Lento camino hacia la fundación del Monacato en el Himalaya
I.
En medio de mil faenas, Dios me mostró que debo escribir esta crónica y que si no la escribo, creo que podría estar pecando ya que Él quiere que manifieste estas cosas para que Su Nombre sea más glorificado y para animar a los católicos a renunciar al miedo y a lanzarse, en Espíritu Santo y fuego, a anunciar la Buena Nueva a los cuatro vientos. Parte humana de la Iglesia visible parece caerse a pedazos por la maldita infiltración de crápulas de inveterada sodomía sostenidos (plausiblemente adredañas) desde la silla petrina, pero, al mismo tiempo, la Virgen Santa está armando doquiera su milicia que brinda davídica batalla frente a los enemigos de la Redención. Valga el anterior e ínfimo proemio, como cifrada respuesta a la crisis “puto-progresista", que nos turba y ensordece con sus atronadores reportes de iscariotismos, desfalcos y degenerados jolgorios en el lugar santo.
He aquí que a pesar de la multitud de nuestros pecados, Dios ejecuta Su obra salvífica en el orbe todo, incluso en el Himalaya, donde inmerecidamente misionamos. Digamos, entonces, dos palabras sobre lo que está pasando en nuestra base misional himaláyica.
II.
Hace mucho que el Espíritu Santo nos puso en el alma el anhelo de cooperar a la fundación del Monacato, eremítico o conventual, en el Himalaya ya que, hoy que tanto se habla de adaptarse a los famosos “signos de los tiempos", el mejor modo de convertir las tribus budistas no es la panfletería bíblica (y mucho menos la acción social) sino la implementación del Monacato en las alturas del Tíbet y aldeañas zonas, lo cual aún no existe, a pesar de que, según tenemos entendido, hace un tiempo, una benémerita Abadía alemana se ofreció a osar semejante gesta, la cual no pudo concretarse ya que el obispo nepalí de entonces les negó el permiso.
Desde la absoluta pobreza de medios -de todo tipo-, después de recibir el placet de mi padre espiritual, me lancé a la segunda experiencia eremítica en el Himalaya. La primera, tan breve como experimental, fue en la “semana de Tinieblas", en carpa, bajo inclemente lluvia. Esta vez, por sólo dos días, fue en un refugio abandonado, en el que antaño paraban pastores transhumantes.
¿Qué me llevó a esto? La actividad sísmica local, que en nuestra aldea se manifestó en la forma de temblor, pero en otros lares no fue sino un terremoto. El temblor fue breve y pronto entendí que Dios me llamaba a retirarme a una ermita a interceder ante Dios pidiendo perdón y clemencia al Señor de los Ejércitos para que no castigue al pueblo idólatra con un nuevo terremoto (hace no mucho hubo uno, el cual generó un importante éxodo humano).
La noche anterior al temblor, providencialemente, le había preguntado a un terrateniente budista si conocía alguna cueva propicia para retirarme a orar. El hombre, movido por Dios y contento por la caridad que tratamos de hacer en la escuelita, me autorizó gustoso a usar la cabaña de transhumantes de marras, ubicada mucho más arriba de todas las demás casas, en un ignoto y deshabitado paraje llamado “Tetmu", donde antaño dos monjes budistas fallecidos vivían al modo eremítico.
III.
Los nativos se enteraron y varios trataron de disuadirme explicándome los peligros de retirarme a la casita abandonada. Los riesgos eran reales: fieras salvajes (osos, zorros,…), serpientes venenosas, arañas grandes y deslizamientos de lodo, que en estos días se llevaron el puente local y destrozaron ocho partes del camino. Sabíamos que el Señor nos iba a proteger porque él no permitirá que la fe divina caiga en descrédito ante los paganos que se busca convertir. Si bien tuve el teresiano privilegio de caerme unas quince veces patinando entre rocas y espinas y de gozar la lluvia que, para contribuir a la simbólica corredentora ofrenda, generosamente se dignó entrar por los numerosos agujeros del techo del derelicto refugio.
IIII.
Lo que más padecí no fue la carencia de luz sino la del binomio silla-mesa, tan elemental en la Cristiandad y tan ignorado en los lares del Buda. La realidad es que si hay algo que no me sale (ni quiero que me salga) es la pose yóguica. Necesito una silla y una mesa, de lo contrario no sólo la perseverancia en el uso de la inteligencia se vería afectada, sino que los calambres no tardarían en llegar.
El retiro fue magnífico. Fue una lluvia de gracias, espirituales y apostólicas y me mueve a exhortar a los católicos que sueñen con vivir una experiencia mística en el Himalaya a que, con tal que tengan el placet de su confesor o padre espiritual, se retiren unos días a estas bellísimas alturas montañosas, lo cual atraerá a los paganos al gremio de nuestra santa Religión Católica, la única divinamente fundada. El día en que muchos católicos, sea por breves períodos, sea a perpetuidad, sea solos, sea en comunidad, se retiren monacalmente al Himalaya a adorar a Jesucristo (sin ningún coqueteo o concesión para con los extravíos orientalistas), muchos paganos se verán atraídos a venir al Cristianismo pues descubrirán que nuestra divina Religión no es ni biblismo puritano ni colonialismo foráneo ni asistencialismo materialista sino espiritualidad robusta y contemplativa, y no cualquier espiritualidad sino la única divinamente inspirada.
V.
¿Cuáles fueron las reacciones visibles de los paganos? Aún las estamos viendo, pero contamos lo que oímos…
Un profesor budista dijo a su los de su casa: “el Padre fue a rezar… Ergo ya no podemos temer las catástrofes naturales”. Varios días después su hija, contenta y convencida del poder de la plegaria sacerdotal, me lo volvió a recordar.
Un maestro budista, llamado Tektup Lepcha, soñó algo que él interpretó así: que yo era un ángel que venía a rescatar a los nativos de los demonios que venían desde la zona de enfrente. Tektup, alarmado, visitó a la profesora Repzong Lepcha (también budista), quien me lo contó feliz. Dios sabe que los Lepchas, como los islámicos, valoran grandemente los sueños y suelen tomarlos como signos sobre o preternaturales.
De todos modos, el argumento para implantar el Monacato en el Himalaya no es el sueño de un vecino -por más obstinadamente budista que sea- ni el comentario de otro tal, sino la urgencia de mostrarles a los tibetanos que lo más preciado que ellos tienen (el Monacato), también lo tiene el Catolicismo, mas, he aquí la esencial diferencia, no se centra en el propio yo (real o aparente) ni se apoya en las propias fuerzas (como sí lo hacen los lamas), sino que se centra en Dios y es sostenido por Su gracia.
Nuestra módica experiencia, muchos menos exigente que un simple ejercicio ignaciano, no pasa del rango de episodio anecdótico y el sueño del vecino bien pudo haber sido un sub-producto de su sub-consciente, pero este intento, a pesar de su insignificancia, es un grano de mostaza que aspira a cooperar instrumentalmente -por vía de la súplica y la exhortación- al advenimiento del Monacato Católico en el Himalaya.
¡Monjes y anacoretas de Dios… el Himalaya os espera!
¡La mies está pronta!
Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya
16-20/IX/18