8.04.18

Camino a las aldeas animistas

Nuestro itinerario siguiente coincidía con el consejo del Padre Herve. Íbamos ahora en busca de los Dogoso y los Dogose, que son tribus animistas que si bien pertenecen al grupo de los lobi, guardan algunas características que les son propias.

A diferencia de nuestras búsquedas anteriores, algunos miembros o aldeas de estos grupos parecían encontrarse en lugares a priori accesibles. Según la localización brindada por el Padre Herve, podríamos divisarlos en los pequeños poblados de Loropeni y Kolosso, a solo 50 kilómetros de Gaoua (dirección oeste) sobre la ruta provincial número 11[1].

La idea era contratar un taxi o una moto para llegar, pero para nuestra sorpresa, ninguno estaba dispuesto a salir de la ciudad (luego sabría por qué). Por tanto, no me quedó otro remedio que subirme a un “bus taxi”[2] que partiera en dirección a Banfora (de todos modos, tenía que viajar allí para buscar a la tribu Natoro, cerca de la frontera con Mali). Es decir, la única opción que tenía era esperar que el vehículo hiciera alguna parada en esos pueblos (según me habían asegurado, pararíamos en Loropeni) y ver en el lugar qué podía hacer en tan escaso tiempo. Otra opción sería buscar algún taxi en Banfora al llegar para que me llevara y me trajera de allí. Esta última parecía una mejor opción, pues de ese modo podría disponer del tiempo que necesitase para la búsqueda y predicación de estos pueblos. “Total”, pensaba entonces, “según el Google Maps no hay más de 3 horas entre Gaoua y Banfora (200km), y los pueblos que necesito abordar se encuentran a media distancia de aquellas dos ciudades”. Pero la realidad resultó ser bien distinta…

 La “ruta” era un camino de huella de ripio en pésimo estado (había tres cráteres cada 10 metros y el chofer parecía dispuesto a probarlos todos). A causa de esto (sumado al deplorable estado del vehículo y el peso que llevaba: entre 28 y 32 personas dentro y en el techo la casa de varios de ellos) la camioneta anduvo casi todo el trayecto a 40 o 50 kilómetros por hora. Debemos haber parado no menos de 22 veces. El calor criminal a la orden del día y las ventanas no traían aire fresco sino caudales de polvo que terminaron vistiéndonos a todos de ladrillo.

 ¿Cuánto demoré en llegar? ¡11 horas! (ONCE), por un trayecto de 200 kilómetros… Pero no fue tanto la cantidad de horas lo que me dejó realmente de cama sino el modo en que se viajó… Con decirles que en una parada pedí permiso al chofer para viajar ¡en el techo de la camioneta! les digo todo. Pero más interesante resulta “con quiénes” viajé allí arriba. Había dos personas, cientos de kilos de papas y maíz en bolsas, bicicletas, electrodomésticos y… ¡Un mono! (al parecer era la mascota de uno de esos hombres y no paró de molestarme por buena parte del trayecto; dada la naturaleza cleptómana de estos animales cuidé con extrema celosía mis pertenencias fundamentales). Pero les digo algo: aprendí que el techo es el mejor recoveco para viajar en este tipo de transporte en esta región del mundo. No lo duden.

Pero yendo a lo más importante, es decir, las tribus que buscábamos, debo reconocer que muy a mi pesar no pude encontrarlas (sólo paramos 10 minutos en Loropeni; en Lokosso, que nadie sabía donde quedaba, no hubo parada). Intenté aprovechar esos míseros minutos para hacerme al menos una vaga idea del lugar. Todo lo que encontré fueron musulmanes (no vi signos de ídolos paganos). Solo una persona decía conocer a una de estas tribus y se limitó a señalarme algún rincón a lo lejos. Lo complicado del asunto es que no vi ningún camino (ni de huella) hacia ese hipotético e impreciso lugar. Al parecer, solo una moto llegaría allí, y alejado de los poblados, como me advertía el Padre Herve, nadie habla francés: solo dialectos tribales. Es decir, deberíamos conseguir alguien que conozca estas lenguas y esté dispuesto a hacer el viaje. Indudablemente, no será sencillo (nada está falto de contratiempos en este continente). Aquí en Banfora se alquilan motos, pero tiene la limitación que no dejan sacarlas de la ciudad (y menos para andarlas por caminos intransitables). Por tanto, ya veremos luego que podemos hacer en este caso.

Banfora, donde estoy ahora mismo, es una ciudad medianamente importante y ya se vislumbran ciertas comodidades e influencia occidental que no tenían ninguno de los pueblos en los que estuve anteriormente. Para empezar, la ruta que lleva a grandes ciudades como Bobo o la capital está completamente asfaltada y en buen estado. Dispone asimismo de servicios regulares de ómnibus de larga distancia e incluso hay una estación de tren, desde donde puede llegarse a la capital del país (aunque según comentarios de usuarios, este transporte es una mala opción por la cantidad de horas que demora en llegar a destino; el bus parece ser la mejor alternativa para moverse por aquí). Los edificios provinciales y de servicios sociales se encuentran en optimo estado y existe una amplia gama de hoteles (de una a tres estrellas) y “guest houses”; todos en general equipados con aire acondicionado (prácticamente un “must” para sobrevivir por aquí).

Hay también algunos restoranes que ofrecen una variedad razonable de platos, y en uno de ellos probé la primera comida “decente” desde que salí de Kenya. En general siempre he comido en puestos callejeros, y no necesariamente por elección propia sino porque no existe otra alternativa en la mayor parte de estos remotísimos poblados. Casi todo lo que uno puede comer por aquí es arroz o pescado disecado (creo que debo haber bajado cerca de cuatro kilos desde que salí de Buenos Aires).

A la mañana siguiente me corrí hasta la Iglesia catedral de Banfora para entrevistarme con el sacerdote a cargo de la labor misional de la diócesis. En este caso se trataba del P. Michael, a quien hice la presentación de rigor, ofreciéndome a predicar a las tribus animistas del lugar. Le pregunté específicamente por los Natioro, a quienes manifestó no conocer (pero de quienes me consta su existencia por diversos canales de información), aunque es probable que su desconocimiento se deba a que están ubicados muy a las afueras de la ciudad, a pocos kilómetros de la frontera con Mali. Me advirtió no obstante que es posible que existieran aldeas animistas, pero no me ofreció mayores informaciones al respecto (quienes podrían ser, donde encontrarlas, etc.).

De todos modos, toda esta conversación fue un poco a las apuradas y de parados, pues el Padre debía ir a preparar una misa. Ante mi insistencia en busca de asesoramiento y respuesta, me pidió que volviera a la tarde del día siguiente, lo cual hice, aunque en vez de encontrarlo a Michael encontré al joven Aabad Jacques Sanogo (conocía al Padre Herve), que si bien se mostró bastante receptivo a mi pedido parecía no conocer a fondo la cuestión animista ni donde localizarlos. No obstante, luego de mucho pensar, me invitó a pararme y a seguirlo a otra oficina, donde había un mapa de Burkina Faso pegado contra la pared. Apuntó a un área ubicada a 13 kilómetros de allí, donde se encontraría el pueblo Fabedougou (que no aparecía en el mapa) que albergaría unas aldeas animistas que hablan un dialecto llamado “turka”.  Pero de nuevo aquí nos encontrábamos con los dos principales obstáculos de la misión africana: el transporte y los dialectos nativos. En cuanto a lo primero, aún consiguiendo un vehículo,  no solo ningún camino principal o secundario parece llevar allí sino que es muy difícil conocer la ubicación exacta de estos grupos, desperdigados deliberadamente por el bosque y en lugares alejados del contacto con personas ajenas a su etnia. Y salvo casos como los del Padre Herve, los sacerdotes y predicadores locales no parecen demasiado interesados en abordar tribus remotas ni conocen su ubicación; de aquí la importancia de un catálogo católico de tribus paganas. Con respecto a lo segundo, los dialectos nativos, muchas veces no los conocen ni los propios sacerdotes o predicadores locales. Pero a su vez, en general tampoco conocen personas que puedan ayudar en este sentido.

Por lo que he podido observar, solo los musulmanes se aventuran a asentarse en estas regiones remotas (en Tataman, por ejemplo, había una aldea completamente musulmana), aunque es harto improbable que estos nos ayuden.  De conseguir un traductor, deberíamos lograr que este nos acompañe, lo cual no resulta tan sencillo como podría parecer a priori. El padre Jacques se comprometió a comunicarse conmigo esta tarde para ver que podemos hacer (ya son las 20hs y aun no he tenido novedades). Y en eso estoy en este preciso momento…

Lo cierto es que cuando no existe una voluntad manifiesta de la Diócesis o parroquias locales en abordar la totalidad de las aldeas animistas, es muy difícil hacer algo por estos lugares. Sin esta colaboración la tarea se complica en demasía. Y debo reconocer que por momentos me siento frustrado. En parte, porque uno viene bien dispuesto a ofrecer ayuda en ese sentido y del otro lado no siempre existe la colaboración y disposición que uno desearía. ¿Pero es posible hacer lo que nos hemos propuesto? ¡Por supuesto que sí! A no dudarlo: ya lo hemos hecho en Tataman.

No obstante, al mismo tiempo soy consciente que he venido también en fase “exploratoria”, y que mi experiencia y contactos serán de utilidad a los próximos voluntarios. Hay cuestiones y planes que por más antelación y minuciosidad con que se las prepare, no pueden hacerse a la distancia: necesariamente hay que apersonarse en el lugar. Y eso es lo que estamos haciendo en esta primera etapa, además de, naturalmente, predicar el Evangelio todo lo que las posibilidades y el escenario permiten.

Dios dispondrá.

 

Abrazo a todos

Cristián

Dios, Patria y Hogar

 

 

 




[1] Une la provincia de Poni, cuya capital es justamente Gaoua, con la de Comoé (siendo Banfora su capital).

[2] Son básicamente camionetas destartaladas donde pueden llegar a meter más de 30 personas. El transporte es tan informal que no existen horarios ni frecuencia estimativa: parten cuando quieren

2.04.18

¡Llegaron las religiosas a la zona del Yeti!

¡Aleluya!

¡Llegaron Religiosas a la zona del Yeti!

 

Gracias a Dios y a la Virgen, desde México, llegaron Religiosas a nuestra misión himaláyica, que se encuentra en la zona de la Leyenda del Yeti.

Yo estaba solo (más solo que Kung-Fu), y, humanamente desesperado mas sobrenaturalmente confiado, luego de obtener el permiso del Ordinario, publiqué una nota en Infocatólica pidiendo por favor que vengan Religiosas.

Y como la nuestra es la Iglesia verdadera y no una secta vudú o protestante, el Espíritu Santo opera en Ella incesante y magníficamente. Por eso, dos congregaciones hispanoaméricanas (que no tienen un pelo de relativistas), inmediata y espontáneamente se ofrecieron a dejarlo todo para propagar la Iglesia en estas tierras idólatras. En total, seis hermanas fueron elegidas por Dios para venir. Dos recién llegaron. Desde Veracruz vinieron a plantar la Verdad y la Cruz a la zona del Yeti. Y la verdad es que no las para nadie. No vinieron a oenegeizar ni a predicar indirectamente ni a predicar-sin-predicar ni a predicar-sólo-con-el-ejemplo, sino a anunciar y  a enseñar explícita, diaria y sistemáticamente la Palabra de Dios, lo cual hacen todos los días con una alegría, un coraje y un tesón raros de encontrar.  Aunque a muchos les moleste. Aunque nos echen a patadas. Aunque le indigne a los burócratas eclesiásticos que impiden la pastoral con sus miedos y prudencias carnales.

A continuación les dejo a los lectores dos sencillas pero deliciosas joyas: una de las breves estrofas que estas Hermanas (de zona y sangre cristera) entonan por estas remotas tierras y la crónica de “primeras impresiones” que una de ellas escribió para compartir con todos la pascual alegría que llena nuestras almas: la alegría de la misión en los confines de la infidelidad.

¡Felices y exultantes Pascuas de Resurrección!

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en el Himalaya

Subo, 2/III/18, Lunes de la 8ª Pascual

 

**** 

 

Que viva mi Cristo

 

 

Que viva mi Cristo,

Que viva mi Rey,

Que impere doquiera triunfante Su Ley.

 

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En el silencio de las montañas

 

 

En medio de los Himalayas se escucha un grito estrepitoso “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (Mt 28, 19).

En mi experiencia como hermana misionera, durante alrededor de catorce años, siempre he tenido la oportunidad de re-evangelizar tierras cristianas como México, Filipinas, y Estados Unidos. Pero, ésta es la primera vez que, Dios me permite venir a tierras jamás cristianizadas, lo cual se concretó por medio de la invitación del padre Federico.

Hace ya tres semanas que llegué a la remota aldea de Naga Namgom. He venido aquí con la hermana Leydi, que al igual que yo, está emprendiendo esta nueva experiencia de anunciar a Cristo en tierras budistas e hinduístas.

Aquí solo hay unas muy pocas familias que se han convertido al catolicismo. Obviamente los budistas no quieren que prediquemos la palabra de Dios, lo que convierte esta misión en todo un reto, mas aunque ellos (los budistas) no quieren que prediquemos, en  nuestro corazón resuena Mt. 28 y el clamor de San Pablo, que exclamaba “¡ay de mí si no predicara!”.

Para lograr nuestro objetivo de evangelizar, Dios nos permitió hacernos cargo de una escuela primaria que a su vez brinda el servicio de hostal para los niños más pobres.

Ahora tenemos diez niños, que si bien son casi todos budistas, de todos modos, por medio de la escuela y del hostal, van conociendo a Cristo.

Es sorprendente ver cómo Dios tiene caminos misteriosos y que al final sólo Él es el Todopoderoso, pues aunque el gobierno nos negó la visa de trabajo, Dios nos muestra claramente que nadie puede detener sus planes y la prueba es que ya estamos aquí por medio de otra visa y sabemos que Dios nos va a seguir guiando para saber cómo tenemos que actuar en esta difícil pero hermosa misión.

Sólo quise escribir estas cortas líneas para motivar a todos los católicos a seguir orando por todos los misioneros, pues por medio de sus oraciones ustedes mismos se vuelven misioneros. Aunque ustedes no estén aquí físicamente, sus oraciones nos sostienen a cada uno de nosotros, que con gusto nos ofrecemos a ser los pies, las manos y la boca de la Iglesia, que tiene como fin que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Que Dios los bendiga a todos.

En Cristo Misionero,

Hermana Mirna Portilla hmsp.

Hermana Misionera Servidora de la Palabra.

29.03.18

Animismo e Islam en el África Subsahariana

Sin dudas, las conversaciones que tuve con el Padre Herve fueron las más interesantes y provechosas que tuve con alguien en África, pero por sobre todo, las más edificantes. Es un hombre muy culto que ha cursado estudios varios tanto en Europa como en Asia, y además de conocer perfectamente bien la doctrina católica y la cultura occidental conoce en detalle las creencias animistas y mahometanas, su historia y cultura: donde está localizada cada una de sus aldeas, cual el porcentaje de miembros que cada una de estas denominaciones tiene en cada tribu y la estrategia a aplicar para abordarlas.

Me comentaba que entre las primeras, hay cuestiones en las que no conviene focalizar demasiado a fuer de no alejarlas desde el primer momento. Un caso ejemplificador que me dio al respecto es el del milagro de Jesucristo en la resurrección de Lázaro. Al parecer, la cultura animista considera que cualquier persona resucitada es indefectiblemente “obra de demonios”. Luego me ofreció otro ejemplo no menos sorprendente, en este caso, acerca del modo de acercar a estos pueblos a la Virgen María. Dice que aquí conviene enaltecer más su condición de “madre” (pues el símbolo de fecundidad, y ésta en si misma, es considerada un valor supremo para estos paganos) que la de “virgen”, ya que éstos no consideran a la virginidad como un valor. Esto, aclaro, lo recomienda el padre para las primeras aproximaciones a estos grupos. Y esto es justamente lo más complicado de todo: atraerlos. “Y para esto”, continuaba el padre, “hay que hacer un proceso de inculturación y hacer algunas concesiones iniciales y/o adaptar ciertas normas a la cultura local”.

Esto tal vez no lo entienda algún obstinado tratadista de escritorio, pero lo cierto que los procesos de evangelización (máxime en lugares y grupos tan remotos y disímiles como estos) son muchas veces procesos complejísimos (en el que intervienen un innumero de factores y variantes: sociales, culturales, políticos, raciales, económicos, logísticos, etc.) que requieren ciertas libertades o concesiones (en las formas exteriores o accidentales, claro está, no en dogmas o cuestiones de Fe) que faciliten a los neófitos la transición del viejo al nuevo orden. Y en realidad, no decimos ni descubrimos nada nuevo: así logró históricamente la Iglesia penetrar en el alma de hombres y culturas tan dispares en todo el planeta y en todos los tiempos. Un claro ejemplo de esto, y que me recordaba el Padre Federico, es que en el Extremo Oriente se presenta a la virgen con rasgos asiáticos, como en la América pagana aparece no pocas veces con rasgos indígenas o en el África con piel negra. Lo que quise decir o demostrar con todo esto, en suma, es que el padre Herve es un minucioso estudioso y entusiasta de la evangelización del África; conoce todos los vericuetos posibles para “entrarles” a los animistas.

No menos interesante fue lo que me comentó acerca de los musulmanes del África Negra o subsahariana. Contrariamente a lo que nosotros pensamos y a la información oficial que existe en torno al asunto, al parecer, el Islam no es en absoluto mayoritario en África ¡sino todo lo contrario! Herve, que no solo ha dedicado los últimos años de sus estudios a este tema sino que ha visitado aquellas regiones e incluso ha escrito un libro al respecto (disponible en Internet en francés), me aseguró que esta creencia común es completamente falsa y es alimentada deliberadamente por las potencias mahometanas de Medio Oriente y por Argelia, Mali y Libia (sus principales satélites en África). Al parecer, la atribución de un poder e influencia que no tienen verdaderamente en el continente tiene un doble objeto: por un lado es un golpe psicológico al mundo no musulmán, y por otro, se pretende con esto influenciar, disuadir, a las poblaciones africanas para que adopten la “religión del poder”.

Y si bien el mahometanismo está visiblemente presente en casi todo el África Negra, me decía el padre que los africanos, en general, más allá de haber adoptado ciertos signos exteriores del Islam y de actuar como ellos en muchos sentidos, en realidad siguen practicando el animismo, ergo: no son verdaderamente musulmanes. Como habíamos adelantado en otra crónica (aunque muchas cosas desconocíamos entonces), muchos se han convertido al islamismo por las ventajas comerciales y económicas que les trae aparejada esta nueva condición. Asegura el Padre asimismo que Qatar y Arabia Saudita giran billones y billones de dólares para convertir personas y ganar adeptos; no es casualidad que incluso en los más humildes pueblos o aldeas (donde no rara vez hay bombas de agua o electricidad) pueda uno encontrar enormes y costosas mezquitas). Y al parecer (ojala sea así), estos musulmanes de primera generación, en su mayoría, no estarían interesados en la Yihad sino en hacer dinero. Medio Oriente y los países realmente islámicos (extremistas) han tomado nota de la situación (del engaño de estos “nuevos conversos) y han comenzado a enviar extremistas al África Subsahariana para “reeducar” y “reconvertir” (termino utilizado por el Padre Herve) a estos “musulmanes” negros.

Resulta por demás interesante cuanto dice el padre. Jamás hubiera sospechado de esta situación. Agregaba el Padre Herve que conoce bien la situación y de lo que habla no solo por sus estudios y labor misionera, sino porque varios de sus más cercanos amigos son musulmanes ¡y le han reconocido eso! Un ejemplo de algo que me pasó aquí varias veces y que podría aportar en ese sentido de la tesis del padre, es que en mis caminatas por los barrios musulmanes (casi todos lo son por aquí) y a medida que iba intercambiando palabras con vendedores o personas que me abordaban, ¡siete veces! (las conté) me elogiaron los tatuajes; tres particularmente: el de una gran cruz celta (que tengo en mi brazo izquierdo), el de un cruzado con el estandarte y la espada (brazo derecho) y el de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén (antebrazo izquierdo). ¡Al menos dos de esos tatuajes son completamente antimusulmanes! Estoy seguro que en Qatar, Arabia Saudita, Argelia o Pakistán me hubieran colgado de un farol…

Históricamente, los musulmanes han logrado conversiones casi exclusivamente de dos formas: mediante el dinero o la espada (el Islam, como apuntaba el gran Hilare Belloc, es una herejía simplificadora del cristianismo). Aquí, al parecer, el dinero solo les ha comprado algunos balcones y mezquitas pero no el alma de los nativos. Cuando quisieron entrar por la fuerza a través de Mali (y de allí penetrar en Burkina Faso y Costa de Marfil), el ejército francés los sacó carpiendo, como diría mi querida madre. Saben que para “ganar” en el África Negra, deben lograr que los “musulmanes africanos” (que rezan en secreto a sus ídolos paganos) se “conviertan verdaderamente” y comiencen a desplegar la Yihad en sus lugares de origen. El padre Hevre cree que es difícil que esto suceda, ya que la cultura y el espíritu idolátrico de los animistas es parte inescindible de todo africano (rinden culto a las plantas, piedras, ríos, etc. Todo tiene un espíritu para ellos y por ello debe venerárselos y ofrecérseles sacrificios de sangre).

Nuestra tarea, la tarea de la Iglesia, es que el África se convierta verdaderamente, pero a la única Fe verdadera: la católica. Pero para que ello suceda, indefectiblemente, deberán primeramente conocer todas ellas el Evangelio. Tanto nosotros como el Padre Herve estamos convencidos que así debe ser, efectivamente. Y por ello (otro de los grandes frutos de este providencial encuentro) es que comenzaremos a hacer (junto al padre y, desde luego, todos aquellos que podamos ir sumando) el PRIMER CATÁLOGO CATÓLICO DE TRIBUS PAGANAS EN EL PLANETA. El Padre Federico, que hace unos meses se apersonó en el departamento vaticano de Propaganda Fidei, en Roma, terminó de confirmar lo que sospechaba: no existe tal utilísimo y esencial catálogo.

Hasta ahora solo los protestantes han hechos aproximaciones interesantes en este sentido. Las innumeras sectasprotestonas son quienes en la actualidad están activamente comprometidas con la labor misionera. Y el protestantismo es el triunfo de la soberbia y el materialismo, como lo es el Islam.

Ahora es la hora católica.

 

Abrazo a todos

Cristián

Dios, Patria y Hogar

25.03.18

"¡Acá están las bombas!"

Esta crónica, lo adelanto, no será ni graciosa ni de hazañas misioneras o pintoresca. Será más bien un descargo; un medio para exteriorizar mi anonadamiento y frustración y lograr así, luego, algo de tranquilidad.

Siendo la tarde, me decidí a asistir a la misa vespertina de la parroquia católica de Gaoua. Fue una misa muy linda y concurrida, en la que participaron no menos de cuatro sacerdotes y varios sacristanes.  Concluida ésta, me dirigí a la oficina del Padre Herve, a quien había conocido por la mañana de ese mismo día y había prometido llevar una imagen de la Virgende Schoanstatt.

Esperando a que me atendiera (estaba en una  reunión), ya notaba un clima enrarecido en el ambiente y algo de desconfianza en las personas a las que me dirigía (incluidos dos sacerdotes de los cuales no recuerdo el nombre). Concluido su mitin, el padre me hizo señas para que ingresase en su oficina. Pude notar inmediatamente que su comportamiento no era el mismo que hace unas horas (quiero decir, su actitud hacia mí). Pretendiendo que no notara yo su intención última, y como “al pasar”, comenzó a hacerme algunas preguntas indirectas (luego más directas, cuando se anotició que vi hacia donde iba) sobre mi identidad, la congregación a la que pertenecía, el proyecto del que formaba parte, etc.

La pregunta me sorprendió en demasía, pues sin que me lo pidiera, ya le había escrito todos los datos sobre mi persona, misión, acerca del Padre Federico y su comunidad himaláyica, etc. Incluso le había mostrado algunos videos disponibles en youtube, a fuer de que pudiera corroborar todo lo escrito y dicho por mi. A ver: ¿Para que tanto pedido de información si no le pedía la clave de la cuenta bancaria de la Diócesis ni llevaba puesta una remera con una imagen de Bin Laden y un fusil? Soy un simple misionero católico que se apersonó allí para ofrecer ayuda en la prédica hacia las tribus animistas…

Esto mismo, en otras palabras, fue lo que entonces expresé con gran descontento al padre Herver. Me respondió que él creía cuanto yo aseguraba pero que había “gente de seguridad” de la parroquia que andaba haciendo muchas preguntas sobre mí. En seguida ingresaron a la oficina cuatro hombres que vestían ropa informal y que el sacerdote presentó como “la gente de seguridad” (aunque no conocía a esos hombres, me dirá luego). Me preguntó si tenía algún problema en que ellos corroboraran mi identidad “en el puesto que tenían afuera” (sic), y, aunque a regañadientes (pues me parecía algo completamente inusual y fuera de cualquier protocolo), acepté. Cuando voy caminando, saliendo del complejo, esperando encontrar una suerte de puesto de seguridad, me piden mi teléfono, a lo que naturalmente me rehusé. “¿Por qué motivo?”, les pregunté.

Eran aproximadamente las 8pm y estaba totalmente oscuro; no había un alma en la calle. La única luz provenía de los faroles encendidos de una camioneta en pésimo estado, sin ningún tipo de leyenda o identificación, estacionado cerca de la entrada a la parroquia. Apenas me doy vuelta, como preguntando que estaba sucediendo, los hombres me hacen señas de que debía subirme a ella (a lo cual me negué rotundamente). No sabía quienes eran estos personajes de “seguridad” (pues no me habían mostrado ningún tipo de identificación ni se habían presentado como miembros de alguna fuerza policial) ni cuales sus intenciones. Allí fue cuando uno de ellos (el más grandote) intenta sujetarme de los brazos para obligarme a entrar en el vehículo, y casi sin pensarlo comencé a forcejear con él al punto de que hubiéramos llegado a los golpes si no hubiera intervenido un segundo. Entre los dos me fueron llevando a la fuerza a la camioneta. Uno se sentó al volante y otro junto a la ventanilla del acompañante, dejándome en el medio. Mientras, otros dos hombres observaban a la distancia.

La verdad es que estaba bastante asustado, ¿para que negarlo? Tenía en un vehículo a dos de estos hombres, y a éste lo seguían dos motos con más gente. No sabía a donde me llevaban realmente. Llegué a pensar y fantasear cualquier cosa en esos 10 minutos de viaje que se hicieron realmente eternos: podrían ser fanáticos musulmanes (pues desde que llegué a la ciudad me he paseado por todo el pueblo con mi rosario a cuestas y mis tatuajes de cruces y cruzados en mis brazos) o tal vez incluso supremacistas negros anti occidentales.

Finalmente, dentro de una suerte de baldío completamente abandonado, asomaba a lo lejos una tenue luz desde una indescifrable construcción a medio terminar: resultó ser nada menos que la sede de Gendarmería de Gaoua. Ahora entendía menos que antes… ¿Qué había hecho? ¿Para qué semejante operativo propio hollywoodense? Dentro había no menos de 7 personas, todas con una actitud claramente hostil, rodeándome con la clara intención de intimidarme (lo cual lograron, ciertamente). El que hacía de principal allí, el único con uniforme e identificable con la fuerza a la que pertenecía, se mostraba razonablemente amable (“policía bueno, policía malo”), y comenzó formalmente a interrogarme, preguntando a veces datos insólitos. Le dije lo mismo que ya sabían: que era un misionero católico y que toda la información que necesitasen acerca de mi persona y del objeto de mi visita se la había pasado ya al padre Herve.

“Chequeos de rutina”, me dijo de forma muy poco convincente el principal cuando le pregunté el motivo de mi detención temporal. “Una vez que verifiquemos tu identidad y que eres quien dices ser, podrás irte sin problema”. Como el pasaporte no lo llevaba encima, y luego del interrogatorio preliminar, envió cinco hombres a escoltarme (¡por si pretendía escaparme!) a la habitación del hotel donde estaba. Sinceramente no sé si en su vida habían visto alguna vez un pasaporte extranjero y los detuvo la curiosidad o si esperaban encontrar en sus hojas algún mensaje oculto en clave Morse que develara el paradero de Bin Laden o de la mona Lucy… No lo sé, pero lo cierto es que los cincos hombres observaron el documento por 15 minutos y sacaron fotos a cada una de sus 32 hojas. Cuando finalmente cayeron en cuenta que no caía pólvora ni AK47 de mi pasaporte (¡y eso que lo estrujaron a morir!) ingresaron sin ningún tipo de autorización a mi habitación, revolviendo absolutamente todas mis cosas y preguntándome ¡si tenía un arma escondida!. Yo estaba que trinaba de la furia.

Todo lo que encontraron fueron imágenes de la Virgen y de Jesucristo. ¡Acá tienen las bombas!, les grité indignado. Para colmo, algunos de los gendarmes, lejos de mantener un porte o actitud medianamente profesional, ante mi enorme indignación (que exterioricé de un modo mas vehemente de lo que hubiera sido conveniente, tal vez), se reían en mi cara, a modo claramente provocativo. Lo cierto es que me sentí completamente humillado e indefenso frente al atropello de estos estúpidos con armas y placas. En un  momento no pude contener mi furia y terminé lanzándome algunos golpes con el más provocador de ellos (hasta ese momento todavía seguía creyendo que dos de ellos pertenecían a alguna seguridad privada contratada por la parroquia). Sólo me constaba que uno de ellos era gendarme, y fue éste quien me amenazó con enviarme al calabozo si seguía insultando y resistiendo físicamente al provocador. Recién allí todos se presentaron como miembros de Gendarmería (ninguno con uniforme, por cierto. Solo pude observar que uno llevaba calzado un arma de corto calibre). Pero estos incurables maleducados seguían burlándose, aprovechándose de mi estado emocional, de mi condición de extranjero y de su superioridad numérica.

Lo cierto es que aquí tuve una enorme ayuda divina. En este rincón del mundo muchas veces la policía es más peligrosa que el Islam. Aquí te desaparecen y nadie se entera; aquí no hay reglas ni protocolo alguno (y si lo hay, nadie lo cumple). Sin motivo alguno que lo amerite, tres tipos pueden venir de la nada y llevarte a la fuerza a alguna sección policial (si tienes suerte) y encima humillarte. La sensación que tuve en aquel momento es que el motivo real de su actitud (que cada uno piense lo que quiera) no respondía a razones de seguridad de Estado o prevención (por los recientes atentados ala Embajada de Francia o a otros ataques terroristas). Yo aquí percibí un odio visible de estos hombres hacia mi persona y hacia todo lo que para ellos yo representaba: catolicismo, occidente y raza blanca. (Entérense aquellos eternos bien pensantes: existe el supremacismo negro anti blanco y anti occidental, profundamente anticristiano). Justamente: no es casualidad que el atentado contra la embajada de Francia haya sido en Burkina Fasa, como tampoco pareciera ser casualidad lo que el padre Herve me había comentado esa mañana acerca del gran odio que existe hacia Occidente (y que yo mismo había ido percibiendo desde los primerísimos momentos en este país).

Apenas se retiraron los gendarmes me quedé un buen momento meditando, nervioso. Esto que me pasó a mi no es nada, lo sé (al menos en comparación con casos realmente graves, donde misioneros han sido asesinados y/o torturados o fuertemente golpeados). Pero les aseguro que para mi lo fue todo en algún momento (especialmente en el momento en que me subieron a la camioneta sin saber hacia donde me dirigía). Digo que lo fue todo y que me asustó, porque desde que llegué aquí he sentido una escalada de rechazo y hostilidad cada vez mayor, y sé que aún no he visto nada y que aquí pueden ser capaces de todo. Aquí el control lo tiene y siempre lo ha tenido el Ejército y las fuerzas de seguridad (En África son todo un símbolo de corrupción: con tal de hacerse del poder, cualquier coronel de pacotilla se rebela y extermina a sus propios camaradas de armas y a poblaciones enteras). Mientras las facciones del Ejército se encuentran en pugna (motivos políticos, pecuniarios y/o tribales) y las elecciones “democráticas” deben repetirse una y otra vez (por sospecha fundada de fraude electoral), el Islam crece a pasos agigantados en cada ciudad y los ataques terroristas se multiplican. Entre la población general (aquí nos referimos al sur: mayoritariamente animista) se siembra el odio al cristianismo, al hombre blanco y a la cultura occidental. ¿Los cristianos? Cada día más replegados, al punto de que caminando por alguno de estos pueblos no existe UNA SOLA señal de su existencia.

Aquí, los pueblos son enteramente controlados por los musulmanes; los bosques y regiones remotas, por los animistas. Yo creo que lo que me sucedió fue una suerte de advertencia leve de las “incomodidades” que sufrirán los occidentales si se aventuran a pisar estas tierras.

Al día siguiente le expresé al padre Herve mi profundo descontento por lo sucedido y me explicó que debido al estado de alarma que vive el país (en razón de los atentados) distintas fuerzas de seguridad y el Ejercito suelen infiltrarse en todo lugar donde se congregan números importantes de personas, como las misas cristianas (católicas y protestantes; especialmente los días de más concurrencia, como los domingos) y las celebraciones mahometanas. Generalmente van vestidos de civil y observan los movimientos de todas las personas. Me decía el padre que uno de los motivos de su ensañamiento conmigo es que saqué algunas fotos a la celebración. “Aquí, en Burkina Faso”, proseguía, “muchos turistas han tenido problemas por sacar fotografías. No sólo resulta sospechoso sino que a nadie le gusta ser fotografiado. Muchos extranjeros experimentaron grandes problemas por esto, especialmente con tribus animistas”. Como consejo final, me dijo el padre que aun cuando mi objeto sea predicar, no conviene sacar fotos a nadie ni tampoco hacer filmaciones, incluso de las predicas a los paganos.

Sin tener que hacerlo (pues no fue su culpa) el padre se disculpó por la actitud de esos hombres. Aconsejándome nuevamente, me dijo que por mi bien y seguridad, y aun cuando el trato sea injusto y hasta vejatorio, no debo confrontar al Ejercito o policía de Burkina Faso. Me dijo que tuve suerte; que por mucho menos aquí se envía a la gente a mazmorras realmente espeluznantes.

Lección asimilada, sin dudas.

Terminado este asunto, nos quedamos hablando largamente de otras cuestiones ligadas a la situación general del país, tanto política como social y religiosa. Pero parte de esta provechosa conversación vendrá en la próxima crónica.

 

Abrazo grande

Cristián

Dios, Patria y Hogar

OGP-MCD Western Africa Raid VII

 

16.03.18

De la primera predicación en Tataman (OGP-MCD)

Siendo las 9.30 y sin mi entrañable café matutino (pues muchas veces se hace imposible conseguir agua caliente), cogí mi mochila y comencé a patear la calle, pues debía encontrarme con el Padre Gustav a las 10am en su parroquia. Allí estaría también Ange, que era la persona que me llevaría en moto hasta una pequeña aldea llamada “Tataman”; ubicada a la orilla del río Volta Negro (que separa Ghana de Costa de Marfil) y a menos de mil metros de la frontera sureste de Burkina Faso.

Nomás llegue, los encontré a ambos conversando. Nos saludamos muy afectuosamente y enseguida se nos unió el Padre Wilfred para desearnos un “Bon voyage”, como estilan decir los franceses.

Íbamos a ir en moto, como recién decía, y la verdad es que de motos no se absolutamente nada (para el caso de autos tampoco); sólo un par de veces en mi vida he andado en los denominados “scooters” (cambios automáticos) y eso es todo. Y si he de decir toda la verdad y prometen no tirarme con nada, haré aquí una confidencia que solo conoce el Padre Federico. Durante el tiempo que estuve en Kenya ocupado en preparar esta misión, un buen día me levanté con la idea fija de aprender a andar en una moto con cambios, pues sería muy útil en ciertas regiones de África donde los caminos son muy angostos y los alquileres de 4x4 cuestan fortunas. Cuestión que estuve todo ese día hablando con locales en busca de alguien que me facilitara alguna para practicar, y llegando el final del día conocí a Collins, un keniata que se gana la vida como taxista. Convenimos el precio por un alquiler de (en principio) una semana, le deje un depósito y me trajo una moto al hospedaje donde me estaba quedando. Haciendo el cuento corto, a los diez minutos de probar la moto (sí, diez minutos) lo llamé a Collins para que viniera a buscarla de vuelta. En esos diez minutos casi mato a un árbol, a una maceta y a mí. Iba a ser un peligro para todos los que me cruzara… Fue el alquiler más caro de mi vida y el día que desistí de mi sueño “motoquero”.

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