Camino a las aldeas animistas
Nuestro itinerario siguiente coincidía con el consejo del Padre Herve. Íbamos ahora en busca de los Dogoso y los Dogose, que son tribus animistas que si bien pertenecen al grupo de los lobi, guardan algunas características que les son propias.
A diferencia de nuestras búsquedas anteriores, algunos miembros o aldeas de estos grupos parecían encontrarse en lugares a priori accesibles. Según la localización brindada por el Padre Herve, podríamos divisarlos en los pequeños poblados de Loropeni y Kolosso, a solo 50 kilómetros de Gaoua (dirección oeste) sobre la ruta provincial número 11[1].
La idea era contratar un taxi o una moto para llegar, pero para nuestra sorpresa, ninguno estaba dispuesto a salir de la ciudad (luego sabría por qué). Por tanto, no me quedó otro remedio que subirme a un “bus taxi”[2] que partiera en dirección a Banfora (de todos modos, tenía que viajar allí para buscar a la tribu Natoro, cerca de la frontera con Mali). Es decir, la única opción que tenía era esperar que el vehículo hiciera alguna parada en esos pueblos (según me habían asegurado, pararíamos en Loropeni) y ver en el lugar qué podía hacer en tan escaso tiempo. Otra opción sería buscar algún taxi en Banfora al llegar para que me llevara y me trajera de allí. Esta última parecía una mejor opción, pues de ese modo podría disponer del tiempo que necesitase para la búsqueda y predicación de estos pueblos. “Total”, pensaba entonces, “según el Google Maps no hay más de 3 horas entre Gaoua y Banfora (200km), y los pueblos que necesito abordar se encuentran a media distancia de aquellas dos ciudades”. Pero la realidad resultó ser bien distinta…
La “ruta” era un camino de huella de ripio en pésimo estado (había tres cráteres cada 10 metros y el chofer parecía dispuesto a probarlos todos). A causa de esto (sumado al deplorable estado del vehículo y el peso que llevaba: entre 28 y 32 personas dentro y en el techo la casa de varios de ellos) la camioneta anduvo casi todo el trayecto a 40 o 50 kilómetros por hora. Debemos haber parado no menos de 22 veces. El calor criminal a la orden del día y las ventanas no traían aire fresco sino caudales de polvo que terminaron vistiéndonos a todos de ladrillo.
¿Cuánto demoré en llegar? ¡11 horas! (ONCE), por un trayecto de 200 kilómetros… Pero no fue tanto la cantidad de horas lo que me dejó realmente de cama sino el modo en que se viajó… Con decirles que en una parada pedí permiso al chofer para viajar ¡en el techo de la camioneta! les digo todo. Pero más interesante resulta “con quiénes” viajé allí arriba. Había dos personas, cientos de kilos de papas y maíz en bolsas, bicicletas, electrodomésticos y… ¡Un mono! (al parecer era la mascota de uno de esos hombres y no paró de molestarme por buena parte del trayecto; dada la naturaleza cleptómana de estos animales cuidé con extrema celosía mis pertenencias fundamentales). Pero les digo algo: aprendí que el techo es el mejor recoveco para viajar en este tipo de transporte en esta región del mundo. No lo duden.
Pero yendo a lo más importante, es decir, las tribus que buscábamos, debo reconocer que muy a mi pesar no pude encontrarlas (sólo paramos 10 minutos en Loropeni; en Lokosso, que nadie sabía donde quedaba, no hubo parada). Intenté aprovechar esos míseros minutos para hacerme al menos una vaga idea del lugar. Todo lo que encontré fueron musulmanes (no vi signos de ídolos paganos). Solo una persona decía conocer a una de estas tribus y se limitó a señalarme algún rincón a lo lejos. Lo complicado del asunto es que no vi ningún camino (ni de huella) hacia ese hipotético e impreciso lugar. Al parecer, solo una moto llegaría allí, y alejado de los poblados, como me advertía el Padre Herve, nadie habla francés: solo dialectos tribales. Es decir, deberíamos conseguir alguien que conozca estas lenguas y esté dispuesto a hacer el viaje. Indudablemente, no será sencillo (nada está falto de contratiempos en este continente). Aquí en Banfora se alquilan motos, pero tiene la limitación que no dejan sacarlas de la ciudad (y menos para andarlas por caminos intransitables). Por tanto, ya veremos luego que podemos hacer en este caso.
Banfora, donde estoy ahora mismo, es una ciudad medianamente importante y ya se vislumbran ciertas comodidades e influencia occidental que no tenían ninguno de los pueblos en los que estuve anteriormente. Para empezar, la ruta que lleva a grandes ciudades como Bobo o la capital está completamente asfaltada y en buen estado. Dispone asimismo de servicios regulares de ómnibus de larga distancia e incluso hay una estación de tren, desde donde puede llegarse a la capital del país (aunque según comentarios de usuarios, este transporte es una mala opción por la cantidad de horas que demora en llegar a destino; el bus parece ser la mejor alternativa para moverse por aquí). Los edificios provinciales y de servicios sociales se encuentran en optimo estado y existe una amplia gama de hoteles (de una a tres estrellas) y “guest houses”; todos en general equipados con aire acondicionado (prácticamente un “must” para sobrevivir por aquí).
Hay también algunos restoranes que ofrecen una variedad razonable de platos, y en uno de ellos probé la primera comida “decente” desde que salí de Kenya. En general siempre he comido en puestos callejeros, y no necesariamente por elección propia sino porque no existe otra alternativa en la mayor parte de estos remotísimos poblados. Casi todo lo que uno puede comer por aquí es arroz o pescado disecado (creo que debo haber bajado cerca de cuatro kilos desde que salí de Buenos Aires).
A la mañana siguiente me corrí hasta la Iglesia catedral de Banfora para entrevistarme con el sacerdote a cargo de la labor misional de la diócesis. En este caso se trataba del P. Michael, a quien hice la presentación de rigor, ofreciéndome a predicar a las tribus animistas del lugar. Le pregunté específicamente por los Natioro, a quienes manifestó no conocer (pero de quienes me consta su existencia por diversos canales de información), aunque es probable que su desconocimiento se deba a que están ubicados muy a las afueras de la ciudad, a pocos kilómetros de la frontera con Mali. Me advirtió no obstante que es posible que existieran aldeas animistas, pero no me ofreció mayores informaciones al respecto (quienes podrían ser, donde encontrarlas, etc.).
De todos modos, toda esta conversación fue un poco a las apuradas y de parados, pues el Padre debía ir a preparar una misa. Ante mi insistencia en busca de asesoramiento y respuesta, me pidió que volviera a la tarde del día siguiente, lo cual hice, aunque en vez de encontrarlo a Michael encontré al joven Aabad Jacques Sanogo (conocía al Padre Herve), que si bien se mostró bastante receptivo a mi pedido parecía no conocer a fondo la cuestión animista ni donde localizarlos. No obstante, luego de mucho pensar, me invitó a pararme y a seguirlo a otra oficina, donde había un mapa de Burkina Faso pegado contra la pared. Apuntó a un área ubicada a 13 kilómetros de allí, donde se encontraría el pueblo Fabedougou (que no aparecía en el mapa) que albergaría unas aldeas animistas que hablan un dialecto llamado “turka”. Pero de nuevo aquí nos encontrábamos con los dos principales obstáculos de la misión africana: el transporte y los dialectos nativos. En cuanto a lo primero, aún consiguiendo un vehículo, no solo ningún camino principal o secundario parece llevar allí sino que es muy difícil conocer la ubicación exacta de estos grupos, desperdigados deliberadamente por el bosque y en lugares alejados del contacto con personas ajenas a su etnia. Y salvo casos como los del Padre Herve, los sacerdotes y predicadores locales no parecen demasiado interesados en abordar tribus remotas ni conocen su ubicación; de aquí la importancia de un catálogo católico de tribus paganas. Con respecto a lo segundo, los dialectos nativos, muchas veces no los conocen ni los propios sacerdotes o predicadores locales. Pero a su vez, en general tampoco conocen personas que puedan ayudar en este sentido.
Por lo que he podido observar, solo los musulmanes se aventuran a asentarse en estas regiones remotas (en Tataman, por ejemplo, había una aldea completamente musulmana), aunque es harto improbable que estos nos ayuden. De conseguir un traductor, deberíamos lograr que este nos acompañe, lo cual no resulta tan sencillo como podría parecer a priori. El padre Jacques se comprometió a comunicarse conmigo esta tarde para ver que podemos hacer (ya son las 20hs y aun no he tenido novedades). Y en eso estoy en este preciso momento…
Lo cierto es que cuando no existe una voluntad manifiesta de la Diócesis o parroquias locales en abordar la totalidad de las aldeas animistas, es muy difícil hacer algo por estos lugares. Sin esta colaboración la tarea se complica en demasía. Y debo reconocer que por momentos me siento frustrado. En parte, porque uno viene bien dispuesto a ofrecer ayuda en ese sentido y del otro lado no siempre existe la colaboración y disposición que uno desearía. ¿Pero es posible hacer lo que nos hemos propuesto? ¡Por supuesto que sí! A no dudarlo: ya lo hemos hecho en Tataman.
No obstante, al mismo tiempo soy consciente que he venido también en fase “exploratoria”, y que mi experiencia y contactos serán de utilidad a los próximos voluntarios. Hay cuestiones y planes que por más antelación y minuciosidad con que se las prepare, no pueden hacerse a la distancia: necesariamente hay que apersonarse en el lugar. Y eso es lo que estamos haciendo en esta primera etapa, además de, naturalmente, predicar el Evangelio todo lo que las posibilidades y el escenario permiten.
Dios dispondrá.
Abrazo a todos
Cristián
Dios, Patria y Hogar
[1] Une la provincia de Poni, cuya capital es justamente Gaoua, con la de Comoé (siendo Banfora su capital).
[2] Son básicamente camionetas destartaladas donde pueden llegar a meter más de 30 personas. El transporte es tan informal que no existen horarios ni frecuencia estimativa: parten cuando quieren