Sacerdotes mártires valencianos (IV)

Tomás López Puig, nacido en 1874 en el entonces pueblo de Campanar, hoy un barrio de Valencia, se ordenó de presbítero en 1897. Su primer destino fue la capellanía del Noviciado de las Hermanitas de los Pobres, donde ejerció su labor durante 25 años. Destacaba por su infatigable laboriosidad y su celo misionero, llamando la atención del arzobispo Guisasola, que se hizo acompañar por él en calidad de predicador en la visita pastoral que cumplimentó en toda la diócesis.

Posteriormente se encargó de la atención de la tercera orden de san Francisco de Paula, y en sus últimos años fue beneficiado de la parroquia de san Agustín de Valencia, aunque siguió residiendo en Campanar. Tenía un oratorio privado en su casa, donde celebraba misa todos los días y según testimonio de su hermana, que vivía con él, diariamente ofrecía al Señor su vida por la salvación de sus compatriotas. En esa casa de Campanar fue a buscarle un piquete de milicianos armados del comité de Campanar el 12 de agosto de 1936. La casa fue registrada, y se interrogó al sacerdote: “¿dónde está la imagen de la Virgen de Campanar? Tiene que aparecer, o esta noche arde el pueblo”- “no lo sé”- “¿dónde está el dinero de la parroquia de san Agustín?”- “no lo tengo”. Hastiados y rabiosos, los milicianos saquean la casa, profanan ornamentos e imágenes sagradas y los arrojan por el balcón. Don Tomás es sacado ya anocheciendo con la excusa de firmar un declaración en el comité. Al ver que se lo llevan fuera del pueblo, en la carretera de Tránsitos se para y se dirige a sus captores del siguiente modo: “si vais a matarme, quiero que sea aquí mismo; prefiero morir cara a mi pueblo y a mi Virgen de Campanar”. Tras una vacilación, el piquete acepta y los fusiles dejan oír su chasquido metálico. “Me vais a dar lo que más aprecio: la unión con mi Dios”. Una ráfaga pone fin a su vida. Tenía 62 años.

Victoriano Andrés Grafia, nacido el 5 de septiembre de 1884 en Quart de Poblet. Tras formarse en el colegio de los padres jesuitas, ingresó en el seminario en 1902 como interno en el colegio de Vocaciones eclesiásticas, del que fue bibliotecario. Se ordenó en diciembre de 1908. Inclinado al estudio y la enseñanza, obtuvo en 1911 el título de maestro nacional y en 1914 se doctoró en Sagrada Teología. En 1915 ganó unas oposiciones a la Escuela Superior de Magisterio, con el número 6 de toda España. Destacó por su ardiente caridad y gran celo por su labor. Entre 1909 y 1912 fue cura ecónomo en el pueblecito de Ayódar, donde restauró altares y construyó el calvario, renovando la catequesis de forma sobresaliente. Ese último año pasó a la parroquia de Santa Catalina, en Alzira, donde se ocupó de la catequesis y del patronato obrero, destacando su apostolado y sus labores caritativas entre los más pobres y los niños. En 1914 fue párroco del pueblo de Petrés. Mientras dirigía la restauración del templo parroquial le sorprendió la epidemia de gripe de 1918. Su celo se demuestra en que llegó a trasladar personalmente al cementerio algunos cadáveres que ni siquiera sus familiares querían tocar por miedo al contagio. En los años siguientes fue ecónomo en Ayelo de Malferit y cura de san Roque en Oliva. En 1928 ganó una oposición nacional a Institutos de Segunda Enseñanza, con el número 3, obteniendo la cátedra de profesor de religión, deberes éticos y rudimentos de Derecho en el instituto de Requena. Dos años más tarde se licenció en Filosofía y Letras. Al advenimiento de la república las autoridades le dejaron cesante, y el obispado le procuró un beneficio en la parroquia de san Agustín de Valencia. En 1934 fue profesor y bibliotecario del centro de Estudios Superiores de Valencia. Al comenzar la guerra marchó a casa de sus padres en Torrente, poniéndose a salvo y recuperándose de una fractura en la pierna. El 3 de septiembre de 1936 los milicianos registraron la casa, pero al verle enyesado en la cama se marcharon. El 6 de octubre se lo llevaron con la excusa de declarar en el comité. La madrugada del día 7 en la tapia del Huerto del Francés (en el cruce de carreteras entre Torrente y Catarroja) le dispararon tres balazos en el corazón y le destrozaron la cabeza a golpes. Tenía 52 años, y había publicado un álbum catequístico premiado en varios certámentes, un tratado sobre cementerios y sepelios, y una geografía de Valencia y Castellón.

Manuel Llorens Bel nació en Valencia en 1879. Se ordenó sacerdote en 1903 y obtuvo el grado de doctor en Sagrada Teología. Ocupó los cargos de capellán de la Casa de la Misericordia, fue beneficiado en la parroquia de los Santos Juanes, y los últimos años trabajó de secretario en el arzobispado y como capellán del Convento de sordomudos (original institución sita en la calle doctor Sumsi de la capital valentina). En todos estos puestos se destacó por su humildad y su vocación de servicio, atestiguada por todos los que le trataron. A los pocos días de estallada la revolución, fue detenido por las turbas en el convento de sordomudos, y trasladado al Gobierno Civil. Allí tuvo la fortuna de encontrar a un policía, buen amigo de su familia, que al reconocerle le puso en libertad y escoltó hasta la vivienda de uno de sus sobrinos en Valencia. Allí estuvo escondido hasta principios de septiembre, cuando se generalizó el registro de viviendas en busca de sacerdotes y sospechosos de “conspirar contra la república”. Entonces fue trasladado a la vivienda de un familiar en Alginet. El 19 de octubre los milicianos le detuvieron junto a una anciana sirvienta de la casa, y les trasladaron al ayuntamiento. El 20 de octubre ambos fueron sacados de noche y subidos a un automóvil por el camino hacia Valencia. A la altura de Benifayó fue obligado a bajar. El sacerdote se arrodilló, rezó un instante y les dijo “os perdono y pido a Dios por vosotros”. Los pistoleros, nerviosos, hubieron de dispararle hasta tres descargas para acabar con su vida. La anciana fue sacada a la fuerza del coche y la mataron a su lado. Sus restos nunca fueron hallados. Tenía 58 años.

Alejandro Guimerá Figols. Nacido en Morella el 24 de abril de 1874. Junto a su hermano Felipe Guimerá Figols (1 de mayo de 1878) estudió en el seminario de Tortosa, pasando luego a Toledo a completar sus estudios. Víctima de una grave enfermedad, hubo de retirarse a un beneficio en la ermita de la Virgen de Vallivana, cerca de su casa. En 1909, ya repuesto, fue adscrito a la parroquia de Santo Tomás de Valencia, donde fue beneficiado, y más tarde racional de la misma. Entre todas las obras de misericordia, destacaba don Alejandro en la de dar limosna a los pobres y visitar a los enfermos de la parroquia, tarea que tomó sobre sí todo el tiempo que estuvo allí. Estallada la revolución en retaguardia, el día 22 de julio de 1936 el párroco de Santo Tomás recomendó a don Alejandro y a su hermano Felipe, que con él vivía en la calle del Ave María número 3, que abandonaran la casa por precaución, pues había emitida orden de detención contra ellos. Ambos curas hermanos se ocultaron en el domicilio de una tía suya, sito en la calle Cirilo Amorós, dedicándose en exclusiva a la oración. Don Felipe decía con sentido del humor “hay que tener conformidad con la voluntad de Dios, que quiere que pasemos el purgatorio en vida; no tengo miedo al padecer, pero la carne es flaca… y uno se resiste a morir como un perro”. El 6 de octubre de 1936 el Señor puso fin a su purgatorio. Hallados al fin, 6 milicianos se presentaron reclamándolos. Mientras se los llevaban, los familiares preguntaron qué mal habían hecho para ser así tratados, a lo que los pistoleros respondieron: “no han hecho nada, ya lo sabemos; pero son sacerdotes, y como sacerdotes, deben morir”. No se sabe como fue su final, pero al día siguiente sus familiares se dirigieron al cementerio general de Valencia, donde los reconocieron. Don Alejandro llevaba al cuello el rosario que usaba diariamente.

Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.
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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros.
Mateo 5, 9-12


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2 comentarios

  
Ano-nimo
Luis:

Excelente artículo; muchas gracias por traerlo y demostrar, una vez más, que lo que estaba en el fondo de los asesinatos no era más que el odio a la fe, y poco les importaba que los sacerdotes se ocuparan o no de los pobres, ya que a todos mataban por igual.

El martirio de estos sacerdotes, así como su perdón a los asesinos, es un ejemplo para todos. Por supuesto rezaré por todos ellos, también por los asesinos.

Un cordial saludo.

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LA

Gracias, Ana. Sé que también lo tienes claro, pero por si algún lector se queda con la duda, es evidente que asesinar a cualquier persona, sea sacerdote o no, por causa de su fe, es un crimen, independientemente de que ese sacerdote se ocupara de los pobres o se ocupara de otros menesteres. Incluso aunque fuese un sacerdote indigno, la justicia nunca pasa por el asesinato y el robo, valga esta premisa para cualquier lugar y cualquier circunstancia.
31/03/11 11:02 AM
  
Ano-nimo
Por cierto, en el caso del sacerdote Victoriano Andrés Grafia, no es el primer caso de comportamiento ejemplar ante situaciones sanitarias de las que todos huyen por miedo al contagio.

Por ejemplo, cuando la Peste Negra, murió como mínimo el 40% del clero parroquial, siendo ésta institución la más golpeada por la enfermedad, ya que eran los que pasaban más tiempo al lado del enfermo intentado confortarlo. ¡Para que luego algunos digan!.

Un cordial saludo.
31/03/11 11:08 AM

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