El aborto y la discusión sobre la animación del embrión

Ocasionalmente, aquellos que justifican el aborto, sobre todo los que actúan dentro de la Iglesia católica, usan el argumento de que “la Iglesia no tuvo la misma postura sobre este tema en el pasado”, dando a entender que la enseñanza católica no siempre condenó el aborto, y que por tanto podría volver a cambiar sus postulados. Este razonamiento pretende afirmar una doble falsedad: primero, que la Iglesia cambia sus enseñanzas en materia dogmática con el tiempo, y segundo, que en el pasado la Iglesia justificó o consideró legítimo abortar.

La falacia que se emplea en este caso es la de confundir una discusión teológica, la del momento en que el alma es infundida en el embrión (y su derivada filosófica, el momento en que puede ser considerado persona), con la licitud moral de matar voluntariamente al ser que crece en el seno de su madre. Una media verdad, que es la peor de las mentiras.

Desde los primeros siglos, fuertemente influenciados por la filosofía helenística, los teólogos cristianos indagaron sobre el conocimiento acerca del alma humana. Era la época de las grandes discusiones cristológicas, y una de las interrogantes que se trataron de dilucidar era el momento en el cual Dios infundía el alma (animación) al ser humano. Los judíos consideraban que todos los seres estaban formados de la misma materia del mundo, y que era la circulación de la sangre la que les confería la vida (de ahí la prohibición legal de comer animales que todavía tuvieran sangre, pues la vida pertenecía a Dios). En cuanto al alma, seguían el escueto relato del Génesis (Gn 2, 7), en el que se dice que “Yavé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, le infundió en las narices un hálito de vida [el alma] y así llegó el hombre a ser un ser viviente”. Los egipcios compartían la creencia de que la respiración tenía relación con la presencia del alma en el hombre, y que con la última expiración el alma salía por la nariz, el lugar por el que había entrado.
Para la curiosidad griega, con su amor por el conocimiento y el debate, una explicación tan lacónica resultaba insatisfactoria; los filósofos cristianos pronto se lanzaron a especular cuál era el momento exacto en el que Dios infundía el alma al ser humano, proceso conocido como “animación”.
Es fundamental tener en cuenta el alcance de los rudimentarios conocimientos embriológicos contemporáneos, sobre los cuales se basaron los teólogos. Según Leucipo de Mileto y Demócrito (siglo V a.C), el semen del varón contenía un minúsculo homúnculo que se nutría de la matriz materna para crecer y desarrollarse. Esta idea era dominante en los primeros siglos de la era cristiana, y dio lugar al concepto de formación, definida como la conformación suficiente del feto para considerarse entidad hipostásica (es decir, real o individual). En función de que un feto estuviese formado o no, se consideraba que estaba o no preparado para recibir la infusión del alma, la animación.

Los neoplatónicos cristianos, como el Pseudo-Dionisio, y en parte san Agustín, afirmaban que el alma era preexistente a su unión con el cuerpo, y que esta se producía en el momento en que se formaba el ser. Los traducianistas (como Tertuliano) consideraban el alma del individuo como derivada del alma de sus padres, del mismo modo que lo era el cuerpo. Ambas corrientes eran partidarias de la animación inmediata. Por contraposición, la tesis que seguían los creacionistas (en línea con el aristotelismo) defendía que el alma individual, creada por Dios, era infundida sólo cuando el nuevo ser estaba “formado”, conocida como animación mediata o retardada. La sostuvo san Jerónimo, convenció al último san Agustín, y fue sistematizada por santo Tomás de Aquino. Por razones de ortodoxia teológica sobre la naturaleza del alma (tema en el que no cabe entrar en profundidad, porque tampoco interesa al fondo del artículo), esta tesis fue la predominante a lo largo de toda la Edad Media occidental según diversas fuentes (el decreto canónico llamado de Graciano, los escritos de Pedro Lombardo, o el pensamiento de san Alberto Magno), y se elaboraron especulaciones acerca del momento en que el embrión formado recibía la animación. Basándose en la defectuosa embriología aristotélica, se llegaron a establecer plazos de formación y animación retardada puramente arbitrarios, como el más célebre, que daba 40 días en los embriones varones y 80 días en los embriones mujeres.

¿Y qué decía el Magisterio de la Iglesia acerca de este tema? Pues la enseñanza de la Iglesia sobre el momento en que el embrión recibía el alma nunca afirmó nada dogmáticamente. Sí existieron algunos documentos oficiales que tendían a afirmar positivamente la creación del alma individual, y a excluir de forma indirecta el traducianismo, como el documento del papa Anastasio de 493, la fórmula de fe de León IX en 1053, la declaración de Benedicto XII en 1341 contra los errores de los armenios, o el V concilio de Letrán de 1517 en su condena de Pomponazzi (que negaba la inmortalidad del alma). No obstante, las descalificaciones del traducianismo en ningún caso fueron afirmación de animación retardada o condena de la animación inmediata. El Magisterio de la Iglesia jamás intervino a modo decisorio en esta disputa, hallándose únicamente dos condenas a proposiciones extremas, como la que hace el papa Inocencio XI en 1679 contra aquellos que afirmaban que el alma se infundía en el momento del parto, o la de León XII en 1887 contra Rosmini, que sostenía la infusión del alma en el primer acto de inteligencia del niño.

A efectos prácticos, muchos moralistas establecían diferencias entre el tipo de pecado que suponía un aborto, según fuera provocado antes o después de la “formación” que implicaba la animación. El lisboeta Paulo de Palacio, afirmaba en su Summa Caietana (año 1560) que “voluntariamente abortar es pecado de homicidio: y será homicidio entero, si la creatura ya tenía ánima racional. Y así quién tal hiziere quedará irregular, pues mata al que ya era hombre. Pero si aún no tenía ánima racional, el homicidio será imperfecto, pues muere lo que había de ser hombre, aunque no había llegado a serlo”. Nótese la primera frase de la cita, que establece la indefectible ilicitud moral del acto, aunque admita distinciones acerca de la gravedad del mismo. Y sobre todo, adviértase el empleo constante de terminología especulativa, como “ánima racional”, u homicidios “enteros” o “imperfectos”, derivada del empleo de una moral aristotélica basada en presupuestos embriológicos desfasados.

La discusión de la infusión del alma, o de lo retardado de la animación, fue dando paso en los dos últimos siglos a una nueva visión teológica, en la que primaba el concepto de hominización del embrión. Este tiende a superar la preocupación de hacer coincidir la aparición del sujeto persona con la creación del alma individual por Dios. En ese sentido, los avances científicos en el campo del desarrollo embrionario, y muy particularmente el hallazgo del ADN y la comprensión de la meiosis, han permitido establecer con seguridad, y ya alejados de especulaciones derivadas de la penuria de conocimientos precisos, que la hipóstasis se produce en el momento de la concepción. Sobre esa sólida base científica se puede ahora establecer una moral mucho más definida en torno a las lesiones al nuevo ser: el embrión es un ser humano, y por tanto, merece defensa como cualquier otro. Teológicamente hablando, no se ha establecido dogmáticamente el momento de la infusión del alma (aunque resulte razonable pensar que esta comience en el momento de la hipóstasis, o sea, en línea de la animación inmediata).

No obstante, todo esta discusión erudita, interesante, abstracta, y ciertamente no imprescindible para ser buenos cristianos y alcanzar la salvación, debe ser separada radicalmente de cualquier debate sobre la licitud moral o no del aborto. Por una sencilla razón: la Iglesia, desde sus primeros tiempos hasta la actualidad, ha condenado taxativa y positivamente el aborto. No se nos hace preciso acudir a especulaciones entre diversas escuelas filosóficas helenísticas para deducir la postura del Magisterio sobre el aborto, porque al contrario que aquellas, esta ha sido clara.

En el libro del Éxodo 21, 22-23 leemos que el daño a una embarazada que se siguiera con muerte del feto, se castigaría como homicidio. En Lucas 1, 15 se afirma la infusión del Espíritu Santo en un nonato, lo que prueba su hominización. Entre las primitivas comunidades hay una avalancha de testimonios. En la Didajé, o “Doctrina de los Apóstoles”, el primer catecismo (finales del siglo I o principios del II): “He aquí el segundo precepto de la Doctrina […] no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida, no la harás morir”; en la epístola de Bernabé (alrededor del año 130): “no matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida” (Ep Bern XIX, 5), “… desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto” (Ep Bern XX, 2); en la obra del cristiano romano Minucio Félix (siglo II): “Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esta forma cometen parricidio antes de parirlo” (Octavius XXXIII); Atenágoras en su carta al emperador Marco Aurelio (finales del siglo II): “Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto… contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto objeto del cuidado de Dios” (En defensa de los cristianos, XXXV); en la epístola a Diogneto (finales siglo II): “se casan como los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia” (Ep a Diogneto V, 6); en la obra de Tertuliano (ca 200): “es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquel que lo será” (Apologeticum IX, 8); san Basilio (siglo IV): “las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto así como las que toman pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas (ep 188, VIII); san Agustín (siglo V): “esta crueldad libidinosa llega hasta procurarse venenos para causar la esterilidad. Si el resultado no se obtiene, la madre extingue la vida y expulsa al feto que estaba en sus entrañas, de tal manera que el niño perezca antes de haber vivido o, si ya vivía en el seno materno, muera antes de nacer (de nuptius et concupiscencia, c 15); san Jerónimo (siglo IV-V): “Algunas, al darse cuenta de que han quedado embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando (como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo cargadas no sólo con la culpa del adulterio contra Cristo, sino también con la del suicidio y del asesinato de niños” (carta a Eustoquio); o Santo Tomás de Aquino, que enseña que el aborto es un pecado grave en su “comentario sobre las Sentencias”, libro IV, disertatio 31. Vemos que los Padres de la Iglesia, aunque disentían sobre el momento de la animación en función de seguir la escuela traducianista o creacionista, condenaban por igual el aborto (muy significativo en el caso de los creacionistas, que daban un lapso de tiempo hasta la infusión del alma).

Con tales testimonios, no es raro que el Magisterio de la Iglesia se haya pronunciado siempre e indefectiblemente contra el aborto. Lo condenan el concilio de Elvira (303?) en el canon 63, y el concilio de Ancira (313) en su canon 21. El primer concilio de Maguncia (847) reafirma en su canon 21 las penas decretadas por los concilios anteriores, y determina que sea impuesta “la pena más rigurosa a las mujeres que provoquen la eliminación del fruto concebido en su seno”. El decreto de Graciano (1140), al que antes aludíamos, cita las palabras del papa san Esteban: “es homicida quién hace perecer, por medio del aborto, lo que había sido concebido”. El papa Sixto V condena el aborto en la Constitución Effrenata, año 1588. El papa Inocencio XI (1676-1689) reprobó específicamente las proposiciones de ciertos canonistas que disculpaban el aborto provocado, si lo era antes del momento en que se consideraba que tenía lugar la animación (recogido por el Denzinger, sch 2134-2135, 4 de marzo de 1679), separando bien a las claras la discusión teológica sobre la infusión del alma con la ilicitud moral de acabar con la vida del nonato.
Mucho más conocidas, y no precisan ulterior comentario, son las recientes declaraciones dogmáticas sobre la inmoralidad del aborto, desde el discurso de Pío XII a la Unión Médica Italiana el 12 de septiembre de 1944, las encíclicas Casti connubi, Mater et Magistra, la constitución apostólica Gaudium et Spes, la Instrucción pastoral Donum Vitae, el Catecismo de la Iglesia Católica (2270-2275), etc, etc.

Las propias legislaciones cristianas, por no ir más lejos, en nuestra España, siempre han considerado al nonato un ser humano a defender y al aborto un crimen, inspiradas por la enseñanza de la Iglesia. Por poner dos simples ejemplos, la Lex visigothorum castigaba con la pena de muerte a quién proporcionase drogas a una embarazada con objeto de causar la muerte del feto (LV VI, II, 3, Ervigio, ca 680), y el rey Alfonso X el Sabio de Castilla (siglo XIII) estipuló en su Ley de las Siete Partidas que “mientras estoviere la criatura en el vientre de su madre, toda cosa que se diga o faga a pro de ella, aprovéchese ende, bien assí como si fuesse nacida”, otorgando al niño nonato la misma protección que al nacido.

La mejor defensa contra el error es el conocimiento y una buena formación. Sobre el momento de la infusión del alma en el embrión han existido diversas opiniones, y jamás el Magisterio se ha pronunciado en un sentido positivo acerca de alguna de ellas, entendiendo que Dios no dispone que debamos saber necesariamente todos los misterios de nuestra fe, sino aquellos necesarios para nuestra salvación. Defendamos los cristianos al niño no nacido, sabiendo que desde nuestros primeros hermanos hasta la actualidad, la enseñanza de la Iglesia siempre ha sido la de defender la vida y condenar el aborto. Aunque no sepamos en que momento Dios infunde el alma espiritual, basta que ese barro sea merecedor de la Pasión y muerte de Cristo para que lo tratemos con toda la dignidad.

Recomiendo la lectura completa de la Declaración sobre el aborto dada por la Congregación para la Doctrina de la fe el 18 de noviembre de 1974, ratificada por el papa Pablo VI, de la que procede buena parte del material aquí empleado, y de la cual entresaco este párrafo a modo de resumen:

“A lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han enseñado la misma doctrina, sin que las diversas opiniones acerca del momento de la infusión del alma espiritual hayan suscitado duda sobre la ilegitimidad del aborto. Es verdad que, cuando en la Edad Media era general la opinión de que el alma espiritual no estaba presente sino después de las primeras semanas, se hizo distinción en cuanto a la especie del pecado y a la gravedad de las sanciones penales; autores dignos de consideración admitieron, para este primer período, soluciones casuísticas más amplias, que rechazaban para los períodos siguientes. Pero nunca se negó entonces que el aborto provocado, incluso en los primeros días, fuera objetivamente una falta grave. Esta condena fue de hecho unánime”.

Agradecimientos a Luis Fernando y a Ana_MS, que me han proporcionado (o de quién he tomado), parte de las referencias que en este artículo empleo.

P.D.:


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8 comentarios

  
Catholicus
Excelente Luis A. y gracias a LF y Ana Ms igualmente.
27/12/10 10:58 PM
  
Ano-nimo
Muchas gracias a tí, Luis; magnífico artículo el que nos has proporcionado y muy necesario. Conviene que algunas cosas queden claras, y en este caso es fundamental.

Un cordial saludo.
27/12/10 10:58 PM
  
pingsal

Se me ocurre que esa esquela la usemos como firma en los foros cristianos en que participemos.

De esa manera le daremos gran difusión.
28/12/10 12:52 AM
  
silvano
Excelente artículo. Lo que no sé yo es porqué esta argumentación no se expone más a menudo con esta claridad, en conferencias y debates. A veces incluso los que afirman la inmoralidad del aborto crean confusión en este sentido.
29/12/10 12:12 PM
  
Johannes
"aquellos que justifican el aborto, sobre todo los que actúan dentro de la Iglesia católica,"

No se puede justificar el aborto y estar "dentro de la Iglesia Católica" al mismo tiempo, porque el que niega un dogma definido en forma definitiva deja automáticamente de estar "dentro de la Iglesia Católica".

De la Encíclica Evangelium Vitae de Juan Pablo II, #57:

"Ante la progresiva pérdida de conciencia en los individuos y en la sociedad sobre la absoluta y grave ilicitud moral de la eliminación directa de toda vida humana inocente, especialmente en su inicio y en su término, el Magisterio de la Iglesia ha intensificado sus intervenciones en defensa del carácter sagrado e inviolable de la vida humana. Al Magisterio pontificio, especialmente insistente, se ha unido siempre el episcopal, por medio de numerosos y amplios documentos doctrinales y pastorales, tanto de Conferencias Episcopales como de Obispos en particular. Tampoco ha faltado, fuerte e incisiva en su brevedad, la intervención del Concilio Vaticano II.

Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral."

Y #62:

"Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era inmutable. Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal."

Nótese que la expresión "con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores" es precisamente la fórmula de las definiciones "ex-cathedra", en las que un Papa se pronuncia definitiva e infaliblemente sobre fe Y costumbres. Por lo tanto quien niega que "el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente", automáticamente pierde la fe católica como quien niega la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

04/01/11 8:28 PM
Hay más sobre este tema en nuestra web de http://www.unidosporlavida.org/Que%20dice%20el%20Cielo.htm , bajo "Qué dice la Iglesia"
07/01/11 4:46 AM
  
jose
Como no pueden quemar gente [...]



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LA

josé, todos sus mensajes son el mismo mensaje, que repite en todas las bitácoras donde entra. Cuando la misericordia del Señor nos conceda que se dedique usted a argumentar sobre el artículo o el hilo, en vez de comportarse como un lunático, no tendré que borrarle.
13/01/11 2:48 AM
  
Pablo Ramírez Ordás
Bueno yo digo que no hay que perder el objeto, fin y las circunstancias.
el objeto de abortar es matar, porque no interrumpes un embarazo.
Si fuera así lo podríamos reanudar con el mismo ovulo fecundado.
La finalidad es causar una comodidad a la mujer.
Y por ultimo las circunstancias son desde una violación hasta calentura de la mujer y por
eso no puede mantener al humano que esta en potencia a existir.
Los invito a que no aborten porque el simple echo de matar al humano que esta en potencia de nacer esta mal.
28/02/12 2:02 PM

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