin duda satisfecha del precedente que sentaba el rey al establecer como norma que los cambios legales debían contar con el visto bueno de obispos y magnates. También aprobó, aunque sin entusiasmo, las nuevas leyes antijudías del rey. Si bien los obispos casi nunca proyectaron las medidas de persecución de los judíos, a cada concilio que pasaba mostraban menos resistencia a las iniciativas reales en ese sentido.

No obstante, el plato fuerte de la reunión era la polémica modificación que el rey quería hacer de la ley contra los traidores que su propio padre había hecho promulgar al poco de ascender al trono. Lo que Recesvinto deseaba era una suavización de las penas a los rebeldes, y sobre todo, que perdón o castigo quedasen al arbitrio real, pues la ley de Chindasvinto incluso prohibía a sus sucesores interferir en la aplicación de los duros castigos a los desleales. No cabe duda que el rey tenía en mente algunos rebeldes (y podemos recordar las cartas de Fructuoso en ese sentido) de los cuales esperaba obtener apoyo a cambio de su libertad. Los miembros del concilio, sin embargo, aprovecharon esa solicitud real para contestar con un duro e insólito tomo, en el que protestaban abiertamente de que “los reyes anteriores habían sido con frecuencia severos opresores, robando los bienes del reino para sí, y entregando a sus hijos lo que debía ser propiedad de la corona”. Aunque no se citaban nombres, era evidente que los allí reunidos se referían principalmente al reinado del padre de Recesvinto. El concilio pedía al rey que se restituyeran sus bienes a los injustamente condenados, y que el resto de bienes incautados se repartiera entre los magnates o quedaran a titularidad de la corona, heredando los hijos de Chindasvinto únicamente aquellos bienes que el finado monarca poseyese antes de su ascenso al trono. Es imposible saber a través de los formales textos de las actas conciliares como podrían llegar a ser de tormentosos los debates que tuvieron lugar, pero no podemos dudar del disgusto que Recesvinto sentiría al ver que la asamblea que él había convocado le pedía cuentas de las injusticias de su padre. Se trata de un interesante y rudimentario parlamentarismo a la española.

Desconocemos las negociaciones que tuvieron lugar, pero finalmente el concilio aprobó la petición de libertad del rey para conceder el perdón a los traidores. Recesvinto salió bastante bien librado: en su declaración final condenó enérgicamente la inmoderada codicia de sus predecesores (sin especificar) y declaró propiedad de la corona, y no personal de los familiares del rey, todos los bienes confiscados desde los tiempos de Suíntila… pero únicamente aquellos no legados en testamento, lo cual anulaba en gran medida la petición de los padres conciliares.

Por si fuera poco, el concilio reafirmó la necesidad de que el ascenso al trono fuese llevado a cabo por elección de los funcionarios palatinos y los obispos, en la sede real de Toledo, reafirmando así la validez del canon 75 del VI concilio. Muy comprensivamente, Recesvinto no firmó este canon particular que invalidaba la legitimidad de su propia entronización. Con este gesto, los reunidos se mostraban frontalmente opuestos a la transmisión del trono por designación hereditaria. Tras este tormentoso sínodo, la relación del rey con los obispos y nobles sufrió un deterioro importante. Su política apaciguadora y regalista había provocado más resistencia que las persecuciones de su padre. Por cierto, que este fue el primer concilio en el que el número de firmantes con nombre godo fue más numeroso que el de romanos.

El rey publicó en 654 el Liber Iudicorum, y en 655 convocó un concilio provincial de la Cartaginense en Toledo (que mantendría como era costumbre la numeración de los concilios toledanos), el IX, celebrado entre los días 2 a 24 de noviembre en la iglesia de Santa María (donde a partir de entonces se celebrarían los sínodos provinciales). Fue estrictamente disciplinar y entre los temas tratados (simonía, obsequios al obispo, vigilancia de judíos conversos), los obispos reunidos mostraron su preocupación por el aumento de uniones ilegítimas de obispos y sacerdotes con mujeres. En un esfuerzo por acabar con esa práctica, a las antiguas y renovadas disposiciones se añadió la de entregar como esclavos de la Iglesia a los hijos nacidos de tales uniones.

Un nuevo concilio general, el X, fue convocado para el 1 de diciembre de 656. El divorcio entre el rey y los obispos era ya notorio. Solo 22 obispos o representantes de estos acudieron: de la provincia bética sólo asistió el metropolitano, y de la Tarraconense y la Septimania, ninguno. Recesvinto obtuvo una nueva prebenda regalista, reservando al rey el castigo o indulto a un clérigo hallado culpable de traición. Se trataron algunos temas disciplinares, destacando la constatación de que algunos obispos y sacerdotes seguían vendiendo esclavos cristianos a los judíos, pese a la interminable lista de prohibiciones que al respecto presentaban las leyes del reino desde hacía ya muchos años. En este concilio el metropolitano Potamio de Braga confesó espontáneamente a sus pares que había roto el voto de celibato, y renunciaba para hacer penitencia. Los obispos eligieron para sustituirle al venerado abad Fructuoso, célebre por su austeridad, rectitud y piedad. Como curiosidad, podemos decir que el representante del rey ante el concilio fue un vir ilustris (varón preclaro, un cargo de la alta nobleza) llamado Wamba, de importante relevancia en el futuro. Recesvinto, muy amargado con la defección episcopal, no volvió a convocar concilios en Toledo, y tal vez incluso emitiera alguna orden prohibiéndolo.

El reino entró en una fase de pocas noticias. Podemos detenernos ahora para hacer un sumario resumen de la situación de la España hispanogoda. Tras la agitada década anterior a Chindasvinto, el reino se hallaba en paz. El tesoro real había sido saneado gracias a las exacciones del anciano autócrata, y la moneda era fuerte. La inmigración de griegos desde Oriente había traído prosperidad al comercio y renovados bríos a las artes y a las profesiones liberales que solían ejercer.
A nivel exterior el reino era considerado fuerte pero poco influyente. Y no obstante, España era entonces una auténtica potencia en Occidente. La isla de Britania se hallaba dividida en numerosos reinos, unos germánicos y otros celtas. Italia era tierra de combate entre el débil reino lombardo, cuarteado por la independencia de sus duques, y las posesiones que los imperiales habían conservado y que, pese a los esfuerzos de Constante II (que llegó a trasladar la capital a Sicilia), no se pudieron ampliar por las continuas demandas que en hombres y dinero exigía la frontera oriental, atacada de nuevo por los árabes tras una guerra civil que les había mantenido ocupados desde 655. Germania se hallaba aun en la oscuridad, y solo el inmenso reino franco sobrepujaba en preeminencia a España. Pero, tras la muerte de Dagoberto, los aristócratas habían logrado la partición en los viejos reinos de Austrasia y Neustria, en cada uno de los cuales el más poderoso de entre ellos había tomado el título de mayordomo (major domus, el mayor de los servidores del rey), un valido que gobernaba efectivamente en lugar de los sendos hijos de Dagoberto. En Neustria, Clodoveo II fue dominado por su mayordomo Erquinoaldo, y en Austrasia, Sigeberto III lo fue por Grimoaldo, hijo del noble Pepino de Landen, que le obligó a adoptar a su propio hijo Childeberto, en detrimento de su hijo natural Dagoberto, que fue exiliado. A la muerte de Sigeberto III en 656, el mayordomo elevó a su propio hijo con el nombre de Childeberto II “el Adoptado". Las tropas del mayordomo de Neustria derrocarían a Childeberto al año siguiente, acabando poco después con su vida, la de su padre y la de casi toda su familia. Los hijos de Clodoveo II se repartieron el reino franco a su muerte el año 657, bajo la tutela del nuevo mayordomo Ebroino.

Pero si en lo político España era importante, en el aspecto cultural se convirtió en estos años en el único foco de irradiación en Occidente. Mientras el reino franco se hundía en la barbarie, en las islas británicas los monjes irlandeses comenzaban tímidamente a recuperar los vestigios del saber antiguo y en Italia los cultos bizantinos retrocedían ante los brutales señores de la guerra lombardos, en el reino godo de Hispania las escuelas catedralicias y los conventos florecían: un poeta como el metropolitano Eugenio escribía sobre teología, el abad y obispo Fructuoso de Braga fundaba más de 20 monasterios por todo el oeste peninsular con magníficas bibliotecas y una regla que renovó la vida monacal hacia una mayor ascesis y pureza, Tajón de Zaragoza (en una ciudad sitiada) recopilaba escritos de papas, y en Toledo brillaba con luz propia Ildefonso, el más importante sabio de aquellos años.

En 657 murió Eugenio II, metropolitano de Toledo. Recesvinto eligió para sustituirle en la sede regia a Ildefonso, de 50 años, abad del monasterio agaliense de la capital, conocido por haber donado su rica herencia para fundar un convento de monjas. Fue autor de numerosas obras teológicas. Se le considera el fundador de la mariología (que tanta importancia tendría en España), con su tratado De virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles, enderezada contra 2 herejes de la época de san Jerónimo, Helvidio (que negaba la virginidad durante el parto), Joviniano (que la negaba después del parto), y un judío que representaba las objeciones de toda su raza. También escribió el Liber de cognitione baptismi unus, un libro pastoral que exponía con sencillez la doctrina tradicional sobre el sacramento bautismal, dividido en 142 capítulos y prologado por un texto llamado De progressu spiritualis deserti. Fue autor de De viribus illustribus, continuación de la obra de Isidoro, a la que añadió 13 personajes (7 de ellos toledanos), y de un opúsculo titulado De proprietate personarum Patri et Fili et Spiritus Sanctii. También escribió himnos, homilías (destacó por su elocuencia) y misas. La noche del 18 de diciembre de 665, cuando se dirigía con una comitiva de clérigos y fieles a cantar himnos al altar, hallaron en una capilla una luz tan brillante que todos huyeron espantados, menos el obispo y dos diáconos. En la silla episcopal, los tres vieron a la Virgen María, que se dirigió a Ildefonso con estas palabras: “tu eres mi capellán y fiel notario, recibe en prenda esta casulla que mi Hijo te envía”. La aparición invistió con su mano al metropolitano, indicándole que solo debía usar la prenda en los días fijados como festividad en su honor. Se trata de un caso de aparición excepcional por único en la historia del reino godo. El capítulo toledano estableció ese día como fiesta que celebraba “El Descendimiento de la Santísima Virgen y su Aparición” (todavía se celebra la festividad mariana una semana antes de la Navidad). Se instaló una piedra conmemorativa en el lugar de la aparición, y la silla episcopal no volvió a ser utilizada. La devoción mariana experimentó un notable incremento en el reino, particularmente en la capital. Ildefonso murió en el año 667, siendo enterrado en la iglesia de santa Leocadia, gozando de veneración como santo desde muy pronto.

El 16 de abril de 665 había muerto Fructuoso de Braga, el ermitaño elevado a metropolitano, vigoroso e infatigable fundador y reformador monástico, también pronto beatificado. Gracias a sus fundaciones en la cordillera cantábrica, el cristianismo comenzó a penetrar efectivamente entre los astures y cántabros, llevado por monjes más que por eclesiásticos. Fueron estos años de paz y tranquilidad del reino, en los que los ejemplos piadosos se sucedían. El propio rey fundó varias iglesias, de las que se conserva la de san Juan Bautista (en la actual Cerrato, Palencia), del año 661 y en cuyo arco de herradura del entrecoro se lee que el templo ha sido consagrado por “Recesvinto, amante de tu nombre”. Gracias a un concilio provincial lusitano del año 666 (en la Iglesia del Santo Jerusalén, de Mérida) sabemos que ese año el rey se hallaba en campaña contra un enemigo desconocido, probablemente los vascones.

Recesvinto siguió envejeciendo, sin esperanza de sucesión. Su esposa Reciberga había muerto con 22 años y ocho meses, tras 7 de matrimonio, aparentemente sin hijos sobrevivientes. Según algunas fuentes tardías, el rey se entregó en sus últimos años a prácticas mágicas, aunque no hay base sólida para afirmarlo. Tras 23 años de reinado (19 en solitario), sintiéndose enfermo, se retiró a su villa de Gérticos (actual Salamanca). Allí mandó llamar a los principales magnates del reino, y en su presencia entregó su espíritu el primer día de septiembre de 672. Fue el segundo rey más longevo en el trono de la historia visigoda, tras Recaredo. Pese a sus defectos, gobernó con prudencia, y proporcionó al reino godo un código de leyes destinado a perdurar a través de los siglos y su último periodo de paz y prosperidad. El último resplandor de la España antigua.

En el año 670, la primera expedición árabe de conquista, al mando del general Ocba (Uqba) ben Nafi, fundó la ciudad militar de Kairuán, 150 kilómetros al sur de la capital imperial de África, Cartago (no lejos del actual Túnez). Comenzaba la invasión musulmana de Berbería.


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3 comentarios

  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por el artículo; esta etapa de nuestra historia es fascinante y muy poco conocida, y la verdad es que no tiene desperdicio.

Un cordial saludo.
10/04/11 11:06 AM
  
Juanjo Romero
Ya sé que no te puedes prodigar más, pero son geniales estos post. Gracias.

10/04/11 11:37 AM
  
Ricardo de Argentina
Me ha resultado muy interesante conocer aspectos de un período de la historia española que no se estudia en la educación básica común de la Argentina.

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LA

Ni en la española
10/04/11 4:56 PM

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