25.03.18

"¡Acá están las bombas!"

Esta crónica, lo adelanto, no será ni graciosa ni de hazañas misioneras o pintoresca. Será más bien un descargo; un medio para exteriorizar mi anonadamiento y frustración y lograr así, luego, algo de tranquilidad.

Siendo la tarde, me decidí a asistir a la misa vespertina de la parroquia católica de Gaoua. Fue una misa muy linda y concurrida, en la que participaron no menos de cuatro sacerdotes y varios sacristanes.  Concluida ésta, me dirigí a la oficina del Padre Herve, a quien había conocido por la mañana de ese mismo día y había prometido llevar una imagen de la Virgende Schoanstatt.

Esperando a que me atendiera (estaba en una  reunión), ya notaba un clima enrarecido en el ambiente y algo de desconfianza en las personas a las que me dirigía (incluidos dos sacerdotes de los cuales no recuerdo el nombre). Concluido su mitin, el padre me hizo señas para que ingresase en su oficina. Pude notar inmediatamente que su comportamiento no era el mismo que hace unas horas (quiero decir, su actitud hacia mí). Pretendiendo que no notara yo su intención última, y como “al pasar”, comenzó a hacerme algunas preguntas indirectas (luego más directas, cuando se anotició que vi hacia donde iba) sobre mi identidad, la congregación a la que pertenecía, el proyecto del que formaba parte, etc.

La pregunta me sorprendió en demasía, pues sin que me lo pidiera, ya le había escrito todos los datos sobre mi persona, misión, acerca del Padre Federico y su comunidad himaláyica, etc. Incluso le había mostrado algunos videos disponibles en youtube, a fuer de que pudiera corroborar todo lo escrito y dicho por mi. A ver: ¿Para que tanto pedido de información si no le pedía la clave de la cuenta bancaria de la Diócesis ni llevaba puesta una remera con una imagen de Bin Laden y un fusil? Soy un simple misionero católico que se apersonó allí para ofrecer ayuda en la prédica hacia las tribus animistas…

Esto mismo, en otras palabras, fue lo que entonces expresé con gran descontento al padre Herver. Me respondió que él creía cuanto yo aseguraba pero que había “gente de seguridad” de la parroquia que andaba haciendo muchas preguntas sobre mí. En seguida ingresaron a la oficina cuatro hombres que vestían ropa informal y que el sacerdote presentó como “la gente de seguridad” (aunque no conocía a esos hombres, me dirá luego). Me preguntó si tenía algún problema en que ellos corroboraran mi identidad “en el puesto que tenían afuera” (sic), y, aunque a regañadientes (pues me parecía algo completamente inusual y fuera de cualquier protocolo), acepté. Cuando voy caminando, saliendo del complejo, esperando encontrar una suerte de puesto de seguridad, me piden mi teléfono, a lo que naturalmente me rehusé. “¿Por qué motivo?”, les pregunté.

Eran aproximadamente las 8pm y estaba totalmente oscuro; no había un alma en la calle. La única luz provenía de los faroles encendidos de una camioneta en pésimo estado, sin ningún tipo de leyenda o identificación, estacionado cerca de la entrada a la parroquia. Apenas me doy vuelta, como preguntando que estaba sucediendo, los hombres me hacen señas de que debía subirme a ella (a lo cual me negué rotundamente). No sabía quienes eran estos personajes de “seguridad” (pues no me habían mostrado ningún tipo de identificación ni se habían presentado como miembros de alguna fuerza policial) ni cuales sus intenciones. Allí fue cuando uno de ellos (el más grandote) intenta sujetarme de los brazos para obligarme a entrar en el vehículo, y casi sin pensarlo comencé a forcejear con él al punto de que hubiéramos llegado a los golpes si no hubiera intervenido un segundo. Entre los dos me fueron llevando a la fuerza a la camioneta. Uno se sentó al volante y otro junto a la ventanilla del acompañante, dejándome en el medio. Mientras, otros dos hombres observaban a la distancia.

La verdad es que estaba bastante asustado, ¿para que negarlo? Tenía en un vehículo a dos de estos hombres, y a éste lo seguían dos motos con más gente. No sabía a donde me llevaban realmente. Llegué a pensar y fantasear cualquier cosa en esos 10 minutos de viaje que se hicieron realmente eternos: podrían ser fanáticos musulmanes (pues desde que llegué a la ciudad me he paseado por todo el pueblo con mi rosario a cuestas y mis tatuajes de cruces y cruzados en mis brazos) o tal vez incluso supremacistas negros anti occidentales.

Finalmente, dentro de una suerte de baldío completamente abandonado, asomaba a lo lejos una tenue luz desde una indescifrable construcción a medio terminar: resultó ser nada menos que la sede de Gendarmería de Gaoua. Ahora entendía menos que antes… ¿Qué había hecho? ¿Para qué semejante operativo propio hollywoodense? Dentro había no menos de 7 personas, todas con una actitud claramente hostil, rodeándome con la clara intención de intimidarme (lo cual lograron, ciertamente). El que hacía de principal allí, el único con uniforme e identificable con la fuerza a la que pertenecía, se mostraba razonablemente amable (“policía bueno, policía malo”), y comenzó formalmente a interrogarme, preguntando a veces datos insólitos. Le dije lo mismo que ya sabían: que era un misionero católico y que toda la información que necesitasen acerca de mi persona y del objeto de mi visita se la había pasado ya al padre Herve.

“Chequeos de rutina”, me dijo de forma muy poco convincente el principal cuando le pregunté el motivo de mi detención temporal. “Una vez que verifiquemos tu identidad y que eres quien dices ser, podrás irte sin problema”. Como el pasaporte no lo llevaba encima, y luego del interrogatorio preliminar, envió cinco hombres a escoltarme (¡por si pretendía escaparme!) a la habitación del hotel donde estaba. Sinceramente no sé si en su vida habían visto alguna vez un pasaporte extranjero y los detuvo la curiosidad o si esperaban encontrar en sus hojas algún mensaje oculto en clave Morse que develara el paradero de Bin Laden o de la mona Lucy… No lo sé, pero lo cierto es que los cincos hombres observaron el documento por 15 minutos y sacaron fotos a cada una de sus 32 hojas. Cuando finalmente cayeron en cuenta que no caía pólvora ni AK47 de mi pasaporte (¡y eso que lo estrujaron a morir!) ingresaron sin ningún tipo de autorización a mi habitación, revolviendo absolutamente todas mis cosas y preguntándome ¡si tenía un arma escondida!. Yo estaba que trinaba de la furia.

Todo lo que encontraron fueron imágenes de la Virgen y de Jesucristo. ¡Acá tienen las bombas!, les grité indignado. Para colmo, algunos de los gendarmes, lejos de mantener un porte o actitud medianamente profesional, ante mi enorme indignación (que exterioricé de un modo mas vehemente de lo que hubiera sido conveniente, tal vez), se reían en mi cara, a modo claramente provocativo. Lo cierto es que me sentí completamente humillado e indefenso frente al atropello de estos estúpidos con armas y placas. En un  momento no pude contener mi furia y terminé lanzándome algunos golpes con el más provocador de ellos (hasta ese momento todavía seguía creyendo que dos de ellos pertenecían a alguna seguridad privada contratada por la parroquia). Sólo me constaba que uno de ellos era gendarme, y fue éste quien me amenazó con enviarme al calabozo si seguía insultando y resistiendo físicamente al provocador. Recién allí todos se presentaron como miembros de Gendarmería (ninguno con uniforme, por cierto. Solo pude observar que uno llevaba calzado un arma de corto calibre). Pero estos incurables maleducados seguían burlándose, aprovechándose de mi estado emocional, de mi condición de extranjero y de su superioridad numérica.

Lo cierto es que aquí tuve una enorme ayuda divina. En este rincón del mundo muchas veces la policía es más peligrosa que el Islam. Aquí te desaparecen y nadie se entera; aquí no hay reglas ni protocolo alguno (y si lo hay, nadie lo cumple). Sin motivo alguno que lo amerite, tres tipos pueden venir de la nada y llevarte a la fuerza a alguna sección policial (si tienes suerte) y encima humillarte. La sensación que tuve en aquel momento es que el motivo real de su actitud (que cada uno piense lo que quiera) no respondía a razones de seguridad de Estado o prevención (por los recientes atentados ala Embajada de Francia o a otros ataques terroristas). Yo aquí percibí un odio visible de estos hombres hacia mi persona y hacia todo lo que para ellos yo representaba: catolicismo, occidente y raza blanca. (Entérense aquellos eternos bien pensantes: existe el supremacismo negro anti blanco y anti occidental, profundamente anticristiano). Justamente: no es casualidad que el atentado contra la embajada de Francia haya sido en Burkina Fasa, como tampoco pareciera ser casualidad lo que el padre Herve me había comentado esa mañana acerca del gran odio que existe hacia Occidente (y que yo mismo había ido percibiendo desde los primerísimos momentos en este país).

Apenas se retiraron los gendarmes me quedé un buen momento meditando, nervioso. Esto que me pasó a mi no es nada, lo sé (al menos en comparación con casos realmente graves, donde misioneros han sido asesinados y/o torturados o fuertemente golpeados). Pero les aseguro que para mi lo fue todo en algún momento (especialmente en el momento en que me subieron a la camioneta sin saber hacia donde me dirigía). Digo que lo fue todo y que me asustó, porque desde que llegué aquí he sentido una escalada de rechazo y hostilidad cada vez mayor, y sé que aún no he visto nada y que aquí pueden ser capaces de todo. Aquí el control lo tiene y siempre lo ha tenido el Ejército y las fuerzas de seguridad (En África son todo un símbolo de corrupción: con tal de hacerse del poder, cualquier coronel de pacotilla se rebela y extermina a sus propios camaradas de armas y a poblaciones enteras). Mientras las facciones del Ejército se encuentran en pugna (motivos políticos, pecuniarios y/o tribales) y las elecciones “democráticas” deben repetirse una y otra vez (por sospecha fundada de fraude electoral), el Islam crece a pasos agigantados en cada ciudad y los ataques terroristas se multiplican. Entre la población general (aquí nos referimos al sur: mayoritariamente animista) se siembra el odio al cristianismo, al hombre blanco y a la cultura occidental. ¿Los cristianos? Cada día más replegados, al punto de que caminando por alguno de estos pueblos no existe UNA SOLA señal de su existencia.

Aquí, los pueblos son enteramente controlados por los musulmanes; los bosques y regiones remotas, por los animistas. Yo creo que lo que me sucedió fue una suerte de advertencia leve de las “incomodidades” que sufrirán los occidentales si se aventuran a pisar estas tierras.

Al día siguiente le expresé al padre Herve mi profundo descontento por lo sucedido y me explicó que debido al estado de alarma que vive el país (en razón de los atentados) distintas fuerzas de seguridad y el Ejercito suelen infiltrarse en todo lugar donde se congregan números importantes de personas, como las misas cristianas (católicas y protestantes; especialmente los días de más concurrencia, como los domingos) y las celebraciones mahometanas. Generalmente van vestidos de civil y observan los movimientos de todas las personas. Me decía el padre que uno de los motivos de su ensañamiento conmigo es que saqué algunas fotos a la celebración. “Aquí, en Burkina Faso”, proseguía, “muchos turistas han tenido problemas por sacar fotografías. No sólo resulta sospechoso sino que a nadie le gusta ser fotografiado. Muchos extranjeros experimentaron grandes problemas por esto, especialmente con tribus animistas”. Como consejo final, me dijo el padre que aun cuando mi objeto sea predicar, no conviene sacar fotos a nadie ni tampoco hacer filmaciones, incluso de las predicas a los paganos.

Sin tener que hacerlo (pues no fue su culpa) el padre se disculpó por la actitud de esos hombres. Aconsejándome nuevamente, me dijo que por mi bien y seguridad, y aun cuando el trato sea injusto y hasta vejatorio, no debo confrontar al Ejercito o policía de Burkina Faso. Me dijo que tuve suerte; que por mucho menos aquí se envía a la gente a mazmorras realmente espeluznantes.

Lección asimilada, sin dudas.

Terminado este asunto, nos quedamos hablando largamente de otras cuestiones ligadas a la situación general del país, tanto política como social y religiosa. Pero parte de esta provechosa conversación vendrá en la próxima crónica.

 

Abrazo grande

Cristián

Dios, Patria y Hogar

OGP-MCD Western Africa Raid VII

 

16.03.18

De la primera predicación en Tataman (OGP-MCD)

Siendo las 9.30 y sin mi entrañable café matutino (pues muchas veces se hace imposible conseguir agua caliente), cogí mi mochila y comencé a patear la calle, pues debía encontrarme con el Padre Gustav a las 10am en su parroquia. Allí estaría también Ange, que era la persona que me llevaría en moto hasta una pequeña aldea llamada “Tataman”; ubicada a la orilla del río Volta Negro (que separa Ghana de Costa de Marfil) y a menos de mil metros de la frontera sureste de Burkina Faso.

Nomás llegue, los encontré a ambos conversando. Nos saludamos muy afectuosamente y enseguida se nos unió el Padre Wilfred para desearnos un “Bon voyage”, como estilan decir los franceses.

Íbamos a ir en moto, como recién decía, y la verdad es que de motos no se absolutamente nada (para el caso de autos tampoco); sólo un par de veces en mi vida he andado en los denominados “scooters” (cambios automáticos) y eso es todo. Y si he de decir toda la verdad y prometen no tirarme con nada, haré aquí una confidencia que solo conoce el Padre Federico. Durante el tiempo que estuve en Kenya ocupado en preparar esta misión, un buen día me levanté con la idea fija de aprender a andar en una moto con cambios, pues sería muy útil en ciertas regiones de África donde los caminos son muy angostos y los alquileres de 4x4 cuestan fortunas. Cuestión que estuve todo ese día hablando con locales en busca de alguien que me facilitara alguna para practicar, y llegando el final del día conocí a Collins, un keniata que se gana la vida como taxista. Convenimos el precio por un alquiler de (en principio) una semana, le deje un depósito y me trajo una moto al hospedaje donde me estaba quedando. Haciendo el cuento corto, a los diez minutos de probar la moto (sí, diez minutos) lo llamé a Collins para que viniera a buscarla de vuelta. En esos diez minutos casi mato a un árbol, a una maceta y a mí. Iba a ser un peligro para todos los que me cruzara… Fue el alquiler más caro de mi vida y el día que desistí de mi sueño “motoquero”.

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12.03.18

De cuando hablé cara a cara con el presidente Macri sobre el aborto (o el pogrom de los inocentes)

De cuando hablé cara a cara con el presidente Macri sobre el aborto (o el pogrom de los inocentes)

Por el Padre Lic. Federico Highton, S.E.

Abogado UBA, doctorando en Filosofía, misionero en el Himalaya

 

1.

Por presión del mil veces impío grupo Rockefeller -incluyendo lacayos suyos como Soros- y de pestilentes ententes como Amnesty international y su mandante (la sra. Belski), ante el tibio comunicado de la CEA, los grupos más siniestros sobre el haz de la tierra, están a punto de consumar la máxima maldad que jamás se haya intentado contra los inocentes en nuestro suelo patrio: la aprobación del espeluznante crimen del aborto.

Si estuviera en Argentina, encararía uno por uno a los legisladores que traman esta carnicería intrauterina para decirles en sus caras que sus almas están podridas y que les espera el infierno eterno y el sumo desprecio de parte de todo ser humano decente.

A Rockefeller, Soros, Belski, Macri, Lanata y toda los demás que trabajan para convertir a las mujeres argentinas en cementerios andantes, les digo: si no se arrepienten (¡deseamos vuestra conversión con toda nuestra alma!), sobre Uds recaerá el furor eterno de la Ira Divina. La sangre de cada niño abortado, clamará ante Dios exigiendo terribles e inapelables castigos.

¡Argentinos! ¡Peleemos sin tregua contra la aprobación del aborto, que es el más terrible de los crímenes!

Porque el aborto es el pogrom de los inocentes.

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9.03.18

Hacia las aldeas paganas de la frontera de Ghana (OGP-MCD África)

Si hay algo que en África no se respeta demasiado son los horarios. Mi buen amigo Francois, que generosamente se encargó de gestionar el transporte hasta Bouna, me había dicho que partiría de la “terminal” entre las 3.30y 4pm. Precavidos, llegamos por las dudas 30 minutos antes. ¡Menos mal! Pues el vehículo partió a las 3.15 (es muy común aquí que, lejos de manejarse con horarios definidos a priori, los transportes partan una vez que llenaron su capacidad. Es decir, uno puede partir enseguida o a las 3 horas…).

La camioneta en cuestión era una Traffic de los años 80 que literalmente se caía a pedazos. La puerta corrediza del costado, por ejemplo, se quitaba y se ponía nuevamente cada vez que un pasajero debía bajar.  No sé cual sería la capacidad real recomendada de ese vehículo, pero lo cierto es que ¡éramos 30! (los conté uno a uno). Por supuesto, nada de aire acondicionado para defendernos de los 39 grados que se registraban en ese momento… Pero por suerte, más allá de este tipo de incomodidades esperables en el África remota, no hubo demasiadas paradas y llegamos en tiempo de tres horas y media.

Al llegar ya estaba oscureciendo. Comí algo rápidamente en un puesto callejero y me propuse a conseguir algún hotel o habitación. Creí que aun siendo un pueblo pequeño iba a poder conseguir algo relativamente rápido. ¡Me equivoque! De un lado al otro iba con mi valija… Cuando finalmente encontré uno, me metí y pregunto el precio: ¡¡100USD!!!! Y créanme: era realmente una choza mugrosa… Pero claro, seguramente aquel hombre me vio extranjero, blanco y cansado y quiso probar su suerte. Me reí en su cara y me fui con mi compañera valija a probar suerte a otro lado. A poco caminar, sin querer, terminé metiéndome en una casa privada, pensando que era un hotel. Salió enseguida una señora mayor, haciéndome notar mi equivocación. Pero mientras me acompañaba a la puerta de salida, empezó a conversar conmigo (hablaba muy poco inglés) y le expliqué mi problema.  Mi presencia no era la mejor… Vestía una musculosa (mojada por agua) y el sudor recorría cada centímetro de mi piel. No obstante, la mujer se mostraba cada vez más amable y abierta; sobre todo cuando mencioné que era un misionero católico que venía de Bondoukou. En cuestión de segundos mando a llamar a su hijo para que me ayudara a buscar un alojamiento, y éste, bien dispuesto, me consiguió rápidamente una habitación a un precio razonable, e incluso me llevo allí en auto.

Nomás comenzaba a desensillar mis bártulos, me llama esta buena mujer para invitarme a cenar con su familia. Acepté inmediatamente. Era una familia cristiana tradicional de allí (compuesta por católicos y protestantes). Nomás llegar me recibieron con un cálido saludo y una cerveza fría (no soy de tomar cerveza, pero con el calor que hacía me hubiera tomado hasta el agua de un florero, si estaba fría). La comida no podría haber sido más gustosa: pollo asado y papas. Conocí mucha gente interesante allí y hablamos de absolutamente todo (particularmente, estaban preocupados por la violencia y el avance del Islam en la zona). Patrice, padre de familia, es un francés casado con una marfileña a la que conoció en París, que había sido misionero cristiano por muchos años. Conocí a sus hermanos, sus hijos, sus padres, etc. Algunos hablaban algo de inglés e incluso algo de español (idioma opcional en la escuela). Eran todos en general gente muy culta (algo que era a priori impensado encontrar en este rincón perdido del mundo) y muy divertida. Finalizada formalmente la cena, luego del café de rigor (conservan esta parte esencial de la cultura francesa), pusieron algo de música tradicional de la zona y del Congo y comenzaron a bailar muy alegremente. Pero siendo las 10.30 de la noche, el cuerpo comenzaba a pasarme factura y a pedirme urgentemente un descanso, y hube de excusarme y despedirme de ellos. Les agradecí por tanta hospitalidad, prometiéndoles que volvería a visitarlos al día siguiente con un regalo. El encuentro fue realmente inolvidable. Les dije que serían muy bien recibidos en cualquier momento en Argentina y en Paris, donde tenemos muchos amigos.

Al día siguiente me desperté temprano para ir a visitar la Iglesia Católica local y al Padre Pascal, de quien tenía referencias por mis amigos en Bondoukou. Como era domingo, él y todos los sacerdotes estaban en una peregrinación, pero cerca de las 6.30 pude finalmente dar con el Padre Gustav y el P. Wilfred. Gracias a Dios, el inglés de Gustav era mejor que mi francés y pudimos hablar largo y tendido. Le comenté el motivo de mi venida y de la Misión Cuenta Regresiva del OGP. Terminó por confirmarme lo que habíamos pensado con el Padre Federico: existen algunas aldeas que jamás escucharon el Evangelio. Pero Gustav hizo mucho más que eso: me indicó la ubicación exacta de esas aldeas, me autorizó y motivó a ir allí e incluso me consiguió transporte con un cristiano que vive cerca de allí (iremos en moto). Estas aldeas quedan a 40 kilómetros de Bouna, cerca del pueblo de Tamala, a pocos metros de la frontera con Ghana. Partiré allí el martes de mañana (6/2/18) y pasaré la noche en alguna de esas aldeas para retornar al día siguiente.

Me dejó gratamente sorprendido la excelente disposición de Gustav y de toda la iglesia local para con la misión del OGP. Esperaba buena recepción pero nunca imaginé tanta colaboración. Hasta el momento, todos los sacerdotes que conocí en Costa de Marfil y la gente en general se destacan por su espíritu misionero, su humor y su buena disposición. África no podría ir mejor. ¡LA MISIÓN EMPEZÓ CON TODO!

Aproveché mi estadía allí para recorrer los mercados locales ya que necesitaba un par de ojotas (pues mis zapatillas de tanto andar no pueden más), un pantalón y un par de remeras. Conseguí todo y a buenos precios. Pero cuento esto en realidad para mencionar algo que jamás antes me había pasado. Cuando fui a comprar las mencionadas ojotas, habíamos pactado con el comprador un precio de 4000 francos (de Costa de Marfil), pero resulta que luego terminé por decidirme por otras. Le pagué y me fui. A los 5 minutos aparece corriendo el vendedor con 2000 francos en la mano: venía a devolverme la diferencia. Sin saber, me había llevado unas ojotas mas económicas, y al percatarse de esto, el vendedor me buscó por todo el mercado para devolverme dinero… ¿Dónde se ha visto eso? Máxime entre gente que pasa muy serias dificultades tanto materiales como espirituales. Por supuesto que no le acepté el dinero: su gesto lo merecía. Con esto quiero insistir en algo que ya he comentado antes: salvo por la policía (siempre en busca de coimas por faltas inexistentes), este es un pueblo de gente muy honesta.

Esto es todo por ahora. 

 

DIOS, PATRIA Y HOGAR

 

 Cristián

6.03.18

Crónicas africanas III OGP-MCD

Apenas pasadas las 6.30am llegué al Centro Misionero Católico de Bondoukou, donde había quedado en encontrarme con el Padre Ernest y con mí ya entrañable y simpatiquísimo amigo, el sacristán Francois (que también hacía de traductor inglés-francés y viceversa). De allí debíamos ir a la casa de otro sacerdote (de nombre Jean Claude), desde donde partiríamos a una celebración de comunidades católicas que se hace cada primer viernes de mes, sobre una colina ubicada a 15 kilómetros de la ciudad. Parte en auto, parte en moto y 30 minutos andando por empinados senderos es el único modo de llegar allí. Entre que esperamos a Jean Claude y a otro sacerdote que vino con nosotros (Padre Simón) se hicieron las 9 y llegamos al destino final a las 10am (para venir a África uno tiene que venir bien provisto de paciencia… los tiempos para todo aquí son muy lentos. Se trata de algo cultural, sin dudas).

Era un típico día africano: cielo completamente despejado, un sol desplegado en su  esténtor, alta humedad y un calor abrasador que ya trepaba los 36 grados; sin una pizca de viento que atenuara la situación. Para mi, que salvo por mis partidos de fútbol 5 semanales no estoy particularmente entrenado en lo aeróbico, fue un esfuerzo considerable llegar. ¡Ni quiero imaginarme lo que fue aquello para los cientos de mujeres que andaban con sus niños a cuestas! “¡Que devoción la de esta gente! ¡Qué voluntad!”, fue lo primero que pensé entonces.

Al llegar, sobre una superficie llana, había no menos de 1000 personas sentadas en el suelo, tapadas en lo alto por las copas de centenarios árboles que los protegían del omnipresente sol. Todos vestían vivos y alegres colores y conversaban animadamente mientras esperaban el comienzo del evento, que consistiría en animados discursos de predicadores varios, experiencias de personas salvadas por milagros concedidos por Jesucristo y la Virgen María y la presencia del sanador principal del pueblo, un católico africano de nombre Marion (resultó ser primo de Francois, mi amigo), que imponía sus manos sobre los enfermos que iban en su auxilio. Aunque la parte principal y más esperada del evento era la anunciación de la presencia del Espíritu Santo, que ingresaría en ellos y los limpiaría de cualquier demonio o maldición que tuvieran.

Pasaban cosas bastante increíbles en ese momento: varias personas, sobre todo mujeres, gritaban endiabladas y hasta haciendo movimientos epilépticos, como queriendo sacarse demonios de adentro. Cuando esto sucedía, un grupo de voluntarios predicadores llevaban (a veces arrastrando) la persona a un bosque (que tienen como) sagrado ubicado a unos metros y le recitaban varias oraciones. Al cabo de poco tiempo, las personas volvían con una gran tranquilidad y paz en sus ojos y espíritu.

La mayoría de los asistentes eran católicos pero también había algunos paganos en busca de luz, como me dijo alguien por allí. Es importante subrayar que en este evento estuvo también presente el Obispo de Bondoukou y no menos de cinco sacerdotes. Con todos pude intercambiar algunas palabras allí. Fue una experiencia muy linda; todo muy ordenado, bien programado, las personas muy educadas y devotas. Me recibieron espléndidamente: la hospitalidad es sin dudas una marca registrada del africano. Nomás llegar me reservaron un sitio de honor junto al Obispo, al sanador y los sacerdotes; todos sentados en sillas en un improvisado escenario techado de paja y cañas. Ante cada intermedio, me levantaba para llevar y mostrar las imágenes sagradas que tenía (Virgen de Schoanstatt y Jesús Misericordioso) a todos los allí presentes.

Siendo la 1pm nos dispusimos a almorzar con Francois unas sardinas y unos panes que habíamos traído; el calor era realmente insufrible. Ahora era tiempo de ir a recorrer algunas aldeas y conocer a sus habitantes. Cogimos dos motos y fuimos, entre otras aldeas, a Zandan 1 y a Zandan 2. La gente nos recibió con los brazos abiertos; particularmente a la Virgen. Preguntando luego de un rato acerca de sus necesidades materiales elementales, nos dijeron que el problema principal allí es el agua: las pocas bombas que hay son obsoletas o están parcial o totalmente rotas (tampoco hay tanques de agua). Las mujeres (que son quienes hacen casi todo aquí; aún los trabajos más duros) tienen que caminar 40 minutos por caminos complicados para conseguir agua (si tienen suerte). Luego deben volver con bidones que pesan más de 10 kilos… Y aun así, con necesidades tan elementales como esta, no pierden el humor y la esperanza. Pero volveré sobre este asunto de las necesidades temporales de esta gente en una próxima crónica (para ver en que podemos ayudar los lectores y nosotros).

Habré vuelto a mi habitación cerca de las 3 o 4pm. Cuando llegué, tomé un litro de agua y me tiré en la cama por un buen rato. Realmente ¡no daba más! A las 7pm me encontré a tomar un café con mi amigo Francois (mi café instantáneo que a todos lados llevo) para repasar un poco todo lo vivido y hablar de otras cosas (particularmente de la situación de la Iglesia en Costa de Marfil, del peligro del Islam y su expansionismo, del paganismo, de las misiones, etc.).  Lo que pude corroborar allí, como me adelantaran los sacerdotes del lugar, es que la iglesia de Costa de Marfil es muy activa y misionera (particularmente en Bondoukou) y que los Kulango (una de las tribus a visitar) habían escuchado todos el Evangelio al menos una vez.

Al día siguiente me entrevisté con el obispo y fui a saludar a los sacerdotes y las personas que había conocido allí y que tan bien me habían acogido. Ahora tocaba viajar a Bouna; un pueblo ubicado a 4 horas en dirección norte, cerca de Ghana, donde se encontraban nuestras dos próximas tribus: los Lome y los Lobi.