Un reino católico

Con el ascenso al trono de Liuva II (Leova) en diciembre del año 601, el obispo de Sevilla Isidoro proyectaba ejercer sobre el joven monarca la misma influencia que su hermano mayor y antecesor en la silla hispalense, Leandro, había influido en el padre de aquel. Pero Isidoro era un erudito devoto, y carecía de las dotes de persuasión y gobierno del viejo obispo conspirador.

Tampoco Liuva II era Recaredo, ni se hallaba rodeado de los mismos auxiliares. Mientras su padre había podido contar con el enérgico y leal duque Claudio, la corte del nuevo rey estaba formada por personajes mediocres, entre los que conocemos a Viterico, el antiguo conde de Lusitania, traidor inicial a Recaredo y posteriormente a sus compañeros de conjura.

Con tales títulos, no es de extrañar que urdiera una nueva conspiración palaciega que, esta vez sí, logró su objetivo, y destronara a Liuva II, tras un reinado absolutamente oscuro de 17 meses, con tan sólo 19 años de edad, en mayo de 603. Viterico (Waihtireiks) se coronó rey y ordenó aplicar al joven derribado el castigo a los usurpadores, la amputación de la mano derecha. La falta de datos sobre este periodo es generalizada, y no conocemos bien quién estuvo detrás de este golpe de mano que quebró la linea dinástica que había dado unidad y fortaleza al reino.

Fuentes eclesiásticas posteriores acusaron a Viterico de tratar de reintroducir el arrianismo, y es obvio que los obispos, en particular Isidoro, valedor de la casa de Recaredo, fueron sus adversarios. Esta acusación es difícil de verificar; el único dato que podría apoyarla (además de la enemiga de los eclesiásticos) es que el rey no autorizó ningún concilio durante su reinado, pero la realidad es que no tenemos pruebas de que tratara de nombrar obispos o conceder iglesias a los arrianos. Si realmente tuvo en mente ese proyecto, pronto se persuadiría de su inutilidad. Los propios obispos arrianos conversos al catolicismo en 589 (teologías aparte) preferían formar parte de una Iglesia universal, independiente del poder real y rica en patrimonio. Sí contaría con un sector importante de la nobleza, resentido con la dinastía anterior, que tal vez recogería elementos del antiguo partido tradicionalista y arriano. No obstante, Liuva contaba también con aristócratas que le apoyaban, y Viterico juzgó más seguro condenar a muerte al desventurado muchacho, que fue ejecutado en el verano de 603, pocos meses tras su destronamiento y amputación. Con él terminó la única dinastía, bien que precaria, que el reino hispanogodo había conocido, así como la estabilidad que hubiese podido aportar.

El reino había sufrido en los últimos años un periodo de aislamiento, frecuentes en la historia visigoda (por ejemplo en el año 604 el papa Gregorio el Magno había enviado una carta “al rey Recaredo”, desconociendo su muerte 2 años atrás); las energías que podían haberse volcado en aumentar la influencia en el exterior, hubo de consagrarlas Viterico a su combate intestino contra los obispos y los nobles adversarios. Se sabe que persiguió a estos últimos, entre los cuales conocemos a Bulgar, un conde de la provincia Septimania, que en sus escritos se queja amargamente de las confiscaciones y exilios que el rey sometió a sus enemigos políticos.

Viterico retomó el interés por la política internacional cuando llegó a Toledo una embajada del reino franco de Borgoña. Entre los reyes francos, tras la muerte del último de los nietos de Clodoveo el Grande, había desaparecido toda solidaridad. Childeberto II, hijo de la goda Brunequilda, que le había dominado, había heredado Austrasia de su padre Sigeberto, y Borgoña de su tío Gontrán en 592, pero murió apenas 3 años más tarde, en 595, con sólo 25 años de edad. Dejó dos herederos bajo la absoluta influencia de su abuela. El primogénito Teodeberto (II), de 9 años, recibió Austrasia; el menor, Teodorico (II), de 8 años, heredó Borgoña. Al comienzo del nuevo siglo, el consejo de nobles francos de Austrasia logró derrocar a la regente Brunequilda, que se exilió a Borgoña, desde donde atizó a su hijo menor a guerrear contra el mayor. Teodorico II quiso reforzarse buscando una alianza con el rey godo, y sus emisarios solicitaron la mano de Ermenberga, la hija de Viterico. Este aceptó, y la novia llegó en 607 a Chalons de Borgoña, pero allí Brunequilda, y Teudila (la hermana del rey franco), indispusieron a Teodorico contra la muchacha y, no se sabe si antes o después de celebrado el enlace, el novio la repudió, devolviéndola a España, pero reteniendo la dote.

La grave ofensa movió a Viterico a firmar una alianza antiborgoñona, apoyando a Teodeberto II de Austrasia, junto a Clotario II de Neustria y el rey lombardo Agiulfo. En la práctica, el conflicto no pasó de pequeñas escaramuzas fronterizas.

Poco más sabemos del reinado de Viterico. En sus últimos años se sintió suficientemente fuerte para romper la paz firmada por Leovigildo con el emperador de Constantinopla 35 años atrás, aprovechando que el golpe de estado del general Focas contra el emperador Mauricio, convulsionó al imperio, hundido ante los golpes de los persas y avaros. Los generales godos lograron tomar a los imperiales el castillo de Sagontia (Gigonza, no lejos de Medina Sidonia, en la provincia de Cadiz) y la ciudad de Begastrum (Bigastro). En el año 610, los enfrentamientos de Viterico con sus enemigos políticos llegaron al clímax, cuando depuso al obispo de Toledo, Aurasius, por no plegarse a sus decisiones. Poco después, al igual que 60 años antes lo había sido Teudiselo, Viterico fue asesinado en el curso de un banquete por una conjura de nobles perseguidos. La brutalidad de los tiempos se muestra en el tratamiento que se dio a su cadáver, arrastrado ignominiosamente por las calles de Toledo, vestido aun con las insignias reales. No era la excepción: Mauricio había sido obligado a ver la tortura y muerte de sus 5 hijos antes de su propia ejecución en 602; Focas fue decapitado, y su cuerpo sacado en desfile por Constantinopla ese mismo 610; y entre los reyes francos los asesinatos reales eran de una crueldad extrema.

El fin de Viterico tras 7 años de reinado tumultuoso, terminaba con los residuos del antiguo partido tradicionalista intransigente. Ahora la nobleza, con el apoyo de los obispos, buscó un candidato de consenso, hallándolo en un anciano noble llamado Gundemaro (Gunthamers), duque de la provincia Septimania, castigada por las exacciones del anterior monarca. El nuevo rey y los obispos proclamaron que Viterico había sido un usurpador. Gundemaro desarrolló una actividad militar importante: en el verano de 610 dirigió personalmente una expedición contra los vascones, que habían roto la paz de 581 saqueando el valle del Ebro, obligándolos a retirarse. Sus generales trataron de aprovechar la debilidad bizantina, pero no hicieron progresos territoriales, fracasando en el sitio de una ciudad desconocida en 611.

En octubre de 610 tuvo lugar un concilio provincial Cartaginense en Toledo, convocado por el propio rey, y en el que no intervino el obispo de Toledo, ya que su razón única era la discusión sobre la sede metropolitana de la provincia. La capital y sede histórica de la provincia era la ciudad de Cartagena, pero se hallaba en manos de los bizantinos desde 555. Los 15 obispos de la provincia presentes siguieron el deseo real, y firmaron un canon que establecía que Toledo, sede regia, sería también la sede metropolitana de la provincia, en presencia del metropolitano de Lusitania y del de Bética, el obispo Isidoro, que había recuperado su influencia en la Iglesia y la corona. Gundemaro regularizó así la unión de la capitalidad civil y eclesiástica en la corte, a imitación de todos los grandes reinos conocidos. El obispado de Toledo se convirtió desde ese momento en el primado del reino, título que ostenta aún en la actualidad.

Gundemaro hubo de atender también la guerra de los francos, que llegó a su punto álgido en estos años. La alianza de Teodorico II de Borgoña con los esteparios avaros llenó de rumores la Galia, como el que transmitió al rey su hombre de confianza en la frontera septimana, el conde Bulgar, según el cual Brunequilda y su nieto habían animado a los avaros a atacar al reino godo. Probablemente se trata de una confusión con la misma acción contra el rey de los lombardos de Italia, otro de los enemigos del borgoñón. Gundemaro envió en 611 una embajada a Austrasia, que entregó una suma en oro y renovó la alianza establecida por Viterico con Teodeberto II por cuatro años más. A su regreso de la corte franca, los embajadores fueron capturados por hombres de Borgoña. El rey godo envió dos nobles, Tatila y Guldrimir, para gestionar la liberación de los embajadores, pero estos fueron también detenidos. El conde Bulgar tomó entonces un ejército y ocupó las ciudades de Juvignac y Corneilhan, entregadas en prenda por Recaredo a Brunequilda por su alianza de 587, no devolviéndolas hasta que no fueron puestos en libertad los presos.

No obstante, en ese mismo 611, Teodorico II de Borgoña venció a su hermano Teodeberto II de Austrasia en el campo de Toul, decidiendo la guerra. Teodeberto fue depuesto en 612, tonsurado e ingresado en un monasterio junto a su hijo Meroveo, siendo asesinado más tarde, se cree que por orden de su hermano o incluso de su abuela. Teoderico II y Brunequilda reunieron de nuevo Austrasia y Borgoña, pero la estrella de la anciana reina goda se había apagado definitivamente: su nieto murió de disentería en 613 con solo 26 años de edad, y su bisnieto el niño Sigeberto II comenzó a gobernar. Por tercera vez trató Brunequilda de ejercer la regencia de la minoría para asentar a su estirpe en el trono, pero los nobles austrasianos odiaban sus manejos y su cohorte de reyes infantiles. El mayordomo de Austrasia, Pepino de Landen, y el de Borgoña, Warnacario, firmaron un tratado secreto con el rey Clotario II de Neustria, y cuando este atacó en 613, el ejército abandonó a Brunequilda y Sigeberto II. Capturada, la anciana fue juzgada y torturada durante 3 días por el hijo de su mortal enemiga Fredegunda, para ser finalmente descuartizada viva por varios caballos atados a sus extremidades. Sigeberto II y su hermano Corbon fueron también ejecutados mas tarde, y Clotario II reunificó de nuevo todo el reino franco, bajo un nuevo fuero (Edictum Chlotarii), decretado en el concilio de París de 614, que otorgaba una gran independencia a la nobleza (entre cuyos miembros quedaba obligado el rey a nombrar a los funcionarios reales) y el clero. La amistad entre godos y neustrianos se mantuvo en la paz.

Gundemaro ya había fallecido en febrero de 612, tras un corto reinado de dos años. Al conocer su muerte, hubo una gran rebelión en el norte del reino: astures, cántabros y vascones se alzaron en armas. La asamblea de magnates godos y los obispos eligieron al noble Sisebuto (Sigisabalths), amigo personal del metropolitano Isidoro de Sevilla, para enfrentarse a las dificultades. Algunos autores posteriores consideraron que Sisebuto podía tener vinculación familiar con la dinastía de Leovigildo, en base a su estrecha relación con Isidoro y al hecho de que su primogénito se llamaba Recaredo. Son pruebas endebles, y ninguna fuente contemporánea insinúa tal parentesco. El nuevo rey envió dos columnas al norte ese mismo verano. Una, al mando del general Richila, sometió a los astures orientales, y otra, comandada por el general Suintila, a los astures occidentales (también llamados ruccones). En 613 el inquieto monarca creó la primera escuadra conocida de los godos, en el mar cantábrico, con la que se embarcó, emprendiendo una exitosa campaña contra los rebeldes cántabros y vascones, a los que sorprendió con un ataque desde el mar.

Sisebuto fue un rey notable en muchos aspectos. Era profundamente devoto, y en abril de 612, al poco de subir al trono, publicó una ley relativa a los judíos, en la que manifestaba su decepción por la escasa aplicación que habían tenido las leyes de Recaredo prohibiendo la posesión de esclavos cristianos por los judíos. No sólo renovó esas disposiciones, sino que prohibió en general el proselitismo judío o la autoridad legal de judíos sobre cristianos, ordenando que estas leyes entraran en vigor el 1 de julio de 612; las firmó en presencia de los principales de su corte, sin convocar a los obispos. Cosa insólita entre los godos, era un lector insaciable y autor literario, y mantuvo nutrida correspondencia con su amigo Isidoro de Sevilla sobre todo tipo de temas. A propósito de un eclipse de sol observado en el reino en 611 y otro de luna el año siguiente, muchos adivinos paganos habían atribuido tales prodigios a la cólera de los dioses por haber abandonado Hispania su culto. Durante su campaña de 613 en el norte, el rey compuso personalmente un poema llamado Astronomicon, en el que aportaba una explicación cristiana sobre el asunto de los eclipses. En respuesta, Isidoro le dedicó ese año su obra De Natura Rerum, un tratado de astronomía e historia natural. También fue autor de una hagiografía sobre el obispo Desiderio de Vienne, ejecutado en 606 por Brunequilda y Teodorico II de Borgoña. Sabemos que manumitió a sus expensas a varios esclavos. A la manera medieval, su interés por la religión no le convertía automáticamente en sumiso al episcopado. Ordenó levantar la iglesia de Santa Leocadia en Toledo, y escribió al metropolitano Tarraconense, Eusebio (elegido por el concilio provincial de Egara en 614), reprendiéndole por su afición al teatro, que consideraba poco digna de un eclesiástico y aun de un cristiano, en lo cual podemos ver la influencia de su amigo Isidoro, que era contrario a tales divertimentos. En la misma misiva le ordenaba nombrar obispo de Barcelona a un protegido suyo, procedimiento regalista y dudosamente canónico.

Isidoro había alcanzado su objetivo: de nuevo el monarca y el obispo más influyente formaban un equipo gobernante en bien del reino y de la Iglesia. El metropolitano hispalense llevó a cabo una labor muy importante para salvaguardar la cultura clásica, amenazada en una era de barbarie en la que los monasterios todavía no eran la reserva cultural de occidente en que se convertirían unos siglos después, por mor del monacato irlandés, y más tarde de Cluny. Impulsó la escuela catedralicia de Sevilla, en la que se formó un clero culto y piadoso, conservándose numerosas obras clásicas latinas, y una teología de inspiración agustiniana. Casi todos los grandes obispos de los siguientes 40 años fueron de un modo u otro discípulos de Isidoro, como por ejemplo el archidiácono (y posterior obispo) de Zaragoza, Braulio. Su hermano Fulgencio fue obispo de Cartagena, y su hermana Florentina, abadesa de más de cuarenta conventos. Isidoro comenzó a escribir por esta época una crónica de los reyes godos, y a recopilar todos los textos importantes del saber clásico, que concluiría muchos años después en un trabajo enciclopédico, que tituló Etymologie (incluye poesía, gramática, retórica, matemáticas, medicina, derecho, teología, historia natural, geografía, arquitectura, agricultura, etc), y que fue texto fundamental de saber en la Europa de la alta Edad Media. También gobernó la Iglesia con prudencia, y presidió el II Concilio provincial de Sevilla en 619, donde se corrigieron conductas anticanónicas de algunos sacerdotes y diáconos (e incluso se amonestó a un obispo), y tuvo lugar un insólito e interesante debate teológico entre Isidoro y un sacerdote sirio, monofisita radical, llamado Gregorio, a quién el metropolitano logró convencer de la doble naturaleza de Cristo, bautizándolo en el catolicismo. En 624, presidió el III concilio provincial sevillano, dedicado íntegramente a asuntos disciplinares.

A partir de 614 Sisebuto reanudó la guerra contra los romanos, aprovechando que el caos causado en la lucha por el trono de Constantinopla había provocado la exitosa invasión del territorio imperial por los persas del rey Cosroes. El nuevo emperador, Heraclio, estaba demasiado ocupado para enviar refuerzos al lejano occidente: ese mismo año cayó Jerusalén, y según una tradición, el Santo Sudario en el que había impreso su faz Jesucristo al envolver su rostro, conservado en la ciudad, fue llevado a Alejandría para preservarlo del saqueo. Dos años más tarde, en 616, huyendo de la invasión persa de Egipto, inició un periplo que le llevó finalmente a Cartagena, desde donde un grupo de devotos la trasladó a Sevilla, donde la reliquia fue venerada muchos años.

En su primera campaña, Sisebuto obtuvo varios triunfos, que redondeó en 615, cuando acompañado por el duque Suintila, venció en una dura batalla a las tropas imperiales del patricio Cesario, comandante de las posesiones bizantinas en España. Sisebuto experimentó la crueldad de la guerra al ver a sus victoriosos soldados, rabiosos por las bajas sufridas, matando a los prisioneros enemigos, y exclamó “¡por qué tendrá que existir una tal matanza en mi reino!”. El descalabro imperial fue definitivo. Málaga se había perdido, y no había posibilidades de obtener más tropas, por lo que Cesario escribió una carta al rey godo, apelando a su conocida misericordia, y le propuso firmar la paz, para terminar con el derramamiento de sangre de hermanos en la fe. Como prueba de buena voluntad, puso en libertad al obispo Cecilio de Mentesa (Montiel), una de las plazas tomadas por los godos, preso previamente por haber conspirado a favor de Sisebuto. El rey, pese a tener todos los triunfos en la mano, aceptó la oferta y envió a su embajador plenipotenciario Ansemundo, con una carta en la que recordaba las calamidades de la guerra. Tras la negociación, se firmó una nueva paz en 615, confirmada tras la visita de los embajadores hispanos a la corte de Constantinopla; a imitación de lo que había ocurrido en Italia tras la invasión lombarda, apenas quedaban un puñado de ciudades costeras como únicas posesiones romanas en la península. Es posible que la ciudad de Cadiz fuese conquistada por los godos en esta campaña de 615, o bien en 620 en una ofensiva dirigida por Suintila, pese al tratado de paz (las crónicas contemporáneas no dan datos precisos).

A partir de entonces, Sisebuto se volvió más devoto pero también más imperativo. Precisamente al rey lombardo arriano Adaulialdo y a su esposa Teodelinda escribió una carta con motivo de su ascenso al trono en 616, en la que trató de convertirlos al catolicismo, mostrando gran erudición teológica en su defensa del trinitarismo pero también una completa falta de tacto. Al obispo Cecilio, que tras su cautiverio había decidido retirarse a un monasterio, le escribió una tajante misiva, ordenándole presentarse ante él y otros obispos para recordarle sus deberes hacia su congregación.

A partir de 616 inició una política de conversiones forzadas de los judíos, convencido de lo pernicioso de la persistencia de la fe mosaica en el reino. Estas disposiciones se tomaron al margen de la ley, y le provocaron su única disputa conocida con el metropolitano Isidoro, que se oponía a las prácticas de bautismos obtenidos bajo amenaza o fuerza. Su oposición no fue suficiente, y durante los primeros años miles de judíos hubieron de huir del reino (sobre todo hacia la Galia), aunque muchos otros prefirieron bautizarse para evitar la persecución, creando un problema para el futuro, el de los falsos conversos. Durante su reinado, el metropolitano Aurasius de Toledo (repuesto en 612) convirtió por este método a varios prominentes judíos, y tuvo un altercado con el conde ciudadano Froga, que atendió las quejas del jefe de la sinagoga de la ciudad, ordenando el apaleamiento de los conversos. Aurasius excomulgó al conde por judaizante, provocando un grave conflicto. Hacia 620 la persecución decayó en intensidad.

Además de su primogénito Recaredo, el rey tenía otro hijo, llamado Theudila, que profesó como monje, motivo por el cual su padre le escribió una afectuosa y piadosa carta. En febrero de 621, murió en Toledo pacíficamente el rey Sisebuto, un monarca cultivado y enérgico, tras 9 años de reinado. Había gobernado el reino y la Iglesia con energía y acierto, había sometido a los rebeldes y recuperado Málaga y otras plazas de manos de los bizantinos, a los que derrotó en varias ocasiones. Su reinado guarda un cierto parecido (aunque pálido), con el de su predecesor Leovigildo, y marcó el camino en varios aspectos que serían característicos del reino católico hispanogodo: la unidad territorial y religiosa, y la colaboración entre el poder civil y el eclesiástico para alcanzar la estabilidad. El prestigio de su padre y la fuerza de sus partidarios permitió al joven Recaredo II (Reikhareiks) ser proclamado rey de inmediato. Apenas 3 meses después murió de forma misteriosa, y las fuentes no indican la causa. Isidoro de Sevilla no refiere violencia alguna en su crónica sobre los godos, pero es difícil evitar la sospecha de magnicidio en la muerte repentina del joven. El misterio permanece.

Así, en mayo de 621 fue elevado al trono el hombre que había sido la mano derecha y principal cliente de Sisebuto, el general Suintila (diminutivo del godo Swintha). El comienzo de su reinado fue continuista, con el apoyo de los obispos, encabezados por Isidoro, y de la aristocracia. Su primera tarea fue combatir a los vascones, que nuevamente habían invadido el valle del Ebro, aprovechando el cambio de monarca. La rapidez con la que el ejército godo rodeó a los invasores sorprendió por completo a los jefes vascones, que decidieron rendirse al rey. Este les exigió cierto número de rehenes de familias distinguidas, para garantizar su lealtad al tratado, y les obligó a construir la plaza fuerte de Ologitum (Olite) para la guarnición visigoda que defendía el Ebro. Posteriormente entró en triunfo en Pamplona donde acuñó una moneda para celebrar su triunfo. Un triunfo efímero, pues en 625 los vascones rompieron el acuerdo y volvieron a invadir el valle del Ebro hasta las cercanías de Zaragoza, causando calamidades y epidemias.

Al mando del ejército real, Suintila emprendió entonces una campaña definitiva contra los bizantinos. En 622 sus tropas tomaron la ciudad de Cartagena, y la arrasaron completamente, provocando su decadencia, que duraría varios siglos. En 624 se enfrentó al último ejército imperial, comandado por dos patricios. Uno de ellos fue capturado en una emboscada, y el otro cayó en batalla junto a su ejército, ante las tropas del rey godo. Las últimas plazas (no se conoce con seguridad cuáles quedarían a los romanos) fueron incorporadas al reino, y finalizó así la presencia imperial en la Península, tras 75 años.

El año de 624 supone el cénit del reino visigodo. Alcanzada la unidad territorial de toda la península bajo un solo cetro (aunque los vascones estaban sometidos más nominal que efectivamente), España era la monarquía más poderosa de Occidente después del reino franco de Clotario II. El país vivía en paz y prosperidad, y el renacimiento isidoriano lo situaba (en plena crisis bizantina) como la referencia cultural del antiguo Imperio romano Occidental. No obstante, si los monarcas visigodos habían logrado solventar algunos problemas, como la división religiosa o la fragmentación territorial, otros habían aumentado. El principal sin duda fue la concentración de poder en manos de los aristócratas. Durante su periplo por Europa, en busca de un reino, los godos habían sido todos hombres libres, y los nobles apenas se distinguían de los demás por su estirpe y su autoridad en combate. Al asentarse entre los romanos, y sobre todo al comenzar a enlazar por matrimonio con las familias senatoriales, habían adquirido inmensas posesiones patrimoniales que les generaban fabulosas rentas. Mientras la nobleza goda y la romana se habían fundido en una aristocracia opulenta, los godos libres se habían ido empobreciendo hasta equipararse con los colonos y siervos romanos, un estado engrosado por muchos habitantes de las ciudades que habían decaído con el hundimiento de las curias. Así, en los primeros decenios del siglo VII, la sociedad hispana estaba formada (salvo las colonias de comerciantes griegos, sirios, o judíos) por una pequeña casta que dominaba la mayor parte de las tierras y monopolizaba los cargos civiles y buena parte de los eclesiásticos, y una inmensa masa de campesinos cuyas condiciones sociales y económicas eran peligrosamente cercanas a las de la esclavitud. En otras circunstancias, un monarca fuerte, con un patrimonio real solvente, hubiese podido ejercer de contrapeso de los más poderosos, pero la carencia de una dinastía fuerte era un lastre demasiado pesado: las familias más ricas e influyentes (conocidas como magnates), enzarzadas con frecuencia en luchas intestinas, no tenían intención de dejar de controlar el trono y las riquezas de la nación en su provecho. A la postre, esto causaría la ruina del reino.

A partir de 625, vemos operar el primer cambio trascendental que haría pasar rápidamente el esplendor del reino. Suintila intentó lo que otros antes que él, crear un fuerte clan en torno a su familia, con vistas a fundar una dinastía. Convirtió a su hermano Geila en el hombre fuerte del reino (como él lo había sido de Sisebuto), y asocio a su hijo Recimiro al trono, al estilo de Leovigildo con sus hijos, preparando la sucesión. Aunque no existía un sistema legalizado de acceso al trono, los magnates godos se habían acostumbrado en los últimos 25 años a elevar al solio a candidatos a su gusto, y entendieron la asociación al trono del joven como un menoscabo de sus prerrogativas. El propio Isidoro de Sevilla, que estaba escribiendo una crónica sobre los reyes godos, y que había definido a Suíntila al principio de su reinado como “príncipe del pueblo y padre de los pobres”, modificó su opinión sobre él. Los obispos, por conciencia de clase, se alinearon con los magnates en su oposición a la política del rey, y este endureció su postura, tratando de cortar los privilegios de nobleza y clero, y colocando a sus fieles en los puestos clave de la administración. En algún momento, comenzó a perseguir a los nobles que se le oponían, y surgió la inevitable conspiración, apoyada por Isidoro de Sevilla. Los conjurados obtuvieron una ayuda inesperada, cuando Geila, enemistado con su hermano el rey, se les unió.

Para garantizar el éxito de su empresa, buscaron la ayuda exterior en el poderoso Dagoberto, rey de los francos desde la muerte de su padre Clotario II en 629. Este escuchó con agrado la promesa de sumisión y la entrega en pago de una joya singular del tesoro real visigodo (la bandeja de oro y piedras preciosas que el patricio Aecio había regalado al rey Teodorico en 451 para que participara en la guerra contra Átila) que le llevó el emisario de los conjurados, el duque Sisenando de Septimania. El rey franco aceptó y escogió al propio Sisenando como su candidato. Rompiendo la alianza entre ambos reinos, un formidable ejército franco salido de Tolosa a principios de 631, atravesó la provincia Septimania y entró hasta Zaragoza. Suintila ordenó la reunión del ejército real para repeler la invasión, descubriendo consternado que a la traición exterior se unía la interior: la mayoría de los nobles, incluyendo a su propio hermano Geila, se alzó contra él. Tras calibrar rápidamente la situación, el rey Suintila se rindió y fue hecho prisionero. El 26 de marzo los nobles conjurados, erigidos en representantes de la nación, depusieron formalmente a Suintila, tras 10 años de reinado, y elevaron al trono al candidato de Dagoberto, el duque Sisenando.

Esta vergonzosa conjura, con traición al monarca y colaboración con poderes extranjeros, marcará profundamente al reino en el futuro. Su éxito es el de una aristocracia egoísta, dispuesta a provocar la destrucción de la nación antes que perder privilegios e influencia. Isidoro de Sevilla y la mayoría de los obispos apoyaron esta felonía creyendo que era lo más conveniente para evitar la tiranía. Vivieron lo suficiente para ver las amargas consecuencias del caos que su decisión provocó.


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26 comentarios

  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por tan interesante artículo y la información que nos proporcionas. Trataré de encontrar el poema de Sisebuto, "Astronomicon" y la obra de San Isidoro "De Natura Rerum"; me he quedado muy intrigada y con gran curiosidad e interés por leerlas.

Un cordial saludo.

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LA

Es muy interesante, y en este artículo hay un resumen; Sisebuto seguía la concepción aristotélica del universo, y con ella explica científicamente (para la época) los eclipses de luna y sol. Demuestra que el saber clásico grecorromano se había conservado en medio de las vicisitudes en nuestra península.
26/01/11 3:42 PM
  
Ano-nimo
Luis:

Muchísimas gracias por el link, lo he leído y es realmente bueno.

Aún estoy buscando el De Rerum Natura de San Isidoro; sin embargo, creo que he encontrado el poema del rey Sisebuto:

http://blogs.murcia.es/santdo/2009/06/29/el-poema-del-rey-sisebuto/

y en latín:

http://astronomicum.blogspot.com/2009/05/el-poema-astronomicum-del-rey-sisebuto.html

Bueno, a ver si lo encuentro.

Un cordial saludo.
27/01/11 4:09 PM
  
Winston Smith
Un reino católico... Ingeniería social: Ley de matrimonio civil... Una y otra vez me pregunto sobre el papel del cristiano en relación al poder político... Y confieso que no tengo las ideas claras.

En una sociedad que fuera mayoritariamente católica nunca se habrían aprobado determinadas leyes, pero, ¿qué se haría con los transgresores? ¿Y por qué habría que hacer algo? ¿Tiene sentido para un cristiano la existencia de una “justicia” humana? ¿De un castigo humano?

La verdad que lo tenemos difícil... o a lo mejor la dificultad está en querer “retorcer” el mensaje de Cristo para justificar lo que no tiene justificación, al menos desde un radicalismo evangélico.

Porque, lo cierto es que, por muchas vueltas que le demos, contra el robo de la túnica se nos ha dicho que entreguemos también la capa... contra la agresión en la mejilla, que pongamos la otra... si nos exigen andar una legua, que andemos dos... y el colmo de los colmos, que devolvamos bien por mal y que amemos a nuestros enemigos.

Todo esto se lleva mal, muy mal, con juzgar y condenar a un ladrón o un asesino... A no ser que divorciemos al hombre público del hombre privado, justamente lo que quiere de nosotros el ateismo militante... la religión para la intimidad... sin que se note.

En su vida terrena, Cristo nunca pretendió el poder político... predicaba continuamente su Evangelio, pero no se postulaba para mandar, nunca pretendió cambiar el mundo desde arriba, por la fuerza, sino desde el corazón convertido de todos y cada uno de nosotros... Además, respecto del poder y los gobernantes, nos dejó una losa que no hay quien levante con aquello de que “sabéis que los jefes de las naciones las oprimen con su poder...” y que “no será así entre vosotros...” No hizo distinción alguna entre jefes democráticos, dictadores, reyes, presidentes de república, emperadores, ...

Vamos, que el uso de la fuerza para implantar su Reino lo descartó de forma absoluta, hasta el punto de dejarse matar. Iba a vencer a la muerte, iba a resucitar y el Mal no tendría ya ningún poder sobre Él.

Lo único que nos ha dejado claro es que debemos dar testimonio de Él cuando nos lleven ante los tribunales y gobernantes por causa suya, que no nos preocupemos por lo que decir, que ya nos lo inspirará Él mismo... pero Él nunca quiso que nosotros, en tanto que discípulos suyos, nos constituyéramos en tribunales y gobernantes para juzgar a los demás, y muchos menos para juzgarlos con leyes inspiradas en sus enseñanzas. El juicio es suyo y sólo suyo, el Padre le ha dado poder para juzgar a todos los hombres, en su momento.

Además, es obvio y constatable que la dinámica del poder genera intrigas, violencia, injusticia, opresión y abusos... ¿Cómo asumir esta servidumbre como un “poder cristiano”?

Creo que la política no es para nosotros, lo nuestro es el testimonio del Evangelio de Jesús, asumiendo los riesgos que ello nos pueda acarrear en un estado que, cada vez más, se rige por leyes gravemente contrarias a la moral cristiana.

Saludos.



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LA

Es una buena reflexión sobre el poder y sus peligros; no en vano, la última tentación de satanás a Cristo es ofrecerle todos los principados de la tierra si se somete a él.
Y sin embargo, cuando esa labor de evangelización ya ha tenido éxito, cuando una sociedad es mayoritariamente cristiana, o incluso aplastantemente cristiana, lo lógico es que quieran regirse por leyes cristianas; aunque sus habitantes no sean ángeles, sino hombres de carne y hueso. Entonces ¿cómo hacemos?

Hay que recuperar el sentido original de la política ("de la polis", de la ciudad, de lo que a todos atañe), tan desvirtuado por el sistema de partidos en que vivimos que la mayor parte de la gente tuerce el rostro con asco cuando oye esa palabra. Y sin embargo, en su origen define algo muy hermoso ¿qué podemos hacer juntos para mejorar todos? Eso es la política.

Tal vez la historia nos ayude a cometer menos errores en el futuro. La sociedad perfecta la alcanzaremos, ya lo sabemos, en el Reino de los Cielos.

saludos.
27/01/11 10:05 PM
  
Winston Smith
Luis,

Muy bien traída la referencia a esa tentación en la que el diablo ofrece a Jesús el poder terreno sobre los reinos del mundo, (última o segunda según se lea en Mt o Lc). De hecho, expresa muy bien mi sospecha o recelo de que el poder temporal, político, no es para nosotros los cristianos, de que no procede de Dios, aunque lo consienta o lo permita desde el momento en que ha decidido respetar nuestra libertad.

El diablo le dice al Señor: ‹‹Te daré el poder y la gloria de todos ellos, (los reinos de la Tierra), porque a mí se me ha entregado y se lo doy a quien quiero...›› Lc 4,6.

“...cuando una sociedad es mayoritariamente cristiana, o incluso aplastantemente cristiana, lo lógico es que quieran regirse por leyes cristianas...”

Esto implicaría convertir el Cristianismo en un instrumento de poder con el que se obligarían conductas y se penalizarían actos contrarios a la moral cristiana. Pero, ¿en nombre de quién, o con qué autoridad haríamos eso, si el mismo Dios permite nuestro pecado?

Hay otra cuestión importante: la identificación del Cristianismo con un poder político o forma de gobierno concretos. Porque si el Cristianismo pudiera constituirse en poder político, ¿qué forma adoptaría? ¿Una democracia? ¿Todas las demás formas de gobierno serían anticristianas? ¿Qué pasaría con todos los críticos con el poder, tendrían que ser considerados anticristianos?

Quizá más difícil que el caso que planteas sea el contrario, en una sociedad minoritariamente cristiana, incluso mínimamente cristiana como la nuestra, ... ¿Deben los cristianos reducir el Cristianismo a un programa político y someterlo a una contienda electoral? ¿Puede el Cristianismo entrar en una dinámica de consenso, de ceder en algunas cuestiones morales para ganar en otras y mantener una cuota de poder?

Pienso que el cristiano lo es porque ha vivido un proceso de conversión interior que conlleva arrepentimiento y tiene su apoyo en la Fe en Jesucristo, verdadero Hijo de Dios. El Evangelio es su referente de vida, y la Ley que Dios entregó a Moisés, perfeccionada y completada por su Hijo, es la fuente moral que le enseña lo que está bien y lo que está mal. El Cristianismo es una exigencia desde la conciencia individual, y la ética cristiana, una guía para que desde nuestra libertad elijamos lo bueno y rechacemos lo malo, y esto es así con independencia de que sean muchos o pocos los cristianos de alrededor. Evidentemente, si son muchos, también serán muchos y patentes los frutos de Amor evangélico.

Sin embargo, las leyes humanas operan justo al revés. No persiguen una exigencia interna, sino que mediante el poder, buscan “la exigencia a los otros”; no busca el juicio de los propios actos, sino que juzga los actos de los demás; no produce el arrepentimiento, sino la condena.

Creo que no. Si el poder del mundo fuera compatible con el Cristianismo Cristo no habría muerto, habrían sido crucificados sus enemigos.

Esto es lo que tiene pretender seguir a alguien que es un escándalo para los judíos y una locura para nosotros.

Saludos.


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LA

Es obvio que el acceso al poder es uno de los caminos más rectos hacia el mal: corrupción, injusticia, violencia... lo vemos todos los días. Y cuanto más absoluto es el poder, más absolutamente puede conducir al mal.

No obstante, toda sociedad necesita regirse por unas leyes, y esas leyes se inspiran en algún tipo de moral. Si los cristianos renunciamos a participar en la moral social, esta será acristiana, o incluso anticristiana. Y esa legislación también nos afectará a nosotros y a nuestras familias.

Por otra parte, también es posible ejercer un poder desde los principios cristianos. Sin duda es difícil, y tenemos muchos ejemplos de gobernantes cristianos que no han sido fieles. Pero también ha habido gobernantes cristianos honestos y justos. Con la gracia de Dios, nada es imposible.

Tan solo hay que tener presente que "al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás".

Saludos
28/01/11 6:26 PM
  
Winston Smith
Luis, continuando la conversación, te expongo algunas observaciones a tu comentario:

“Y cuanto más absoluto es el poder, más absolutamente puede conducir al mal.”

Creo que frases como ésa se han convertido en tópicos a fuerza de repetirlas, aún no siendo necesariamente ciertas. La maldad o iniquidad del poder reside en aquello que se manda, en sus leyes, no en quién es el que lo manda. La historia nos ha dado ejemplos de monarcas absolutos justos y tiranos, y también hemos conocido aberraciones de gobiernos democráticos y de dictaduras de muy diversos orígenes ideológicos. El poder siempre tiene instinto de conservación y hoy su propaganda nos ha impuesto el dogma político de que fuera de la democracia no hay justicia, como si la verdad y la bondad fueran cuestiones numéricas... El linchamiento de un inocente, como el de nuestro Señor Jesucristo, es un acto democrático, fue la mayoría del pueblo quien exigió su crucifixión y prefirió dar libertad a un asesino.


“Si los cristianos renunciamos a participar en la moral social, esta será acristiana, o incluso anticristiana. Y esa legislación también nos afectará a nosotros y a nuestras familias.”

La moral de una sociedad no se construye desde el poder, sino desde el testimonio de los individuos, coherente con aquello en lo que se cree. El poder impone la moral que lo sustenta. No hay más que recordar cómo se extendió el Cristianismo con la predicación de unos pocos apóstoles. Nada más lejos del poder temporal. Por tanto, renunciar a ese poder no implica, para nada, renunciar a que nuestra sociedad vuelva a la ética cristiana.

“Con la gracia de Dios, nada es imposible.” Estoy de acuerdo en que esto es lo que hace realmente falta, la gracia de Dios, pero no el poder con su servidumbre, porque no se puede servir a dos señores.

Saludos y buenas noches.



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LA

Hola, Winston.

Con respecto al primer entrecomillado, creo que sería bueno separar el ejercicio de la autoridad (y del poder derivado de esta) de la legislación, a la que se somete aquel en su actuación concreta.
El ejercicio de poder de una magistratura de la administración podra ser eficaz o ineficaz, honesto o corrupto, justo o injusto. La legislación debe recoger la moral social predominante, siempre que se sujete a la Ley natural (y los cristianos proponemos que a la ley de Dios).
El magistrado (sea rey, presidente, consul o tirano) obrará recta o torcidamente según su moral personal. No obstante, el gobierno sobre los demás implica necesariamente una tentación de abuso de autoridad o corrupción, y cuanto mayor sea el poder, mayor será la tentación.

Con repecto al segundo entrecomillado, nuevamente creo que hay que recordar la diferencia entre el poder y la legislación. El poder es necesario porque la organización social lo precisa, y los términos en que se ejerza variarán de una sociedad a otra. Obviamente no se evangeliza desde el poder, aunque unos magistrados que sigan un modo de vida cristiano, por la propia naturaleza de ese modo de vida, estarán menos sujetos a caer en el mal. En cambio, la legislación son las "reglas del juego" de una sociedad. Estas sí pueden recoger las normas morales critianas (diez mandamientos y ocho bienaventuranzas, mas toda la teología desarrollada), y de hecho, si una sociedad es mayoritariamente cristiana,es absolutamente lógico que lo hagan.

Lo ilógico es que en un pueblo donde todos sus habitantes son cristianos, el alcalde no lo sea y los bandos del ayuntamiento no se inspiren en los principios morales del cristianismo. La legislación debe reflejar la ética de los ciudadanos, y a su vez esa legislación puede influir (lo he tratado de demostrar en el artículo anterior) en esa ética social.

Un saludo.
01/02/11 1:07 AM
  
Winston Smith
Hola, Luis,

Con el primer entrecomillado abría realmente una digresión en la conversación. No es ése el asunto que más me interesa debatir. Sólo indicarte que al hablar del poder me refiero siempre al poder del estado, es decir a la capacidad de dictar leyes y obligar a su cumplimiento, con independencia de que haya formas de gobierno en las que ese poder esté más o menos repartido o esté detentado por una sola persona. En este sentido digo que hay leyes en dictaduras o monarquías absolutas más justas que otras en democracias, y al revés, por supuesto, y siempre hablando desde el punto de vista de la moral cristiana. Es decir, no existe una forma de gobierno cristiana y todas las demás no. Todas pueden serlo o no serlo, según la naturaleza de sus leyes.

Tu respuesta al segundo entrecomillado me interesa mucho más, porque entra de lleno en mi propio debate personal. Dices:

“El poder es necesario porque la organización social lo precisa, y los términos en que se ejerza variarán de una sociedad a otra”

Si yo fuera ateo, pretendido racionalista e incluso simplemente buena persona, estaría de acuerdo con esta afirmación y con otras que haces. Pero cuando pretendo enfocar la vida desde la ética cristiana, me alejo cada vez más de ella. ¿Seguro que el poder es necesario?

Veamos, dices:

“la legislación son las "reglas del juego" de una sociedad. Estas sí pueden recoger las normas morales critianas (diez mandamientos y ocho bienaventuranzas, mas toda la teología desarrollada), y de hecho, si una sociedad es mayoritariamente cristiana,es absolutamente lógico que lo hagan.”

Asumamos esa hipótesis totalmente fuera de lugar en la sociedad de hoy: que sea mayoritariamente cristiana. Si el poder es necesario quiere decirse que la fuerza es necesaria para obligar al cumplimiento de las leyes o para castigar su incumplimiento. ¿Qué legitimidad puede tener un cristiano para obligar a seguir los preceptos cristianos a quien no quiere, sea un 5, 10 o 15% de la población, o una sola persona? El divorcio no existiría y la infidelidad conyugal estaría condenada, igual que el robo, el homicidio, la violencia y el aborto, la blasfemia pública, las técnicas de reproducción asistida, la mentira, la codicia y puede que hasta la falta de asistencia a la Misa dominical, o, por lo menos, no llevar a los niños...

¿Y qué haríamos con los incumplimientos, que nuestro Señor, sin embargo, no hace? Y aún peor, ¿cómo los juzgamos si se nos ha prohibido hacerlo expresamente? ¿Y cómo los castigamos?

Creo que un cristiano no necesita leyes, ya tiene la suya, la Ley de Dios. Sólo precisa cuestiones organizativas para colaborar fructífera y eficazmente en construir y facilitar la vida, especialmente a los más necesitados. Pero el motor de sus actos es su conciencia que quiere fundamentarse en la fe en Dios.

El ateo sí necesita el poder y las leyes, porque, sin Dios, el motor de los actos humanos son la represión, la fuerza, el miedo, la conveniencia y el interés. El ateo necesita, además, construir su propia moral, que no se basará en un bien y en un mal externos y objetivos, sino en su propia conveniencia subjetiva y necesitará del poder para imponerla a los demás. Así, sus leyes se convierten en una “nueva religión”, ya no son leyes para resolver los problemas prácticos de los ciudadanos, sino soflamas ideológicas que pretenden orientar sus vidas en la dirección que al poder le conviene.

Saludos.


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LA

Hola, Winston.

Sobre lo primero, nada más que añadir. Estoy de acuerdo con la afirmación "no existe una forma de gobierno cristiana y todas las demás no".

Sobre el ejercicio del poder, y el empleo de la fuerza o de medidas que beneficien al que cumple la ley y coarten al que la incumple, el debate es mucho más interesante. Estoy de acuerdo en la premisa de que el cristiano, como miembro de una comunidad no necesita que una legislación civil regule sus actos para obrar el bien. Los cristianos tenemos un código moral que antecede y supera al código civil, porque está basado en nuestra relación trascendente con Dios.

No obstante, debo discrepar en cuanto a la legitimidad moral de que un código civil promulgado por un estado e inspirado en principios cristianos aplique sus normas inspiradas en el cristianismo. Todos los códigos de leyes han empleado, desde el principio de los tiempos, el sistema de "premio-castigo" para hacer cumplir las leyes. Sino, ya no son leyes que afectan a un grupo social, sino preceptos voluntarios. Y no es lo mismo. Todas las sociedades, de todas las religiones, de todas las épocas, han necesitado leyes para regular las relaciones entre sus miembros.

Si acaso, al estar inspiradas en la moral cristiana, tenderán más al perdón y a la reinserción del que obra contra la ley (aunque no esté de moda decirlo, es precisamente la moral cristiana la que suavizó el rigor de la legislación romana, o de las germánicas, de las que derivan nuestros sistemas legislativos contemporáneos, y que eran sumamente despiadadas). Pero eso no puede significar que no se apliquen las leyes, porque eso no conduce a una sociedad tolerante, sino a la anarquía. No olvidemos que la ley nace para proteger al más débil, para evitar la "ley del más fuerte".

Lo de multar a la gente por no ir a misa me parece una boutade, si me lo permites. En toda la historia de la legislación católica de España jamás se ha castigado a alguien por no acudir a un sacramento.
Sí es interesante entender que si una legislación reconoce que el no nacido es una persona con todos sus derechos, entonces a aquel que asesina al niño no nato se le deberá aplicar la misma legislación que el que asesina al nacido (con los agravantes de que la víctima no se puede defender). Yo he oído a gente pedir la pena de muerte, o cuando menos la cadena perpetua para los asesinos de Marta del Castillo. Desde luego, todo el mundo está de acuerdo en que no queden impunes. ¿Acaso merece menos compasión un niño de 15 semanas de vida intrauterina que una muchacha de 13 años? Sabemos muy bien (aunque a veces volvamos la vista) cómo se mata a los niños dentro del vientre de sus madres. ¿Voy a tener que transigir más con los asesinos de niños no nacidos que con los de niños nacidos sólo porque haya una corriente de opinión social, muy ignorante y muy demagógica, que acepta esos hechos? Naturalmente, como cristiano, yo lo que deseo es que los médicos abortistas, y todos los que participan en tan macabro negocio, se conviertan, vean la luz, y cambien en sus vidas el mal por el bien, la muerte por la vida. Pero, honestamente, si impidiendo por la fuerza a un ginecólogo abortista llevar a cabo sus acciones puedo evitar la muerte de un solo niño, no tendría la más mínima duda.

Saludos
01/02/11 7:34 PM
  
Winston Smith
“Pero, honestamente, si impidiendo por la fuerza a un ginecólogo abortista llevar a cabo sus acciones puedo evitar la muerte de un solo niño, no tendría la más mínima duda.”

Pero, entonces, Nachet, ¿por qué no lo hace Dios?
04/02/11 12:39 AM
  
Winston Smith
Es más, Nachet, ahora mismo podrías, por la fuerza, impedir a un abortero practicar abortos. Si ello es admisible y hasta recomendable desde la moral cristiana, ¿qué diferencia hay en que esa fuerza sea legal o ilegal para los hombres?

04/02/11 12:47 AM
  
Winston Smith
“Todas las sociedades, de todas las religiones, de todas las épocas, han necesitado leyes para regular las relaciones entre sus miembros.”

Pero esa constatación no me sirve. Si fuera ateo, por supuesto que sí. Pero no desde una coherencia cristiana que debe poner la otra mejilla, perdonar 70 veces 7 y no juzgar. “No será así entre vosotros”.

Pedro hirió a Malco en justa defensa de su Maestro, y ¿qué hizo Éste? Curársela y renunciar a la defensa. El Hijo de Dios, con poder suficiente para haber destruído el mundo y sus enemigos, aceptó mansamente la mayor de las injusticias sobre sí mismo... Nada que ver con eso de que “...desde el principio de los tiempos, el sistema de "premio-castigo" para hacer cumplir las leyes”.

“Si no, ya no son leyes que afectan a un grupo social, sino preceptos voluntarios. Y no es lo mismo”

Pero es que es difícil entender los preceptos cristianos si no es desde la voluntad libre del hombre.

“Si del mundo fuérais, el mundo amaría lo suyo; mas, porque no sois del mundo, sino que Yo os elegí y separé del mundo, por eso el mundo os odia.” Jn 15,18.

Saludos.



04/02/11 1:37 AM
  
Luis I. Amorós
Winston:

La eterna duda de porque Dios permite el mal es ya muy antigua. Probablemente la primera intuición para entenderlo venga de leer el libro de Job. No olvidemos que el libre albedrío permite al hombre tanto el bien como el mal. La matanza de inocentes de Herodes puede parecer incomprensible, y sin embargo, también estaba en el plan de Dios.

Creo que no se debe confundir el cumplimiento de una ley con la misericordia y el perdón. El propio Cristo, que elevo el amor a Dios y al prójimo por encima de cualquier otra consideración, se preocupó de cumplir todas aquellas leyes mosaicas que no fueran en contra de ese precepto, y enseñó a sus discípulos a hacerlo. Suya es la frase "antes pasarán el Cielo y la Tierra que se modificará una sola tilde de la Ley". La misericordia cristiana se basa en que existe un premio y un castigo, y así hay un Juicio final con premio y castigo. Sencillamente, Dios nos ama tanto que está siempre dispuesto a perdonar, y en realidad perdona a cualquiera que se acerque a Él con corazón limpio. Pero el infierno sigue existiendo.

En cuanto que sea admisible por la fuerza evitar que un médico abortista lleve a cabo su criminal tarea, en efecto, se abre un debate interesante: si la ley no lleva a cabo aquello moralmente correcto ¿estamos facultados para hacerlo aunque sea al margen de la ley? No es una respuesta fácil, porque nos hallamos ante la realidad, que uno nunca espera, y para la que no nos han preparado, de encontrarnos con leyes civiles que amparan pecados y crímenes. La resistencia es legítima, pero ¿hasta qué punto?

Saludos.
05/02/11 12:29 PM
  
Winston Smith
Hola, Luis,

“La eterna duda de porque Dios permite el mal es ya muy antigua”

Bueno, mi pregunta de ¿por qué, entonces, Dios no castiga a quienes contravienen su Ley?, no estaba formulada en términos de reclamar una explicación a su aparente silencio, sino que la ofrecía como un argumento más en contra de que un poder terrenal con leyes inspiradas en la moral cristiana pueda castigar y ejercer fuerza contra quienes muestren conductas contrarias a los preceptos cristianos. Si Él mismo es paciente, “lento a la cólera y rico en misericordia...”, ¿cómo nosotros podríamos decir que juzgamos y castigamos la transgresión de sus leyes si Él mismo no lo hace?

Es decir, es una prueba más de que el poder del mundo tiene una dinámica propia que es del mundo, una dinámica diabólica tal y como se refleja en la tentación que el diablo le pone a Cristo, en la que le dice que el poder del mundo le ha sido entregado a él y él lo da a quien quiere...

Luis, te he dado muchas referencias del Evangelio en las que el mismo Cristo condena y rechaza el poder del mundo para instaurar su Reino, y exigiéndonos una conducta contraria a su dinámica. Sin embargo, las has ingnorado y basas tus argumentos en aspectos meramente humanos, de la evolución histórica de las sociedades, ... Y no digo que no sea un planteamiento lógico, digo que no es cristiano, o, al menos, que existen dudas más que razonables de que pueda serlo. De hecho, no has dado ningún referente evangélico que ampare un poder temporal cristiano que pueda juzgar y condenar los actos y conductas de los hombres contrarios a la moral cristiana.

06/02/11 12:55 AM
  
Winston Smith
“La matanza de inocentes de Herodes puede parecer incomprensible, y sin embargo, también estaba en el plan de Dios.”

¿Dirías que también el aborto forma parte del plan de Dios? Entonces, ¿para qué oponerse?

06/02/11 12:57 AM
  
Winston Smith
“La misericordia cristiana se basa en que existe un premio y un castigo, y así hay un Juicio final con premio y castigo.”

Así es, pero ese Juicio no nos corresponde a nosotros, sino a Él.
06/02/11 12:58 AM
  
Winston Smith
“En cuanto que sea admisible por la fuerza evitar que un médico abortista lleve a cabo su criminal tarea, en efecto, se abre un debate interesante...”

Con la pregunta que te hice quise poner de manifiesto la contradicción que suponía invocar un poder político cristiano para evitar abortos con medidas de fuerza sobre los aborteros, y no aplicar esas medidas al margen de ese poder, porque si la moral cristiana admitiera el uso de la fuerza y la violencia para obligar al cumplimiento de sus preceptos, los cristianos ya deberíamos estar ejerciéndolas ante un poder civil permisivo y fomentador del aborto. De no hacerlo, estaríamos asumiendo que las leyes de los hombres están por encima de la Ley de Dios.

Yo creo que ese supuesto debate está ya cerrado, al menos desde el punto de vista cristiano. La Ley de Dios está por encima de las leyes humanas y cuando éstas se oponen a aquélla, los cristianos debemos rebelarnos, resistirnos con “las armas del cristiano”, Ef 6, 11 y ss, revestidos de la armadura de Dios para resistir las tentaciones del diablo, ...

”porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires... Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad y revestidos de la coraza de la justicia, y teniendo calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Empuñad en todas las ocasiones el escudo de la fe con el cual podáis inutilizar los dardos encendidos del Maligno... Tomad también el yelmo de la salud y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Orando en todo tiempo en el Espíritu con toda clase de oraciones y súplicas y velando a este fin con toda perseverancia y súplica por todos los cristianos y por mí, para que me sean dadas las palabras aptas cuando abro mi boca para anunciar con valentía el misterio de Cristo, del cual soy embajador, prisionero, de modo que me atreva a hablar libremente de Él como conviene.”

En definitiva, nuestra resistencia al Mal no está en el poder, en la fuerza y en la violencia, sino en nuestro testimonio cristiano, un testimonio comprometido que puede poner en riesgo nuestra seguridad, nuestros bienes, a nosotros mismos, pero no la de aquéllos frente a quienes damos ese testimonio. Un testimonio que se niega a colaborar con las leyes inicuas, a pesar de las represalias. En resumen, el mismo testimonio que Cristo nos dio.

Saludos.
(En relación con este tema, me gustaría comentar la catequesis que BXVI dedicó a Sta. Juana de Arco hace unos días. Si puedo lo haré mañana.)

06/02/11 1:07 AM
  
Ano-nimo
Winston:

Es un debate muy interesante el que estais manteniendo Luis y tu; solamente apuntar una cosa, todo eso que señalas contra el poder, que por cierto, no por serlo tiene que ser necesariamente malo, estaría muy bien en el caso de que este mundo fuera ya el Reino de Dios, pero ni lo es, ni lo será, lo que no es pretexto para desesperar de ir haciéndolo. Lo que no se puede hacer, ni creo que sería justo ni prudente es dejar en la calle por ejemplo a pederastas, violadores, asesinos y demás esperando que sea Dios quien les juzgue en la otra vida; nosotros aquí también tenemos trabajo y responsabilidades hacia las víctimas y el resto de las personas. Winston, yo no digo que algunos de esos pederastas, violadores y asesinos, no se puedan arrepentir y convertir, pero no siempre es así (y si se trata de psicópatas, es imposible). Lo siento, pero no estoy de acuerdo en que poner a buen recaudo a esas personas, proteger a los indefensos y hacer justicia (aunque sea a la manera humana) a las víctimas sea cosa de Satanás.

Un cordial saludo.
06/02/11 1:42 AM
  
Ano-nimo
Winston:

Repasando lo que has dicho, sobre citar una frase del Evangelio:

"Dad a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar".

Un cordial saludo.
06/02/11 1:46 AM
  
Luis I. Amorós
Hola, Winston.

Los cristianos no somos del mundo, pero estamos en el mundo. Y debemos ser sal de la tierra. Para el que desea un apartamiento del mundo existen las ordenes religiosas (algunas de ellas se apartan completamente del mundo). El resto hemos de vivir en el mundo y formar parte de la sociedad. Y tratar de cristianizarla, no solo como personas individuales, sino también como colectivo, social, cultural y político.

En cuanto a la legislación, el pueblo hebreo vivió bajo la ley mosaica, mucho más parecida a un código civil que a un tratado de teología, durante la época de los Jueces, de los reyes y de los Macabeos. Cuando Yahvé les abandonó fue por pecar contra el espíritu de la ley de Moisés, no por someterse legislativamente a ella. Cristo reprendió a los fariseos por aferrarse a la letra de la ley mosaica y olvidarse de la caridad y la misericordia, pero no abolió la ley, ni dijo nada parecido a ello.
Si renunciamos a influir sobre la ley humana en un sentido que la haga armónica con las enseñanzas morales de Cristo, no creo que estemos con ello agradando a Dios, sino más bien al contrario. En una comunidad de 100 personas, donde 95 son cristianas, lo absurdo es dejar que los 5 no cristianos sean los que elaboren las reglas porque no queremos "contaminarnos con el mundo". Podemos caer en una suerte de catarismo al llevar al extremo ese tipo de interpretación.

En cuanto al poder, hay una cita evangélica muy adecuada. Cristo les dice a sus discípulos: "sabéis que los poderosos de la tierra oprimen a sus súbditos y los tiranizan, no sea así entre vosotros", afirmación que, con las honrosas excepciones, podemos considerar universal. Pero a renglón seguido, Jesucristo no dice "huid de toda autoridad y poder", sino "entre vosotros, el que quiera ser el primero sea el servidor de todos". Por tanto, yo entiendo que reconoce la existencia del concepto de autoridad y de jerarquía, y del ejercicio de poder que lleva implícito. Lo que hace es invertir el sentido de esa autoridad. En vez de emplearse para que el que gobierna crezca y se gloríe a costa de sus gobernados, él es el que debe desgastarse para que los que están bajo su autoridad vivan una vida más plena y mejor. Y él mismo se ofrece de ejemplo: siendo el Hijo de Dios y señor del Universo, se convierte en la víctima propiciatoria para salvación de todos, como él mismo dice "da la vida por sus amigos". Y precisamente porque su entrega y servicio es total, su autoridad humana es total. Jesús de Nazaret no crea una asamblea, sino una comunidad, donde él es el maestro, y los demás sus discípulos. Y esa autoridad la delega entre sus discípulos, elige 72 para predicar y 12 entre ellos para ser sus apóstoles, los más cercanos, cuya autoridad será reconocida por toda la comunidad. Y a sus apóstoles les enseña y les protege, pero no siempre les hace caso, y a veces les reprende por sus propuestas ("manda fuego del cielo para que destruya esta ciudad", "colócanos a tu derecha e izquierda cuando llegues al Reino", "vendamos este perfume para dar el producto a los pobres"). Yo no leo en los Evangelios ninguna invitación a dejar la autoridad automáticamente en manos de los no creyentes porque su maldad es intrínseca.

Felipe convirtió al ministro de la reina Candaces de Etiopía, Pablo predicó ante los magistrados de muchas ciudades griegas, ante el prefecto de Samaria y ante el rey Antipas, la tradición dice que Tadeo y Simón predicaron ante los reyes de Armenia y Georgia, que Tomás lo hizo ante el rey de la India. El mensaje de Cristo es para todos, soberanos y súbditos, pobres y poderosos, no es un mensaje para una especie de grupo de marginados antisociales.

El poder puede ser un camino para el mal... si uno adora a satanás (o a si mismo) en vez de a Dios, porque el dominio sobre otras personas nos conduce a la tentación de creernos pequeños dioses, pero también puede ser camino de santificación propia y ajena. David no fue perfecto, pues cometió pecados, y sin embargo estableció el reino de Israel, sometido a las leyes de Dios. Ha habido reyes y políticos santos. Aunque tengamos claro que el perfecto reino de Dios acontecerá en el fin de los tiempos, no hay motivo para renunciar a evangelizar desde la legislación o la autoridad, si hay posibilidad.

Hace 40 años estuvo de moda, por medio de la Teología de la Liberación, la aspiración casi exclusiva a hacer una sociedad cristiana con las solas fuerzas humanas, olvidando lo trascendente, y mundanalizándose para ganar al mundo. No podemos pasar al otro extremo de considerar al mundo tan malvado per se que hemos de renunciar a cualquier actividad pública o social, porque están manchadas por naturaleza. Sin darnos cuenta, caemos en el error gnóstico.

Lo importante es seguir los mandatos de Cristo.

Saludos
06/02/11 12:16 PM
  
Winston Smith
Hola, Ana_MS. El debate se hace más interesante con tu aportación, sin lugar a dudas.

Ciertamente, los razonamientos basados en la defensa de las posibles víctimas parecen dar, de principio, legitimidad cristiana al ejercicio del poder. Al fin y al cabo, no se buscaría el juicio del delincuente “per se”, sino la protección del inocente.

Desde luego, si alguien cercano de mi familia o conocidos hubiera sido víctima de un delito de agresión como las que refieres, probablemente mi posición respecto al poder y la justicia humanos sería distinta. Pero no por eso sería mejor ni más acertada, pues ninguna condena posterior al delito es capaz de borrarlo, ni devuelve a la víctima, y porque la justicia que reclamara tendría ribetes de venganza, para que nuestro sufrimiento “no hubiera sido en vano”.

Tampoco creo que el sistema tenga “controlados” el número de delincuentes y que sin un poder represor hubiera un montón de ciudadanos que se lanzaran a delinquir de ese modo. Antes bien, la dinámica del poder indefectiblemente apoyada en el dinero, altera de tal modo los valores morales de una sociedad que termina promoviendo muchas de las conductas delictivas. Da escalofríos conocer el sórdido, patético y terrible submundo en el que se desenvuelven tantos jóvenes, hijos de una cultura dominante que ha abandonado la ética religiosa, como cuando ocasionalmente saltan a los medios horribles asesinatos cometidos por jóvenes mimados del poder, que lo han tenido todo excepto una firme moral que les ayude a orientar su libertad, reconociendo el bien y el mal. Muertes inútiles que, paradójicamente, nos aborregan bajo el poder de la forma más sumisa: con el miedo.

Por otro lado, a nada que pensemos, no existe comparación alguna entre el inmenso número de víctimas que el poder, los poderes, y sus conflictos han ocasionado en cualquier momento de la historia, especialmente en la más reciente, y precisamente en poderes democráticos y en los totalitarios que dicen gobernar para los pueblos, comparadas con las víctimas de la delincuencia. Es muchísimo más probable que suframos violencia y hasta que muramos en un conflicto de esta naturaleza que casi de ningún otro modo. Los millones de vidas perdidas desde la revolución americana, madre de las demás, en el siglo XVIII, hasta las de las guerras mundiales, las purgas comunistas y el sinfín de conflictos más o menos locales o globales que dan la vuelta al mundo hoy día, con sus secuelas de terrorismo y guerras, así lo atestiguan.

Pero a pesar de todo y aún asumiendo el dolor y el sufrimiento, insisto, ¿cuál debe ser la actitud coherente con el Mensaje de Cristo? ¿No era Él inocente? ¿No tenía medios para “haber protegido” su inocencia y castigado a sus agresores? ¿Por qué no lo hizo? ¿No habría defendido con ello el sufrimiento de sus discípulos? ¿No sabía cuál era el destino que le esperaba?

Porque realmente esto es lo que me interesa. Ya he dicho que, si fuera ateo, si tuviera claro que en esta vida terrena se acaba todo, mi posición sería clara a favor del poder, por las razones que argumentas, (defensivas), y por propio interés.

Saludos, Ana.

07/02/11 8:52 PM
  
Winston Smith
Repasando lo que has dicho, sobre citar una frase del Evangelio:

"Dad a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar".


Yo creo que esta frase implica, precisamente, que sus discípulos, en tanto que judíos, no deben buscar erigir su propio poder sino que deben aceptar y someterse al del César, excepto en aquello que contraviniere a la Ley de Dios, ley que prevalece sobre aquél y es primero.

De hecho, el pasaje descrito en Mt 22, claramente muestra cómo en Judea, dominada por Roma en tiempos de Jesús, los fariseos, un partido nacionalista que soliviantaba al pueblo pretendiendo la expulsión de los romanos y la independencia, están enemistados con un nuevo “líder” popular, un tal Jesús, que anda por ahí despreciando los símbolos de la identidad judía, recogiendo espigas en sábado, permitiendo a sus discípulos comer sin lavar sus manos y tachando de hipócritas a los mismos fariseos.

El odio les corroe y deciden ponerle una trampa preguntándole si es lícito para un judío pagar el tributo al poder extranjero, al César, emperador de Roma, que tiene sometido al pueblo judío. Si la respuesta era afirmativa, lo avergonzarían delante de su pueblo como traidor y quedaría desacreditado para propagar su doctrina; y si la respuesta era negativa, para reafirmar en público su judaísmo, lo denunciarían a los romanos como conspirador contra el poder de Roma, y estaría acabado.

La respuesta de Jesús, profundamente conciliadora y pacífica, desbarata las intenciones de los fariseos deshaciendo su propaganda radical y manipuladora: Sin menoscabo de la observancia de la Ley de Dios, respetad al poder humano, aunque sea extranjero, “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.” No hay, pues, necesidad alguna de que los judíos recuperen el poder de su nación, basta que den el testimonio del cumplimiento de la Ley de Dios, que está por encima del César.

07/02/11 11:56 PM
  
Winston Smith
En contraposición con el pasaje de Mt 22, leí el otro día la catequesis de BXVI sobre Sta. Juana de Arco y me quedé perplejo ante sus palabras, que sigo sin comprender:

”El Papa explicó que la vida de Juana, hija de campesinos acomodados, se enmarca en el conflicto bélico que se conoce como la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra. Muy joven, a los 13 años, Juana sintió a través de la “voz” de San Miguel Arcángel “la llamada del Señor a intensificar su vida cristiana, y también a comprometerse en primera persona por la liberación de su pueblo”.

(...) La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana que cumple en caridad, por amor de Jesús. El suyo es un hermoso ejemplo de santidad para los laicos comprometidos en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles”.


¡Qué gran contraste con el mandato de dar al César lo que es del César! En tiempos de Juana, Inglaterra y Francia eran dos naciones, no sólo cristianas, sino católicas. El dominio inglés no iba a impedir dar a “Dios lo que es de Dios”... simplemente los impuestos se pagarían a un monarca diferente y el poder estaría detentado por otros.

Es más, dentro de su nación francesa había partidos favorables a la causa inglesa, de hecho, Juana es juzgada por un tribunal opuesto al partido de Juana:

“La pasión de Juana comienza el 23 de mayo de 1430 cuando cae prisionera de sus enemigos en Compiegne y es conducida a la ciudad de Rouen, donde tendrá lugar su largo y dramático proceso que concluye con la condena a muerte el 30 de mayo de 1431.

Presiden el proceso dos grandes jueces eclesiásticos, el obispo Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad lo conducen un grupo de teólogos de la universidad de Paris, “eclesiásticos franceses que pertenecen al grupo político opuesto al de Juana y tienen a priori -dijo el Santo Padre- un juicio negativo sobre su persona y su misión. Este proceso es una página terrible en la historia de la santidad y también una pagina que ilumina el misterio de la Iglesia, que (…) al mismo tiempo es siempre santa y siempre necesitada de purificación”.


Sin embargo, el enfrentamiento político había derivado en una guerra, la de los Cien Años, con su cuota de destrucción y muerte, en la que hasta una niña de 13 años empuñaba armas para la liberación de su pueblo por orden de un arcángel. Hoy nos aterrorizamos ante la imagen de los “niños soldado”.

¿Qué diferencia hay entre este procerso liberador y el que persiguen terrorismos como ETA, IRA o FARC? ¿O la Revolución francesa o Al-Qaeda? ¿O la Revolución Bolchevique? Muertes y más muertes, víctimas y más víctimas por un desmedido afán de poder en tantos y tantos “procesos liberadores de los pueblos”... Parece ser que sólo hay una diferencia: unos ganan y otros pierden. Si vencen escribirán la historia y sus activistas serán héroes venerados en escuelas, plazas y monumentos; si pierden, serán unos forajidos y terroristas en busca y captura. El número de muertos y el sufrimiento que hayan producido a sus prójimos no cuenta, como parece en esta catequesis que los muertos que Juana dejara y las familias de los mismos, tampoco; "todos ellos fueron obra de justicia humana que cumple en caridad, por amor de Jesús". Al final, la guerra la ganaron los de su bando. ¡Qué fuerte!

Juana de Arco es santa, la Iglesia lo ha decidido así. Pero yo no puedo creer que lo sea por su participación en una guerra y sus acciones militares... Santidad es sinónimo de perfección, de la perfección en el conocimiento y testimonio de nuestro Señor, de su doctrina que obliga a poner la otra mejilla, a devolver bien por mal, a entregar la capa si nos piden la túnica, a amar a nuestros enemigos... Es demasiado gorda la viga que hay que meter en nuestros ojos para ignorar todo esto y hablar de la llamada del Señor para la liberación de un pueblo, quitando el poder a un rey para dárselo a otro.

Ésta es otra prueba, a mi modo de ver, de que la dinámica del poder es perversa e infecta incluso a la propia Iglesia cuando mantiene connivencias con él.

Saludos.

08/02/11 1:02 AM
  
Ano-nimo
Winston:

Muchas gracias por tus palabras. Eres muy amable.

Bueno, no se trata de que al juzgar a un criminal la muerte de la víctima cobre sentido; una muerte, o una violación o cualquier otra agresión absurda jamás tiene sentido; únicamente si el agresor se arrepiente y pide perdón a la víctima, esta última puede comenzar a curar heridas; en caso contrario, tiene que ser muy difícil que eso ocurra.

Por otra parte, a nivel personal y de forma individual uno puede renunciar a la propia defensa, pero no lo puede hacer, ni debe hacerlo en el caso de personas que están bajo su responsabilidad, o en el caso de seres queridos. En el primer caso, no tiene derecho a ello, y en el segundo caso, es inevitable. Trataré de explicarlo con un ejemplo; el caso de los Testigos de Jehova con las trasfusiones, ¿de verdad tiene derecho a negar que a sus hijos les hagan una trasfusión por querer ser fieles a su creencia?. Lo siento pero no; si ellos, ya adultos, quieren dejarse morir, es su problema, pero cuando se trata de personas que están a su cargo, de ninguna de las maneras. Precisamente también por este tipo de cosas, es necesaria una legislación.

Wiston, no somos ángeles, y sinceramentre pareces olvidar que Jesucristo es Dios, pero nosotros no, y que Dios no creo que nos pida nada más allá de nuestras posibilidades como seres humanos.

Respecto a la frase, yo la entiendo en el sentido de que no se pueden olvidar las cosas terrenales por las celestiales (ni esto último por lo primero); de nuevo, vuelvo a señalar nuestra responsabilidad con las personas que nos acompañan, nuestro deber hacia ellas, es decir, con nuestro prójimo.

Un cordial saludo.
08/02/11 2:26 PM
  
Ano-nimo
Perdona Winston; un par de veces te he llamado Wiston.

Un cordial saludo.
08/02/11 2:27 PM
  
Winston Smith
Hola, Ana,

Gracias por tu conversación. No creas que mis ideas son muy categóricas en el tema que estamos comentando, desde luego no tanto como para descalificar puntos de vista contrarios como el de Nachet o el tuyo. En absoluto, antes bien lo respeto aunque no lo comparta. Mi cuestionamiento del poder y la política se agudizó fundamentalmente a partir de conocer la realidad del aborto con la primera ley despenalizadora de supuestos y su consagración como derecho con la vigente. El poder se ha dado a sí mismo capacidad para decidir sobre la vida y la muerte, y no ha hecho más que empezar, pretendiendo construir sus nuevos Mandamientos. Una y otra vez pienso, medito y trato de encontrar respuesta en la Biblia sobre cuál debe ser la reacción del cristiano frente a leyes injustas y gravemente contrarias a la moral cristiana. Y hasta ahora sólamente he encontrado una: el testimonio con la propia vida.

Ciertamente, coincido con lo que expresas en tu primer párrafo: únicamente la dinámica del perdón puede curar heridas en el alma, tanto para el que lo pide, como para el que lo otorga. Esto sí es específicamente cristiano, pero imposible de lograr por la fuerza.

Quiero recalcar que el planteamiento de que el cristiano debe renunciar al poder político no implica, necesariamente, la renuncia al derecho de defensa propia. Como comenté ayer, creo que esto daría alguna justificación teórica al ejercicio del poder, pero traté de hacer ver que en la realidad histórica, el poder es mucho más peligroso que la delincuencia, para nosotros y nuestros familiares, considerando el número de víctimas que ha ocasionado y ocasionará.

08/02/11 9:30 PM
  
Winston Smith
“Trataré de explicarlo con un ejemplo; el caso de los Testigos de Jehova con las trasfusiones, ¿de verdad tiene derecho a negar que a sus hijos les hagan una trasfusión por querer ser fieles a su creencia?. Lo siento pero no; si ellos, ya adultos, quieren dejarse morir, es su problema, pero cuando se trata de personas que están a su cargo, de ninguna de las maneras.”

Si esto es algo que debe resolverse desde el poder, también deberíamos asumir, según el razonamiento de Luis, la legitimidad de que una eventual mayoría de ciudadanos T de J prohibieran por ley las transfusiones de sangre para todos, por ser inmorales para ellos, al igual que el poder político presiona hoy para obligar a los médicos a que practiquen abortos y a todos nosotros a financiarlos. Nadie está más a cargo de nadie que un feto en el vientre materno y sin embargo, el poder político da derecho a su madre, no ya a negarle una trasfusión, sino a negarle la vida, por mucho que dijéramos ”de ninguna de las maneras”. Tengo muchas dudas de que una sociedad pueda evangelizarse desde el poder.

“Precisamente también por este tipo de cosas, es necesaria una legislación.”

El problema no es la legislación: los cristianos tenemos una Ley que inspira nuestros preceptos morales. El problema es la legitimidad, desde el punto de vista cristiano, del ejercicio del poder para obligar a su cumplimiento o castigar su incumplimiento. El problema que vengo planteando es si resulta coherente con el Mensaje de Cristo pretender un poder político que instaure una legislación basada en la moral cristiana, obligue a su cumplimiento y castigue su incumplimiento. Personalmente creo que no. Creo que nuestro modo es el testimonio de Cristianismo que demos con nuestra propia vida.

Por otro lado, una legislación no garantiza para nada la defensa de lo que nosotros querríamos, como ya vamos viendo en nuestra propia sociedad occidental. Afganistán, Irán y otros también tienen su legislación y un poder que obliga a su cumplimiento y castiga a los infractores.

Saludos, Ana.
08/02/11 9:33 PM
  
Winston Smith
Hola, Luis,

Tengo pendiente responder a tu amable comentario. Dices,

”Los cristianos no somos del mundo, pero estamos en el mundo. Y debemos ser sal de la tierra. Para el que desea un apartamiento del mundo existen las ordenes religiosas (algunas de ellas se apartan completamente del mundo). El resto hemos de vivir en el mundo y formar parte de la sociedad. Y tratar de cristianizarla, no solo como personas individuales, sino también como colectivo, social, cultural y político.”

Nunca he pretendido otra cosa. Sólo planteo que nuestro modo de “salar la tierra” no es por medio del poder político, sino del testimonio. Ninguno de los apóstoles ejerció poder político en lugar alguno, pero con su predicación y testimonio cristianos cambiaron el mundo. Renunciar al poder terreno no es sinónimo de huir de la sociedad, en absoluto.

”En cuanto a la legislación...”

El pueblo hebreo y los cristianos tenemos la misma Ley, la Ley de Dios, que nos dice lo que está bien y lo que está mal, de donde deriva nuestra moral. Como muy bien señalas, Cristo no vino a derogarla, sino a completarla, como hace cuando repasa uno a uno los Mandamientos y nos enseña a darles su plena interpretación. Incluso el compendio de los mismos en el Amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, está ya escrito en el Levítico. Las fuertes condenas del Señor a los fariseos venían de que no les interesaba tanto la observación de la Ley como su instrumentalización para juzgar y condenar, para ejercer el poder y obtener beneficio. Para ellos, la Ley era un instrumento para dominar a su propio pueblo y un elemento diferenciador que les permitía despreciar a todos los que no fueran judíos, alimentando con ella su nacionalismo.

Pero toda ley tiene dos modos de ser cumplida: desde “dentro” y desde “fuera”. Desde “dentro”, a través de nuestra conciencia, cuando ha interiorizado esa ley. Quien así actúa no necesita un “policía” para cumplirla, y si son muchos los que permanecen unidos por una misma ética religiosa, tendrán una influencia visible, o muy visible, en la sociedad, obviamente. Esa interiorización de la Ley es un proceso de conversión que requiere una “autoridad” para que se produzca en nosotros. Pero autoridad y poder no son sinónimos en absoluto, y pueden ser hasta contrarios. Autoridad es la capacidad que tiene una persona para transmitir algo a los demás, que confían en su veracidad y conocimiento. Cristo predicaba su doctrina con gran autoridad y, nosotros mismos, hemos conocido y adquirido la fe por la autoridad que para nosotros han tenido quienes nos la han transmitido.

Poder es la capacidad que tiene una persona para hacer que los demás hagan lo que él dice. No implica conversión en absoluto, sino miedo. Y tampoco requiere autoridad, sino fuerza. Éste es el modo en el que una ley se cumple desde “fuera”.

Yo creo, estoy convencido, de que el modo cristiano de influir en la sociedad, de “cristianizarla”, es el testimonio cristiano, para que se convierta y crea en el Evangelio, ”Enseñad a las gentes a guardar todo cuanto os he mandado” Mt 28,19. El poder es sólo para nuestro Señor: ”Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” Mt 28,18. Él nunca nos defraudará.

Saludos.


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LA

Hola, Winston.

Creo que en el fondo estamos diciendo más o menos lo mismo. Por ejemplo, estamos de acuerdo en la forma de dar testimonio y de evangelizar la sociedad, que siempre ha de ser desde el ejemplo y la palabra (como en nuestra sociedad apóstata actual).
De hecho, yo no he afirmado que se "deba evangelizar desde el poder", porque en efecto no es esa la enseñanza de Cristo.

Sencillamente, considero que los cristianos hemos de tener unas ideas claras sobre como organizar la sociedad en aquellos lugares donde seamos mayoría y, por tanto, tengamos el mayor peso para decidir las reglas legales. Como cristiano, estoy convencido que una legislación inspirada en principios morales cristianos es beneficiosa no solo para los creyentes, sino también para los no creyentes (el ejemplo del aborto es clásico, pero hay muchos más- matrimonio, honradez, misericordia, veracidad, etc- y he escrito varios artículos sobre moral social precisamente en ese sentido).

En cuanto a la definición de autoridad y poder, he de puntualizarte. La autoridad (del latín autorictas) significaba en origen el prestigio o facultad personal de cada uno, su calidad o competencia. Posteriormente se aplicó a la legitimidad para disponer las cosas comunes de cualquier cargo de gobierno. Hay un adagio clásico (no recuerdo ahora el autor, pero creo que es latino), que dice que son las personas las que honran los cargos, y nos cargos los que honran a las personas. Cristo "hablaba con autoridad, y no como los escribas y doctores", su autoridad provenía de sus cualidades personales. No obstante, al elegir a los Doce, y encomendarles a su comunidad, les transmitió parte de esa autoridad terrena. Asimismo, cuando los Once eligen al sucesor de Judas, están transmitiendo su autoridad. Por tanto, la autoridad de Jesucristo no desaparece cuando asciende a los Cielos.

La definición que das del poder es algo peyorativa (tal vez influido por la connotación negativa que tiene ese término actualmente). Proviene del latín potestas y en principio hace alusión a la capacidad que tiene alguien con autoridad para hacer cumplir una decisión. Naturalmente, dependiendo de la autoridad del que lo ejerza, y de la legitimidad moral y social de esa decisión, el poder será legítimo o ilegítimo. En ese sentido podemos debatir ampliamente, aunque yo no tildo automáticamente cualquier poder como enemigo del mensaje cristiano. Si un gobernante legítimo reconoce a Dios como único Señor del universo y sus disposiciones se inspiran en los mandatos de Cristo, no veo porque hay que descartarlo de entrada.

Como siempre, un placer dialogar contigo. Saludos.
10/02/11 12:32 AM
  
Winston Smith
Tienes razón, Luis. Probablemente estemos diciendo más o menos lo mismo, y, sí, no voy a ocultar que tengo una visión muy negativa del poder, más bien una enorme y colosal decepción y la triste comprobación de hacia donde camina el hombre cuando abandona la ética cristiana.

Para mí también es un placer conversar contigo,... incluso aunque no coincidiéramos.

Nos veremos en otro artículo.

Saludos.



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LA

Igualmente, Winston. Gracias por leer mis artículos y por participar.
Saludos
10/02/11 11:10 PM

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