El viernes pasado fuimos a misionar al área de Chilambo, un enclave ignoto en la periferia de Malawi, que no hay que confundir con la zona homónima de Tanzania. No pierdan tiempo buscándolo en google-maps, ya que no figura (quizá lo agregaremos nosotros, aunque tal vez tiene más encanto preservar esa zona inmune de los dominios de la virtualidad).
El Obispo encomendó a nuestra Orden la evangelización de la zona de Chisenga y dos sectores adyacentes (simpáticamente llamados Moto y Mutinti). Nuestro territorio apostólico incluye seis áreas completas: Chindamba, Chilambo, Lutawa, Chuba, Kawumbe y Mazongini. Desde que llegamos a Malawi ansiábamos ir a Chilambo y hace unos días Dios nos dio la gracia de misionar allí.
Chilambo está exactamente en la frontera de Malawi y Zambia. Es un confín exclusivo de la tribu Nika, una etnia que todavía tiene jefes locales asistidos por un círculo aristocrático.
Según los primeros reportes, hasta el viernes, Chilambo era una zona absolutamente sin católicos, pero justo antes de comenzar la misión, los catequistas de Kabanje nos dijeron que había una (¡una sola!) persona católica en Chilambo, un enorme área fronteriza que está dividida en tres grandes aldeas (o caseríos): Chilambo, Malaza y Chilungula.
II
Los preparativos fueron sencillos. Nuestro “asistente de campo”, James, se comunicó con el catequista Nicodemus, quien le avisó al Jefe de Chilambo que los misioneros queríamos visitarlo.
Concertada la fecha, cancelamos la clase de citumbuka del viernes, liamos rápido los bártulos y partimos en la 4X4 desde Karonga (donde estamos estudiando la abstrusa lingua franca vernácula) en dirección a Chisenga, donde está nuestra base misional. Al otro día, celebramos el Sacrificium Missae con unos pocos fieles y salimos en la camioneta hacia Chilambo, aunque debimos frenar mucho antes porque llegó un punto llamado Chelechele en que no había más camino. Fue ahí donde comenzamos una marcha de tres horas hacia nuestro destino misional. Nuestro equipo estaba compuesto de algunos nativos, Jeremías y el suscripto.
Al cabo de una hora de marcha, en la aldea de Malaza, pasamos por la cabaña de Justina, la única persona católica de Chilambo. La visitamos, la escuchamos, la entrevistamos y descubrimos el dolor que se siente al ser la única persona católica en una zona tan inhóspita. Rezamos por ella y su familia, almorzamos casi nada en el camino y continuamos la marcha hacia la escuela de Chilambo. En el camino, cuando ya se estaba haciendo tarde pasamos por dos casas, donde había vecinos merodeando: varios hombres y mujeres con sus infaltables bebés.
Nos acercamos y les preguntamos si los lactantes estaban bautizados. La respuesta fue que no lo estaban, siendo éste el incipit que nos permitió entrar en diálogo, que terminó convirtiéndose, imperceptiblemente, en una predicación pública, que no estuvo ni programada ni preparada.
Como la respuesta era excelente, fuimos in crescendo en la proclamación de la Buena Nueva, para lo cual eché mano de mis apuntes, que llevaba en mi mochila. Les prediqué sobre el amor que cada una de las Divinas Personas tiene por cada uno de ellos, siguiendo un magnífico sermón que San Alfonso María de Ligorio preparó para la Fiesta de la Santísima Trinidad. Dios es tan dadivoso que me entendieron perfectamente y les dio a los predicandos la gracia de aceptar la Verdad invicta.
Mientras estábamos embalados en la inesperada homilía, un borracho se puso a vociferar fonemas indecodificables para nosotros, que somos incipientes aprendices de las lenguas bantúes. Como el ebrio se ponía denso y la gente quería escuchar la sagrada predicación, uno de los presentes expulsó al inoportuno interlocutor. Fue entonces, cuando me apené por el borracho, interrumpí el adoctrinamiento y fui a buscar a la oveja perdida, que volvió al improvisado areópago, adoptando desde entonces una conducta mansa y silente hasta que de pronto interrumpió todo para gritar una decisión trascendental: “¡Ud. ya me convirtió!”… Nos quedamos perplejos y al rato todos los presentes, incluido el Jefe de la aldea de Malaza –a quien llamamos Iona, manifestaron su decisión de ser católicos, bautizar a sus hijos e ingresar al Catecumenado, a lo cual respondimos glorificando a Dios y entonándoles el Tampokererani que es una festiva canción de bienvenida.
Llenos de gozo por la cosecha que Dios, a pesar de nuestra nada, se digna concedernos, continuamos la marcha hasta la escuela de Chilambo, que no tiene mucha apariencia de colegio, sino que parece un haz de casas fantasmas o abandonadas en el medio de la nada. Nadie nos recibió en Chilambo (ya que hubo un malentendido en la comunicación), pero fuimos acompañados por dos nativos malaceños enviados por Iona, quienes nos marcaron la senda. Llegamos casi de noche. Mientras disfrutábamos una magnífica puesta africana del sol, plantamos tres carpas, prendimos un fuego, cenamos papas y galletitas (no teníamos más nada), rezamos Vísperas y Completas y dormimos lo que pudimos ya que el frío nos dio materia para ofrecer.
Nos levantamos, rezamos la Vigilia (también llamada Maitines –aunque este es un nombre algo nuevo), Laudes y Prima, desayunamos las galletitas que nos quedaban –que sulfuraban el estómago, mientras esperábamos que llegase la hora del encuentro, que estaba fijado para las siete de la mañana (¡!).
Se había hecho la hora y no había nadie o casi nadie. Poco a poco fueron llegando algunos vecinos, uno de los cuales nos dijo que quizá vendría el gran jefe, el jefe del área de Chilambo, pero que no se sabía porque es muy anciano y casi no camina.
Llegó el jefe de Malaza, que confirmó su decisión de ser católico. Luego, para grande algarabía de todos, llegó el gran Jefe con su bastón, aunque sin su corona. Nos quedamos platicando largo rato sobre la cultura Nika. Nos contó cosas interesantísimas, v. gr., que el régimen colonial fue mejor que el actual, que nosotros somos los primeros blancos en pisar Chilambo (los ingleses no lo hicieron), que los Nika no son democráticos sino que tienen un sistema que nosotros siguiendo al Aquinate podemos llamar “régimen mixto”, que hace algunas décadas los Nika no usaban sino un taparrabos de hojas o piel de animal, que hasta hace no mucho los animales salvajes se paseaban por la zona, incluso leones, búfalos y elefantes. El jefe se mostró nostálgico de aquellos buenos tiempos coloniales en los que los chilambeños podían cazar bestias para comer. Entendemos sus añoranzas ya que ellos ahora son tan pobres que sólo comen harina y, si pueden, algo de pollo. Los pobres Nikas no perdieron su carnívora dieta por ningún ridículo veganismo sino porque el Gobierno post-colonial puso a todos los animales en caras reservas turísticas.
Se nos iba la mañana en estas apasionantes tertulias que nos dejaban pensando, cuando de pronto nos damos cuenta que (dos horas y media más tarde de la hora estipulada) estaba llegando una buena cantidad de gente.
Nos sentamos todos en círculo. Nos pusieron al lado del gran Jefe. Los hombres se sentaron en unos bancos, traídos de las aulas, y las mujeres se sentaban en el suelo para cuidar y amamantar con más libertad a sus niños pequeños, que, gracias a Dios, son numerosísimos (¡hay bebés por todos lados!).
III
Luego de varios discursos preliminares hechos por los nativos, me tocó el turno de hablar. Tenía pensado hacer una repetición del sermón del amor trinitario (ya que mi repertorio citumbuka es muy exiguo), pero a último minuto, me pareció mejor predicar sobre varios de los mayores milagros de la Historia de la Iglesia y fue lo que hice. Les hablé de los milagros del Pilar, Guadalupe, del Padre Pío y otras divinas hazañas. Luego, para asegurarme que me habían entendido repasé lo relatado y confirmé que habían comprendido todo, lo cual me permitió pasar a la segunda parte, en la cual les pregunté por qué estos grandiosos milagros sucedieron en la Iglesia Católica y no en las otras “iglesias” y les di la respuesta: porque la Católica es la única Iglesia verdadera. Acto seguido, al ver que los espíritus estaban contentos y que la prédica había sido acogida con docilidad, me arriesgué: les pregunté públicamente a los Jefes si querían convertirse al Catolicismo… ¡Ellos respondieron afirmativamente!
Entonces, le pregunté al pueblo si querían seguir al jefe convirtiéndose también ellos, y las voces se alzaron alegres y unánimes respondiendo a una sola voz que quieren ser católicos. Celebramos con el feliz Tampokererani y luego los invitamos a inscribirse para el Catecumenado y a enrolar a los infantes para el sagrado bautismo y, así, mientras seguían los discursos y las prédicas, muchas personas se apelotonaron para registrarse como neo-catecúmenos ante el desbordado catequista. Es increíble pero, según me dijeron varios nativos, la esposa del pastor protestante se inscribió al Catecumenado.
Luego, el vocero del Jefe hizo una pregunta muy concreta: ¿cómo conseguirán ellos las biblias, los catecismos y los himnarios? No supimos que responder, pero, confiando en Dios, le dijimos que se los daremos a los que sean constantes en el Catecumenado. La respuesta lo satisfizo. Luego, el borracho del día anterior, prolijamente sobrio, confirmó su condición de proto-converso e hizo un aporte relevante preguntando la hora del Culto. Pero, uno de los presentes se mostró molesto porque estábamos anunciando el horario de la liturgia dominical (nunca se celebró la Misa en Chilambo) cuando ni siquiera hay un lugar para el culto divino. Entonces, le pregunté públicamente al Jefe cuál era el lugar para adorar a Dios, a lo cual nos respondió que nos iba a donar un terreno.
Terminó la predicación, almorzamos rápido y el Jefe de Malaza (Iona) no llevó a un descampado y nos donó ese terreno para que construyamos la iglesia, le agradecimos, filmamos un video en el que él manifestó la intentio dantis, bendije el campo donado caminando por los bordes, les anuncié que desde la donación ese es un territorio sagrado y lo inauguramos rezando Sexta.
Esta fue la primera expedición apostólica a Chilambo. Por gracia de Dios, hubo 88 conversiones. Justina ya no está sola. Pronto celebraremos la primer Misa de Chilambo, la Misa de Plantatio Cruce.
Laus Deo!
Padre Federico, S.E.
Misionero Ad Gentes
28 VII 21, Karonga